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Ricas horas de Warhol - Zenda
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Ricas horas de Warhol

¿Cómo logró el hijo de unos pobres emigrantes eslovacos convertirse en el artista más famoso de su generación? Zenda adelanta el prólogo del autor de la biografía de Andy Warhol, fruto de más de treinta años de investigación. ******* ————————— Autor: Jean-Noël Liaut. Título: Andy Warhol. Editorial: Arpa. Venta: Todostuslibros 5/5 (4 Puntuaciones. Valora este...

¿Cómo logró el hijo de unos pobres emigrantes eslovacos convertirse en el artista más famoso de su generación? Zenda adelanta el prólogo del autor de la biografía de Andy Warhol, fruto de más de treinta años de investigación.

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El lunes 19 de enero de 1987 me crucé con Andy Warhol en el Beaubourg. Yo estaba en segundo año del preparatorio, había cumplido los veinte hacía dos meses, y ahora, en este preciso instante, pasados más de treinta años, me acuerdo de él como si aquel breve encuentro acabara de producirse. Mi manía olfativa-compulsiva me lleva incluso a recordar con precisión el aroma de Shalimar que lo envolvía. Yo ignoraba por entonces que se rociaba con este perfume para disimular un persistente olor a ajo, que consumía en gran cantidad como beneficioso para la salud. Lo cual no deja de antojarse irónico, teniendo en cuenta que moriría al cabo de un mes, el 22 de febrero, a la edad de 58 años. Su presencia me intrigaba de tal modo, que no podía apartar la mirada de él. Con su peluca platino acrílica, colocada de través, y su tez desleída, que me hacía pensar en esos animales translúcidos privados de la luz del día, aquel hombre parecía pertenecer a otro espacio-tiempo. De haberse practicado un corte geológico al espíritu de Andy, ¿qué habría revelado? Esta pregunta me la hice entonces. Celebridad del arte en el mundo entero, se mostraba afable, prudente, atento con quienes lo rodeaban, lejos de la reputación sulfurosa que lo precedía por todas partes. Pero tras aquel aire reservado, yo detectaba también en él cierta socarronería (esa risa impasible de la que habló Toulet). Aquel quincuagenario hermafrodita se expresaba con la voz de una vieja dama irónica. Por decirlo de algún modo, se me aparecía tan enigmático como el hombre de la máscara de hierro. Nadie era menos terrestre, en sentido clásico. Pero, ¿quién se ocultaba en realidad detrás del artificio warholiano? Desde aquel instante comencé a interesarme por él, hasta el punto de consagrarle mi tesina de licenciatura, en 1990. Aquellas páginas sobre The Silver Factory (1964-1967) fueron para mí bastante más que un simple trabajo universitario. Después de la publicación de mi primer libro, en 1994, varios editores se interesaron por mi tesina y me propusieron convertirla en un ensayo o en una biografía. Pero resistí a la tentación, ya que, en conjunto, aquel estudio me parecía demasiado árido, demasiado deudor de mis lecturas de biblioteca. Le faltaba carne, y también un suplemento de alma, conversaciones con sus conocidos más próximos, una investigación de verdad. Esta la inicié a comienzos de los años noventa, para concluirla en 2020. Según ha ido pasando el tiempo, no he dejado de indagar acerca de Andy Warhol, y mi curiosidad ha sido más que recompensada. Entre otras muchas personas, me entrevisté con la actriz underground y artista plástica Ultra Violet. Habladora impenitente, me ayudó a desbrozar el ecosistema warholiano, del que ella fue una de sus figuras emblemáticas. Su nombre quedará indisociablemente unido al de Warhol, así como a la estética de la Nueva York de los años sesenta, que sigue siendo fuente de inspiración para los creadores del mundo entero. El historiador del arte John Richardson, quien pronunció el elogio fúnebre de su amigo Andy el 1 de abril de 1987, me ofreció una valiosa clave interpretativa al compararlo con el protagonista de El idiota, de Dostoyevski. Lee Radziwill, hermana de Jacqueline Kennedy, me describió su propiedad de Montauk y la atmósfera que reinaba en ella a comienzos de los