Edu Galán: Hacer una entrevista a cuatro manos nunca es fácil, pero cuando se pone Alfonso J. Ussía al mando las cosas mejoran. Y si el de enfrente es Jorge Martínez, más. Le cedo la palabra a mi compañero y que dirija este sindiós.
Alfonso J. Ussía: De tarde en Madrid, la luz se funde alargada sobre las tejas de naranja bajo un cielo nublado que, sin embargo, se presta para hablar desde lo alto, bien arriba, en la azotea de un edificio de Huertas, porque cualquier techo es corto para Jorge Martínez, de Ilegales. Pronto anochece, mientras Edu Galán, Jorge Martínez y este que escribe comenzamos a charlar. Europa arde en guerra y aunque él nunca tuvo cresta, nadie ha tenido las agallas de arrebatarle el trono al rey del punk, al hidalgo eléctrico que no necesita de ninguna corona para gobernar desde su Palacio de Bolgues.
Jorge es un tipo duro, de roca y roble, afilado, de raíces profundas porque cuando sopla el viento lo aguarda ansioso con los dos puños cerrados. Tiene la mirada bien dentro, de quien ha visto de todo, pero no puede dejar de ser curiosa, como la de un niño travieso que busca el fondo de las cosas y que no teme quemarse.
Desde las viejas piedras de su casona atemporal y con el aura de esos antepasados guerreros, Jorge Martínez sigue bajando cada poco al infierno para dolerse y sacar punta a esos versos que ahora cantan sus canciones, y aunque no teme estar solo, sabe a qué huele el frío y el largo invierno de cuarenta años sobre focos, carreteras, derrapes y excesos. Retratado aquí por el maestro Jeosm, como el viejo hidalgo que habla con la naturaleza, como el mod que reina sobre el rock’n’roll, el tipo duro que dejó el palo de hockey por los soldados de plomo, el que prefiere pincharse, sangrar de tinta y no perderse nunca el sabor ácido del veneno en su propia boca. Porque si mata lo escupe.
Ya se sabe que si no le mola su careto, cambie de canal, señora, pero hoy hablamos para Zenda de su disco, de sus fobias y prosas. Y para celebrar estos cuarenta años de música, Ilegales publica La Lucha por la vida, se junta con Calamaro, Loquillo, Bunbury y un montón de artistas y se tira a la carretera para recorrer España y parte de Sudamérica.
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—AJU: «Europa ha muerto» es del 82. Ese tema escrito hace cuarenta años está hoy en boca, nunca mejor dicho, desde que Rusia ha invadido Ucrania y Europa azota su castigo expulsándoles de Eurovisión… ¿Quién sería ahora ese Heil Hitler!, esta semana que las balas vuelan en el viejo continente?
—Un «tovarich Putin» sería más acertado. Esto era previsible. Si estábamos metiendo los cañones al lado, en la frontera del ruso, que tiene el mismo complejo de imperio que tenía Catalina la Grande, que tenían los zares y Stalin, pues vamos, la postura mental de esta gente es que Ucrania es suya, un territorio de todas «las» Rusias. La salida a Sebastopol era cosa cantada que se iban a quedar con Crimea. Todo viene de largo, es una venganza lenta. En época de Gorbachov la gente, Europa en general, fue muy poco generosa con Rusia: se compraban como a retales todas las cosas, a bajo precio, todo lo que venía del desmantelamiento de la antigua Unión Soviética, y bueno, se han cabreado. Al final esa postura mental zarista imperialista les puede. El gran defecto de los líderes es “ser unos psicópatas”, en manos de una amalgama de clases sociales y de empresas, que se valen de esos psicópatas para alcanzar cosas que por sí mismos jamás se mancharían las manos para poder alcanzar. Lo bueno que tienen estos líderes es que son sustituibles. Se cambian. Pero así funciona desde el principio de la historia. Probablemente Calígula estuviera en manos de una buena manada de lobos, y Nerón, y lo mismo Felipe II por esas altas jerarquías eclesiásticas… Vamos, que siempre han existido esos hilos oscuros manejando el pastel.
—AJU: ¿Y qué hilos utiliza para confeccionar canciones después de cuarenta años?
—Creo que he abandonado la canción telegrama: dos frases que repites en medio de ese estruendo del sistema de sonido sobre amplificado. Eso lo he cambiado por un discurso más elaborado, y aunque jamás Ilegales hicimos poesía pura, sí que hubo cosas de escritura automática. Compongo por la mañana, por las tardes y por las noches, incluso tengo ideas mientras duermo que luego quiero llevarlas al papel y, mierda, seguro que a ti te ha pasado, y a veces no consigo despertarme del todo y quiero encender la luz y se me escapan mientras lo intento… Lo que tengo claro es que con las canciones hay que ser diligente: una vez vienen, a la hora que llegan es cuando hay que ponerse con ellas. No dejarlas marchar. Ahí, al cuello con ellas. Aun así algunas canciones he tardado hasta veintiocho años en terminarlas, descubres que has olvidado frases, como si el flujo del pensamiento se cortara. Está todo ahí, sabes que están ahí, pero te faltan algunas palabras y frases, y hasta que no les das la forma que necesitan o encuentras el acorde de paso que te falta no las acabas. Algunas canciones te llevan mucho tiempo.
