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Cartas a Mateo VII: Miedo - Octavio Pernas - Zenda
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Cartas a Mateo VII: Miedo

Ferrol, Noviembre 2021  Sólo me dan miedo las monjas, el agua y los niños Josele Santiago, Miedo La saga de novelas del Capitán Alatriste, cuyos ejemplares espero que hayan sobrevivido en nuestra humilde biblioteca hasta que tú puedas leerlos, comenzaba afirmando que su protagonista “no era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero...

Ferrol, Noviembre 2021 

Sólo me dan miedo las monjas, el agua y los niños

Josele Santiago, Miedo

Querido Mateo,

La saga de novelas del Capitán Alatriste, cuyos ejemplares espero que hayan sobrevivido en nuestra humilde biblioteca hasta que tú puedas leerlos, comenzaba afirmando que su protagonista “no era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente”. Probablemente, para aplicarla a tu padre, sería mejor escribir la frase al revés, sobre todo desde que me voy haciendo viejo. Porque reconozco, hijo —y, como en otras ocasiones, esto es algo paradójico: hace falta cierta valentía para hacerlo por escrito, aunque sea sólo para tus bondadosos ojos—, que de un tiempo a esta parte tengo bastante miedo de casi todo.

"En pocas palabras, tengo miedo a causar un daño permanente en tu desarrollo posterior por algo que haga o deje de hacer ahora"

En primer lugar, por la inmediatez de los resultados, me asusta el momento presente. En particular, en lo que se refiere a los posibles efectos de mis acciones, o de mis omisiones, en tu bienestar presente y en gran medida en todo lo que haya de sucederte en un futuro que trato de imaginar largo, feliz y pleno, y al que quisiera poder contribuir de una manera positiva, ayudándote a sentar las bases donde afirmarlo, los mimbres con los que tejer tu destino del modo en que te parezca más conveniente. En pocas palabras, tengo miedo a causar un daño permanente en tu desarrollo posterior por algo que haga o deje de hacer ahora, aunque todo lo aborde, como te puedes esperar, con la mejor voluntad del mundo.

Sobre esto, por ponerte un ejemplo, ayer hablaba con un amigo que tiene ya una hija adolescente y un hijo algo más pequeño. La niña ha comenzado a experimentar cambios de comportamiento, bajada del rendimiento escolar, le cuesta ponerse a estudiar para los exámenes, se enfada con sus padres por cosas que en apariencia no deberían suponer un problema… Y su hermano, que resulta ser un niño con unas grandes capacidades, también necesita ser acompañado con cuidado, porque tiende a aburrirse en la escuela y a portarse mal, llegando incluso a marcharse de la clase cuando no le gusta lo que le dice el profesor, por ejemplo, si le está regañando. Mi amigo, como te puedes imaginar, se ha esforzado mucho por hacerlo lo mejor posible. Es una persona amable, respetuosa, ha sido educado en una familia para la que siempre hemos utilizado el adjetivo de “normal” pero, cuando tuvo que gestionar la suya propia como padre, comenzó a hacerlo sin una guía previa, como nos pasó a todos. No sabe si se habrá quedado corto o largo de disciplina, a la hora de poner normas o de llegar a acuerdos, al tratar de aplicar métodos más en sintonía con los tiempos que corren. Y yo veo su caso pensando en lo que me tocará en breve, ahora que te acercas volando a cumplir los dos años de edad.

"Y aquí, Mateo, es donde el miedo a lo que está por venir se une al miedo por lo que ya tenemos sobre la mesa. Fíjate, por ejemplo, en el mundo virtual"

Porque los que ya pasamos de los cuarenta crecimos en un entorno, sin duda, bastante diferente: las cosas se hacían como te decían tus padres, en la escuela el profesor siempre tenía razón, y el cuento se acababa ahí. No había lugar para mucha negociación, y tampoco era necesaria demasiada pedagogía. Al fin, la escuela y el hogar no eran una democracia sino un lugar donde otros disponían y uno obedecía, de mejor o peor grado. No pretendo afirmar, claro está, que aquello fuese lo correcto: lo que digo es que ahora (pese a tanta novedad tecnológica, sociológica, ornitológica…) vamos avanzando con una luz que me parece cada vez más escasa, casi diría que moviéndonos a ciegas, por un camino donde surgen nuevas trampas casi cada día.

