Continúa la crónica que narra el nacimiento de España en 1837 como una pequeña nación, constituida por los viejos reinos de la Península Ibérica —menos Portugal— y las islas adyacentes de Baleares y Canarias. Nace superando su adscripción a un espacio geográfico, en medio de un profundo conflicto ideológico y con graves problemas heredados de una gestión imperial que había sido devastadora para sus recursos y estructura social, pero con una serie de territorios dependientes en Ultramar (Cuba, Filipinas, Puerto Rico…), que, por primera vez, son considerados colonias. Las siguientes escenas reflejan el principio del colapso de la Monarquía Católica, ese enorme poder supranacional asombrosamente estable durante casi trescientos años del que España formaba parte, cuya crisis y hundimiento se inició en 1808 con la invasión napoleónica.
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1808 (5 de abril)
Una cena en la embajada
El general Savary, embajador especial de Napoléon en la corte de Madrid, no puede contener la carcajada cuando Joaquín Murat, gran duque de Berg, glosa a los postres el contenido de las últimas cartas de la vieja reina María Luisa. Es dama de gran sensibilidad, dice al final, para cuyo solaz no bastan las atenciones de un rey y un valido a horario completo, sino que precisa la colaboración frecuente de lo más granado de la Guardia de palacio. Pero dígame, embajador, ¿qué piensa hacer el emperador? Llevo en Madrid un par de semanas con más de sesenta mil hombres y el gobierno de la Corona ni se extraña ni se pronuncia. ¿Cuál es el siguiente paso? Al emperador no se le escapa que Carlos es imbécil y Fernando estúpido y mezquino, responde Savary. Desea que partan los dos cuanto antes a la frontera para liquidar el asunto como mejor convenga, y mientras tanto, que no se dé trato de rey a ninguno de los dos: al uno por haber abdicado presuntamente, y al otro por haber ceñido la Corona tras un tumulto y bajo coacción al viejo rey. ¿Cree usted que lo harán? ¿Partirán a la frontera? Lo harán, ya lo creo que lo harán. Ambos correrán hacia el amo con un palo en la boca mendigando una caricia.
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1808 (1 de mayo)
Sainete en Bayona
Don Juan de Escoiquiz, maestro y confesor de Fernando VII, se mira desolado la punta de los zapatos. ¿Cómo es que nadie nos avisó de esto? Napoleón ha reunido en Bayona tres cabezas y una corona y juega al trile con ellas. Fernando sostiene que la abdicación de su padre fue libre y voluntaria, porque estaba cansado de gobernar y anhelaba una tranquilidad que el mal estado de su salud le hacía indispensable. Carlos dice que su hijo le ha arrebatado la Corona valiéndose del miedo y la fuerza, exige su renuncia y amenaza con tratarlo como a un emigrado. José Bonaparte espera en otro palacio con la vista fija al mediodía. Fernando insiste en su buena fe, su padre le acusa de homicida y la reina María Luisa pide para él la horca; nunca se ha visto madre tan generosa y abnegada. Menos mal que entre tanto despropósito el gobierno de la Monarquía ha quedado en buenas manos. En ausencia del rey, el infante don Antonio ha emprendido en Madrid reformas de calado: en adelante, todos los oficios han de ir encabezados por una cruz, y los sellos que los cierran deben ser rojos y cuadrados, y no blancos y redondos como es habitual, para no imitar la sagrada forma. No satisfecho con eso, ha prohibido a las comediantas los corpiños levantados y al pueblo el uso de instrumentos de mal sonido, como sonajas, silbatos y gaitas.
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Próxima publicación: 1808 (2 de Mayo) «¡Oh! ¡Es el pueblo! ¡Es el pueblo!» y 1808 (6 de mayo) A las cinco de la tarde.
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Autor: Alfonso Mateo-Sagasta. Título: Nación: La caída de la Monarquía Católica. Crónica de 1808-1837. Ilustraciones: Emilia. Editorial: Reino de Cordelia. Venta: a partir del 4 de abril de 2022.
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