Atrapa ya el escritor francés Pierre Pachet (1937-2016) al lector con este título paradójico, Autobiografía de mi padre. Piensa uno si será una ironía o si el autor, filósofo y profesor de filosofía no estará jugando con despertar nuestro asombro y sumergirnos en su historia. Él mismo considera necesaria una primera aclaración de este “texto extraño”, como lo califica, que nace de una pregunta que se plantea a la muerte de su padre: “¿qué he perdido exactamente?”, dice. “Por amor a la vida me propuse buscarlo”. Y lo hace convirtiéndose en el escriba de su progenitor, sacrificándose para ofrecerle la voz que no tuvo: “La palabra de mi padre muerto reclamaba hablar a través de mí como no había hablado nunca”.
Descubrimos entonces a ese padre taciturno que había exhortado a su hijo a “tener una vida interior”, figura enigmática, encerrada en sí misma que desfila en las páginas siguientes relatando los acontecimientos más importantes de su vida y preguntándose con la asepsia del médico prestigioso que es: “¿puedo de veras pensar que mi vida en cuanto individuo presenta el menor interés para justificar dicha búsqueda?”. Un judío de origen ruso en la Europa convulsa de la primera mitad del siglo XX, huérfano de madre a la temprana edad de cinco años, que decide abandonar su país y marcharse a Francia a estudiar. Será él mismo quien a la luz de los tremendos acontecimientos y persecuciones de la Segunda Guerra Mundial encuentre la respuesta:
“Al describir este periodo de mi vida, busco definir el sentido de una época de la historia europea y, de ese modo, demostrar el valor que la reflexión posee en la conducta de la existencia humana. Es muy necesario defender esta tesis”.
El libro puede entenderse dividido en dos partes, como señala el editor Pontalis en el inteligente posfacio. Si en la primera hemos asistido al relato casi lineal de los acontecimientos de su vida descritos de una manera tan analítica que al lector le resultaba difícil establecer vínculos emotivos con él, como de hecho le había ocurrido al propio hijo, en la segunda entramos en el relato discontinuo de un hombre enfermo que, por eso mismo, se descubre en su fragilidad y, desnudo ya de toda protección eficiente, nos conmueve y nos hermana. “Estoy condenado a perder sin cesar un hilo cada vez más fino”, reconoce.
A partir de ahí, asistimos a un redescubrimiento de un mundo “en el que no existía la decadencia, sólo el incesante e irresponsable paso de la vida a la muerte y de la muerte a la vida”. El padre desnudo que se abandona al hijo. El hijo que por fin comprende. La potencia y belleza de escenas como la del viaje de los dos en coche para visitar a un neurólogo en el que el gesto torpe del padre al ponerse unas lentes para protegerse de la intensidad del sol y poder mirar sin hacerse daño se convierte en una hermosa metáfora de su propia vida. La descripción de las oraciones en la sinagoga en las que unas voces se superponen a otras porque “el oficio es colectivo, pero multitud de oraciones son individuales”. La perplejidad de descubrir que en el nombrar hablamos de mundos iguales y distintos porque la vida nos acerca y nos aleja “y no son las mismas imágenes las que se aparecen en las mismas mentes”. La poesía de ese Dios que es “nuestra tristeza concentrada”. La constatación de que “no se puede vivir la verdad, únicamente se nos da la posibilidad de darnos cuenta de hasta qué punto, por cuánto, nos la hemos perdido”. Escenas inolvidables que quiebran definitivamente nuestras primeras reticencias y nos permiten reconocernos en el dolor de lo que Heidegger llamaba la herida originaria. Y el final, similar en su ausencia al de El arte de la fuga, de Bach. Un final sin final, como la vida misma.
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Autor: Pierre Pachet. Título: Autobiografía de mi padre. Traducción: Laura Salas Editorial: Periférica. Venta: Todostuslibros y Amazon.
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