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Everest 1924. El enigma de Irvine y Mallory - Zenda
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Everest 1924. El enigma de Irvine y Mallory

A los hombres que alcanzaron la alabanza sempiterna y el más distinguido de los sepulcros, no tanto por el lugar donde yacen, sino porque su gloria vive eternamente en el recuerdo, siempre presente a la hora de inspirar la acción o la palabra… Debéis emularlos, sabedores de que la felicidad necesita de la libertad, y...

A los hombres que alcanzaron la alabanza sempiterna y el más distinguido de los sepulcros, no tanto por el lugar donde yacen, sino porque su gloria vive eternamente en el recuerdo, siempre presente a la hora de inspirar la acción o la palabra… Debéis emularlos, sabedores de que la felicidad necesita de la libertad, y esta última del coraje.

Pericles

La mañana del 8 de junio de 1924, un profesor de literatura de Cambridge, George Mallory, y un ingeniero de Oxford, Andrew Irvine, salieron del campo VI de la cara norte del Everest dispuestos a ser los primeros en conquistar la cumbre más alta del mundo. Un miembro de la expedición, el geólogo Noel Odell, fue el último en verlos con vida. Dos diminutos puntos negros que Odell situó entre el segundo y tercer escalón de la arista NE, dirigiéndose con prestancia a la cima. Luego, la niebla envolvió la visión, y sus amigos desaparecieron para siempre. Nueve años más tarde se halló el piolet que pertenecía a Irvine, y en 1999 la Mallory & Irvine Research Expedition, dirigida por Eric Simonson y Jochen Hemmled, encontró el cuerpo momificado de George Mallory en una pequeña comba de la ladera norte, a 8.156 metros de altitud, unos 300 metros por debajo de la misma cresta. La cuerda de cáñamo a la que iba unido a su compañero estaba enrollada en su cintura y rota. No había ni rastro de Irvine, ni de la cámara fotográfica en la que podría estar la prueba definitiva del mayor enigma de la historia del alpinismo y de las grandes conquistas de la humanidad.

Mallory y Somervell se habían encargado de seleccionar los libros de la expedición, clásicos como Hamlet y El rey Lear, y juntos se encargan de leerlos en el campo III en voz alta para todos. La montaña era una faceta más de cómo entendían la vida; exploraban y cartografiaban al tiempo que dibujaban, escribían o recitaban poemas de Shakespeare, Alfred Tennyson o Robert Browning, y lo hacían con un coraje y un estilo típicamente británicos.

Fue esa una aventura colosal. Sus protagonistas eran unos conquistadores románticos, y los mejores representantes de una época gloriosa a caballo entre la Gran Guerra, la tregua de los años veinte, y la II Guerra Mundial. Un tiempo en el que los expedicionarios partían hacia lugares que aún no habían sido descubiertos. Lugares prohibidos, como lo era el Tíbet de aquellos años. Eran profesores, escritores, científicos, espías, cartógrafos, militares. Muchos de ellos —como en el caso de las tres consecutivas expediciones británicas al Everest que acometió Mallory— eran antiguos soldados que se habían curtido pocos años antes en el lodo de las trincheras y en la batalla de Somme, enfrentándose a las balas de las implacables ametralladoras alemanas. En el Everest vestían chaquetas de franela y llenaban sus petates y mochilas de libros, y así aliviaban las gélidas noches y las inciertas mañanas. Espíritus nobles y apasionados, con la coraza de haber sobrevivido al fuego de artillería, y atormentados también por ello.

Después de aquello, el romanticismo dio oxígeno a esa generación de jóvenes perdidos. Para resarcirse, unos escribieron libros, como Tolkien. Otros escalaron montañas, como esta formidable vieja guardia del alpinismo británico.

De la misma forma que el Siglo de Oro irradió cultura, exploración y aventura, la época heroica de la conquista de los extremos de la Tierra, muy especialmente británica, fue una etapa imprescindible para comprender el mundo moderno y nuestro papel dentro de este pequeño planeta perdido «en las orillas del océano cósmico», como dijera Carl Sagan. Escritores, poetas, pintores y científicos explicando nuestro mundo. No volveremos a vivir un tiempo tan apasionante.

George Mallory, con una prometedora carrera como literato y con su habitual exquisita sensibilidad, relató a su mujer Ruth la visión que tuvo al contemplar por vez primera el monte Everest, durante la expedición de reconocimiento de 1921:

Una increíble masa montañosa. Un magnífico pico nevado con la cara norte más empinada que pudiera imaginarse. Tenía las aristas más espléndidas y los precipicios más impresionantes que he visto jamás. Tenía un extraño aire fascinante; la pared estaba flanqueada por dos enormes grietas, las extremidades de un gigante, simples, severas y soberbias. Desde el punto de vista alpinístico era imposible imaginarse una visión más hermosa.

—George Mallory

De todo esto nos habla nuestro insigne protagonista de hoy, Sebastián Álvaro —Sebas—, en su magnífico libro Everest 1924: El enigma de Irvine y Mallory (Desnivel, 2021). Sebas, que dirigió durante 29 años uno de los más prestigiosos programas que se han hecho jamás en la televisión española —Al filo de lo imposible—, perseguía desentrañar desde hacía varios lustros esta historia fascinante de la historia del alpinismo, y que él mismo se encargó de recrear en el año 2000 con su equipo de alpinistas de élite, ataviados con los mismos ropajes e indumentaria que aquellos osados expedicionarios de 1924. El equipo de Sebas no solo consiguió sentir en sus carnes lo que debieron de sentir aquellos pioneros protagonistas, sino dejarnos una filmación extraordinaria en blanco y negro simulando la lejana gesta. Llevaban con ellos la última página de La tempestad de Shakespeare para depositarla en la cima.

Nuestra fiesta ha terminado. Los actores, como ya te dije, eran espíritus y se han disuelto en el aire. En el aire leve. Y, cual la obra sin cimientos de esta fantasía, las torres en sus nobles, los regios palacios, los templos solemnes, el inmenso mundo y cuando lo hereden, todo se disipará. E, igual que se ha disipado mi etérea función, no quedará ni polvo. Somos de la misma sustancia que los sueños y nuestra breve vida culminará en un dormir.  

—La tempestad, Shakespeare

Para escribir este inmenso ensayo, Sebas ha investigado profusamente todas las pruebas que se encuentran ahora en prestigiosas instituciones, como las existentes en la Royal Geographic Society, o en el Alpine Club de Londres, y ha entrevistado a los mejores especialistas y montañeros de nuestros días. Tratando de reconstruir la legendaria hazaña, siguiendo el recorrido de aquellos que cayeron en combate, sus vidas, sus anhelos, amores, contradicciones y complejidades, no para ofrecer una conclusión que resuelva el gran misterio, sino para comprender por qué lo hicieron.

Este libro, concebido en los meses más oscuros de la pandemia que ha asolado el mundo, surge como aquella última visión de Noel Odell. Un momento de claridad en medio de la niebla. Odell sostuvo durante toda su larga vida que sus compañeros Mallory e Irvine lograron coronar y tuvieron el accidente fatal al descender. Esta es la clase de libros que te hacen comprender por qué Odell creyó en algo que no llegó a ver.

Reencontrarme con Sebas Álvaro tras este tiempo tan complicado es todo un lujo, y un honor para mí. Es la tercera vez que nos reunimos en este territorio común de aventuras zendiano. Conozcamos un poco mejor este fascinante misterio que encierra la montaña de las montañas.

***

ENTREVISTA CON SEBASTIÁN ÁLVARO

—Querido Sebas, felicidades por el relato espectacular que has hecho. Llevas años investigando este enigma. ¿Cuál ha sido el detonante para contarlo finalmente? ¿Y qué sientes ahora que ya está ahí?

—Muchas gracias por el elogio, Susana. La verdad es que estoy muy contento de la respuesta de los lectores. Llevaba pensando veinte años en dar forma a esta fantástica historia, pero si la pandemia no nos hubiera obligado a recluirnos y, más tarde, con tantas restricciones para los viajes, quizás no hubiera escrito este libro. Desde hace 40 años nunca he pasado tanto tiempo en casa, y yo diría que nunca en mi vida he pasado tantas horas seguidas delante de la pantalla del ordenador. Ahora, después de casi dos años dando forma a Everest 1924, me siento desinflado, como el corredor de maratón que llega exhausto a la meta. De momento, no pienso nada más que irme muy lejos a perderme entre las montañas que más quiero.

Cara Norte del Everest.

—Dices en tu obra que juzgar a aquellos hombres desde nuestros parámetros actuales no sólo supone un anacronismo histórico, sino una torpeza intelectual que impide comprender en profundidad aquellas expediciones pioneras. ¿Cómo fue aquella generación de expedicionarios que partieron hacia lo desconocido, usando las palabras de George Mallory, saliéndose del mapa?

"Tras la terrible experiencia de la Gran Guerra lo dejaron todo: familia, patria, profesiones, por una difusa promesa de gloria y reconocimiento"

—Aquella generación de exploradores británicos fue única e irrepetible. Fue la encargada de rellenar los últimos espacios en blanco de los mapas y poner en marcha la conquista de los extremos del planeta: los polos y las altas cumbres del Himalaya. Desde luego hubo muchos más de otras nacionalidades, pero a finales del siglo XIX y principios del XX, la pujanza del imperio británico va a propiciar una serie de aventuras y exploraciones que, salvando las distancias, cambiaron el mundo de la misma forma que la gran era de exploraciones y aventuras de los españoles en el siglo XVI y XVII. Y eran aventureros completos: escritores, alpinistas, militares, espías, músicos, cartógrafos, cirujanos… Además, tenían una capacidad de sacrificio y de hacer frente a la adversidad que hoy en día no podemos ni siquiera imaginar. Tras la terrible experiencia de la Gran Guerra lo dejaron todo: familia, patria, profesiones, por una difusa promesa de gloria y reconocimiento —como diría Ernest Shackleton—, viviendo aventuras al límite para poder ver el mundo a sus pies, aunque sólo fuese por unos minutos.

—¿Cómo has logrado comprender a estos exploradores, sus inquietudes, sus anhelos? Ellos no perseguían batir marcas, como ahora…

—Intentando ponerme en sus botas y, sobre todo, en su cabeza. Visitando los lugares que ellos exploraron, desiertos, montañas, regiones polares, leyendo a sus poetas favoritos y por último intentando escalar el Everest de la misma forma que lo hicieron ellos. Everest 1924 es el intento (los lectores serán los que tengan la última palabra) de unir razón y emoción en una de las historias más fascinantes y tristes que conozco. Es mi libro más mestizo, producto de muchas lecturas y muchas expediciones. No he querido ser neutral, algo que por otro lado no he pretendido nunca, pero sí ser honesto y ecuánime. Trato de ofrecer al lector una visión global de aquella venturosa época de exploración que ofreció al ser humano la oportunidad de vivir las últimas aventuras imposibles, al tiempo que pongo a su disposición todos los datos que conocemos de aquella expedición de 1924 en la que desaparecieron Andrew Irvine y George Mallory.

Ruth y Mallory.

—En el año 2000 y 2001 rodasteis dos de los mejores documentales de Al filo de lo imposible recreando precisamente la expedición británica de 1924. Cuéntanos cómo fue esa experiencia, cómo la preparasteis, qué dificultades tuvisteis.

"Bajo el punto de vista personal fue una experiencia emocionante que nunca olvidaré. Y creo que tampoco todos los que estuvieron allí, en el Everest, en el Lhotse o en el Ama Dablam"

—Las dos expediciones de las primaveras de 2000 y 2001 fueron de las más complejas que tuvimos que realizar en Al filo de lo imposible. En un año nos planteamos, entre otras muchas actividades, escalar cinco grandes montañas, entre ellas el Everest, sin utilizar oxígeno suplementario, retransmitirlo en directo, y hacer una película con vestuario de la época de aquella hazaña británica. Desde luego, pude contar con algunos de los mejores alpinistas españoles, todos ellos buenos amigos de muchas expediciones, entre ellos Juanito Oiarzabal (que se convertiría en la tercera persona del mundo en conseguir escalar los catorce ochomiles sin utilizar bombonas de oxígeno), pero también Juan Vallejo, Alberto Zeraín, Ferran Latorre, Iñaki Querejeta, Óscar Cadiach, Josu Bereciartua y muchos otros buenos alpinistas, pero también técnicos, cámaras, etc., para mandar imágenes a Torrespaña todos los días. Cabe destacar el trabajo que hicieron antes de salir de España profesionales de vestuario y maquillaje, como Carmina Rodríguez o Isabel Paz, para poder dar forma a una película (que también era un documental) rodada en el lugar más alto de la Tierra. Sin embargo, por esas cuestiones que pasan en TVE cíclicamente, mientras en el año 2000 nuestros jefes nos apoyaron y creían en el proyecto, en el 2001 tuvimos que nadar contracorriente antes de salir de Prado del Rey. Afortunadamente, como todo salió bien, todo el mundo se apuntó después a los premios y las felicitaciones, como suele ser habitual en estas ocasiones. Bajo el punto de vista personal fue una experiencia emocionante que nunca olvidaré. Y creo que tampoco todos los que estuvieron allí, en el Everest, en el Lhotse o en el Ama Dablam.

