Foto: David Ruano.
Edgardo Dobry es un poeta, ensayista y traductor nacido en Rosario, Argentina, en 1962. Es autor de los libros de poemas Cinética (Tierra Firme, 1999; Dilema, 2004), El lago de los botes (Lumen, 2005), Cosas (Lumen, 2008), Pizza Margarita (Mangos de Hacha, 2010) y Contratiempo (Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2013); este último contó con una beca de la J.S. Guggenheim Foundation de Nueva York. Además ha publicado Orfeo en el quiosco de diarios; ensayos sobre poesía (Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2007), Una profecía del pasado: Lugones y la invención del “linaje de Hércules” (Buenos Aires, FCE, 2010) e Historia universal de Don Juan; creación y vigencia de un mito moderno (Barcelona, Arpa, 2017). Ha traducido a Sandro Penna, William Carlos Williams y John Ashbery, entre otros poetas. Es profesor de literatura en la Universidad de Barcelona y también enseña en el Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra. Dirige, junto a Nora Catelli, la colección Intervenciones de la editorial Trampa. Presentamos una selección de textos de su último libro de poesía, El parasimpático (Club Editor, 2021).
***
Para una teoría del consuelo
Debes saberlo, libro: aquí abajo
no habrá para ti premio hoy en día;
cuando el hombre suspira todavía
nadie aprecia virtud en su trabajo.
En el 3000, del verso embelesado,
irá uno a ver el Paraná corriente
y ante esa orilla pensará que miente
quien diga: “¡Acá, el Poeta fue alumbrado!”.
Ten coraje, mi libro: aunque preciosa
la voz del bardo en bata suena odiosa;
cuando él no esté lo juzgarán divino.
¿A quién no ha mancillado la perfidia
que embarra los baches del camino?
Solo el laurel postrero es sin envidia.
***
Hacia una lógica del festejo
El día en que Argentina le ganó a Nigeria,
J. y su hijo J. se unieron al repentino
festejo en el Monumento a la Bandera.
Al final de la semana se jugaba
la eliminatoria contra Francia. J. y su hijo J.
se pintaron guiones celeste y blanco,
mandaron iconos de euforia y optimismo.
Argentina perdió y, en un rincón del living,
J. escondía la cabeza entre los brazos.
J. (hijo) preguntó por qué no iban al Monumento:
le resultaba incomprensible que,
con lo lindo que es festejar,
solo esté bien visto si se gana.
***
Llega la tormenta
El viento hace de casa una ocarina:
toca a la vez la entera escala; ¿afina?
Que vaya al fin del cielo el astronauta,
yo: vivo encerrado en una flauta.
***
Con y sin
Qué inoportuna la elocuencia de la urraca:
su matraca rota distrae del trabajo.
Pero ahora que el ciruelo está pelado
y el jardín de la vecina no la llama
qué penoso el silencio de la tarde.
***
En el encierro
Venido temprano a otros asuntos y ya
el balance es neutro de entradas
a casa, salidas desde que empezó.
Palabras cuya parte sumergida está en el cielo,
eso sea dado y lo que no puede callarse
hay que decir (conviene hablar).
Espectro recorrido por las habitaciones:
los gatos silvestres miran con rencor
desde el otro lado del cristal, bajo lluvia,
confundidos por el pienso y sueño
y un prolongado crujir de cervicales.
Anoche
entraba a la cocina y vi a mi madre:
“¿por qué llorás?”/“¿No ves que estoy
pelando remolachas?”/“Pero es la cebolla
lo que hace llorar, mami”/“Ah, cuando
estás muerta también te hace
llorar la remolacha”.
O también: anoche estaba…
y entra mi madre a la cocina:
“qué fuerte sos, ahora ya no llorás”;
“mami, son remolachas, no cebollas”,
“ah, me había olvidado de que,
estando vivo, solo la cebolla hace llorar”.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: