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Libre en el infinito - Eduardo Martínez Rico - Zenda
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Libres en el infinito

Yo sé que un día moriré y que todo lo anterior, todo esto, me parecerá un suspiro, quizá un sueño, un sueño que, como tal, sólo tendrá sentido en ese mismo momento, en el momento del final. Como el reloj que da la última campanada. Es el final de las buenas historias el que hace...

Escribo rápido, escribo despacio, vivo los días, uno a uno, como el que desgrana las arenas del desierto, las ondas del mar, con la sensación, sin embargo, de que todos son el mismo día, uno de perfiles difuminados que se va haciendo, paso a paso, que se va abriendo camino, un mismo día-río que parece interminable pero que yo sé que no lo es. Cada vez lo sé mejor.

Yo sé que un día moriré y que todo lo anterior, todo esto, me parecerá un suspiro, quizá un sueño, un sueño que, como tal, sólo tendrá sentido en ese mismo momento, en el momento del final. Como el reloj que da la última campanada. Es el final de las buenas historias el que hace que se comprenda el resto, el que les da una nueva y definitiva luz, el que las eleva a una categoría u otra, el que termina de formarlas. Lo más importante de una historia, a mi modo de ver, de leer, de escribir, es el principio y el final. El resto fluye un poco solo, un poco con independencia del que escribe, no así sin embargo del que lee. Ambos, lector y autor, despiertos o dormidos, se dejan arrullar, el uno por el otro.

Pero ahora no soy lector, sino escritor, es decir, lector de mí mismo, y escribo, sigo escribiendo, leyendo en mí, como ese mismo río. Escribo ni lento ni rápido, a mi ritmo, y al tuyo… tú que me lees sin saber muy bien por qué, otorgando así una oportunidad a mis palabras, a mi persona, a mis intuiciones e imaginaciones, a mi pasado y a mi futuro, a nuestro presente. La oportunidad me la das tú a mí, pero yo creo que también te la doy yo, y no pequeña, a ti. Una entrega.

Y tú lo haces porque sabes que dándome esta posibilidad te la das a ti mismo, que en el fondo somos un mismo corazón, sístole y diástole. Somos un mismo latido. Hoy yo escribo y tú lees; mañana acaso será al contrario, si es que la vida no es un continuo escribir y leer, ambas cosas al mismo tiempo. De cualquier modo todos somos vida, naturaleza, y a veces lo olvidamos: nos la damos unos a otros, también como una entrega, aunque a veces no lo parezca. Con nuestros gestos, con nuestras palabras, con nuestras acciones y ánimos.

"La literatura es la mejor preparación que conozco para la vida real"

Disculpa si alguna vez levanto un poco el tono. Trato de vivir con humildad, con seriedad, también con humor, cuando es necesario. Trato de vivir lo mejor que puedo y portarme con mis semejantes lo mejor de que soy capaz. Pero es difícil. Hacer esto siempre, siempre, es difícil.

En realidad procuro dejar volar mi imaginación para estimular la tuya, para que sueñes tú también, no con mi vida, ni siquiera con lo que imagino, sino con tus propios sueños, con tu propia vida. Para estimularte, para inquietarte, para devolverte algo importante.

La literatura es la mejor preparación que conozco para la vida real. Disculpa si hago estas distinciones, en las que por cierto no acabo de creer, no del todo. Lo que ocurre es que no somos conscientes de esa cualidad de la literatura, magnífica, grandiosa, aunque discreta, silenciosa: se nos escapa, se nos olvida… Lo que han escrito otros nos hace mejores y más fuertes, de una forma bien peculiar. Lo que escribimos nosotros, sin sospecharlo nosotros, ejerce o ejercerá un efecto similar en alguien, mañana. Quizá. Y si no, no pasará nada. No hace falta. Es indiferente. Porque la literatura está por encima de todo ello. Ese río del que hablaba antes, o uno muy parecido, seguirá fluyendo hermoso, más o menos caudaloso. Llenando de aire fresco y puro nuestra vida.