Juan Vallejo, Ferran Latorre, Sebas y Alberto Zeraín.

—Durante los días de rodaje leíais en alto las obras de Shakespeare, especialmente La tempestad. ¿Por qué esa obra en concreto? ¿Lograsteis dejar la última página en la cima?

"En el mono de pluma con el que alcanzó la cima llevaba esa hoja de La tempestad, que es un símbolo de la permanencia del espíritu de aquellos aventureros que se quedaron en el aire leve del Everest"

—Esa obra de teatro muchos especialistas consideran que es una de las obras de madurez del gran dramaturgo inglés. En realidad es una metáfora de nuestra propia existencia, en la línea de La vida es sueño, de Calderón de la Barca. Cuando está finalizando la obra pone en boca de uno de los protagonistas palabras que me parecían escritas para la desaparición de Irvine y Mallory: Los actores, como ya te dije, se han disuelto en el aire leve… Somos de la misma substancia de los sueños y nuestra breve vida termina en un dormir. Esa es la explicación del título de los dos documentales que hicimos: La substancia de los sueños y En el aire leve. Por esos guiños a la Literatura y la Historia —que suelen encontrarse en casi todos los programas de Al filo—, Ferran Latorre y yo pactamos dejar esa hoja en la cumbre del Everest, algo que no logramos ninguno de esos dos años porque Ferran no lograría alcanzar la cumbre. Sin embargo, lo haría años más tarde, y en el mono de pluma con el que alcanzó la cima llevaba esa hoja de La tempestad, que es un símbolo de la permanencia del espíritu de aquellos aventureros que se quedaron en el aire leve del Everest.

Texto para depositar en la cumbre del Everest.

—De todo este enigma, la pieza clave es Noel Odell, pues fue la última persona que vio con vida a Mallory e Irvine. ¿Tú crees que los vio avanzando entre el segundo y tercer escalón de la arista cimera? ¿Por qué cambió su versión con los años?

—Yo creo que Odell no pudo equivocarse. Al menos era el que menos podía equivocarse de aquel grupo, pues era el geólogo del grupo y por tanto el que mejor podía integrar en su sitio, con sólo una mirada, todos los elementos de la montaña, como son las bandas amarillas, los escalones, la pirámide terminal, los escalones, etc. Y no fueron segundos, sino minutos, los que tuvo para situar a sus compañeros. Mientras estuvimos rodando la película, mis compañeros Ferran, Josu, Óscar y Alberto tuvieron la oportunidad de comprobar que, desde aquella posición donde estaba Odell, los dos escalones, el primero y el segundo, están muy bien diferenciados como para confundirse. En todo caso, como han señalado otros autores, es más probable que Irvine y Mallory estuviesen más cerca del tercer escalón, es decir, más cerca de la cumbre. De todas formas, es un debate que perdurará en el tiempo, me temo.

—En el libro dices que en la famosa última foto de aquel grupo expedicionario, hecha por el cineasta John Noel, se respiraba una atmósfera de misterio y que llamaba la atención la expresión de Mallory. ¿Qué crees que pasaba por su cabeza? ¿Crees que flaqueó en algún momento?

"No eran hombres de medias tintas, como demostraron en todas sus aventuras y exploraciones, fuese en el cañón del Yarlung Tsangpó, atravesando el Gobi y el paso Muztagh o en el Everest"

—En expediciones tan duras, de tantos meses, y después de haberle dedicado años de trabajo y tantas ilusiones, todo el mundo flaquea. Lo sé sobradamente por mis experiencias propias. Y aquellos hombres no eran semidioses, como ocurre en las tragedias griegas. Durante buena parte de la última expedición Mallory tuvo dudas, que se traslucen en la correspondencia mantenida con Ruth. Y también añoranza por ella y sus hijos. Pero también tenía determinación por acabar aquella aventura, fuera en el sentido que fuese, que ya se prolongaba cinco años de su vida. Y que le consumía por dentro, pues Mallory era (como dejó escrito Apsley Cherry-Garrard) un espíritu fogoso. Y creo que, una vez decidido a ir a por todas, como dejó escrito, se dejaría la piel y todo lo que fuera necesario en aquel último intento. No eran hombres de medias tintas, como demostraron en todas sus aventuras y exploraciones, fuese en el cañón del Yarlung Tsangpó, atravesando el Gobi y el paso Muztagh o en el Everest.

