La historia de Anita Pallenberg, como la de tantas chicas que supieron de la gloria del backstage del rock & roll, es análoga, en cuanto a la forma y al tiempo, a la ascendencia y caída del Ritmo del Diablo, que llamaron sus primeros detractores a la música que alumbró la mayor sedición juvenil que la crónica de la humanidad registra. Anita llegó al rock cuando éste dejaba atrás el rock & roll seminal y empezaba a convertirse en ese fenómeno de masas que habría de ser hasta los albores del nuevo milenio. La idiosincrasia de los Stones aún estaba por formar. Todavía eran unos buenos chicos que reinterpretaban a los clásicos del rhythm & blues y rock & roll. Cómo olvidar su memorable versión de entonces del Not Fade Away, del gran Buddy Holly. De hecho, aquellos Stones de los primeros éxitos, allá por el año 64, querían ser como The Beatles, tan contestatarios como Dylan, a lo sumo.
A la vista de esa agrupación de viejecitos que es actualmente la banda —empeñada en olvidar que cuanto al rock concierne es un fulgor juvenil, como el don de la poesía, se sigue subiendo al escenario—, cuesta creer que hubo un tiempo en que fueron diabólicos. Si pactaron la juventud eterna con Mefistófeles, éste ha incumplido el contrato. Muy por el contrario, Anita Pallenberg sí que fue su cicerone en el tiempo en que sí experimentaron la majestad de las tinieblas. Tanto fue así que, como Léo Ferré, hasta le cantaban al Diablo.
Maldita, heterodoxa y alucinada, “fue ella quien les transformó, quien propició su conversión de estrellas del rock en iconos culturales”, escribe en sus memorias Marianne Faithfull, la otra gran chica de los Stones.
Como tantas, de cuantas supieron del backstage del rock, Anita era actriz además de modelo. Siempre en medio de las procacidades de los Stones, el momento álgido de su filmografía fue un baño de espuma con Jagger en Performance (Donald Cammen, Nicholas Roeg, 1970). Se dijo entonces que bajo el agua sucedieron cosas que en el guión sólo estaban sugeridas. Aunque ella siempre lo negó, Keith Richards, su pareja de entonces, siempre lo ha dado por cierto. Marianne Faithfull la recuerda «en el centro, como un ave fénix en su nido de llamas. La mágica Anita era la mujer más increíble que he conocido en mi vida. Deslumbrante, preciosa, hipnótica y turbadora. Su sonrisa —¡esos dientes carnívoros!— arrasaba con todo. Las mujeres se evaporaban a su lado”.
Hija de un alemán y una italiana que trabajaba en la embajada alemana, Anita Pallenberg nació en Roma en 1942. Interna en un colegio germano cuando acabó la guerra, Anita llegó a ser una auténtica políglota que dominaba cuatro idiomas. Con su padre hablaba en alemán, con su madre en italiano, con los Stones en inglés y leía las aventuras de Tintín en francés. Una de sus fotos más conocidas nos la muestra en las inmediaciones de Villefranche-sur-Mer, a la salida de Nellcôte, el castillo donde Richards instaló la residencia de la pareja —y toda la banda grabó Exile on Main St. (1972), uno de sus álbumes más celebrados— con La isla negra bajo el brazo y un hijo de la pareja en segundo término.
Tiempo atrás, cuando fue expulsada del colegio alemán por mal comportamiento, conoció la Roma de la Dolce Vita. Allí trató a Fellini, a Visconti, a Pasolini y al novelista Alberto Moravia. Mas el primer jalón de su biografía estaba al otro lado del Atlántico. En la Nueva York que empezaba a convertirse en la capital cultural del mundo, Anita Pallenberg también fue una de las diletantes que pululaban en la factoría de Andy Warhol. Y, como no habría de faltar ninguno de los hitos preceptivos en la biografía de los heterodoxos de la Europa de la segunda mitad del pasado siglo, también se sabe de Anita Pallenberg como miembro del Living Theatre. Su entrada en el cine no pudo ser más brillante, protagonizando Mord und Totschlag (1967), una de las primeras realizaciones del siempre interesante Volker Schlöndorff, entonces precursor de ese nuevo cine alemán que tanto habría de admirarse en la cartelera de los años 70.
“Las mujeres que ha habido alrededor de los Rolling Stones siempre han sido objeto de deleite y fantasía por parte de los mirones”, recuerda en sus memorias Bill Wyman (Sólo Rolling, Grijalbo, 1991), el bajista de la banda. “Se lo pusimos fácil: en la década de los 60, Marianne Faithfull y Anita Pallenberg, más el interminable desfile de chicas de Brian Jones”…
De todas ellas, Anita fue la más célebre. No hay duda de que la modernidad que irradiaba con su romance con Brian Jones —el stone maldito—, iniciado con los canutos de Múnich y casi siempre con la pareja ahíta de ácido lisérgico, fue determinante para el arranque de la filmografía de miss Pallenberg. Su primer trabajo para la pantalla, aquella Marie que incorporó a las órdenes de Schlöndorff, su primer papel protagonista, como casi todos sus primeros personajes, fue un trasunto de ella misma. Es más, ya rota en 1967 su relación con Jones —un maltratador de mujeres reconocido—, después de que éste le diera su última paliza durante un viaje a Marruecos y Richards se la llevase de su lado, presto a ocupar el lugar de su compañero en el corazón de la actriz, los personajes que Anita interpretaba seguían siendo una variación de ella misma. Nunca se cansó de repetir que durante el rodaje de Barbarella (Roger Vadim, 1967), que protagonizó junto a Jane Fonda, se aburrió tanto que estuvo fumada todo el tiempo. Después llegó Candy (Christian Marquand, 1968), una cinta en la estela del Swinging London, que también cuenta con la chica de Keith Richards entre sus personajes principales. Ese mismo año 68 fue retratada por Godard en Sympathy for the Devil.
Marco Ferreri la incluyó en el reparto de Dillinger ha muerto (1969) que, aunque por su título pueda parecerlo, no es un filme noir. Hablamos de una cinta en que la realidad y la fantasía se confunden, protagonizada por Anita junto a Michel Piccoli. Antes de que acabase el 69, Schlöndorff volvió a reclamarla para incluirla en el reparto de El rebelde, un drama ambientado en la Edad Media. La Katrina a la que dio vida entonces fue uno de los pocos personajes totalmente ajenos a ella misma que recreó.
Ya mediados los años 70, a medida que su relación con Richards se iba asentando y se convertía en la madre de sus hijos —lo que no fue óbice para que, en el 79, un chico con el que había tenido una relación se pegase un tiro en su cama— la filmografía de Anita Pallenberg fue yendo a menos.
Así cayó en un paréntesis que se prolongó hasta algunos videos finiseculares y sus colaboraciones con Abel Ferrara y Stephen Frears ya entrado el siglo XXI. Los excesos de su juventud minaron su salud en la vejez, siempre a cuestas con la hepatitis C. El accidente que sufrió junto a Richards, cuando se estrellaron con su coche, la hizo cojear en sus últimos días. Anita Pallenberg murió en 2017. Ya no hay chicas ni actrices como ella.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: