“Están los que creen que el milagro es algo que llega inesperada y arbitrariamente y están aquellos que lo construyen día a día, casi de manera artesanal…”, dice la sinopsis que la autora de esta obra teatral eligió para tentar al espectador. Es el tema que sobrevuela el rato que dura la pieza, La Pilarcita, de María Marull. Rosarina ella. Hermana gemela de Paula, con quien comparte el oficio, el vicio bendito, la pasión, el karma, la chifladura inefable de escribir, dirigir, producir, actuar en el under porteño. Hasta hace unos años no había escuchado de ellas, trombas de producción, de creatividad, y de un día para el otro no dejé de ver obras de las Marull en los teatros de Buenos Aires. Con tan poco logran hacernos pasar de todo, y ya lo había vivido en Hidalgo, obra en la que María dirige y Paula actúa, pero ahora, de nuevo, efectividad por todas partes. La Pilarcita emociona, hace reír a carcajadas, no carretea… Al menos a mí me tuvo agarrada de las pestañas hasta que terminó. Y encima textos orgánicos, inteligentes, poéticos, de esos que te dejan pensando. ¡La puta que vale la pena estar vivo!, exclamaría don Alterio.
La Pilarcita lleva ocho temporadas en cartel. Solamente pararon, como todo el mundo, durante la pandemia, o para irse a algún festival, que se han ido a unos cuantos. Historia simple, escenografía austera, la justa y necesaria, tres actrices y un guitarrero que se nota se divierten, gustan de navegar los textos que salen como por un tubo. Todo sucede en un pueblecito del norte de nuestro país, en donde el calor y la humedad son rancios protagonistas, se celebra una suerte de procesión a la santa Pilarcita, hay comparsa, festival, festejos guitarreros, comidas típicas, etc, y el que le ofrenda una muñequita quizá consigue un milagro. Para eso se llega Selva desde la ciudad de Santa Fe con el marido maltrecho, en busca de un milagro que le salve la vida. Allí se vincula con Celina, la dueña de la pensión humilde y con Celeste, la empleada que se ocupa de manejarla. Entre diálogo trivial y diálogo trivial aparecen temas pensantes, filosóficos, si se quiere, como quien no quiere la cosa. Para Celeste la desgracia no es lo que dice la RAE, la situación de quien sufre un suceso doloroso, infelicidad, mala suerte, para Celeste la desgracia es aquello que nos duele, que nos hace infelices pero pudiéndolo cambiar no hacemos nada. Se refiere a haber nacido en ese pueblucho de mala muerte del que se quiere ir, al igual que Celina. ¿Quién más que uno mismo decide qué hacer con su vida? Más allá de lo que te haya tocado en suerte, más allá de lo que queramos creer, la manija la tiene uno, siempre, como estas dos muchachas, como el guitarrero, que la luchan contra viento y marea para lograr lo que quieren, aunque la vida no se las haya puesto nada fácil.
Y lo mismo hizo María, que pocos saben es la mujer de Szifrón, un director y guionista de cine bien groso, autor de Relatos salvajes, que fue candidata al Oscar como mejor película extranjera, y de muchísimos éxitos (calidad y merecido reconocimiento). Pero María es ella, no la mujer de él, que bien podría haberlo sido, según la teoría de algunas feministas que insisten con que el patriarcado en Occidente sigue en pie. María aprovechó lo que la vida le dio, lo que aquellas verdaderas luchadoras de principios del siglo pasado fueron logrando en medio de un sistema, de una cultura que sí creía todavía, erróneamente, que las mujeres daban para pocas cosas. María aprovechó haber nacido en una época en que las mujeres también pueden ir por lo que quieren, destacarse, ser reconocidas. Produce teatro del bueno, tiene dos niñas, está en pareja hace décadas, esto que muchas feministas aborrecen porque lo sienten como una imposición, como una obligación: el marido y los chicos. La autora combina esto último con lo que le gusta hacer. Fue por ello, al igual que sus personajes, se construyó la vida que quiso.
*La Pilarcita está todos los viernes en El Camarín de las Musas.
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