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El italiano, un viaje literario (II) - María José Solano - Zenda
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El italiano, un viaje literario (II)

El lector comienza esta novela en un amanecer algecireño junto a la mujer que ha de decidir sobre la vida de un hombre desvanecido en la arena fría. Al otro lado del mar, la Segunda Guerra carga de atrocidades la memoria de un mundo que se derrumba mientras ellos se enamoran.

La casa de Puente Mayorga

“La playa estaba desierta. A un lado, la curva de arena que llevaba hasta la población de La Línea y la frontera, y al otro las casitas lejanas y sueltas de los pescadores de Puente Mayorga, que a esas horas faenaban en la bahía”.

El lector comienza esta novela en un amanecer algecireño junto a la mujer que ha de decidir sobre la vida de un hombre desvanecido en la arena fría. Al otro lado del mar, la Segunda Guerra carga de atrocidades la memoria de un mundo que se derrumba mientras ellos se enamoran.

La casa de esa mujer de ascendencia aragonesa (Arbués) donde vive sola con su perro de reminiscencias homéricas (Argos) está “a un centenar de pasos de la orilla”. Una “pequeña casa de una sola planta rodeada de palmeras y buganvillas” donde Teseo se salva gracias a las friegas de alcohol en el pecho y los brazos, pero sobre todo gracias al silencio cómplice de ella.

"Esa casa se ubica en Puente Mayorga, pedanía de San Roque, sobre una pequeña playita privada que hoy apenas es visible desde la carretera"

Esa casa se ubica en Puente Mayorga, pedanía de San Roque, sobre una pequeña playita privada que hoy apenas es visible desde la carretera. Cerca de aquel lugar vivieron dos personajes históricos que realmente actuaron como espías italianos en ese tiempo, y a los que Pérez-Reverte dedica un guiño en la novela cuando la anciana Elena Arbués corrige un dato de la crónica del periodista:

“Usted me ha confundido con Conchita Peris del Corral, una española casada con el agente italiano Antonio Ramognino… El matrimonio vivía, como yo, cerca de la playa; aunque ellos algo más lejos, en una casa llamada Villa Carmela”.

El autor Alfonso Escuadra Sánchez, en el número 41 de la revista Almoraima (2014), dedicada a la difusión de la historia y el patrimonio de la comarca gibraltareña, cuenta una apasionante historia de espías protagonizada por la pareja italiana de Antonio y Conchita Ramognino, a los que se les encomienda una misión muy especial: viajar en secreto hasta territorio español y localizar en la costa de la Bahía de Algeciras el lugar idóneo para montar la futura base de operaciones de la Décima. Por fin, Antonio decide cuál será el lugar:

«He visto una casita de campo para alquilar que es ideal… Se encuentra en una pequeña elevación que desemboca en una playa privada de Puente Mayorga, cerca de La Línea. Una gran cantidad de mercantes de los convoyes echan el ancla allí después de cruzar el Estrecho, algunos de ellos apenas a dos mil metros de la costa, otros apenas a seiscientos. Todo movimiento que efectúen es perfectamente visible desde la casa».

Antonio y Conchita

Villa Carmela

Dando un salto de la realidad a la literatura, Elena Arbués marcará precisamente el número de teléfono de Villa Carmela (aunque en un primer momento ella ignora dónde está llamando) y el teniente Mazzantini vendrá a recoger a Teseo aquella primera noche.

"Este paisaje tan revertiano ya lo habíamos recorrido, de alguna manera, en La Reina del Sur, donde un trozo de la vida de Teresa Mendoza transcurre precisamente aquí"

La geografía de El Italiano es hoy un pespunteado de tres poblaciones comunicadas por la Autovía de Gibraltar (CA-34), principal vía de acceso a Algeciras, Puente Mayorga y La Línea de la Concepción, comenzando en la Autovía del Mediterráneo y terminando en el puesto de control policial español situado junto al territorio británico de ultramar de Gibraltar.

Por cierto que este paisaje tan revertiano compuesto por un trozo de Algeciras, una mujer sola y una casita en la playa, igualmente contado por la voz narrativa de un periodista ficticio, ya lo habíamos recorrido, de alguna manera, en La Reina del Sur, donde un trozo de la vida de Teresa Mendoza transcurre precisamente aquí. La casa de la inolvidable mexicana era “un chalecito situado a diez metros del agua, en la boca del río Palmones, donde se levantaban algunas viviendas de pescadores justo a la mitad de la bahía entre Algeciras y Gibraltar. Le gustaba aquella zona que le recordaba un poco a Altata, en Sinaloa, con playas arenosas, y pateras azules y rojas varadas junto al agua mansa del río”.

