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Poesía invisible - Zenda
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Poesía invisible

Estaba escribiendo que acaba de estrenarse la película Historia de una pasión sobre la poetisa norteamericana Emily Dickinson y cómo puede ayudar a visibilizar la poesía, cuando me entero de que el Nobel de Literatura se le ha concedido a Bob Dylan. Mi primera reacción ha sido de perplejidad. He pensado en todos los autores...

Estaba escribiendo que acaba de estrenarse la película Historia de una pasión sobre la poetisa norteamericana Emily Dickinson y cómo puede ayudar a visibilizar la poesía, cuando me entero de que el Nobel de Literatura se le ha concedido a Bob Dylan. Mi primera reacción ha sido de perplejidad. He pensado en todos los autores que llevan años en las quinielas con una amplia producción literaria y poética reconocida, pero poco difundida; se estarán preguntando qué han hecho mal. La segunda ha sido pensar que tal vez sea la prueba del algodón de lo que trataba de explicar en este artículo: lo invisible que es en nuestros tiempos la poesía sin más. Han tenido que ponerle música para que llegue a los sesudos oídos de los académicos suecos. Y la tercera ―siempre busco el lado positivo―, ha sido confiar en que algo se está moviendo en el universo poético y tal vez sea el despertar a una nueva era, el retorno a su antiguo esplendor  y el acercamiento al alma lectora de aquellos que abandonaron este género.

La película sobre Dickinson ―una pequeña joya, según he leído, que espero ver pronto―, puede apuntalar el aldabonazo de Dylan. Comentan que este personaje puede darle el Óscar a mejor actriz a Cynthia Nixon ―la pelirroja sensata de Sexo en Nueva York― y eso tiene consecuencias. Dickinson escribió cerca de dos mil poemas, pero tan solo publicó en vida una docena y con significativas alteraciones para adaptarlos al gusto de la época. Fue una autora casi invisible, en su caso, paradójicamente, por voluntad propia. Su obra no fue conocida hasta mucho después de su fallecimiento y hoy se la considera una de las mejores poetas estadounidenses. Es difícil entender su empecinamiento en no publicar, pero viendo cómo se manipuló la exigua parte de sus escritos que vio la luz, tal vez temiera por el resto. O tal vez fuera simple pudor, algo muy frecuente entre quienes se lanzan a hilvanar rimas con sentimiento.

"Dickinson escribió cerca de dos mil poemas pero tan solo publicó en vida una docena y con significativas alteraciones para adaptarlos al gusto de la época."

La poesía, genero minoritario por tradición, parece empeñado en dejar ese lugar oscuro para acercarse a nuevos lectores. El cine ―bien hecho―, es un buen transmisor, ha pasado con otros géneros. Y la música de Dylan sacará del baúl sus letras y puede que las de otros.

Cynthia Dixon como Emily Dickinson

Cynthia Nixon como Emily Dickinson

Yo, pecadora, confieso que dejé de leer poesía hace más de veinte años. Me quedé anclada en los poetas clásicos que, entonces sí, disfrutaba de leer, recitar, saborear. Todavía retengo el tacto áspero de las tapas rugosas de Las mil mejores poesías de la lengua castellana, libro con  el cual inicié aquella andadura y que, desde hace décadas, conservo en mi estantería. Cada pequeña muestra de la obra de aquellos autores me llevaba a profundizar y ampliar mi conocimiento sobre ellos. Me acerqué a Lope, Quevedo, Espronceda o Rubén Darío. También a Lorca, Machado o a Miguel Hernández que me extirpaba, a dentelladas secas y calientes, las lágrimas retenidas de otras penas.

Tras estas sentidas lecturas de juventud, a mis manos llegaron poemas más recientes, ininteligibles, plagados de imágenes difusas que nada me decían, de metáforas crípticas, de ritmos sincopados y carentes, en su gran mayoría, de rima. Inabordable.

Me frustré. Y abandoné. No sé si yo me volví más pragmática, más terrenal, menos romántica o sensible, pero a las pocas líneas la tinta se volvía invisible y mi mente se alejaba. Para ser honesta, también por aquellos días se redujo mi avidez lectora: ser madre y trabajar fuera de casa no deja mucho margen para el ocio. Pero, si me quedaba algún rato libre o conseguía disfrutar de unas vacaciones que merecieran tal nombre, retomaba mi afición a la lectura; a la narrativa, se entiende. La poesía se había evaporado de mi vida, en muchos sentidos.

"Los mismos males que aquejan a la narrativa en este país corroen la poesía, pero bajo un cristal de aumento."

En los últimos años, sea porque tengo conocidas que transitan los valles de Apolo, sea porque, al disponer de más tiempo, he podido hacerle un hueco, he retomado ―a duras penas― este género literario. También ha influido la insistencia de una buena amiga ―María Vicenta Porcar, productora y presentadora del programa radiofónico cultural Pegando la Hebra―, para que me zambullera en la obra de Elvira Daudet; todo un descubrimiento que me zarandeó los sentidos y el alma como antaño lo hicieran otros versos. No sé si puedo decir que «he vuelto», pero al menos estoy en ello.