años setenta. Me reveló igualmente el secreto que se ocultaba tras la famosa voz de Warhol. Pierre Bergé me aportó luz acerca de la relación entre Andy e Yves Saint Laurent, quienes llegaron a idear juntos dos comedias musicales. A lo largo de numerosas conversaciones, en su casa o en un restaurante, Stuart Preston, el antiguo crítico de arte del New York Times, insistió siempre en la originalidad y en la importancia de Warhol en la historia del arte. Él lo conoció en sus inicios, y Andy le dibujó un retrato en 1958. He esperado veinticinco años antes de escribir este libro, con el En de disponer de la distancia necesaria para poder dirigir una mirada mesurada y, así lo espero, ajustada sobre este monstruo sagrado del arte del siglo XX. Y puedo afirmar que no pocas revelaciones presentes en estas páginas, obtenidas gracias a decenas de horas de entrevistas con sus íntimos, no aparecen en ninguna de las numerosas biografías que le han sido dedicadas. Además de transformar para siempre con sus cuadros la mirada de sus contemporáneos, Andy Warhol había adivinado antes que nadie que cada cual podía alcanzar el éxito por los motivos más incongruentes. Toda telerrealidad al completo está contenida en su «cuarto de hora de fama». En términos generales, nuestra época ejemplifica hasta qué punto estaban fundadas las profecías warholianas. Y muestra con énfasis el alcance de su siembra: utilización del vídeo en el arte contemporáneo, clips musicales, diseño gráfico, dirección artística, diseño artístico y moda. Son ya incontables los hijos de Warhol (empezando por Jeff Koons), ya sean de mayor o menor vuelo, y su impacto sobre la producción de imágenes diversas y variadas da la medida de su posteridad. Su influencia no ha dejado nunca de aumentar, de evolucionar. Todo el mundo queda fascinado ante este hombre que hizo de los botes de sopa y de las sillas eléctricas iconos intemporales que se arrebatan de las manos, hoy más que nunca, museos y coleccionistas. En noviembre de 2013, uno de sus «accidentes de coche» de 1963, Silver Car Crash (Double Disaster), se vendió en Sotheby’s por ciento cinco millones de dólares. La actriz Paulette Goddard, musa de Charles Chaplin, llamaba a Andy «el zorro blanco». Y así es ciertamente como lo veo yo también: como un zorro astuto y curioso por todo, un Maese Raposo de pelaje platino que no dejó nunca de explorar, un viejo zorro del desierto que olisqueaba en busca de la dirección del viento, que comprendió su época mejor que cualquier otro, pero que se mantuvo misterioso e inaprehensible, y al que muy pocos lograron en realidad acariciar. Este Fantastic Mister Fox fue para mí el último dandi. Un dandi que encerraba también en su interior a un campesino prudente y silogómano, un romántico frustrado, un hombre cuyo lote de adversidades y sufrimientos se convirtió en un tesoro de guerra para él, un mito hecho a sí mismo en perpetua reinvención, un ángel exterminador y un ser muy rodeado de gente pero profundamente solo, que me hacía pensar en aquello que escribiera Madame de La Fayette en su historia de La princesa de Montpensier: «Se marchó del baile fingiendo encontrarse mal y se fue a su casa a soñar con su desdicha». He intentado captar a Warhol de frente, de espaldas, de perfil y en semiperfil; he procurado descubrir todos los matices característicos de su personalidad. En ocasiones ha sido como ponerse un manto de ortigas. Ha habido también momentos llenos de flores. Ante todo me he tomado el tiempo necesario para penetrar en la atmósfera warholiana, para evaluar sus méritos y sus flaquezas. Encuentros y lecturas han alimentado el retrato de este hombre orquesta, a un tiempo ilustrador, pintor, fotógrafo, cineasta, autor (a falta de ser auténticamente escritor), creador de revistas y descubridor de talentos. O de cómo el hijo de unos pobres inmigrantes rutenos se convirtió en un artista venerado o despreciado: una polémica que fue interesante de estudiar, por cuanto, aún hoy, cuenta con tantos adoradores como detractores, y no deja a nadie indiferente. He aquí, pues, mi versión de Las muy ricas horas de Andy Warhol.