—¿Qué crees que era el Everest para Mallory, y por qué pudo pesar más la montaña que su mujer, Ruth, y los hijos de ambos, sabiendo que ahí se volvía a jugar la vida de nuevo? ¿Tal vez llegó un momento en que la obsesión se convirtió un poco como Ahab con su Moby Dick?

—No creo que Mallory estuviese tan obsesionado como el protagonista de Moby Dick, pero la expedición de 1924 claramente era el resumen de todas las esperanzas y todos los esfuerzos británicos en la montaña más alta de la Tierra. Y el principal protagonista, y por tanto en el que recaían todas esas esperanzas, era George Mallory. Se demostraría hasta tal punto que era verdad esa afirmación en el funeral que se celebraría en Londres. Esa esperanza rota se mantendría en el tiempo casi treinta años, cuando la ascensión de Hillary y Tenzing se hizo coincidir con la coronación de la reina Isabel en una manifestación de orgullo nacionalista inglés… aunque para entonces ni Hillary ni Tenzing fuesen británicos. Hasta tal punto seguía ardiendo en el corazón de la sociedad el impulso romántico de aquellos pioneros.

Reconstrucción del grupo de expedición de 1924.

—Recoges en este ensayo algunas de las reveladoras palabras que Mallory le escribió a su mujer, Ruth. A veces parece que asume un destino funesto, otras que lo va a conseguir… ¿Es normal dejarse llevar por sensaciones de derrota o triunfo en situaciones tan extremas como éstas?

Sí. Las emociones en esos momentos son tan intensas que, a veces, son avasalladoras. Igual que ocurre cuando te enamoras. Mallory estaba enamorado de su mujer, y quería llevar una vida tranquila con ella y sus hijos, pero la atracción del Everest le llevaba irremediablemente a enfrentarse a su destino. Ruth lo sabía y era plenamente consciente de ello, y por eso, cuando Mallory dudaba sobre su incorporación a la última expedición, de la que ya no volvería, fue ella la que le daría el último empujón.

—Comentas que el cuerpo momificado de Mallory te recuerda a la escultura del gálata moribundo como el símbolo definitivo de la lucha y la derrota. ¿Fue esta gesta una guerra contra la montaña? ¿Fue, tal vez, una redención por los compañeros caídos, como los sherpas, de los que él se sentía responsable?

"Creo que no hay redención posible. Ni segundas oportunidades. Hay que aceptar las consecuencias de nuestros actos y tratar de vivir con ellas"

—Desde que vi aquella fotografía del cuerpo marmóreo de Mallory recordé aquella escultura que se encuentra en Roma. A mí siempre me ha inspirado más que la humillante caída de la derrota la resistencia ante la misma, el carácter indómito ante la misma, la lucha hasta el último aliento, como sintetiza el poema de Robert Browning inscrito en la tumba de Shackleton dos años antes de la muerte de Mallory. Por otro lado, creo que no hay redención posible. Ni segundas oportunidades. Hay que aceptar las consecuencias de nuestros actos y tratar de vivir con ellas. Pienso que eso es lo que hizo Mallory al respecto de la muerte de aquellos sherpas, que siempre llevó encima. Quizás por eso no utilizaban sherpas en el ataque a la cumbre.

—Tú has analizado cada detalle del hallazgo del cadáver del Mallory —también con la ayuda de forenses—, así como los objetos recuperados que él portaba en el momento del accidente. ¿Puedes contarnos lo que averiguaste? ¿Se podría establecer un diagnóstico preciso de cómo sucedió el accidente?

"Las gafas dentro del bolsillo me parecen un argumento de mayor peso para llegar a la conclusión de que bajaban tarde, fuesen las cinco de la tarde o de madrugada del día siguiente"

—Es difícil hacer un diagnóstico preciso, pero sí se pueden establecer hipótesis más probables. Todo lo conocido hasta ahora sugiere que el accidente ocurrió a la bajada, que ya habían consumido todo el oxígeno que habían cargado, que era tarde, pues no llevaban las gafas de sol puestas, y que uno de los dos arrastró a su compañero al vacío. Como resultado de la caída se rompió la cuerda y Mallory sufrió heridas que le ocasionaron la muerte. No cabe descartar que fuera un resbalón en las rocas sueltas o incluso que rompieran una placa de nieve. Parece probable que Mallory estuviese un tiempo tapado por la nieve. Quizás algún día pueda haber otros datos que amplíen esta información, pero de momento es lo que sabemos, que no es poco.