Y aquí, Mateo, es donde el miedo a lo que está por venir se une al miedo por lo que ya tenemos sobre la mesa. Fíjate, por ejemplo, en el mundo virtual. Sí, ya lo sé: no debe de haber una carta donde no me queje de las condenadas redes sociales. Pero lo hago porque lo que percibo es un uso de estas herramientas que no se enfoca hacia su vertiente positiva de intercambio de conocimientos, ayuda a la formación y cosas de esa índole, sino que se suelen convertir en el terreno mejor abonado para nuevas formas de acoso, para difundir, e incluso para jactarse de todo tipo de actitudes racistas, violentas, de odio… O de todo lo anterior a la vez. Recuerdo hace pocos meses una noticia, naturalmente con sus segundos de imágenes que pueden herir la sensibilidad del espectador, donde una turba de chavales, imagino que la mayoría menores, daba una tremenda paliza a patadas en un parque a otro chico que, literalmente, pasaba por allí. Jóvenes que luego saltaban y hacían bromas sobre el cuerpo inmóvil, ensangrentado, para enviar sin pérdida de tiempo el vídeo o la foto correspondiente a través del éter hacia sus redes sociales, sus sistemas de mensajes. Y el Tikitaka ése, o como se llame.

"Y lo que, también como padre, me pregunto es en dónde nos hemos equivocado: en qué momento de la evolución de la especie humana se torció el camino que nos ha conducido a esto"

Es un ejemplo, claro, y los científicos sociales tal vez podrían explicarlo. Yo me confieso incapaz de hacerlo porque lo que, como padre, veo es un creciente nivel de maltrato o abuso en las familias, un clima de acoso escolar que parece ser algo ya relativamente normalizado, y un nivel de violencia en la calle que está a años luz del ambiente que yo recuerdo siendo un niño. Y lo que, también como padre, me pregunto es en dónde nos hemos equivocado: en qué momento de la evolución de la especie humana se torció el camino que nos ha conducido a esto. Y, sobre todo, cómo hacer para no tener miedo de lo que vaya a venir a partir de ahora, querido Mateo.

En casa, por si acaso, tú sigues pasando el tiempo con tus juguetes, tus coches, con la pelota… Y yo, cuando te veo en momentos como los de la foto que acompaño a esta carta, y que espero que puedas conservar tantos años como los libros que te rodeaban aquel día, me olvido un poco de lo que nos rodea. Y al marcharse el miedo, aunque sólo sea por un rato, sonrío mientras te observo, deseando que el tiempo, el mundo, la vida entera, se detengan al menos durante un instante.

Muchos besos, Mateo.

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Octavio Pernas

Octavio Pernas vino al mundo en Ferrol, a la orilla del Océano Atlántico, hace ya más años de los que a él le parece. Es Licenciado en Veterinaria, aunque los animales han tenido suerte de que una tesis doctoral lo alejase muy pronto de la práctica clínica. Desde entonces, ha trabajado siempre en el ámbito de la investigación, pero ha vivido todo ese tiempo en el mundo de los libros. Autor de “La sonrisa del espejo”, publicada por Editorial Titanium en 2020, año que él recordará siempre por el nacimiento de su hijo Mateo, a quien dedica estas Cartas. En ellas, aspira a dejar abierta una ventana para que él pueda asomarse a la realidad de un particular mundo de ayer, cada día un poco más lejano, en el que las manzanas sabían a manzana, los músicos tocaban en directo, se veía la vida pasar en la calle, en lugar de leerla en la pantalla de un teléfono móvil y, por encima de todo, los niños tenían tiempo de serlo.

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