Teresa Mendoza, como Elena Arbués, también tenía sus bares de referencia por la zona: solía desayunar café cortado con tostadas de aceite en El Espigón o el Estrella de Mar, y comer los domingos tortillitas de camarones en casa Willy, en Palmones, un pueblo próximo a Puente Mayorga y que afortunadamente todavía existe.

Tertulia y libros

La vida de la joven viuda transcurre entre su casa de la playa y La Línea de la Concepción, donde tiene su negocio de libros y a sus amigos de tertulia, así que tras parar el coche un momento en el arcén y caminar un trecho entre eucaliptos hasta la playita de Puente Mayorga, continúo en dirección a La Línea.

Bar La Linea

Camareros de La Modelo

Es temprano, pero el pueblo bulle lleno de vida. Busco el Café Anglo-Hispano, donde una vez a la semana Elena se reunía con sus amigos el doctor Zocas, experto en trenes, el rubio Pepe Aljaraque, archivero del ayuntamiento, y Nazaret Castejón, bibliotecaria municipal.

"Encaja a la perfección con la descripción novelesca del Anglo-Hispano, aunque su nombre real es Cafetería Modelo"

El lugar no tiene pérdida. Situado en la céntrica calle Real, hoy peatonal, encuentro un lugar que aún conserva el sabor de los años cuarenta y que, además, encaja a la perfección con la descripción novelesca del Anglo-Hispano, aunque su nombre real es Cafetería Modelo. Me siento en la terraza a tomar un delicioso, oscurísimo café y unos churros, y pregunto al amable camarero, que me cuenta, con orgullo linense, la historia de este mítico lugar:

“Entre los establecimientos más importantes que ha tenido nuestra ciudad se hallaba sin lugar a dudas, éste: la Confitería, Cafetería y Restaurante Modelo, que se inauguró en 1902, siendo su primera propietaria doña Ana Ríos. Más tarde, don José Calvente Cabello, empleado de la confitería La Chiquita, que todavía existe y está aquí al lado, la comprará por 12.000 reales. Mis abuelos me hablaban de la fama de sus merengues, los cubitos de crema, las exóticas “japonesas”, los tocinos de cielo y unos famosos rosarios de piezas de fruta, típicos de Pascua, que eran de origen italiano”.

El camarero se interrumpe y me guiña un ojo señalando el título del libro que tengo sobre las rodillas. Asiento y sonrío, y él continúa, entusiasmado con esta clienta que le presta toda la atención del mundo y que incluso toma nota en su libreta de todo lo que dice.

“Se puede imaginar que este lugar se hizo de una clientela muy selecta, con tertulias políticas y artísticas y lo más granado de la zona; intelectuales, matrimonios adinerados, hombres de negocios y políticos extranjeros que entonces solían alojarse en el hotel Príncipe Alfonso, en la cercana población de Campamento”.

Calle Real, La Línea

Calle Real La línea, hoy

Se detiene de nuevo y me mira, analítico. “Usted es de Sevilla, ¿verdad? Tiene un ligero acento de allí”. Sin esperar respuesta, con esa veterana sabiduría que da el trato profesional con el público, continúa su relato.

“Pues bien. Sepa que este café trató de emular, en cuanto a decoración y elegancia, al Gran Britz de Sevilla, que ya no existe, aunque el edificio sigue allí, me parece”.

—Sí —le digo—. Es una hermosa construcción de Aníbal González. Hoy creo que aloja una enorme tienda de ropa.

El camarero asiente, resignado. “Claro. Tiendas de ropa por todos lados”. Pensativo, retoma el discurso.

“Se decía que este café era uno de los mejores establecimientos de España. Sin lugar a dudas, merecía el calificativo de “modelo”, pues era moderno y lujoso, con amplios salones y una extensa y bien surtida barra, a cuya espalda estaba la cocina, a cargo del maestro de cocina Sarria, que servía excelentes comidas en el Salón Restaurante anexo. Durante una época, incluso se celebraban bailes todos los sábados con una orquesta en el piso superior, y aquellos que tuvieron la suerte de vivirlo le aseguro, señorita, que lo recordaban con añoranza.

