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8 de noviembre: Hernán Cortés en Tenochtitlán y Elcano en las Molucas - Zenda
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8 de noviembre: Hernán Cortés en Tenochtitlán y Elcano en las Molucas

Imagen de portada: cuadro de Augusto Ferrer-Dalmau Primero fue el de Cortés, en 1519, cuando al fin, tras meses de embajadas, regalos, dudas, camino, batallas y pactos con diferentes pueblos mesoamericanos, las huestes del extremeño —acompañadas por miles de guerreros aliados sometidos hasta entonces al dominio mexica— se presentaban ante la maravillosa capital de aquel...

Imagen de portada: cuadro de Augusto Ferrer-Dalmau

Tenían prácticamente la misma edad, 34 años el hidalgo extremeño y 35 el marino guipuzcoano, e infinidad de aventuras a sus espaldas cuando un 8 de noviembre —dos acontecimientos históricos planetarios, como diría la ínclita exministra Leire Pajín— eran protagonistas de sendos momentos únicos e irrepetibles: el encuentro de Hernán Cortés con el poderoso tlatoani mexica Moctezuma y la llegada de la armada de la Especiería a las islas Molucas.

Primero fue el de Cortés, en 1519, cuando al fin, tras meses de embajadas, regalos, dudas, camino, batallas y pactos con diferentes pueblos mesoamericanos, las huestes del extremeño —acompañadas por miles de guerreros aliados sometidos hasta entonces al dominio mexica— se presentaban ante la maravillosa capital de aquel mundo, la ciudad de Tenochtitlán. A recibirle salió el mismísimo y majestuoso Moctezuma, intrigado y tal vez alarmado por los múltiples informes que le habían ido llegando sobre aquellos enigmáticos hombres barbados que habían insistido en llegar al corazón de sus dominios.

Busto de Hernán Cortés

Tenochtitlán

“…y entonces sacó Cortés un collar que traía muy a mano de unas piedras de vidrio, que ya he dicho que se dicen margarijas, que tienen dentro muchas colores y diversidad de labores, y venía ensartado en unos cordones de oro con almizcle porque diesen buen olor, y se le echó al cuello al gran Montezuma; y cuando se lo puso le iba a abrazar, y aquellos grandes señores que iban con el Montezuma detuvieron el brazo a Cortés, que no le abrazase, porque lo tenían por menosprecio; y luego Cortés, con la lengua doña Marina, le dijo que holgaba ahora su corazón en haber visto un tan gran príncipe…”.

"La historia son momentos únicos e irrepetibles como el que sucedió aquel 8 de noviembre de 1519, cuando un capitán castellano sediento de gloria se encontró con el gran tlatoani"

Bernal Díaz del Castillo, “testigo de vista” de aquel hecho histórico, así lo recordaba años después. Un encuentro pacífico, pero con un llamativo desencuentro al querer mostrar su afecto Cortés a la manera castellana, abrazando a la majestuosa deidad de Moctezuma, algo que nadie osaba hacer, pues los suyos no debían ni mirarle directamente a los ojos. Aquella anécdota puede verse hoy como un preludio de lo que sucedería luego, año y medio después, con la conquista definitiva, esta vez por las armas y tras un sangriento asedio, de la bella e impresionante capital mexica.

La historia son momentos únicos e irrepetibles como el que sucedió aquel 8 de noviembre de 1519, cuando un capitán castellano sediento de gloria se encontró con el gran tlatoani, amo y señor de unas tierras ricas y enigmáticas. Dos mundos tan diferentes, encarnados por Hernán Cortés y Moctezuma, en aquella calzada de entrada a la mágica Tenochtitlán. El “pintor de batallas” Augusto Ferrer-Dalmau plasmó de manera magistral la entrada de los españoles y sus aliados en la mítica ciudad lacustre.

