El episodio histórico-cultural con el que suele comenzar esta columna es hoy una sucesión de ellos, fugazmente acariciados en el párrafo. A saber: las Guerras Púnicas azotan la península, Roma conquista Hispania, Numancia resiste como puede, los visigodos se convierten al catolicismo, las tropas musulmanas conquistan el reino al otro lado del Guadalete, los cristianos se sostienen en Covadonga, Al-Ándalus alcanza su máximo esplendor con el Califato de Córdoba, los cristianos se alzan en las Navas de Tolosa, Alfonso X convierte Toledo en una cuna protorrenacentista, los Reyes Católicos unen sus coronas tras la Bula de Simancas, primera gramática de una lengua romance a manos de Nebrija, acaba la Reconquista en Granada, Colón llega al Nuevo Mundo, le secundan Cortés, Pizarro, Núñez de Balboa, Magallanes, Elcano, se revuelve Castilla en la guerra comunera, la cristiandad triunfa en Lepanto, la Armada Invencible es derrotada en Inglaterra, Cervantes publica el Quijote, se produce una guerra mundial en España para suceder a los Austrias, los Borbones llegan con ideas ilustradas, se levantan las Reales Academias de la Lengua y de Bellas Artes, la Biblioteca Nacional, Francia y España son derrotadas en Trafalgar, el pueblo se amotina en Aranjuez y se levanta el Dos de Mayo. Puntos suspensivos.
Nótese el tiempo verbal utilizado en el párrafo anterior, pues no por ser episodios pasados dejan estos de influir en el presente. Son escenas que vertebran nuestra identidad, hechos que han moldeado tanto lo que fuimos como lo que somos. Pues bien: ahora sepa, querido lector, que gracias al nuevo plan educativo todos estos fragmentos de la historia dejarán de ser estudiados en las escuelas de Bachillerato próximamente. Ese mismo plan que destierra Filosofía de las aulas, ese mismo plan que desangra las humanidades irremediablemente, ahora persigue también la aniquilación de la asignatura de Historia. Pretenden desde ahí arriba, desde la poltrona, que sólo se deba estudiar la historia del país a partir de 1812. Que los bachilleres del futuro obvien capítulos como los enumerados inicialmente, y los muchos que me dejo en el tintero. Porca miseria.
Obviamente, esta destrucción de toda formación humanística no se lleva a cabo de manera inconsciente. Probablemente acabarán sacrificando lo poco que queda de Literatura, Filosofía, Latín o Historia para dejar hueco a Programación, Contabilidad, Politología o vaya usted, lector, a saber qué otras facetas mercantiles del asunto. Porque eso es lo único que importa: formar piezas que se adapten al mercado, que hagan girar con fuerza el mecanismo capitalista. ¿Qué es eso de investigar los orígenes culturales de tu comunidad? ¿Qué es eso de analizar las lenguas que una vez conformaron la realidad que ahora percibes? ¿Qué es eso de interesarte por los autores que han dado testimonio literario de los grandes dilemas del ser humano? Nada de eso importa ya, me temo. Si esto del latín no estuviera decayendo, acabaría la columna resignándome a la célebre locución: ora et labora, como en otro tiempo, amigo lector. Aunque ahora se rece a otros santos, y se trabaje para otra casta.
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