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Autor: Jean-Noël Liaut. Título: Andy Warhol. Editorial: Arpa. Venta: Todostuslibros

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elenaclasica
elenaclasica
2 años hace

Querido Sergio:

Qué belleza de estudio, más que por fijarme en las obras de Warhol, por volver a conmoverme con tus reflexiones en prosa poética. Una vez más, puro lirismo. Es una fiesta pensar que nos espera uno de tus artículos, una celebración del arte, un festín de poesía.
Varios de estos pensamientos me han dejado especialmente tocada: “nos enfrentamos a un vacío que nos seduce”, “lo viral… la alegría de una soledad común que parece camuflada”.
El efecto espejo de la propuesta de Warhol en nuestra sociedad actual, aleja el concepto de lo bello, del consabido acto de creación romántica y ¿enfrenta a lo siniestro? Tema muy querido, creo, por ti, maestro, como lo es por mí, encuentro el espíritu de lo siniestro campando a sus anchas, en las copias: lo viral, el consumismo, la fama, el dinero, la artificial belleza, la juventud… valores que no pueden distar más de serlo, pues su propia definición encierra la esencia de lo que no puede ser un valor seguro. Y se cuela el desamor…
El visionario poeta José Martí adelantó, quizás, estos conceptos sobre la deshumanización, sobre lo terrible de la misma en el arte, siempre unido al espíritu, así en “Amor de ciudad grande”:
“De gorja son y rapidez los tiempos
se ama de pie en las calles
entre el polvo de los salones y plazas
muere la flor el día en que nace.
Aquella virgen trémula
que antes a la muerte daba
la mano pura que ha ignorado mozo
el goce de temer.
Aquel salirse del pecho el corazón
el inefable placer de merecer
el grato susto de caminar
de prisa en derechura
del hogar de la amada
y a sus puertas
como un niño feliz romper en llanto
Y aquel mirar, de nuestro amor al fuego
Irse tiñendo de color las rosas.
¡Ea, que son patrañas! pues
¿Quién tiene tiempo de ser hidalgo?”

Por supuesto, ya que hablamos de Modernisno, cómo no recordar aquel cuento de Rubén Darío, “Verónica”, es decir la verdadera imagen:
“Fray Tomás de la Pasión era un espíritu perturbado por el demonio de la ciencia. Flaco, anguloso, nervioso, pálido, dividía sus horas del convento entre la oración, la disciplina y el laboratorio. Había estudiado las ciencias ocultas antiguas, nombraba con cierto énfasis, en las conversaciones del refectorio, a Paracelso y a Alberto el Grande, y admiraba a ese otro fraile Schwartz, que nos hizo el favor de mezclar el salitre con el azufre.
Por la ciencia había llegado hasta penetrar en ciertas iniciaciones astrológicas y quirománticas; ella le desviaba de la contemplación y del espíritu de la Escritura; en su alma estaba el mal de la curiosidad, la oración misma era olvidada con frecuencia, cuando algún experimento le mantenía caviloso y febril; llegó hasta pretender probar sus facultades de zahorí, y los efectos de la magia blanca. No había duda de que estaba en gran peligro su alma, a causa de su sed de saber y de su olvido de que la ciencia constituye sencillamente, en el principio, el arma de la Serpiente; en el fin, la esencial potencia del Anticristo.”
Y, sin embargo, Fray Tomás de la Pasión, indaga en el fondo y en el espíritu. Una rebeldía romántica que se aleja profundamente de las copias sin alma.
Y no puedo evitar pensar en lo que decías, Sergio, “se cuela el desamor”, sí, se cuela, y con él este profundo gesto irreverente que no deja de querer ser un acto romántico al enfrentarse al propio romanticismo.
Maestro, un privilegio una vez más. Mi respeto, admiración y cariño.

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