—En el maltrecho reloj de pulsera de Mallory, el rastro oxidado que dejaron las agujas indica que este se paró a las cinco y diez. ¿Podríamos especular que la caída mortal ocurrió al atardecer el mismo día del ataque a la cumbre o, tal vez, la jornada siguiente de madrugada? En esa segunda hipótesis las probabilidades de que fallecieran tras alcanzar de noche la cima del Everest podría ganar fuerza.

En efecto, y las dos probabilidades, tarde o noche, podrían haberse dado, pero he leído que el reloj podría haberse roto mucho antes y que por eso lo llevaba en el bolsillo, lo que invalida cualquier conclusión a partir del reloj. No le he dedicado mucho tiempo a este asunto porque, en todo caso, las gafas dentro del bolsillo me parecen un argumento de mayor peso para llegar a la conclusión de que bajaban tarde, fuesen las cinco de la tarde o la madrugada del día siguiente.

Atravesando el Tíbet. Reconstrucción de la expedición de 1924.

—Mallory llevaba una fotografía de su esposa Ruth para depositarla en la nieve de la cumbre. Esa imagen no apareció en los bolsillos su chaqueta de franela. ¿Cuál es tu opinión al respecto?

"Yo localizaría este último campamento, pondría a un grupo de alpinistas fuertes y buscaría en los alrededores a unos 20 minutos"

Lo primero que debo decir es que no hay ninguna prueba de que Mallory llevase esa fotografía consigo el día 8 de junio. Desde luego, no lo debió de comentar con Norton, Odell o Somervell, algo que me parece normal, pues ese tipo de cosas son muy íntimas. A veces yo he hecho cosas parecidas con personas muy queridas y no se lo he dicho ni siquiera a la persona interesada nada más que a la vuelta a casa. Tampoco he visto ninguna referencia en la correspondencia con Ruth, aunque hay parte de esa correspondencia que todavía no está disponible. Así que la única referencia a esa fotografía, de una fuente fiable y cercana, es la de su hija mayor, Clare, que lo ha dejado por escrito. El que su nieto George subiera una foto de sus abuelos, Mallory y Ruth, cuando subió a la cumbre del Everest, parece reforzar que esa hipótesis ha perdurado en el tiempo en el ánimo de su familia a pesar de los años transcurridos.

—¿Y qué me dices de Irvine? ¿Pudo sobrevivir a Mallory? La cuerda que les unía estaba rota. En 1975, el alpinista Wang Hongbao descubrió el cuerpo de un inglés antiguo semisentado en una roca, como si estuviera descansando, en una postura diferente a la que mostraba el cuerpo yaciente de Mallory. ¿Podría tratarse del cuerpo de Irvine? ¿Si hubieran muerto ambos en la misma caída, no sería lógico rastrear en la vertical desde la misma arista donde apareció su piolet hasta donde yace el cuerpo de Mallory?

—Por lo que conocemos de esta declaración del alpinista chino (que al día siguiente murió en el Everest por una avalancha) parece indudable que aquel cuerpo que vio en 1975 debió de ser el de Andrew Irvine, pues en efecto, su descripción no corresponde ni por asomo al de George Mallory. Tampoco sabemos si Irvine sufrió heridas graves en la caída o pudo seguir caminando buscando la salvación de su tienda en el campamento VI. Lo que sí sabemos es que, según el alpinista chino, encontró el cuerpo de este inglés antiguo dando un paseo, a unos 20 minutos del campo VI de los alpinistas chinos de 1975. Así que yo localizaría este último campamento, pondría a un grupo de alpinistas fuertes y buscaría en los alrededores a unos 20 minutos, más que en la vertical del cuerpo de Mallory, pues es posible que después del accidente Irvine tratase de alcanzar su tienda.

—Algunos aspectos acontecidos en la salud de Mallory e Irvine podrían haber jugado un papel decisivo en el fracaso el día del ataque a la cumbre. Me refiero a la limitante faringitis que ambos padecían, así como a las severas quemaduras solares que sufría Irvine en la cara y labios, que les torturaban cuando comían, o al respirar y llevar la mascarilla del oxígeno. ¿Cuál es tu opinión al respecto?

"Más importante es la referencia a la base de la pirámide, que puede entenderse perfectamente que sea el tramo desde el tercer escalón hasta la cumbre"

—Que, en efecto, ese tipo de contratiempos te limitan, pero, por lo que yo he visto, no son determinantes. De hecho, la faringitis crónica me ha perseguido en todas las expediciones a partir de unos cinco mil metros de altitud y las quemaduras en los labios son persistentes en casi todos los que realizan estas expediciones, pero no creo que esas cosas echasen para atrás a personas como aquellas. No hay nada más que recordar que unos días antes Somervell estuvo a punto de asfixiarse por un problema en la garganta y que Norton bajó ciego de su intento y tuvieron que ayudarle a bajar.

