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Landru: Un asesino sin cadáveres (I) - Zenda
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Landru: Un asesino sin cadáveres (I)

Lo que comenzó siendo un asunto de malversación de fondos implicando a más de veinte demandantes se convirtió, durante más de diez años, en un caso de desapariciones que resultaron crueles asesinatos, descubierto gracias a la pericia y perseverancia del inspector de la I Brigada Móvil Jules Belin y sus compañeros, aunque no fue nada...

Mañana, 25 de febrero de 2022, se cumplirán exactamente cien años desde que la hoja de la guillotina situada frente a la prisión de Versalles cayó sobre el cuello del primer asesino en serie de Francia, aquel cuyas identidades durante los años 1915 a 1919 fueron Fremyet, Cuchet o Dupont, entre otras. Su verdugo, Anatolie Deibler, ejecutó su labor después de un juicio que duró veinte días, un teatro mediático para la época reproducido a todo color por los diarios parisinos.

Lo que comenzó siendo un asunto de malversación de fondos implicando a más de veinte demandantes se convirtió, durante más de diez años, en un caso de desapariciones que resultaron crueles asesinatos, descubierto gracias a la pericia y perseverancia del inspector de la I Brigada Móvil Jules Belin y sus compañeros, aunque no fue nada fácil. Junto a la complicación del caso por la situación política de aquellos años, se unió la sorna a la que tuvo que enfrentarse el inspector, pues nadie en toda la brigada creía en su corazonada: varias desapariciones de mujeres producidas entre los años 1915 y 1919 tenían al mismo protagonista que ciertos expedientes de casos de fraude: un tipo bajito, de metro sesenta y cabeza calva, ojos profundos y fríos, barba extensa y poblada y aires de grandeza. Este individuo de mil caras, identidades y direcciones postales tuvo en jaque a Belin, convencido de ser todos uno y el responsable de no solo hacer desaparecer a esas diez mujeres y un niño, sino de haberlos asesinado de forma despiadada. Sin embargo, para entender la magnitud de estos crímenes, que sorprendieron a toda Francia, debemos remontarnos mucho tiempo atrás.

"Landru ya creció en un ambiente totalmente corrupto cuya leyenda ha llegado a nuestros días ofreciendo un discurso distorsionado: La Belle Époque"

Gracias al dossier completo de la investigación policial publicado con motivo de la exposición titulada «Landru 6H10 Temps Claire» y celebrada en el Museo de las Letras y Manuscritos de París, he podido reconstruir este caso y mostrar toda su cruda realidad, pues mucho se ha escrito en Internet y publicado en libros sobre Landru, y poco de lo que se dice es cierto.

Landru disfrutó de veinte años de la más absoluta impunidad (1893 a 1919) provocada en última instancia por el desastre organizativo de todos los servicios estatales franceses, con motivo de la primera guerra mundial (o la Gran Guerra, como se llamó en la época). Sin embargo, Landru ya creció en un ambiente totalmente corrupto cuya leyenda ha llegado a nuestros días ofreciendo un discurso distorsionado: La Belle Époque. En este ambiente de positivismo desenfrenado y despreocupación por el futuro, Landru tuvo como referente una sociedad desinhibida y llena de escándalos económicos, admiró a las peores personalidades que podrían existir y se le mostró un camino fácil para conseguir el éxito, permitiendo escapar de la policía y de la justicia de forma continuada.

¿Cómo lo hizo?