—EG: ¿Lo hacías igual antes? Cuéntenos, por ejemplo, cómo hizo «Ángel exterminador», ahora que estamos en tiempos de guerra.
—Esa canción la escribí en 1978. Recuerdo que andaba por Gijón, y ahí estaba con la guitarra, y de pronto comenzaron a salir de golpe todas las frases. Me paré, las escribí, llamé a los chicos del grupo, que en ese momento nos llamábamos Los Metálicos, y la grabamos del tirón. Hicimos una versión, quizá un poco saltarina todavía, con mi hermano al bajo, que por cierto hizo un trabajo muy bueno, y eso que era casi un niño el tío. Pero esa versión le quitaba solemnidad, le robaba fuerza al mensaje. Por eso la recuperé en 1988, pero me centré demasiado en el mensaje y le metí demasiada carga solemne, en cambio. Llegó incluso a ser agónica esa versión. Es de las pocas canciones que no son nuevas que se incluyen en este disco, y entonces fue cuando llegó Bunbury y me dijo: «Joder, tío, yo hago ésta. Elijo ésta sin duda». Entonces yo le contesté: «Dale, pero vamos a darle el tempo justo que se merece, como hizo John Lennon con «Help», que era mucho más lenta». Y entonces metimos mano al tempo, más caña, más rápido, vamos a elevarla bien de tempo… Pero todo ese lirismo del saxo era muy difícil. Cuidado, que esto fue hace un año y estábamos ya en un momento prebélico. Le mandamos el playback y Enrique, el tío, me sorprendió y la cantó ahí tan arriba. Sube mucho más de lo que parece, lo hizo increíble, y en dos horas la dejamos hecha. Metimos los teclados sintéticos y fuera, ya estaba redonda. Con una partitura muy simple conseguimos que no quedara igual ninguna de las pistas. Las dispusimos en distintas partes del panorama musical y dejamos un clima así prebélico maravilloso gracias a la mezcla digital.
—EG: En el disco aparecen «Estrella venenosa» y «La niña voodoo», de Los Magníficos. ¿Echa de menos esa formación?
—Mucho, estaba muy bien, y joder, «Estrella venenosa» fue un ejercicio de verdad difícil. Coger la canción, que estaba compuesta en 3/4 y pasarla a 4/4… Mira, dije: «No sólo la vamos a pasar a 4/4 sino que además la vamos cambiar de tono y a meter un ritmo andino», y la verdad es que todos se quedaron un poco «¿así de bien suena?», y entonces dije: «Le voy a meter una guitarra espagueti». Y todos: «¡Pero cómo le vas a meter una guitarra espagueti?». Y yo: «¡Cómo ésta! Y después la voy a cantar ahí arriba». Y me decían: «¡Estás loco, ahí arriba no llegas!». Y yo: «¿Que no puedo?». Y todos en la banda: «¡Que está muy alta, que no llegas!». Y yo: «¿Qué no llego?». Mira, la hice dos veces arriba con un par de gallos y a la tercera, a rodar, tío: la clavé. Y todos me decían: «Jorge, está muy bien, tío». Entonces les dije: «¿Que está muy bien? ¡Pues vuestra parte es una puta mierda, así que a ponerse la pila todo el mundo, coño!» (nos reímos). Al final la clavamos. Es una canción hedonista que tiene su propia vida. Es un discurso punk que estaba dentro de un vals, pero que ahora vive en una canción andina.
Y del siguiente disco escogimos «La niña voodoo», que es una obra maestra. Había conocido a Cucho Parisi en el Vive Latino del D. F. en México. Me hace una entrevista de otro planeta, el loco, contestaba raro a todo, entendía como preguntas las respuestas que yo le daba y me contestaba. Hubo un momento muy punk en el que no se sabía si él era el entrevistador o el entrevistado, y entonces llegó un momento en el que le dije: «Oye, espera, espera. ¿Tú qué tomas, tío? ¡Para un poco, chico!». Y nada, me pareció muy simpático, y al final el tío aportó ahí un montón. Cucho es un tipo que tiene una locura maravillosa y conseguimos una versión muy interesante de «La niña voodoo». Grabó Willy luego una línea muy, muy interesante de bajo, muy bien tocada. Es un tío muy eficiente, el cabrón. Eso sí, volviéndome loco y cambiando las cosas todos los días. Y le tengo que parar al final porque mientras yo hago el resto, madre mía, se lían a cambiarme partes y les tengo que meter en vereda.