Pero sigo escribiendo. Poco o mucho. Y escribo como el que dibuja los días, coloreándolos después, tiempo después, como hacen los niños —los niños son artistas—, y no es mi retrato el que resulta, amigo, amiga, sino más bien el tuyo, el nuestro.

Escribo claro para ver claro, para que leas claro, para iluminarte, por qué no, para que te decidas a navegar conmigo en este pequeño barco que es mi pluma, una barquilla que se mueve por mi vida, ahora la tuya, con esperanza, pese a la vida, que es su madre —mi pluma—, madre de la vida, pero también su hija. Escribiendo creamos el mundo; leyendo también. Y nos creamos a nosotros mismos, que tal vez sea lo más importante, una auténtica necesidad.

"Cuando tus ojos recorren el papel, o la pantalla, descifrando mis signos, haciéndolos tuyos, ya son tuyos, o de los dos, muy nuestros, porque yo me he fundido contigo y tú conmigo"

Creo recordar, vagamente, que Lope de Vega, que tanto sabía de la vida y de la literatura, habló en un poema de cierta “barca” o “barquichuela”, metáfora del ser humano y de la existencia. Él era la “barca” y el mar era la vida, un mar… no fácil.

He escrito unas páginas, lector, que ya te pertenecen, tanto a ti como a mí, porque sólo, a mi juicio, lo que el escritor está escribiendo, lo que está en ese proceso que es la escritura, esa magia, o lo que guarda en sus cajones, le pertenece enteramente. Y es mucho más bonito, mucho mejor, compartir.

Cuando tus ojos recorren el papel, o la pantalla, descifrando mis signos, haciéndolos tuyos, ya son tuyos, o de los dos, muy nuestros, porque yo me he fundido contigo y tú conmigo. La palabra es una energía de grandísima potencia, y yo diría que todavía más la palabra escrita. Cuando uno ha soltado dicha energía, cuando ésta se desencadenado, algo así como la fuerza de un dios, uno no conoce hasta dónde puede llegar, alcanzar, sus consecuencias. Y sus futuras causas, las causas que se derivan de las consecuencias.

Escribo rápido, escribo despacio… ¿cómo explicarlo?, para conocerme, para conocerte a ti, que eres mucho más interesante que yo, porque no te conozco. Sé sin embargo que te pareces a mí, que nos parecemos, que somos semejantes. Gracias a ti aprendo a ser mejor, a escribir mejor, a vivir mejor. Y también a buscarte, en el papel y en la palabra, en el ordenador y en la pantalla. En la penumbra, en la oscuridad. En este baile que es mi mente y mi teclado.

Debo decir algo más. También escribo por placer, cotidianamente, y por necesidad, como el que come, como el que bebe. Como el que vive.

Empecé escribiendo despacio, a pluma, lector. Ahora escribo rápido, con el ordenador, como el río que corre y se remansa sin perder su fuerza. Como las aguas que aprenden a ser fuertes de tanto moverse y que algún día llegarán al mar, al océano, y allí serán libres… Libres como tú, como yo, en estos momentos, por obra de la literatura. Libres en el infinito.

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Eduardo Martínez Rico

Nació en Madrid en 1976. Se licenció en Filología Hispánica en 1999 por la Universidad Complutense de Madrid, y se doctoró en Filología, por la misma Universidad, en 2002. Es autor de 17 libros publicados, de novela, biografía y ensayo. Entre sus obras se pueden citar las novelas históricas Cid Campeador y Fernando el Católico. El destino del rey, su ensayo La guerra de las galaxias. El mito renovado y su biografía Pedro J. Tinta en las venas. Ha sido profesor del Instituto de Empresa y de la Universidad de Mayores del Colegio Oficial de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras de Madrid (Literatura Española).

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