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Wiesenthal, humanista obstinado e intempestivo - Zenda
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Wiesenthal, humanista obstinado e intempestivo

En verdad: no quedan sino cascotes trasnochados de ese sueño que se extendía de Finisterre hasta el Bósforo, explica en estas notas misceláneas escritas a lo largo de cincuenta años. Pero todavía se vislumbran sus reflejos, por ejemplo en los hoteles con espejos dorados, en los canapés estilo isabelino, o el primero de periódicos que...

La primera impresión que tiene quien se acerca al último libro de Mauricio Wiesenthal es que se ha puesto a ejercer de turista, como si tuviera el encargo de consignar para un pariente las ruinas que quedan de un templo griego en vías de desaparición. En El derecho a disentir, que recoge lo que llama, a lo Nietzsche, «consideraciones intempestivas», deja constancia de los escombros que aún resisten de la vieja cultura europea, a la que venera como a una diosa antiquísima.

En verdad: no quedan sino cascotes trasnochados de ese sueño que se extendía de Finisterre hasta el Bósforo, explica en estas notas misceláneas escritas a lo largo de cincuenta años. Pero todavía se vislumbran sus reflejos, por ejemplo en los hoteles con espejos dorados, en los canapés estilo isabelino, o el primero de periódicos que dormita sobre la barra de un café donde sirven camareros ataviados con pajarita negra, en las callejas empedradas, las plazas o los mercados atestados de flores primaverales y sardinas, en ese alboroto confuso que se aviva cuando concurre el vozarrón de los tenderos con el gorjeo de los pájaros. Es decir, en todo eso que, con titánica ternura, Wiesenthal rememora y que tan a las antípodas de nuestro hoy se encuentra.

"Si esto escandaliza es porque hemos olvidado, como otras tantas cosas, que ser libre no exige la equidistancia. El humanismo reclama, por el contrario, compromisos osados"

Se añoran, pues, en estas páginas, la atmósfera que vio nacer a Goethe o el público incandescente que aclamaba a Zweig desde sus butacas. Pero no hay atisbo de la nostalgia languideciente que destila el ánimo de otros críticos culturales, más pesimistas o pusilánimes. Para Wiesenthal, la memoria de aquella Europa constituye un estímulo, una suerte de llamamiento a vestirse con la armadura, una forma de instigarle y que le emplaza hasta la mismísima frontera donde se despliega el enemigo. De ese modo, evocar el caudal luminoso de la cultura, y de la Europa que tuvo la fortuna de conocer cuando aún palpitaba con fuerza, es la manera que ha encontrado este humanista exquisito para hacer frente a una contemporaneidad que le disgusta, no por nueva, sino por incivilizada.

Es verdad que reparte mandobles a un lado u otro del espectro. Si esto escandaliza es porque hemos olvidado, como otras tantas cosas, que ser libre no exige la equidistancia. El humanismo reclama, por el contrario, compromisos osados. Enfangarse, vaya. Como don Quijote, Wiesenthal planta cara al tiempo que le ha tocado vivir y se enrola en esa religión siempre intempestiva que es la disidencia. Y, a la manera de Bradomín —se declara, sin temor, viejo, católico, clásico y universalista—, vive como un incorregible sentimental, lo que seguramente escocerá a los encargados de alzar los estandartes de la corrección política. No debe importarle mucho a quien recorrió, de forma infatigable, la historia del Orient-Express o siguió a Rilke hasta las escarpaduras de Duino, y que, sin ambages, confiesa tener vocación de pobre.

"Nos brinda, a fin de cuentas, un catecismo para hacer examen de conciencia y arrojar luz sobre nuestras múltiples y variadas dolencias"

Desde su punto de vista, por ejemplo, el populismo zafio que asola el espíritu de Europa no es producto del dogmatismo, sino uno de los frutos podridos del relativismo posmoderno, del buenismo light, que ondea pancartas reivindicando libertades y derechos, cuando, en realidad, lo que precisa la causa de la libertad y la democracia son convicciones sólidas. Si no, esos valores se asemejan a castillos de naipes levantados en el aire y ni siquiera precisan vientos muy rudos para venirse abajo.