Ya sabemos que Landru asesinó a diez mujeres y un niño, pero ¿cómo lo hizo? Al no haberse encontrado los cadáveres al completo para poder ser identificados, el funcionario de la I Brigada Móvil aplicó un razonamiento lógico basado en la observación. Tanto en el domicilio de la calle Rochechouart donde arrestaron a Landru como en la casa de Gambais, donde presumiblemente asesinó a la mayoría de sus víctimas, Belin encontró trozos de cuerda pegajosa y dedujo que primero las estrangulaba. En el sótano de la casa, sobre una losa de cemento, observó manchas pequeñas que los peritos confirmaron eran de sangre, por lo que una vez asfixiadas, Landru las arrastraría al sótano para descuartizarlas. El asesino sabía que debía deshacerse del cráneo y las manos para no dejar posibilidad de identificación, así que gracias a la cocina que compró poco después de alquilar la vivienda, Landru debió de incinerar esas partes del cuerpo. Las evidencias forenses mostraron restos humanos entre las cenizas. Durante las pesquisas del equipo de Belin se hallaron en la casa de Gambais cuatro kilos y ciento setenta y seis gramos de fragmentos de huesos humanos, cuarenta y siete dientes, tres cráneos, seis manos y cinco pies. Los peritos de la investigación observaron ciento ochenta y siete fragmentos con golpes de hacha y por las anotaciones de Landru se supo que compró, además, varias sierras en las fechas coincidentes con desapariciones.

La investigación

¿Anotaciones de Landru? La investigación del inspector Belin comenzó en 1919 y tuvo dos fases: la primera, que consistió en el seguimiento de su intuición cuando varios expedientes de mujeres desaparecidas fueron enviados desde el juzgado de Mantes a la I Brigada Móvil, donde Belin trabajaba. Junto a ellos, llegaron más denuncias de desaparición de los mismos familiares: de la señora Buisson y la señora Collomb, en forma de cartas enviadas al alcalde de un pequeño pueblo situado al oeste de París llamado Gambais. Estas denuncias fueron investigadas inicialmente por el guardia rural Adams, pero éste no encontró pista alguna que le condujera a Landru, aunque como Belin pudo comprobar más tarde, ese tipo ya había llamado la atención por ser un vecino huraño y escurridizo que vivía siempre con todas las persianas bajadas y las puertas cerradas con candado. La segunda fase de la investigación de Belin fue haber encontrado el cuaderno de notas de Landru, pero para eso tendremos que esperar un poco más.

Los inspectores Riboulet y Braumberger, compañeros de Jules Belin, examinaron estos expedientes en detalle durante días, provocando momentos de auténtica ira en su jefe, Belin, al observar la parsimonia con la que los jueces y gendarmes habían actuando con estas desapariciones. Tanto es así que un día leyó un telegrama fechado el 4 de abril de 1919:

“Telegrama oficial: comandante de la gendarmería de Houdan al fiscal de Mantes. El 4/4/1919. Persona sospechosa de secuestro de 3 mujeres en Gambais, caso actas nº 49 y 53 Pellat Moreau Buisson habiendo dicho que Dupont se encuentra actualmente en Gambais. Sírvase responder telegráficamente y dar instrucciones al respecto. ¿Se puede interrogar al supuesto Dupont o hay orden judicial? […]”

Y sintió tanta impotencia e ira que agarró una silla y la lanzó a través de una ventana, yendo a caer sobre la cabeza del comisario Faiure. Belin y su equipo se enfrentaban con el frustrante hecho de que tanto la familia de la señora Buisson como de la señora Collomb habían enviado informes entre el 11 y el 13 de marzo de 1919 al mismo fiscal de Mantes sin que nadie les hiciera caso. Por suerte, el magistrado encargado de la investigación la derivó a la I Brigada Móvil.

En sus pesquisas sobre Villa Tric, nombre de la casa de Gambais, Belin averiguó que el tal Dupont residía allí de alquiler y encontró direcciones postales en París con el mismo nombre, por lo que los asoció al instante con la misma persona. Además, las descripciones de los vecinos de Villa Tric y los familiares de las señoras Buisson y Collomb coincidían: todos hablaban de un tipo bajito, de calva limpia y barba tupida, negra como sus ojos hundidos y manos finas y blancas. Belin pensó pasarse por allí para interrogar a Dupont, pero algo le decía que el hilo definitivo a seguir le sería mostrado en breve, pues hasta entonces no tenía más que conjeturas y callejones sin salida. Y así ocurrió en abril de 1919, cuando una hermana de la señora Lacoste, otra desaparecida, lo llamó por teléfono para decirle que había visto a Freymet en una tienda de porcelanas, de nombre “El león de loza”. ¿Freymet? Se preguntaría Belin, pero al escuchar la descripción exacta se acordó de Dupont y acudió de inmediato al establecimiento para averiguar la dirección de ese tal Freymet.

Una vez allí, la encontró cerrada y le preguntó al portero dónde podría localizar al dueño. Este le indicó la dirección y Belin corrió hasta su domicilio, interrumpiendo la cena del comerciante quien, de buena gana, lo dejó todo para abrir de nuevo la tienda y buscar los datos del individuo que se había gastado unos 300 francos en encargar una vajilla de mesa, acompañado de una mujer del brazo. Al encontrarlo, el tendero escribió en una nota el nombre y apellidos del sospechoso:

Belin no salía de su asombro al ver una tercera identidad adoptada por aquel escurridizo asesino, del cual no sabía aún su nombre real. Sin dudarlo, acudió a la dirección ofrecida y la portera del edificio le comunicó que conocía al tal Guillet, pero que estaba fuera con una muchacha y que volvería en una semana, tiempo que aprovechó Belin para visitar Gambais y hablar con los vecinos. Allí todos le contaron detalles interesantes del extraño inquilino de Villa Tric. Pero el tiempo apremiaba y no tenía ni un segundo que perder, así que, sabiendo de los comportamientos extraños de aquel tipo, regresó a París y se parapetó frente al número 76 de la calle Rochechouart, pasando la noche en vela a temperaturas muy bajas que le entumecieron las manos hasta que vio luz a través de las persianas del primer piso, donde vivía el señor Guillet, y decidió trazar un plan junto a la portera que después compartió con sus compañeros.

Sin embargo, al proponer el arresto, Belin volvió a enfrentarse con la falta de confianza de la brigada, incluyendo al comisario, que con sorna bromeó diciéndole: “Belin, sobre todo, agárrese fuerte a este asunto del siglo, no lo deje escapar”. Pero Belin, aguantando la humillación, le hizo caso y no dejó que Landru se escabullese de nuevo. Para ello, el 12 de abril de 1919 Belin y su equipo acudieron al domicilio de Landru y le arrestaron con dificultad, pues éste se resistió al principio sin admitir su verdadera identidad. Durante el arresto, los inspectores tuvieron que esperar que Landru se calmase, vistiese y despidiese de su amante, pues lo sorprendieron recién comenzada la noche. Al salir de allí, uno de los gendarmes encontró un papel arrugado en el suelo y sin pensarlo lo agarró y se lo llevó a comisaría. Ya en dependencias policiales y durante el registro de los bolsillos del abrigo de Landru, encontraron un cuaderno de notas. Al desplegar el papel arrugado, observaron con asombro que estaba escrito a mano el siguiente nombre: Henri Désiré Landru.

Y comenzó la segunda fase de la investigación.

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David de la Torre

David de la Torre comenzó a escribir en el año 2014, coincidiendo con la asistencia a su primer curso de relatos policiacos, impartido por Silvia Adela Kohan. Desde entonces ha continuado su formación en la literatura de la mano de escritores como Ana Bolox y Susana Hernández o correctores como Nestor Belda, obteniendo muy buenas referencias. En la actualidad es estudiante de Criminología y ha publicado cinco novelas en diferentes editoriales tradicionales, que engloban el género negro, policiaco y thriller. Ha participado en festivales literarios cómo Getafe Negro (2015) y Guadalajara en Negro (2018) así como firmando ejemplares de sus relatos en la Feria del Libro de Madrid (2016) y novelas en la Feria del Libro de Lisboa (2017). Ha colaborado escribiendo relatos para las revistas Fiat Lux, Solo Novela Negra (donde ganó el premio a uno de los relatos más leído entre otros diez) y en Moon Magazine donde diseña portadas para artículos y reseñas en la actualidad.

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