—AJU: Cela escribía a mano porque decía que estaba más en contacto con la palabra, como si fuese una prolongación de sus manos y pensamiento. Las suyas siempre han sido las cuerdas de una guitarra, confundiéndose dónde empezaban unas y dónde seguían las otras…
—Las guitarras antiguas que uso llevan su propio fantasma dentro, como que te quieren llevar en determinada dirección. Hay que librarse de la maldición de los instrumentos. Mira, hay algo maligno en ellos, pero de verdad, tienen su propio espíritu y fuerza, su ergonomía te limita. Pasa como al escribir. Si utilizas una máquina de escribir o un ordenador, el impulso te limita en la línea del pensamiento. Por eso yo utilizo una estilográfica: es mi pluma, mi estilográfica. Y también un papel que deslice bien para poder usarla. Eso permite que el flujo dure más. A veces escribo mentalmente y después voy cantando por la calle a voz en grito muy tranquilamente, así a mi bola. Camino al ritmo que imponen mis pasos y el tempo de la canción, que como generalmente es rock and roll, me hace andar de una manera rápida, incluso muy alocada. Eso hace que la gente se aparte y mi tráfico de calle sea muy fluido. No llegas nunca tarde y la gente se quita de tu camino cuando ve mi aspecto y me ve cantando solo y llenando de ritmo las aceras. Pura fluidez, macho, pero funciona de narices para llegar puntual a los sitios.
—AJU: ¿Y toda esa fluidez viene de lo que mama al escuchar música? ¿Qué ingredientes necesita una canción?
—De todo. Mira, el hecho cultural es fagocitar y robar a los anteriores y después combinarlas de la mejor manera. Es lo bueno que tiene nuestra posición en la historia. Tenemos muchas décadas de donde sustraer cosas. También he podido comprobar frases que he escrito en poetas posteriores y dices: «Joder, ¿habremos leído las mismas referencias, las mismas cosas?». ¿Las mil y una noches? Es curioso cómo te das cuenta de tener las mismas referencias y llegar a sitios similares. También me parece demasiado pedante, por ejemplo, cómo la Sociedad General de Autores dice eso de «creadores». ¿Pero cómo que creadores? Esto pasa con la música, con la literatura, con la pintura, con todo. Se trata de coger lo de otros y hacerlo de otra forma. Creo que no hay nada más pedante que un «autor creador». Se puede tomar cosas de todo, y yo tengo tantas influencias que no sería justo decir a uno sólo.
—AJU: ¿Qué le asusta a Jorge Martinez, dónde baja a por la prosa más cruda?
—“Aquel jardín donde tanto hemos jugado”… Las secretas frutas venenosas puede ser metafórico pero también es real, pero es verdad que la naturaleza es, con frecuencia, donde los jardines salvajes tienen una vegetación agresiva y molesta, y eso me agobia y acojona. Hay zonas en el pensamiento, algunos sitios que son muy peligrosos de visitar, e incluso hay gente que nunca vuelve de ellos, porque, ya sabes, son jodidos y cuesta visitarlos. A mí no me hacen daño, al revés, puedo ir ahí, robar las mejores ideas y después proyectarlas a los demás en forma de canciones. “Algunas son trepadoras asesinas”, por ejemplo, es una canción empezada y terminada en aquel jardín doloroso. Las canciones de Ilegales son premonitorias, ¿sabes? Es muy fuerte, como si supiese lo que iba a ocurrir, y zas, justo después pasa y me doy cuenta de que lo escribí porque iba a pasar así, como si algo me lo dictase, y luego ocurre todo lo que propone la canción. Es tan poderosa ese arma cuando la consigues utilizar…
—AJU: ¿Por eso se refugia en soldados de plomo?
—Mira, en Bolgues y Gijón, los congeladores los uso para los moldes ingleses de los soldados de plomo, que los hago yo y los pinto a mano y todo. En 1860 los ingleses inventaron por fin el molde hueco. Hasta entonces los moldes que se vendían eran de procedencia alemana, del siglo XVIII y XIX, pero eran muy malos, de los que se doblaban y tal las puntas. Luego llegan los nazis a Francia y se apoderan de obras de arte y de un montón de cosas, y entre ellas algunos moldes originales de estas fábricas de Napoleón. Por eso he ido consiguiendo de todas partes los franceses, los alemanes, pero los mejores siempre serán los ingleses. Cómo dominan la aleación y tal de los metales, crean los mejores moldes del mundo, perfectos. Yo esos los relleno y creo mis soldados, mi ejército que, junto a mis guitarras, son los objetos más preciados que tengo. Una pasión.
