Qué bonito y qué anormal —por cuasi prepandémico, quiere decirse— fue el concierto que celebraron el pasado viernes, en un WiZink Center / Palacio de los Deportes de Madrid petado hasta la estratosfera, los Hombres G. Qué dos horas y pico tan plenas, divertidas y, mierda, con el cilicio higiénico y facial (im)pertinente, en las que el grupo liderado por David Summers excitó e incitó al respetable, desde la responsabilidad —“Aunque estemos sentados y con mascarillas, ¡vamos a pasarlo de puta madre!”, arengó—, a soltarse el pelo, a visitar su bar, a dejarse atacar por las chicas cocodrilo. Sin escapatoria.
La catarsis multitudinaria arrancó con la reivindicativa “No sé cómo lo vamos a hacer” y concluyó con un “Sufre mamón” atómico y salvaje. La masa, hambrienta de rock&roll y de oxitocina, acudió a la convocatoria resultante de la presentación festiva, en la capital del Reino, de La esquina de Rowland, el último LP de la banda, representado en el set list con, entre otras, “Se me sale el corazón”, “Antes de ti”, “Voy a rezar”, la canción que da título al álbum, o la ya citada “No sé cómo lo vamos a hacer”, en la que Summers se pregunta, con tino, “en quién vamos a poder creer / que no nos time. / ¿Con qué milagro van a poder salvarnos? / ¿Cuándo dejarán de mentir? / Dime, ¿hasta cuándo van a manipularnos? / O, ¿hay que largarse de aquí?”. Las piezas más recientes se alternaron con los clásicos explosivos, como “Voy a pasármelo bien”, “Lo noto”, “Te quiero”, “Venezia” o “Marta tiene un marcapasos”.
En estas, la gente, felizmente desbordada, fue perdiendo la timidez protocolaria, se desatornilló de la silla, se puso a bailar y a hacer las cosas que se hacían en los conciertos hasta marzo del año pasado… con la mascarilla en la jeta, insisto. Claro, aparecían en tropel las ganas de abrazarte al compadre de al lado, de besar a la novia, novio o novie —el amigo Guillermo Garabito ha escrito en ABC sobre una pareja que se hallaba en esta tesitura— y, en definitiva, de caer en todas las humanísimas e irresistibles tentaciones endémicas del ecosistema.
Sin embargo, una patrulla de vigilantes/seguratas, ataviados con chalecos amarillos y linternas, como serenos posmodernos, se encargaba de quebrar las alas del personal haciendo cumplir la ley a base de fogonazos de luz y educadas —nobleza obliga— advertencias. Eso, cuando tienes ante ti a David Summers cantando “Yo lo que quiero / es que tú bailes junto a mí / y te sueltes el pelo, / y luego, si quieres / el sujetador”, toca mucho las gónadas. Vaya por delante, es evidente, que no tengo nada en contra de esos trabajadores, que cumplieron eficazmente con la labor por la que fueron contratados, y, por supuesto, escojan el lema típico pertinente sobre la covid-19 —“Aún no hemos vencido al virus”, etcétera— e inclúyanlo aquí. Ahora bien, que el corsé jodió, hasta cierto punto, es innegable. Miente quien diga lo contrario.
Del mismo modo que miente quien diga que lo de los Hombres G no fue un puto conciertazo. O miente o es un cenizo, que de eso también hay mucho por la tierra nuestra.
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