Antes de que se rodara Cat on a Hot Tin Roof en 1958, casi todas las adaptaciones anteriores de obras de Tennessee Williams se habían filmado en blanco y negro, en parte por las limitaciones técnicas y económicas de la época y en parte por decisión artística (sobre todo en el caso de Un tranvía llamado Deseo, con Marlon Brando). Sin embargo, el mundo entero no podía quedarse sin ver en todo su esplendor la Batalla de los Ojazos que protagonizan en esta película dos de las personas más bellas de la Historia, Paul Newman y Elizabeth Taylor, ambos en el apogeo de su atractivo, así que Richard Brooks la rodó en color sin más discusiones. En esta obra interpretan a una joven pareja en horas bajas, él hijo del mayor hacendado de Mississippi y ella su desatendida esposa. ¿Qué puede haber pasado para que él ya no quiera acostarse con ella? Lo sabremos (o no) durante el desarrollo de la trama.
Nominada a seis Oscars, de los que no ganó ninguno: Película (Lawrence Weingarten), director (Richard Brooks), actor (Paul Newman), actriz (Elizabeth Taylor), guion adaptado (Richard Brooks y James Poe) y fotografía en color (William Daniels). Newman y Taylor perdieron contra David Niven (Mesas separadas) y Susan Hayward (¡Quiero vivir!), y los otros tres fueron para Gigi.
[Aviso de destripes a muletazos en todo el texto]
Thomas Lanier Williams III, su nombre real, está considerado como uno de los mejores dramaturgos de la historia de Estados Unidos, junto a Eugene O’Neill y Arthur Miller. Nació en Mississippi en 1911, hijo de un descendiente de pioneros de Tennessee, vendedor ambulante de zapatos, alcohólico, frecuentemente ausente de casa y a menudo airado contra su hijo mediano, al que veía como un debilucho afeminado, en especial después de que el muchacho casi muriera de difteria cuando era niño. Empezó a escribir relatos y obras de teatro en su adolescencia, alguna de las cuales fue premiada localmente, pero en la Universidad de Missouri suspendió un curso de entrenamiento militar y su padre lo sacó de allí para ponerlo a trabajar en una de las fábricas que hacían los zapatos que vendía. Lejos de dejarse domesticar, Williams empezó a escribir incluso con más ahínco, a menudo durante toda la noche, pero sin éxito a nivel de obras publicadas. A los 24 años sufrió una depresión nerviosa y abandonó el empleo, al tiempo que su madre, que siempre había cuidado bien a Thomas, junto a los abuelos maternos, se separaba de su padre, sin llegar a divorciarse. Pasó luego por Iowa, California (donde llegó a trabajar en una granja de gallinas), Nueva York y Nueva Orleans, hasta acabar en Hollywood escribiendo guiones para la insaciable maquinaria cinematográfica y televisiva. Fue durante este tiempo cuando, tras haber intentando establecer relaciones con varias mujeres, comenzó a explorar y confirmar su homosexualidad.
No fue hasta los 33 años de edad cuando logró por fin un éxito importante, con El zoo de cristal, y a partir de ahí, y tras comenzar una relación larga pero tormentosa con un recepcionista de origen mexicano, Pancho Rodríguez, pareció abrirse la espita definitivamente, con Un tranvía llamado Deseo y otras, hasta llegar a nada menos que siete obras distintas estrenadas en Broadway en los siguientes once años (1948-59), ganadoras de dos premios Pulitzer y un Tony. Este éxito lo llevaría a una vida viajera con diversas parejas por Europa (estancia en Barcelona incluida), especialmente medio año en Roma en compañía de un adolescente italiano a quien apodaría Raffaello en sus memorias. También acabó cayendo él mismo en la bebida y fue perdiendo progresivamente sus poderes de atracción sobre la crítica y el público. Para entonces ya tenía una pareja más estable, Frank Merlo, actor ocasional y veterano de la marina durante la Segunda Guerra Mundial, que acabó convirtiéndose también en su secretario personal. En 1963, tras la muerte de Merlo, y con ella el fin de 14 años de relación, la salud de Williams comenzó a deteriorarse, sobre todo la mental, especialmente con su temor a la vejez y a no resultar ya capaz de atraer a una pareja joven y vital. Su último compañero fue Robert Carroll, un veinteañero veterano de Vietnam que compartió su abuso del alcohol y las drogas durante los años 70. Finalmente, Carroll y la hermana mayor de Williams, Rose, que había sido sometida a una lobotomía en 1943 y necesitó atención personal el resto de su vida, fueron los únicos mencionados en su testamento cuando Williams murió en 1983.
Quien haya visto alguna obra de Williams podrá reconocer varios de estos detalles biográficos en muchas de ellas. En el caso que nos ocupa hoy está, como poco, el padre dominante (aquí poseedor de la mayor propiedad de Mississippi, productor de algodón nada menos, y aún con sirvientes negros en casa), está el hijo ya inservible para el deporte (aquí tras una muerte en su equipo y una rotura de tobillo) y está la homosexualidad latente. De hecho, tan latente que quien haya visto solo la película puede que la haya considerado inexistente. «¿Cómo que gay? ¡Si Paul Newman no se quiere acostar con Elizabeth Taylor es porque ella le puso los cuernos con su mejor amigo y compañero de equipo, eso es todo!». Erm… no. Para eso hay que leerse la obra original según fue escrita. Debido a las leyes en vigor de aquella época, la atracción homosexual entre Brick (Newman) y Skipper (un cadáver del pasado, literalmente, que nunca aparece en pantalla ni en escena) desapareció del guion, para gran disgusto de Paul Newman y aún mayor de Williams, que alguna vez se pasó por las colas de los cines exhortando a la gente a que se fuera para casa, porque la película «iba a retrasar cincuenta años el progreso de la industria». Por su parte, en la escena en la que Brick se pasa el camisón de su esposa por la cara en una imagen destinada a comunicar al público que Brick en realidad sí la desea, a falta solo de que algo haga click en su cabeza y lo saque de su mala racha, cuando Newman la estaba ensayando una vez se arrancó la chaqueta del pijama, se puso el camisón de ella por encima y empezó a gritar, medio en serio medio en broma, «¡Skipper, Skipper!».
Obviamente, al esconder por completo el verdadero conflicto entre Brick y Maggie (Taylor), la película ha de sustituirlo con otro, o incluso con más de uno, y así, cuando las conversaciones entre ambos y con otros personajes se acercan a la discusión de los motivos por los que todavía no tienen hijos, aparecen otras razones que bailan de puntillas alrededor de conceptos como el miedo al fracaso, el alcoholismo, la humillación ante la infidelidad, la fuerte preferencia de Maggie por que Brick no se dedique al fútbol americano de forma profesional (y así evitar que ande de picos pardos toda la temporada viajando por todo el país), el deseo de Brick de agradar a su padre, la competencia de Brick con su hermano mayor, Gooper, por la herencia paterna, las mentiras familiares («Mendacity!»)… Entre todas ellas componen una red de fuentes plausibles de roce para la pareja, pero ninguna de ellas es la que el autor pretendía poner en el centro y, desde luego, el público que no conociera la obra, perdido en la belleza de la pareja protagonista y en el conocimiento de sus vivencias sexuales fuera de la pantalla (él fiel toda la vida a su esposa, Joanne Woodward, ella adicta en serie a las bodas) se pasaría todo el metraje sin siquiera reparar en ello, a pesar de que la crítica de la época sí que lo hizo. A diferencia de mucha otra gente en la farándula de los 40 y 50, Williams nunca ocultó su homosexualidad, aunque tampoco la iba publicando abiertamente. Pero no hay más que fijarse en los pocos retazos que quedan de cómo Brick habla de Skipper en la película: alguien a quien admiraba… con quien marcaba touchdowns… de quien podía fiarme… una muleta en la que apoyarme… Tras un inicio medio adormilado de Newman en su papel de borracho de día, los ojos se le incendian solo cuando se menciona a su camarada por primera vez, y vuelve a ocurrir periódicamente.
En ausencia de la crisis de identidad sexual (y por lo tanto de la personalidad del protagonista al completo) como leitmotiv, al menos se mantienen otros detalles procedentes de la obra original, como la mentira y la muerte. La familia Pollitt, aparte de la sexualidad de Brick, tiene otras ocultaciones en su armario, como por ejemplo la del cáncer del patriarca, que durante la película, ambientada en un solo día, celebra su 65º cumpleaños pero «seguramente no llegará a los 66». Recién llegado de la mejor clínica del estado, a él y a su mujer se les ha dicho (por ahora, para no amargarle el cumpleaños) que está sano, pero Gooper y su esposa saben la verdad y ya están empezando a mover piezas para cuando se decida el futuro de las posesiones familiares. También es mentira que Maggie se hubiera acostado con Skipper, al menos según ella lo cuenta ahora, pero sí es cierto que se le pasó por la cabeza hacerlo, con la retorcida idea de que, al enterarse, Brick y Skipper rompieran su amistad y ella pudiera por fin quedarse con su marido para ella sola. A la vez, no solo lo alejaría a él de abandonarla por otro hombre, sino que además los rompería como pareja efectiva sobre el campo de fútbol, logrando evitar que Brick se pasara medio año fuera de casa cada temporada.
Y es que en medio de la admiración que se tiene por Elizabeth Taylor puede ser difícil darse cuenta de que Maggie la Gata (es ella misma quien se compara con un gato moviéndose por un tejado de zinc caliente, o en el inspirado título italiano, «un tejado de zinc que quema») puede ser bastante lagarta. Desde luego, Maggie anda muy pendiente todo el tiempo de quién va a heredar qué, luego menciona su juventud en la pobreza («lo único que mi familia tenía era familia», «se puede ser joven sin dinero, pero no viejo») y remata la velada, y la obra, anunciando que está embarazada, sin duda una mentira que nadie cree, pero que planea convertir en realidad esa misma noche. Por un lado, no está mal ese final en el que se anuncia un futuro nuevo construido sobre un amor renovado y sobre verdades que sustituyen a embustes venenosos, pero por otro hay que reconocer que Maggie resulta tan manipuladora, o más, que su cuñada, Mae, la paridora de cinco insufribles críos «sin cuello» y un sexto de camino. Maggie, desde luego, es de esos personajes memorables que pueden sufrir cambios dramáticos, sin cambiar una sola coma del texto original, dependiendo de qué actriz sude bajo el calor sureño. Marilyn Monroe se interesó por el papel, Lana Turner y Grace Kelly fueron también consideradas, Brooks quería a Ava Gardner, Jessica Lange protagonizó otra adaptación para la televisión en 1984, y es fácil imaginarse cómo habría resultado Maggie al ser encarnada por cada una de ellas. En el teatro, Kathleen Turner, Ashley Judd y Scarlett Johansson también se han ceñido el famoso despiertamaridos blanco. Curiosamente, o no tanto, el papel de Brick no ha atraído a intérpretes de tanto brillo. Robert Mitchum y Elvis Presley (nativo de Mississippi) lo rechazaron, e incluso Montgomery Clift, a quien este papel le podría haber ido como anillo al dedo biográficamente, también lo rehusó. Incluso se pensó en James Dean, pero murió antes de comenzar el rodaje. Tommy Lee Jones fue el compañero en la pantalla de Jessica Lange.
Sea como fuere, también puede uno darse cuenta de que los dados están muy cargados en favor de Brick y Maggie contra Gooper y Mae. No es ya solo que los dos primeros estén encarnados por Newman y Taylor y los otros dos… no, sino que Maggie se pasa la primera media hora cambiándose las medias con liga y vistiéndose y desvistiéndose en el dormitorio tras ir al aeropuerto a recibir a su suegro, mientras que Mae es bajita, regordeta y va vestida con un saco marrón con gran lazo bajo el cuello. Elizabeth Taylor acababa de perder a su marido, Mike Todd, en un accidente de avión (ella cambió sus planes de volar con él porque ya estaba rodando y porque no se encontraba bien), y de resultas de la desgracia perdió peso (cosa que siempre la preocupó) y adquirió el físico tan estilizado que luce en esta película. Gooper es el hermano mayor, es el que ha estudiado derecho, es el que se ha casado y tenido hijos, y su esposa es la que prepara las fiestas de cumpleaños con tartas enormes. En el otro lado está, mayormente, el hijo de la parábola aquella de la Biblia en la que un padre perdona una y otra vez a su hijo cuando este se gasta su parte de la herencia: Brick es un borracho permanente, se acaba de romper el tobillo haciendo el cabra a las tres de la mañana y, en ignorancia de su conflicto sexual, no parece haber nada que lo recomiende como heredero de una empresa millonaria. Sin embargo, casi todo el mundo acaba teniendo la sensación de que Gooper y Mae son unos chacales que intentan quitarle la caza a la majestuosa pareja de leones, cuando por lo que se ve a través de la información que se puede entresacar de las conversaciones, no es así. Al menos Mae le planta cara a Maggie, a veces de forma un tanto cruel, pero el hermano a menudo parece tan enamorado de Brick como Maggie. O Skipper.
Hacia el final, tras una simple conversación en el sótano, entre antigüedades europeas compradas por la madre y desdeñadas por el patriarca como fruslerías de rastro en rebajas, todo parece volver a arreglarse, una vez que el padre, no por nada llamado Big Daddy, acepta su próxima mortalidad y el hijo le confiesa… (no eso, sino) que siempre buscó su aprobación. Williams escribió la obra entera con la imagen visual de Burl Ives como Big Daddy en mente, y el que hasta entonces había sido conocido solamente como cantante de country acabó interpretando el papel en el teatro, luego en el cine y después teniendo una exitosa segunda carrera en la pantalla. No obstante, esta escena tampoco estaba en la obra original, como nunca lo estuvo en la vida de Williams. Hay que reconocer que es una manera eficaz de resolver el conflicto entre padre e hijo (e incluso entre padre y abuelo, que también vivió en la pobreza más polvorienta, mendigando por los trenes junto al futuro Big Daddy que luego fundaría toda una hacienda) para así poder acabar, obra y película juntas, en la escena en que Maggie cambia el rumbo de la noche, y probablemente de la familia entera, pero ese no era mi Tennessee, ni su padre.
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