Regreso de Elcano a España

La vuelta al mundo de Juan Sebastián Elcano

Zarpamos ahora hacia el inmenso océano Pacífico y avanzamos dos años, hasta el 6 de noviembre de 1521. Que sea Antonio Pigafetta, célebre cronista de la expedición hacia la Especiería, el que nos cuente lo que ocurrió entonces…

“El miércoles 6 de noviembre, habiendo pasado estas islas, reconocimos otras cuatro bastante altas, a catorce leguas hacia el este. El piloto que habíamos tomado en Sharangani nos dijo que ésas eran las islas Molucas. Dimos entonces gracias a Dios y en señal de regocijo hicimos una descarga general de artillería, no debiendo extrañarse la alegría que experimentamos a la vista de estas islas, si se considera que hacía veintisiete meses menos dos días que corríamos los mares y que habíamos visitado una multitud de islas buscando siempre las Molucas”.

"A partir de aquí es cuando entra de lleno en la historia el marino de Guetaria, por su valiente decisión y habilidad para regresar navegando hacia poniente"

Dos días después, el 8 de noviembre de 1521, desembarcaban en la isla de Tidore y eran recibidos amistosamente por su rey. Siete meses después de la absurda muerte de Magallanes en Mactán a manos de los guerreros de Lapu Lapu, las naos Trinidad y Victoria habían llegado a su ansiado destino tras hallar y recorrer, un año antes, el estrecho que pronto se conocería como de Magallanes y surcar el inmenso océano Pacífico.

Juan Sebastián Elcano era entonces piloto de la nao Victoria y, como todos, se alegró de haber sobrevivido hasta entonces —docenas de compañeros habían fallecido ya— y de que sus ojos pudieran contemplar las islas de las Especias y la hermosura y exuberancia de aquellos parajes. Los intercambios comerciales —productos que llevaban a bordo (cuchillos, bonetes, espejos, telas…) por el aromático y valioso clavo— comenzaron pronto, además de aprovisionar las naos con víveres que iban a necesitar en su regreso. Las operaciones se aceleraron en cuanto supieron que una flotilla portuguesa les acechaba. Había que partir en cuanto las bodegas estuvieran llenas, la aguada realizada y barcos aparejados.

"18 famélicos supervivientes regresarían a España a comienzos de septiembre de 1522 en la maltrecha nao Victoria al mando de Elcano y con el preciado clavo en sus bodegas"

Eso ocurriría a mediados de diciembre de 1521, cuando tan sólo la nao Victoria, al mando de Elcano, partió de las Molucas rumbo a España (la Trinidad, muy dañada y con vías de agua, tuvo que quedarse para ser reparada. La despedida fue dramática: “todos lloramos”, recordaría Pigafetta). A partir de aquí es cuando entra de lleno en la historia el marino de Guetaria, por su valiente decisión y habilidad para regresar navegando hacia poniente, surcando el océano Índico lejos de la costa para evitar un encontronazo con los portugueses —el Tratado de Tordesillas prohibía a los españoles navegar por dicha demarcación—, bordeando el cabo de las Tormentas (Buena Esperanza) y remontando el atlántico africano.

18 famélicos supervivientes regresarían a España a comienzos de septiembre de 1522 en la maltrecha nao Victoria al mando de Elcano y con el preciado clavo en sus bodegas (el cargamento de esta única nao fue suficiente para cubrir el elevado coste de la expedición). Elías Salaverría pintó un cuadro que hoy estremece al visitarlo en el Museo Naval.

Pero lo más relevante de la expedición fue lo que escribió Elcano al emperador: “Mas sabrá su Alta Majestad lo que en más avemos de estimar y temer es que hemos descubierto e redondeado toda la redondeza del mundo, yendo por el occidente e veniendo por el oriente”.

Efemérides históricas hay muchas, pero la del 8 de noviembre merece ser recordada por partida doble: el primer encuentro entre Hernán Cortés y Moctezuma, y la arribada a las islas Molucas.

Me hubiera gustado ser testigo de alguna de ellas.

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Daniel Arveras

Daniel Arveras (Madrid, 1971) es periodista, escritor y apasionado de la historia, sobre todo la que tiene que ver con la presencia española en el Nuevo Mundo. En sus artículos y libros rescata del olvido a personajes y hechos muy desconocidos o que a menudo están envueltos en capas oscuras y mitos que poco tienen que ver con la realidad. Tras “Conquistadores olvidados”, su último libro es “De mucho más honor merecedora. Doña Aldonza Manrique, la gobernadora de la isla de las perlas”.

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