—AJU: Conozco alguna joya suya, como la Vega acústica de 1938. ¿Y sus primeras composiciones, cuáles fueron esas primeras canciones?
—Jugaba mucho a los indios y vaqueros cuando era niño. Nos tirábamos al suelo y yo les hacía la banda sonora. Les iba haciendo la música mientras mi madre al lado hacía punto, y entonces claro, yo de pronto, soltaba algún: «Tú, suelta el dinero, o te pego un tiro en todos los cojones, vaquero! (con voz de vaquero), y mi madre al lado pegaba un grito: «¿Cómo que los cojo…?». Pobre mujer. Pero sí es verdad que hacía música mientras jugaba a todas esas batallas y primeros momentos de creatividad infantil, así mezclando ruidos de acción con melodías muy sencillas pero que le daban ritmo a mis juegos.
—EG: Como ese instrumental que tenía en el disco de Los Magníficos, «El guateque del hombre lobo».
—Sí, ese era espagueti tequila. Pues eso va en la onda de las canciones que componía al principio. Creo que estas cosas ya las hacía con cuatro o cinco años. Al principio eran canciones marcianas, como cuando era de noche y salía la luna y yo estaba convencido de que ahí pasaba algo. Algunos de mis juguetes marcianos eran dorados, otros plateados, otros como verde o granate brillante así en el pecho, y les ponía a todos su casco. Yo pensaba que todos los marcianos vivían en la Luna. Encima había torres espaciales y todo. Me disfrazaba como ellos yo también y hubo un día que de tan bien lo hice casi me ahogo. Me puse una bolsa de galletas en la cabeza, con una lana debajo del casco y casi me quedo sin aire. Mira, me entró tal agobio… Comencé a ahogarme, no podía respirar, así que cuando pude quitármelo y coger aire salí escopetado corriendo a quitarle el casco a todos los juguetes marcianos para que pudieran respirar como yo. Me entró una angustia por ellos… Luego ya llegó el punk, cuando yo tenía cinco o seis años. Mi hermana por aquel entonces era muy molesta y me decían: «Juega con tu hermana». Y yo les contestaba que prefería ir a acechar al demonio. Entonces ahí empezó el punk, porque comencé a hacerle canciones maliciosas y ofensivas a mi hermana.
En esa época había unas escopetas de dos cañones de corcho y le podías meter piedras o lo que fuera. Yo estaba convencido que el demonio estaba por ahí, porque me escondía detrás del paragüero y me imaginaba que estaba en mi casa. Y le hacía unas esperas que te mueres. Recuerdo que me había dado muy buenos resultados con una practicante, Isabel se llamaba, la practicante de Avilés, que tenía una Vespa roja y todos los niños decíamos que era roja porque estaba pintada con sangre de niños. La odiábamos todos en Avilés. Luego vino al entierro de mi madre, pobre Isabel. Pero vamos, en esa época estaba obsesionado con el demonio y conseguí buenísimos resultados de puntería, gracias a mi hermana y a la practicante de Avilés.
—AJU: ¿Pero usted cree en Dios?
—Creo en Dios en cuanto a su influencia en la historia, no en cuanto a su existencia. Sí, y mucho en su influencia en la historia, de veras. Creo que en su nombre se han provocado guerras, se ha dado dividendos a mucha gente, nos ha proporcionado arte, arquitectura, música, y cómo no, consuelo, ayudas, etc, etc. Lo mismo pasa con los demonios. Hay una canción que dice: «¿de qué está hecho el demonio?, ¿y cuánto dura?». El demonio está hecho de superstición y está hecho de lo mismo que un Dios. Pero hace necesario a un intermediario, a un enlace que intermedie entre un Dios que puede arreglarte esas cosas y el demonio que sustenta la estructura de poder de los sacerdotes. Y muchas veces más que un Dios, porque antes Dios era más vengativo. Joder, el Antiguo testamento es un libro cojonudo. El otro día escuchaba cómo le reprochaba a Salomón. Son leyendas pero me gustaba mucho más el carácter del Dios antiguo. Mucho mejor que el del Nuevo testamento. Ahí prefiero al demonio.
—AJU: Y hablando de testamentos, después de cuarenta años de música, ¿de qué disco está más orgulloso, del viejo o del nuevo testamento?
—La verdad es que de éste último, pero tengo mucha suerte porque no me arrepiento de ningún disco mío. Soy un tipo muy exigente en la grabación y eso me ha permitido que no quepa arrepentirme de nada grabado en el pasado. Pero este es el primero en el que colaboro con tantos buenos compañeros, y estoy de verdad satisfecho con el resultado que hemos obtenido, tanto de sonido como de grabación, y en resultado final de las canciones. Aunque bien es cierto que no hay una sola canción mía de la que no me sienta orgulloso. Es mi legado.
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