¿Y qué aconseja él para esquivar el borreguismo? No lo duda: afabilidad y pensamiento crítico. En este sentido, Wiesenthal se parece —y creo que no le disgustará la analogía— a un juicioso médico de almas que escribe su manuscrito con la voluntad de descifrar las dolencias que nos afligen. Nos brinda, a fin de cuentas, un catecismo para hacer examen de conciencia y arrojar luz sobre nuestras múltiples y variadas dolencias.

"Sin pretenderlo, explora además la génesis intelectual de nuestra época y el retroceso que supuso lo acaecido tras la Ilustración"

Falta, señala, silencio. Falta profundidad. Y soledad, que es condición y requisito de la creación artística. Falta educación y principios diáfanos. Falta confianza en la verdad y la pasión por lo elevado, el humus en el que fermenta nuestra condición. Faltan maestros que recuerden el itinerario que hemos recorrido desde que dejamos de pulir los guijarros para matar al prójimo y optamos por estrecharle la mano. Faltan, en definitiva, “wiesenthals” y sabios y modelos que emular y en los que reconocernos.

Pero este libro deja bien clara una cosa: reafirmar la identidad cultural no implica, como se supone frívolamente, cometer ese pecado imperdonable que es hoy el etnocentrismo. Porque Europa es una amalgama y está hecha de diversidad, de matices, de confluencias. Es Goethe y el cristianismo, la filosofía griega y la literatura española; Flaubert tanto como Churchill, Bucarest, Roma y las costas del Adriático. Y los zocos y las callejas de Estambul. Y es la alergia hacia el nacionalismo, los puentes que acercan, los barcos que zarpan al encuentro de lo exótico, el refinamiento de una música sublime o los tirabuzones que perfila en el espacio azul un bailarín al son de una danza popular.

El libro, tan variado como sugerente, tan hermoso y lírico, tiene frases memorables, para esculpir en el frontispicio de la memoria. Sin pretenderlo, explora además la génesis intelectual de nuestra época y el retroceso que supuso lo acaecido tras la Ilustración. En todo caso, hay que leerlo como si sus palabras compusieran una carta de amor al continente, a esa extensión de sentido que ningún tratado ni ningún mercado puede abarcar. Desde este prisma, El derecho a disentir es una contribución imprescindible para hacer realidad el sueño de la integración, aclarando que no son las banderas ni las monedas lo que nos une, sino esa cultura que siempre ha estado ahí, esperando que alguien la avive.

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Autor: Mauricio Wiesenthal. Título: El derecho a disentir. Editorial: Acantilado. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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José María Carabante

José María Carabante es profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad Complutense de Madrid y colaborador en diversos medios culturales. Dirige, además, la sección de crítica de libros de ensayo en la Agencia de Prensa Aceprensa. Ha escrito diversas obras sobre pensamiento filosófico contemporáneo, entre las que destaca Entre la esfera pública y la política discursiva y Mayo del 68. Claves filosóficas de una revuelta posmoderna.

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Ernesto Falconi
Ernesto Falconi
2 años hace

Excelente entrevista. Muchas gracias por su trabajo.

Miguel García Machín
2 años hace

Una entrevista excelente – y exhaustiva- a una persona que, con su pensamiento y expresión, nos lleva a la reflexión y a la esperanza. Eligiendo el camino estrecho; Zweig, Mann, San Juan De la Cruz… La vía norte…para llegar al Sur. ¡Gracias!

José Antonio Arribas
José Antonio Arribas
2 años hace

Me sonaba el autor. He leído las primeras páginas de su último libro, he buscado más referencias y he encontrado esta entrevista que valoro muy positivamente.
Me vuelvo a «Derecho a disentir» y espero seguir con otras obras suyas a que ya he entrevisto

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