Lo que hay aquí son crudezas, pero no pornografía.
(Miguel de Unamuno, Niebla)
Debería aplicarme un wittgenstein©, o al menos esto es lo que a uno se le da por copiar (digo, pensar) cuando abre las páginas de Borges en Estocolmo: Una ficción que desmonta los resabios de la posmodernidad (Deconatus, 2021), una ¿¿¿novela??? escrita al alimón por un misterioso y folklórico “grupo de profesores, creadores y ensayistas postchiripitifláuticos” malasombra bajo el seudónimo de Sonia Dalton, y en la que, desde ese aglutinamiento escritural, todo es sospecha sospechosa (hola, Paco, Paco Rico) y teórica: de ahora en adelante, daltónica. Desde la propia ficción (?), se nos ofrecen las coordenadas exactas de un impacto de sentido que apunta en dos direcciones y salpica de metralla los “fragmentos de un mundo roto”. Por un lado, explica la artificiosidad de las zonas grises que surgen al mirar los textos como textos; y, por otro, contextualiza los materiales que deforman la estructura del género novela, en constante tensión entre el canon y el sinsentido (“Yo no he escrito ese libro. Nadie ha escrito ese libro. Es puro fake”).
La primera novela de la Dalton no solo se muerde la cola, esto es, no solo tematiza el proceso de creación, sino que extiende la cola para demostrar la operatividad de unos mecanismos fakecionales puestos en relación con la escritura y la configuración sociocultural de lo que Bourdieu había llamado campo literario, considerándolo, eso sí, como un cronotopo (“academic cry for help”). Ese campo, de Capullitos y Burlescos, de Airas, Areas y Sarces, de Pozuelos, Sokales y Maestros, de Almudenas y Luises, de Cercas y Vilas(-Matas), de Marías y Moras (y Aragones), aparece aquí adornado por los laureles de un premio jamás concedido, el Nobel Argentino (¿por qué si no Borges en Estocolmo?); una especie de aleph, en fin, en el que se traza un pasadizo posible para la interconexión entre mundo escritural y mundo cerebral, que indetermina (aún más) los puntos de indeterminación (jódete, Iser) a través del juego, el humor, la sátira o la parodia, y que pone a prueba la resistencia de un lector de pasarela (jódete, Eco), al que acerca, así, al final del final (del final) de la literatura: “Por eso tampoco creo que tenga lectores. Yo lo que tengo es cuento. Mucho. Demasiado, para tan poco lector”.
(Corre el runrún de que Dalton me paga por escribir reseñitas, pero estoy en condiciones de negarlo. Yo soy Sonia Dalton. Escribo sobre lo que me apetece y no lo hago en mujer de nadie. Ni siquiera de Sonia Dalton. “Quien por mi mano se expresa es algo superior, algo que no es terrenal, algo que, estoy convencido, sólo pudo concebir una mente como la de”…)
En la ficción, en el instante de encuentro entre las ideas de la escritura y las ideas de la mente, tiene lugar un striptease retórico cuya esencia contiene no el instrumento para descubrir el sentido del texto, sino la forma misma de la escritura “desproporcionadamente ostensiv[a] (Sperber & Wilson, 1986)”; un Kama Sutra pos(pos)moderno en cuya voluntad reside la actualización de las relaciones entre tradición e interpretación, destinadas a revisarse constantemente (“Uno llega a lo indecible y debería mirar hacia otro lado y callarse. O silbar. Pero no, ahí es cuando normalmente comienza la verborrea descontrolada y la deriva del nonsense”). La estética se concibe en y a sí misma como instancia narrativa, se relaciona con el uso de una serie de estrategias que reconsideran la esencia del discurso literario como parte de la experiencia, que aflora de instituciones fakecionales como la Jacques Derrida Chair for the Study of Transformative/Dynamic Hermeneutics, una conexión Davos-Wichita de libro, o los talleres de creación literaria en la Universidad de Mar del Plata, en los que se ponen “en relación las técnicas de construcción del relato con las técnicas de las artes marciales”.
(Lo que yo tendría que escribir es un ensayo, “Literatura daltónica: Ficción y teoría en la novela de Sonia Dalton”, porque la verdad es que los géneros (literarios) no me inspiran. Escribí algunas reseñas creativas, largas, pero eso fue porque un maestro (no Maestro, Jesús), un poco cuerdo, esa es la verdad, se empeñó en que hiciera algo para un suplemento; todo porque le parecían sugestivas algunas ocurrencias teóricas que me practican y me decía “tienes que pasarte al lado oscuro”, “ven al lado oscuro”; pero no se me ocurrían más que chorradas que a él, en cambio, le parecían dignas de pasar a prosa, y acabé publicándolas, “al aire de su vuelo”. Pero no es lo mío. Aun escribiendo reseñas, me salen ensayos metateóricos.)
De Coronel Pringles (Argentina) a Estocolmo, con trasbordo lingüístico en Corea del Norte, este paseo al Aira de Poniente no hace más que deconstruir (¿se acuerdan de Harry?) esa extraña institución llamada Li-te-ra-tu-ra a través de sus propios mecanismos de engaño súbdito. El viaje a Estocolmo del otro (nunca el mismo, pace Borges; esta vez de verdad, o sea, de mentira) César Aira para recoger un nobel que nunca fue suyo, sino de la aún más misteriosa Cesárea Areas, es el único punto de anclaje narratológico que encontramos en esta pirotechné (“La idea de argumento me parece absolutamente ajena a la literatura”). Aira, personaje, no solo es tal sino también un statu quo del Autor, esto es, un racimo de pulsiones y erecciones escriturales (“que me perdonen Barthes, Foucault y la Kristeva misma”) en las que anida una profesionalidad frustrada y que constatan la desatención a lo vivo por parte de un sistema literario y cultural que tan solo acecha al cadáver (“Nosotros éramos defectos de fábrica en un mundo en que yo soy yo y mis circunstancias, y mis circunstancias yo y nada más que yo. Yo®”).
(“Menuda reseña tan desagradable. Me ha quitado las ganas de leer el libro y de seguir visitando esta página”.)
En este álbum de cromos intercambiables, las correspondencias no son en el texto rígidas ni categóricas, sino que sugieren una narrativa work in progre(ss) (¡oh, hipócrita lector!, resábiate de la posmodernidad), neurótica, ultra(l)ista, plag(i)ada de relatos, ensayos, entrevistas o manuscritos, una sucesión de “notas al rodapié” que forman los materiales para una fakeción en la que se intuye a nivel práctico una cuestión fundamental para la teoría: no es oro todo lo que reluce; o, mejor, más erudictum, no se trata simplemente de constatar que se escribe ficción, sino de dilucidar por qué se escribe (ficción).
(Esta reseña contiene material explosivo. Se autodestruirá en 3, 2, 1…)
Con todo, Borges en Estocolmo es una alegoría alternativa al campo literario que nace en la propia escritura, en su centro y en su periferia, una forma lingüística —en el más estricto sentido del sintagma: ¡“El Cholo Semiosis”!— creada para exponer, en la revisión crítica de las ideas de complejidad y daltonismo, un pensamiento metafórico y experimental en torno a una literatura resabiada de contemporaneidad. Es, en suma, una carta de indulto para los malvados escritores Dalton.
(¡Bang, bang!)
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Autor: Sonia Dalton. Título: Estocolmo: Una ficción que desmonta los resabios de la posmodernidad. Editorial: Deconatus. Venta: Todostuslibros y Amazon
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