—En una nota que dejó escrita Mallory especificaba que divisaran su avance el día del ataque final cerca de la franja rocosa de la base de la pirámide, o por el filo de la arista sobre las 8 p.m. Esa nota muestra una caligrafía deshilachada —sin la pulcritud habitual de Mallory— y, además, en ella hay un grave error tipográfico, pues debía poner las 8 a.m. ¿Pudo ser debido a una cierta disfunción neurológica por el efecto de la hipoxia?

—No cabe descartarlo, pero no creo que fuera eso. Lo de la pulcritud en la escritura puede ser debido a que los sherpas querían bajarse corriendo al collado norte y le estaban apremiando, aparte de que hacía frío, y debió de escribirla encima de una rodilla o en la tienda, moviéndose. Lo de la confusión al poner pm en lugar de am, es perfectamente compatible con las prisas y el estrés de aquellas jornadas. Más importante es la referencia a la base de la pirámide, que puede entenderse perfectamente que sea el tramo desde el tercer escalón hasta la cumbre.

Sebastián Álvaro. Reconstrucción de la expedición de 1924.

—A las cuatro horas de escalada inhalando oxígeno suplementario se calcula que les quedaría tan solo la mitad del gas en las botellas. La falta repentina en el suministro del oxígeno podría haber contribuido a ocasionarles confusión mental, tomar decisiones erróneas y sufrir torpeza en los movimientos —causas frecuentes que originan accidentes mortales en esas altitudes—. En tales circunstancias, ¿crees que les habría dado tiempo a alcanzar la cumbre?

"Hay una anécdota de Mallory y Morshead, cuando sienten frío en una tentativa, en la que, para quitarse el frío, Morshead sólo se puso una bufanda. Sin duda eran gente muy dura y sacrificada"

—Resulta difícil ponerse en la cabeza de Mallory en aquel momento. De todas formas, creo que es evidente que ambos estaban aclimatados para escalar por encima de ocho mil metros sin utilizar botellas de oxígeno, y de hecho así subieron hasta el último campamento. Queda por tanto descartado el que sufrieran un colapso cuando se les acabara el oxígeno, pues ya no llevaban las bombonas encima cuando les ocurrió el accidente. Lo de la confusión mental, las decisiones erróneas, la lentitud de movimientos y también de pensamientos, sin duda se producen en todos. Por tanto, entra dentro de lo probable que tomasen decisiones erróneas.

—¿Cómo podían soportar las bajas temperaturas vestidos como iban a esas altitudes? ¿Qué sintió tu equipo de Al filo al usar los mismos ropajes que ellos cuando filmasteis los documentales simulando aquella expedición? ¿Lograsteis coronar con esa indumentaria?

—Eran alpinistas recios, personas curtidas en multitud de vicisitudes y acostumbrados al esfuerzo y a soportar mayores sacrificios que hoy en día. Hay una anécdota de Mallory y Morshead, cuando sienten frío en una tentativa, en la que, para quitarse el frío, Morshead sólo se puso una bufanda. Sin duda eran gente muy dura y sacrificada. Ponerse en el traje y la piel (como canta Sabina) de aquellos hombres supuso acceder a un sentimiento y unas emociones muy especiales; al menos lo fue para mí.

—Dices en la obra: en la parte más alta de las grandes montañas cualquier alpinista tiene cien motivos para bajarse y uno sólo para continuar. Sin embargo, Mallory tenía cien razones para subir. Noel Odell o Chris Bonington opinaban que lo sí lo consiguieron, en contra de la opinión de otros, como Reinhold Messner o Edmund Hillary. ¿Cuál es la tuya?

—Que se lo merecieron más que nadie, antes o después… Pero también sé, por los años vividos, que muchas veces la vida no es justa y casi siempre no es fácil. Me consuelo pensando que tuvieron muchas probabilidades de conseguirlo.

Memorial en el Everest.

—¿Qué crees, realmente, que pasó ahí arriba? ¿cómo imaginas los momentos finales de Mallory e Irvine ese día 8 de junio, o tal vez el 9, de 1924? ¿Cuáles crees que fueron los últimos pensamientos de Mallory o de Irvine?

"Yo ni siquiera habría hecho ese segundo intento después de que Norton y Somervell alcanzasen los 8.600 metros. Intentando ponerme en la piel de Mallory, yo me habría dado la vuelta"

—Los dos últimos capítulos de Everest 1924 los he dedicado precisamente a contestar a esta pregunta con todo el talento y el conocimiento de la montaña y la historia del alpinismo que poseo. Respecto a los últimos pensamientos de los dos alpinistas británicos, intentando ponerme en su piel, supongo que yo en esa situación hubiera aprovechado para despedirme de mis seres queridos. Así que imagino que Mallory recordaría a Ruth y sus niños; y su compañero Irvine, supongo, haría lo mismo.

—De haber sido Mallory, ¿qué habrías hecho tú, darte la vuelta o seguir adelante?

—Resulta muy difícil responder. Yo ni siquiera habría hecho ese segundo intento después de que Norton y Somervell alcanzasen los 8.600 metros. Intentando ponerme en la piel de Mallory, yo me habría dado la vuelta. Pero también estoy convencido (como su amigo Young) de que Mallory hubiera seguido… porque Mallory era Mallory.

—Si la cuestión no es si Mallory e Irvine llegaron o no a la cima, ¿cuál es, entonces, la pregunta clave en tu opinión?

—Si estaban preparados y tuvieron probabilidades reales, o no, para ascender a la cumbre del Everest el 8 de junio de 1924.

—¿De todo aquel legendario grupo de alpinistas (Norton, Somervell, Noel, Mallory, Odell, Irvine, etc…), con cuál de ellos te identificas más, y por qué?

—Sin duda con George Mallory, por ese carácter idealista, romántico y tan poco práctico, con el que me identifico. Y después, en esa lista, con el cirujano Howard Somervell.

—Sebas, tu llevas una trayectoria alpina y exploradora dilatadísima. Has estado en los confines más remotos y bellos de la Tierra. ¿Qué fue lo que te convirtió en un aventurero?

"Debilidad, vulnerabilidad, la sensación de poder ser barrido en cualquier momento por la gran Naturaleza. Es una montaña demasiado inhumana. Es imposible, para mí, amar a una montaña así"

—Las lecturas de tebeos, la pasión de mi madre y los amigos que me llevaron a la sierra de Guadarrama. Y luego la casualidad de compartir vida y emociones con amigos que merecen la pena y a los que debo buena parte de lo que soy.

—¿Cuál ha sido la sensación más poderosa que has sentido estando frente al monte Everest?

—Debilidad, vulnerabilidad, la sensación de poder ser barrido en cualquier momento por la gran Naturaleza. Es una montaña demasiado inhumana. Es imposible, para mí, amar a una montaña así.

Sebastián Álvaro.

—A menudo te veo recitando poemas de nuestros grandes literatos en las cimas de nuestras montañas. ¿Qué libros te llevas en tus grandes expediciones, o en tus pequeñas salidas a la sierra de Guadarrama? ¿Cómo te ha ayudado la literatura para comprender tu vida al filo de lo imposible, y en general?

—En todas las expediciones nunca me faltan música y literatura. Son el complemento perfecto a las emociones que siento allí, al margen del mundo de los humanos. A veces, en el silencio, en la soledad, en la belleza del mundo, es lo único que echo en falta. A nada más se puede aspirar: poemas, lecturas, buena música y un paisaje grandioso. Robert Browning dijo que nunca se puede conseguir al mismo tiempo el lugar, el momento y la persona amada. Yo lo conseguí varias veces. Es suficiente para una persona.

—¿Cuáles son tus certezas, Sebas? ¿Qué consejo nos darías para vivir con plenitud?

—Tengo muy pocas certezas. A medida que envejezco crecen las dudas y las montañas me parecen más altas, al mismo tiempo que menguan mis fuerzas. Y tampoco soy muy dado a ofrecer consejos: la mayoría nos los piden y casi ninguno los sigue. Pero cada uno debe encontrar su Everest en la vida. Y luego vivirlo con pasión y entusiasmo.

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Autor: Sebastián Álvaro. Título: Everest 1924: El enigma de Irvine y Mallory. Editorial: Desnivel. Venta: Todos tus libros, AmazonFnac y Casa del Libro.

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Susana Rizo

Soy historiadora del arte-documentalista, y prisionera de Zenda desde sus orígenes. Escribir es un reto constante, y este lugar es el mejor para aprender, pues estoy rodeada de maestros.@SusanaRizo5

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