Me despido agradecida del camarero de La Modelo dejando una propina generosa, y camino por la ajetreada calle Real buscando la librería Circe, regentada por Elena Arbués.

"Tengo reservada una mesa en el restaurante La Flauta Mágica, donde sirven la mejor harira marroquí que uno pueda probar a este lado del Mediterráneo"

En la Calle Real de la novela, la librería se encuentra “junto a la tienda de tejidos La Escocesa”. En la Calle Real de hoy sigue milagrosamente en pie esa tienda, además de farmacias, bares y el delicioso edificio del Círculo Mercantil, pintado de blanco y azul cielo, pero ni rastro de librerías. No importa, porque gracias a la magia de la literatura y de esta novela puedo asomarme junto a Elena al escaparate “iluminado por bombillas de veinte vatios” y disfrutar de las novedades editoriales de entonces: ”Don Juan de Marañón, los Comentarios de César, Carlos de Europa de Wyndham Lewis, El paraíso y la Serpiente de Pemán… aunque se me van los ojos detrás de las obras policíacas colocadas más abajo: Salgari, Zane Grey, Oppenheim, Edgar Wallace o el maravilloso Misterio del Tren Azul de Agatha Christie en una flamante segunda edición.

Hay otra librería que jugará un papel fundamental en la trama de espionaje de esta historia y que se encuentra al otro lado de la frontera, en Gibraltar. Allí me dirijo ahora, aunque antes me desviaré unos kilómetros para dar un paseo por Algeciras, a ver si me cruzo con Teseo y sus compañeros de la Décima. Además, tengo reservada una mesa en el restaurante La Flauta Mágica, donde sirven la mejor harira marroquí que uno pueda probar a este lado del Mediterráneo.

El hombre del último cuarto de luna

Teseo es un protagonista singular. Todo lo que sabemos de él es gracias a los otros personajes; a la mirada de la mujer, a lo que nos cuentan sus compañeros, a la crónica del periodista ficticio que narra la historia de El Italiano.

Miradas, gestos, aspecto físico, actitudes y silencios construyen un personaje indiscutiblemente revertiano muy en la línea del reportero y pintor de batallas Faulques, de Max Costa, “bailarín mundano”, del gaditano capitán Lobo, o del piloto narcotraficante en Gibraltar Santiago Fisterra. Su mejor amigo, Genaro, dice de él que es “uno de tantos que han nacido héroes y no lo saben”.

Britz, Sevilla

Casino de La Línea

El primer encuentro de Elena con el héroe de esta historia se produce en las ajetreadas calles del centro de Algeciras. Teseo pasea junto a sus compañeros, y es uno de ellos, el napolitano Squarcialupo, quien se percata de que la chica los está siguiendo. La descubre observándolos sentada en el bar restaurante Miramar, frente al puerto que ya no existe, pues precisamente es ésta la zona que más ha sufrido las actualizaciones urbanas a causa de las ampliaciones y mejoras de la zona portuaria, que ha ido ganando terrero al mar con inmensas infraestructuras de diques para la recepción de mercancía internacional, almacenamiento y logística, así como un entramado de oficinas y puntos de embarque de las diversas compañías navieras que realizan el recorrido Algeciras-Tánger.

"Penetrar en esta especie de platillo volante de un hormigón tan ligero que parece flotar entre los puestos de frutas"

Sin embargo, leyendo, uno puede imaginar sin dificultad el ambiente vivo y colorido de este lugar próximo al muelle de la Galera en aquellos años y señalar el camino en el plano siguiendo al guapo Teseo por el laberinto de la ciudad, calle Cánovas del Castillo arriba, hasta llegar a la plaza del mercado Torroja. En este lugar hablan los amantes por primera vez cuando todavía son dos desconocidos:

“Con un movimiento casi imperceptible él le ha tocado un codo […]. Ella lo sigue, o más bien se deja llevar sobre el suelo mojado que huele a peces y a mar.”

Tan solo por esa escena, la parada del lector es obligada:

“Bajo la moderna lumbrera circular resuenan las voces de los vendedores y más parece zoco moruno que lonja española”, nos indica el autor.

Diseñado en estilo racionalista por el ingeniero Torroja poco antes de que estallara la Guerra Civil, este mercado ha sido siempre uno de mis edificios favoritos de Andalucía. Penetrar en esta especie de platillo volante de un hormigón tan ligero que parece flotar entre los puestos de frutas y hacerlo a primera hora de la mañana, cuando la luz rellena con sombras los huecos geométricos del rosetón, es como penetrar en un plano de Gropius, un pabellón de Mies o asistir a la inauguración de aquella mítica exposición en el MOMA de Russell Hitchcock y Philip Johnson celebrada tan solo dos años antes de que se levantara este edificio que extrañamente reina en el centro de la plaza algecireña como en un mundo que no le perteneciera.

Libería Calle Real, La línea.

Plaza Alta, Algeciras

Un mundo de puestos ambulantes, vendedores, olores mezclados, acentuados por el calor del implacable sol andaluz que al sottocapo Squarcialupo tanto le recuerda a su tierra y al bullicioso lugar donde nació, la napolitana via Pignaseca, a la que Arturo Pérez-Reverte dedicaba hace tiempo un artículo en XL Semanal titulado «El inspector y el pescadero».

Ascendiendo un trecho desde el mercado se llega al corazón de Algeciras: la plaza Alta, en uno de cuyos ángulos se levanta una hermosa iglesia que alza su campanario sobre las cerámicas coloridas de esta plaza donde juegan los niños y pasea ociosa la población cuando cae el sol.

"Quiero ver una pequeña venganza de Pérez-Reverte contra aquella injusta muerte cinematográfica en el acto de devolver a la vida a este hombre convertido en el teniente de navío Mazzantini"

Junto al cartel cerámico que indica el nombre del lugar, un estrecho callejón serpentea flanqueado por un edificio apuntalado que parece estar en obras. En otro tiempo allí estuvo el hotel Ritz del que callejón toma el nombre, y en esa esquina precisa es donde Elena observa a los hombres del último cuarto de luna por primera vez desde que Teseo desapareciera de su casa y su vida sin dejar rastro.

Apenas cinco minutos de agradable paseo cuesta abajo separan la zona alta de Algeciras de la avenida Virgen del Carmen, donde me espera esa harira casi tan buena como el té moruno y los dulces cuernos de gacela, a los que renuncio porque no me queda mucho tiempo. Tengo una cita con los espías en el hotel Reina Cristina y no puedo, bajo ningún concepto, llegar tarde.

La habitación 246

“Pasa entre las palmeras y buganvillas que adornan la entrada, agitadas por el levante, y sonríe al portero uniformado que, ante las columnas del porche, se toca la visera de la gorra”.

Elena Arbués, elegante y discreta, tiene una cita vital en la segunda planta de este hotel, uno de los más elegantes del momento. En la habitación 246 le espera Teseo y un caballero rubio que se parece a Amedeo Nazzari, el actor que interpreta al comandante italiano Fornari en la magnífica película I due nemici, donde muere bajo fuego inglés durante un ataque de las tropas británicas en Abisinia a principios de los 40, más o menos en las mismas fechas en las que se desarrolla esta novela. Quiero ver una pequeña venganza de Pérez-Reverte contra aquella injusta muerte cinematográfica en el acto de devolver a la vida a este hombre convertido en el teniente de navío Mazzantini, responsable de los hombres del grupo Orsa Maggiore, que hará sudar de miedo al enemigo inglés durante los meses que durarán las incursiones nocturnas de los temibles maiali.

Mercado de Torroja, Algeciras

Jardines del hotel Reina Cristina

Tras casi dos años de pandemia con las puertas cerradas, el hotel Reina Cristina reabrió el pasado verano. Bordeado de jardines y mirando al mar, el establecimiento mantiene el sabor deliciosamente decadente de la arquitectura con aires morunos tan típica de la zona, con sus arcos lobulados en el patio, los paramentos cerámicos de lacerías y las taraceas doradas de los techos, aunque su enigmática historia transciende a este ambiente a lo Casablanca y daría sin duda para una novela completa.

No en vano es uno de los hoteles más antiguos de Andalucía, y en él se han hospedado grandes personalidades de la política internacional: Franklin D. Roosevelt, Winston Churchill, Alfonso XIII, Charles de Gaulle, el Mariscal Pétain, las reinas de Bélgica e Italia… Además, en este mismo hotel tuvo lugar la Conferencia de Algeciras, que cambiaría para siempre el rumbo de la historia. Por otro lado, los jardines del Reina Cristina guardan aún los vestigios de la mezquita mayor del antiguo reino musulmán, así como restos de sus murallas medievales.

"El episodio más suculentamente novelesco trata de la actividad del hotel durante la Segunda Guerra Mundial, cuando se convirtió en un auténtico nido de espías "

Sin embargo, el episodio más suculentamente novelesco trata de la actividad del hotel durante la Segunda Guerra Mundial, cuando se convirtió en un auténtico nido de espías nazis, que incluso los llevaría a utilizar pasadizos dentro del hotel para no ser descubiertos:

A través de un pozo, que aún podemos encontrar junto a la piscina del hotel (pasando desapercibido para cualquiera que no conozca este secreto), se accede al túnel principal que los espías alemanes e italianos utilizaban durante su estancia en Algeciras. En la actual sala de máquinas se encuentra la otra entrada del túnel. Desde ella se prolonga un pasadizo que recorre el subsuelo del Reina Cristina, llegando hasta una caseta a las afueras del hotel, hoy tapiada, donde aún permanecen otros dos grandes pozos que los espías utilizaban para entrar directamente desde las aguas de la bahía, evitando llamar la atención.

Hotel Anglo Hispano

Espía alemana

Boca de uno de los túneles del Reina Cristina

Se dice que, a través de esta red de túneles, los buzos de la Decima Flotiglia MAS (los de verdad) accedían a la bahía para poner las bombas lapa en los buques ingleses y de nuevo volver, como sombras, y desaparecer en esta red subterránea.

Vinculado a ese momento y a este hotel está también el personaje de una misteriosa mujer, Larissa Swirski, la Mata Hari del Sur, una agente secreta nazi cuya misión era espiar los movimientos navales frente a Gibraltar. Vivió yendo y viniendo a este mismo hotel Reina Cristina, asistiendo a sus míticas fiestas y a sus secretos encuentros.

"Conduzco despacio, junto al mar, rumbo al Peñón, esa pezuña del león inglés en territorio español"

Pero no solo agentes alemanes e italianos actuaban en Algeciras: también los ingleses intensificaron en la ciudad las labores de contraespionaje, alojándose en otro hotel de la ciudad, el Anglo Hispano, a los pies del río de la Miel, cuyos muros también guardaban secretos inconfesables.

De vuelta al coche situado en un parking público junto al arroyo seco de ese mismo río de la Miel, camino por la estrecha acera frente a las monstruosas instalaciones portuarias y pienso en lo importante que sigue siendo la literatura para conservar la memoria, pudiendo, gracias a ella, borrar página a página la fea realidad y sustituirla por algunas hermosas certezas.

Conduzco despacio, junto al mar, rumbo al Peñón, esa pezuña del león inglés en territorio español, sabiendo que el devenir de la Segunda Guerra Mundial se jugó en parte aquí, en Algeciras, donde se producía una de las grandes batallas, la del espionaje. Gracias entre otras cosas a esta novela de Arturo Pérez-Reverte, hoy cruzo la frontera inglesa de Gibraltar con una mirada nueva de equilibrado orgullo por la tierra que dejo al otro lado de la verja.

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Primera parte: El italiano, un viaje literario

Tercera parte: Sombras en la Bahía

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María José Solano

Autora de Una aventura griega (Debate) y Jerez (Tinta Blanca). Columnista en ABC Licenciada en Historia del Arte, cofundadora de zendalibros.com, colabora en FD Magazine, ABC Cultural y Diario ABC, donde conduce el podcast de entrevistas "Casa de fieras". Es corresponsable de la editorial Zenda-Edhasa y directora del taller de la Fundación de Arte e Historia Ferrer Dalmau (FFD). mypublicinbox.com/mariajosesolano

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2 Comentarios
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Juanito
Juanito
2 años hace

Lindas palabras, muchas gracias. Le faltó decir que la escena del encuentro entre los protagonistas la sacó don Arturo de Adieu l’ami, (Jean Herman, 1968) un intento de juntar a los duros/guapos de ambos lados del Atlántico; Delon y Bronson.

Félix
Félix
2 años hace

Estoy en total acuerdo con lo que opina el articulista, pero quiero agregar algo, que me sorprendió gratamente, y es don Arturo de personaje de su propia novela y sus giros mentales y sus palabras de excelente investigador.

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