Más que escribir, borraba. Cuando me sentaba frente a la computadora y abría el documento de la novela, muchas frases me parecían débiles, pobres, inútiles. Entonces, me ponía a borrar. Debimos ser felices, mi primer libro, lo escribí mientras perdía los ojos en la pared o miraba hacia la ventana, que el primer año daba al centro de Montevideo y, después, cuando me mudé de país, a un cerro de Santiago de Chile.
Mientras tecleaba, casi siempre sonaba el disco Calma, de Gustavo Ripa. Escuchando esas melodías de guitarra, quizás, escribí la primera frase de la novela: “Antes de que yo naciera, mi madre ya había escrito una nota de suicidio”. En esa escena inaugural, la protagonista encuentra una nota de despedida que escribió su madre décadas atrás. Así se dispara una búsqueda por entender qué la llevó a escribir esas palabras.
[ttt_showpost id=»149639″][/ttt_showpost]
Después de abandonar la computadora, mientras abonaba las plantas o pelaba las verduras de la cena, seguía escribiendo, quiero decir, afinando una frase, eligiendo un adjetivo, sopesando el impacto de una palabra. Escribir también es eso: lo que se hace mientras se tienen las manos entre las cáscaras o entre la tierra.
En esta novela la felicidad y la muerte golpean a una familia que se parece mucho a la mía. En la historia aparece un rancho con techo de chapa, un niño con polio, un revólver, una abuela que reza, un padre que toma fotografías, una tortuga de tierra, varios caballos: Cumparsita, Cambá, Garra Charrúa. Aparece, sobre todo, una madre que a veces no se levanta de la cama, que ama los tangos y las tragedias griegas, y que no puede dejar atrás los recuerdos de su infancia campestre ni la violencia de su padre. Es una mujer que, al encontrarse con una fotografía antigua, donde aparece en una playa junto a su madre y su hija, dice, como si descubriera algo muy triste: “Debimos ser felices”.
Cuando el libro se presentó en Montevideo, Inés Bortagaray, una de mis escritoras uruguayas favoritas, leyó un pequeño texto. Al final, dijo una frase que todavía recuerdo: “Podría decirse que Debimos ser felices es una novela de misterio, pero no una novela negra. El misterio, en este caso, es el misterio de la felicidad”. Me gusta pensar a la felicidad como un enigma que perseguimos. La buscamos por caminos sinuosos, como si fuera un terreno habitable, aunque más bien se parece a un ave deslumbrante y pasajera, que a veces, sin saber por qué, sobrevuela nuestras cabezas.
—————————————
Autora: Rafaela Lahore. Título: Debimos ser felices. Editorial: La navaja suiza. Venta: Todos tus libros, Fnac y Casa del Libro.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: