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Cuando el himno de Venezuela defendía a España - Gabriel Andrade - Zenda
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Cuando el himno de Venezuela defendía a España

Chávez no fue el artífice, pero sí un gran alentador del espíritu patriotero que se ha apoderado de una parte de los líderes hispanoamericanos en tiempos recientes. Y un aspecto fundamental de ese patrioterismo ha sido la animadversión a España, presumiblemente motivada por viejos rencores coloniales. Pero como en todo nacionalismo exacerbado, la verdad histórica...

Hugo Chávez organizaba grandes concentraciones políticas. En aquellos actos se convirtió en ritual empezar la ceremonia cantando a todo pulmón Gloria al bravo pueblo, el himno nacional de Venezuela. Esta rutina marcó una ruptura con el pasado. Antaño, se reproducía el himno en actos formales (rara vez en concentraciones políticas), y sólo se entonaba la primera estrofa. Chávez y sus seguidores, en cambio, cantaban las tres estrofas.

Chávez no fue el artífice, pero sí un gran alentador del espíritu patriotero que se ha apoderado de una parte de los líderes hispanoamericanos en tiempos recientes. Y un aspecto fundamental de ese patrioterismo ha sido la animadversión a España, presumiblemente motivada por viejos rencores coloniales.

"Es falso que Gloria al bravo pueblo fuese un canto independentista"

Pero como en todo nacionalismo exacerbado, la verdad histórica sufre mucho. Una vez que se consumó la independencia, las élites criollas tuvieron que inventar mitos para forjar identidades nacionales que aún no existían. El Gloria al bravo pueblo es uno de esos mitos. La letra de la canción fue compuesta por Vicente Salias en 1810, cuando en Caracas se formaban juntas de gobierno. Salias murió en 1814 a manos de José Tomás Boves, el fiero caudillo asturiano que luchó contra los independentistas en Venezuela.

Pero es falso que Gloria al bravo pueblo fuese un canto independentista. Originalmente, una de sus estrofas reza así: “Pensaba en su trono / que el ardid ganó / darnos duras leyes / el usurpador”. Este usurpador es Napoleón Bonaparte, pues la junta que se formó en Caracas en 1810 llevaba por título “Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando VII”. El Gloria al bravo pueblo era un canto en defensa de España y su rey, frente a la invasión napoleónica. En otra estrofa, dice la canción: “¿Qué aguardáis, patriotas, / hijos de Colón? Marchad tras nosotros / ¡Y viva la unión!”. Esta unión estaría constituida por los que, como luego quedaría expresado en la Constitución de Cádiz de 1812, serían “españoles de ambos hemisferios”.

"Los patrioteros hispanoamericanos contemporáneos incurren en burdas manipulaciones, al distorsionar los hechos históricos y ocultar verdades incómodas"

El Gloria al bravo pueblo no fue himno de Venezuela sino hasta 1881, cuando Antonio Guzmán Blanco —un caudillo convertido en presidente— lo decretó como tal. Guzmán Blanco fue uno de los que más promovió el culto a Bolívar en Venezuela, y como parte de esos arrebatos patrioteros, ordenó editar el Gloria al bravo pueblo a fin de que no quedara ningún vestigio de simpatía por España en la canción.

En Hispanoamérica, Venezuela no es el único caso de este tipo de manipulaciones patrioteras. Otros elementos que se han convertido en símbolos de la animadversión contra España, en realidad tuvieron orígenes muy distintos. Por ejemplo, en el célebre “Grito de Dolores” del 16 de septiembre de 1810 en México, el cura Hidalgo concluía con esta frase: “¡Viva nuestra Madre Santísima de Guadalupe; viva Fernando VII y muera el mal gobierno!”. O, en la rebelión peruana de Túpac Amaru en 1780, el grito de guerra era: “¡Viva el rey y muera el mal gobierno!”.

Es posible que en el caso de Hidalgo y Túpac Amaru —no así en el caso del Gloria al bravo pueblo—, esas proclamas hispanistas fueran meros adornos retóricos convencionales de la época, y no reflejaran un genuino sentimiento de apego a España. Pero aún en ese caso, los patrioteros hispanoamericanos contemporáneos incurren en burdas manipulaciones, al distorsionar los hechos históricos, y hacer todo un empeño por querer ocultar verdades incómodas.

"No le faltaba razón a Ernest Renan en su célebre ¿Qué es una nación? cuando decía que equivocarse al contar la historia es un factor esencial en la formación de naciones"

Con todo, sería injusto acusar sólo a los patrioteros hispanoamericanos. El nacionalismo —una de las ideologías que más muertes ha cobrado en la historia— continuamente inventa el pasado distorsionando los hechos históricos. No le faltaba razón a Ernest Renan en su célebre ¿Qué es una nación? cuando decía que equivocarse al contar la historia es un factor esencial en la formación de naciones. Por ejemplo, Renan recordaba que, para formarse como nación, los franceses deben “haber olvidado la noche de San Bartolomé (una terrible matanza de protestantes a manos de católicos)”. Y así, el nacionalismo se construye típicamente sobre una serie de obvias falsedades (“Colón era catalán”), medias verdades (“Boudica era británica”), o sencillamente graves omisiones (a los nacionalistas mexicanos no les gusta que les recuerden que la conquista de México no la hizo tanto Cortés, sino sus aliados tlaxcaltecas).

En algún momento, el fervor nacionalista ha servido de inspiración para cosas buenas. Muchos actos de valor y heroísmo han ocurrido como consecuencia de un genuino apego a la patria. Pero las más de las veces, ese apego es guiado por la absurda proclama “mi país, ¡para bien o para mal!”, lo cual quiere decir que el interés de la nación debe privilegiarse por encima de cualquier otra cosa, incluyendo la verdad histórica. Por actitudes como ésta, el nacionalismo se ha convertido en una de las grandes calamidades de los tiempos modernos. Una sana actitud frente al nacionalismo es no tragarse todos sus cuentos y evaluar con espíritu crítico sus proclamas, sobre todo en asuntos históricos.

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Gabriel Andrade

Gabriel Andrade (Maracaibo, Venezuela, 1980), obtuvo una licenciatura en Sociología, una maestría en Filosofía y un doctorado en Ciencias Humanas en la Universidad del Zulia, en la que ha sido profesor y donde impartió cursos de filosofía y sociología. Ha publicado en la colección ¡Vaya timo!, entre otros, La inmortalidad ¡vaya timo!, El posmodernismo ¡vaya timo!, La Biblia ¡vaya timo!… Es autor también de Filosofía para Victoria. De Buda a Bunge.

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