Cuento esto porque la última vez que visité esta prisión de Zenda convertida en libro y sufrí la desventura de ser ninguneada en la tierra prometida, no recuerdo compartir tan triste viaje con ninguna caja de libros de poesía ni tampoco los divisé, desde mi posición en la trastienda, sobre la mesa de novedades. Si en España hay pocos lectores, encontrar aficionados a la poesía es como ver florecer a la reina de la noche: una rareza milagrosa. Y, como me hicieron ver algunas amigas aficionadas al género, si la autora es mujer, es doblemente invisible. Los mismos males que aquejan a la narrativa en España corroen la poesía, pero bajo un cristal de aumento. De ahí que lanzarse a escribir poemas y tratar de publicarlos sea una empresa insensata ―más, mucho más, que lanzarse a escribir novela o llevarla al cine― al menos para la autoestima. Y, si eres mujer, peor, como en casi todo. Ya he comentado alguna vez que en narrativa los hombres tienden a leer a sus congéneres en un ochenta y tantos por cien mientras que las mujeres lo hacen en un reparto más equitativo. No tengo datos sobre poesía, pero es lógico pensar que los porcentajes no son mejores y los agrava la mayor dificultad para publicar. Igual alguna se anima a ponerles música y cantarlos por las plazas, visto el éxito de Dylan.

"No sé si yo me volví más pragmática, más terrenal, menos romántica o sensible, pero a las pocas líneas abandonaba la lectura aunque el libro se mantuviera en mis manos, la tinta invisible a mi interés."

O pueden adoptar otra fórmula, la de Ana Noguera y Luis García Trapiello en el delicioso libro Un mismo viento (Telos 2016), cuando, coherentes además con la clara intención de denuncia y reivindicación de la igualdad del poemario, decidieron publicarlo al alimón, pero… sin confesar quién es el autor de cada poema, algo que no se desvela hasta el final del libro.

Es un juego curioso al que invito a los lectores aficionados: leerlos sin una idea preconcebida y tratar de adivinar si el poema es de García Trapiello o de Noguera. A mí me ha sido imposible en la mayoría de ellos y creo que los aciertos se debieron más a la ley de la probabilidad ―como cuando aciertas si es cara o cruz―, que a mi pericia adivinatoria.

Una muestra, por si alguien se anima a jugar, aunque la respuesta no puedo darla en esta entrada:

Haber amado

Cuando se es capaz de cerrar los ojos,

hinchar el pecho en un suspiro profundo,

aspirar aire ajeno, desmembrando

los olores ajenos de los propios,

lamer el borde de tu labio al tiempo

que recuerdas con suavidad los besos

de búsquedas pacientes,

cada centímetro que guarda el tacto

de curiosos dedos entre sus huellas,

leer la desnudez del otro cuerpo

con la perfección de recorrer, palmo a

palmo, la piel…

                                   …es

haber amado.

Sobre los labios (fragmento)

Esa es la imagen: el dedo índice

cruzando sus trémulos labios,

gesto que acalla la palabra,

siseo atormentado, grito

que escuchan los ojos abiertos

del hijo que aún es niño frágil

hecho un hombre a fuerza de espanto.

Miedo al grito, al golpe, a ella, a ellos,

al aire, a la tierra, a la luna,

a las rosas y a su perfume

y a la lluvia también callada.

Miedo a que se desplome el cielo,

no sobre su cuerpo habituado,

sobre el de su hijo que tanto ama.

Tiempo presente que es pasado

y él siempre regresando al mismo

recuerdo: el dedo índice sobre

los secos labios de la madre.

Infelicidad permanente

que solo la muerte culmina.

No sé si el Nobel de Dylan rescatará a autores olvidados o si Historia de una pasión rescatará la poesía de Emily Dickinson y otras poetisas como ocurrió con Alice Munro y los relatos, pero espero que ambas cosas ayuden a visibilizar este género dormido y que pronto no sea necesario omitir la autoría de unos versos para a ser leídos.

bob-dylan

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Marta Querol

La valenciana Marta Querol llegó a la escritura por accidente. Estudió Económicas e Ingeniería de Calidad y su trabajo se desarrolló siempre en este último campo. Con su primera novela, El final del ave Fénix (Ed.Centurione 2008, Editorial Aladena 2010, Ediciones B 2012), cometió la insensatez de enviarla al premio Planeta y fue una de las diez finalistas de 2007. Había encontrado su camino. A esta le siguió Las guerras de Elena (Ediciones B, 2012) y Yo que tanto te quiero (CERSA 2015, Ediciones B México 2016). Con esta saga familiar ―que le gustaría pensar son unos Buddenbrok a la española― ha conquistado a lectores de todo el mundo y las tres han ocupado puestos destacados en las listas de Amazon, aunque ella sigue siendo invisible para la crítica especializada. Tampoco pensó nunca que haría televisión y radio ―en esto último sigue― o que escribiría en el periódico centenario de su ciudad (Las Provincias) y sin embargo lo hizo durante cuatro años con su columna Piedra, papel, tijera. Enlaces: martaquerol.es ·  Marta Querol en Facebook  · @Marta_Querol

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Danilo
Danilo
1 año hace

Inspiración edpiritual

Elvira Lastra
Elvira Lastra
1 año hace

Saludo el sentimiento poético que nos hace temblar, humanidad a flor de piel

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