Jorge García Prieto es un poeta, artesano y promotor cultural nacido en La Habana, Cuba, en 1979. Algunos de sus textos han sido difundidos en antologías, festivales y programas radiales de Cuba, México, Chile, España, El Salvador, Italia y Estados Unidos. Ha ganado los premios de poesía Manuel Cofiño 2007, segundo lugar en el Concurso Nacional de Poesía Rafaela Chacón Nardi 2007, y el Premio Nacional de Décima Francisco Riverón Hernández 2017. Ha publicado los libros Poemas subsidiados (La pereza, USA, 2013), Errático animal (Montecallado, Cuba,2018) y El lado sano de la lágrima (Ediciones Laponia, USA, 2019).
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Hoy mi hijo ha borrado todos mis poemas
y una ráfaga de viento me destechó los párpados, y no pude mirar hacia atrás ni hacia delante, los ojos fijos y violados como un vidrio, ojos sin paz donde alisar un picnic, el mantel de cuadros, la hierba con sus voces… y me senté, como quién después de naufragar con una tabla y un jirón de piel se inventa un amuleto, y alcé a media asta las dos manos como una marioneta para que el viento las cortara y así cayeran, mudas, como quien después de naufragar comprende que todas las mañanas la aurora se diluye y cabe en todos.
Que tu cabeza se abra en dos hijito mío, que tu cabeza sangre hasta que no te queden lágrimas. Esto es amor de padre que cosió sus párpados para que vislumbraras el mundo, que se quedó en muñones para que no te fuera ajeno el acordeón, que se tomó un puñado de somníferos a la salud de tus sueños. Restriega mi cuerpo con una goma de borrar.
Soy el hereje,
el del semen culpable,
el que escogió vivir sin lengua.
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Hoy la cabeza de mi hijo sangró.
Se ha tatuado en la cabeza
un círculo más grande que su encéfalo.
En tinta roja
el círculo encierra la primera vocal
papá -me dijo un día arrastrándola dos veces
y dos veces tuve corazón esa mañana-
anarquía, balbucea, anarquía…
Está predestinado a repetir esta vocal.
A mi hijo no le interesa saber en qué consiste la anarquía
solo quiso un tatuaje en la cabeza.
La cabeza de mi hijo llegó al mundo
primero que su llanto.
Desde el vientre saltó como el corcho de una sidra.
Luego el tiempo
lo ha convertido en un jabón.
El jabón se escapa entre las manos, se estrella contra el piso,
queda en las manos la espuma.
¿Qué hacer con esta espuma que endurece?
La cabeza de mi hijo es un jabón
que ya no sabe limpiarme.
Anarquía, balbucea…
y lo miro mientras se mira en el espejo el círculo.
Inconforme se ausculta todo el cuerpo.
Le presiento un triángulo en la espalda,
un óvalo en la frente,
un rectángulo en la sombra.
No es una cuestión geométrica.
También he descontruido mi cuerpo para construir mi identidad.
Anarquía, balbucea…
Se marcha.
Deja en el jardín un círculo de fuego
por donde salto como un tigre de feria.
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Hoy mi hijo ha dicho: estoy enamorado
de estas piedrecillas blancas.
Abre las sombras de su mano y las muestra,
resplandecen como un puñado de diamantes en una bolsa oscura.
Estoy enfermo de amor, pero la carne de mi amor termina
y enloquezco.
Dios no tiene que afinar los pianos,
Dios es la música. Solo escucho a Dios
cuando sostengo estos cristales.
Luego desciendo y enloquezco
porque sin ellos, la vida es una lasca de porcelana
y en mi tiempo no hay isla para otra cicatriz.
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Mi hijo se droga
como yo me drogué
y mi padre y mi abuelo se drogaron.
Siempre que llega le reviso los ojos
quiero que al despertarse me bese
y al acostarse me bese
que en su mundo florezcan las vicarias
y a lo largo de todo su camino
enormes algarrobos
le proporcionen sombra.
Hijito:
te censuro tanto…
terminaré convirtiéndote en mi antónimo.
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Hoy mi hijo se ha tragado una tijera.
Corte interior.
Soy un pez aguja asfixiado de zurcirlo.
Chas… Chas… Chas… Chas… La melodía enerva una estación insomne.
Chas… Chas… Chas… Le queda poca luna.
Chas… Chas… Se ha tragado una tijera y se le abrió bien dentro
como si fuese una paloma.
Chas… y no puede vomitarla.
Beethoven y yo somos amigos, le muestro el órgano oriental,
la flauta china. Chaplin y yo somos hermanos, lo acomodo, lo tapo,
le beso su silencio. Napoleón y yo somos difuntos, nos lavamos el invierno en vino tinto.
Lo olvido todo.
Se ha tragado una tijera y nada puedo hacer
salvo invitar a Dante a ver El Morro.
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