“Las dificultades de las relaciones humanas y la necesidad de comprensión entre todos los hombres son los más bellos temas a tratar por un cineasta.”
Andrzej Wajda
Cenizas y diamantes
(Piopól i diament, 1958).
Hay películas de la Europa del Este, filmadas en el inicio del Deshielo comunista entre 1953 y 1957, en Polonia, Unión Soviética, Checoslovaquia y Hungría especialmente, que demuestran que la mayoría de los libros de Historia del Cine escritos en Europa Occidental o Estados Unidos están equivocados. Se atribuye erróneamente la influencia de la Nouvelle Vague en estas cinematografías —y en la española— y, por tanto, el inicio de los Nuevos Cines con epicentro en París en la temporada 1958/1959. Esto no fue así. Los Nuevos Cines surgieron antes que las Nuevas Olas francesas, españolas, italianas, británicas, alemanas o estadounidenses, a raíz del ottepel (deshielo) iniciado por Nikita Kruschev en su célebre discurso antiestalinista Acerca del culto a la personalidad y sus consecuencias (25.02.1956), casi tres años después de la muerte de Stalin, acontecida el 5 de marzo de 1953. Las escuelas de cine comunistas, dirigidas por cineastas formados en el período mudo, educaron a una nueva generación de jóvenes directores influenciados, principalmente, por cuatro corrientes: el Realismo Poético francés (Jean Vigo, Marcel Carné, Jean Renoir, Jacques Becker…), el Neorrealismo italiano (especialmente De Sica, Rossellini, Lattuada y Visconti), el cine norteamericano (Ford, Walsh, Hawks, Chaplin, Hitchcock, Welles, etcétera) y sus propias tradiciones culturales y cinematográficas, fundamentalmente de raíces eslavas. Las películas occidentales capitalistas, la mayoría de Hollywood, que eran prohibidas para el público general, sí se permitían adquirir y proyectar para los estudiantes de cine de Moscú, Praga, Budapest o Lódz.
El escritor colaboró con el cineasta en el guion y la conjunción de sus talentos fue tan fértil que volverían a escribir juntos otro film, Niewinni czarodzieje [Los brujos inocentes, 1960], coescrito también por Skolimowski y en donde actuaba Polanski. Mucho tiempo después Wajda adaptará otra novela de Andrzejewski en Wielki Tydzień [Semana Santa, 1995]. En Pokolenie [Generación, 1955] —donde también aparecía un adolescente Roman Polanski como actor—, Wajda inicia su reflexión sobre la Historia contemporánea polaca y los efectos de la II Guerra Mundial, conformando una tríada completada con Kanal [1957] y Cenizas y diamantes. Resistencia activa —Generación—, sublevación —Kanal— y consecuencias de la guerra —Cenizas y diamantes— son sus tres ejes temáticos. El estilo de este film es el propio del cine posclásico, emplea elementos propios del clasicismo al tiempo que incorpora otros que marcan el inicio de la modernidad (que caracteriza a los “Nuevos Cines”). Es obra bisagra entre la tradición clásica y el paroxismo vanguardista manierista (o si se prefiere, barroquizante, tan propio de los fascinantes años cincuenta). El guion de Cenizas y diamantes sigue la regla de la triple unidad, tan estudiada en la Escuela de Lódz y aplicada por sus alumnos más aventajados —Munk, Wajda, Polanski—: unidad temporal (transcurre en 24 horas), espacial (un hotel) y dramática (la misión del protagonista de asesinar al dirigente comunista). El recurso estilístico más empleado es el plano contrapicado que conforma un encuadre con puntos de fuga y acciones simultáneas en el mismo plano, pero a distinta profundidad de campo (en Lódz todos los alumnos estaban obligados a ver Ciudadano Kane, por eso el manierismo wellesiano está presente en buena parte de sus obras). Narra cómo al miembro de la resistencia Maciek Chelmicki (Zbigniew Cybulski, el James Dean polaco) se le ordena asesinar al dirigente comunista Szczuka (Waclaw Zastrzezynski). Para ello pasa toda una noche en un hotel de una ciudad de provincias donde se celebra una cena y el posterior baile que conmemora la victoria frente a los nazis. En esa noche fugaz se enamora de la atractiva Krystyna (Ewa Krzyzewska) y hacen el amor en un cuarto del hotel. Horas después ametralla a Szczuka, justo antes de que surjan en el firmamento fuegos artificiales. Maciek huye. Por la mañana es confundido con un alemán, corre; soldados soviéticos le disparan y persiguen (destaca la secuencia en que descubre que ha sido alcanzado por las balas al ver la sangre teñir la sábana blanca en la que se había envuelto para ocultarse). Fallecerá moribundo en un gran vertedero de basuras, entre pataletas, patéticos gemidos y estertores de muerte. Sobre las bellas imágenes sobrevuela un simbolismo críptico (el Cristo invertido pendiendo del techo de la iglesia derruida, el caballo blanco extraviado, el baile final que semeja una macabra danza de ánimas), deudor de la pintura romántica polaca del s. XIX —Wajda estudió Bellas Artes y fue pintor— que el autor integra en la narración con visión personal y trágico aliento poético.
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Dirección: Andrzej Wajda (Suwalki, Polonia, 1926, Varsovia, 2016). Guión: Andrzej Wajda, Jerzy Andrzejewski, basado en la novela homónima de este último. Fotografía: Jerzy Wójcik. Música: Filip Nowak, Jan Krenz. Dirección Artística: Roman Mann. Montaje: Halina Nawrocka. Intérpretes:
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