Suave pero insistente, como la lluvia ácida que cae sobre los paisajes urbanos del ciberpunk. Así se antoja la mala estrella de algunas de las referencias fundamentales de este subgénero de la ciencia ficción que, ya en los años 80 del pasado siglo, imaginó en sus distopías varios aspectos de nuestra realidad.
En una de ellas, Blade Runner, abanderada de todo el subgénero, hay una chica que aún recuerda la araña con patas verdes que tejió su tela en el jardín de su casa y la tuvo atemorizada durante uno de los veranos de su infancia. El bicho puso un huevo. Cuando éste eclosionó, “las doscientas pequeñas arañas que salieron de él se comieron a su madre”. Así de brutal que es a veces la vida. Pero Rachael, la chica a la que me refiero, no sabe si esos recuerdos son suyos o de la sobrina de Eldon Tyrell (Joe Turkel), su jefe. Es más, hasta que Rick Deckard (Harrison Ford) no ha empezado a hacerle el test no sabía que, ella también, era un androide, una replicante.
Sean Young, la actriz que incorporó a la más dulce Eva mecánica que hayan mostrado el cine y la literatura, también ha sido una mujer marcada por una estrella fatal, una chica sin suerte, nacida para el infortunio. Dar vida a Rachael, todo un icono de los años 80, como aquella evocación de sus recuerdos por parte de Roy Batty (Rutger Hauer) que, llegada la hora de morir han de perderse como lágrimas en la lluvia, es el más bello soliloquio del florilegio del cine finisecular.
Pero aquella gloria, aunque muy grande, tuvo que saberle a poco, como aquello que se da y se quita. A casi cuarenta años vista del estreno de Blade Runner, se recuerda más a la Sean Young ingresada en diversos centros para superar su alcoholismo, experiencias que luego ha ido contando en los reality shows sobre la rehabilitación de notables que le han pagado por ello. Una lástima. Como también lo es que en 2018 fuera detenida, junto a su hijo, luego de ser identificada por el sistema de videovigilancia de las oficinas de la productora que la había contratado para dirigir Charlie Boy, una comedia dramática estrenada este mismo año, como la autora del robo de un par de ordenadores portátiles. Alegó que todo fue un malentendido. Empero fue sustituida en la realización por Timothy Hines. Una oportunidad perdida. Y probablemente de las últimas que habrá de darle la vida.
Recordar a Sean Young por estos y otros desvaríos es pasar por alto su expresión de ese anhelo de ser humanos que late en tantos personajes biomecánicos. La mejor fue su Rachael. Pero entre ella y el niño robot de Inteligencia artificial (Steven Spielberg, 2001), David Swinton (Haley Joel Osment), este sentimiento de querer ser como nosotros debería conmovernos como alguien que nos recuerda a nosotros mismos. Como ya nos contó Dick, nos crispa. No aceptamos el mestizaje entre la materia viva y los dispositivos electrónicos. La bioética tiene mucho que decir sobre el particular. Nos asusta pensar que los Nexus 6 son iguales o superiores a los ingenieros que los crearon. “¿Vendrías tras de mí? ¿Me darías caza?”, pregunta Rachael a Deckard, el implacable cazador de replicantes del que se ha enamorado. Le quiere tanto que, por defenderle, ha matado a sus pares como matan los humanos. “No se llama ejecución, se llama retiro”.
Si el bueno de Kenneth Anger escribiera un tercer volumen de su Hollywood Babilonia, seguro que Sean Young merecía en él todo un capítulo. Nacida en Kentucky en 1959, fue modelo y bailarina antes de despuntar como intérprete. Entre sus primeros créditos también cumple dar noticia de la Chani del Dune (1984) de David Lynch. Mujer de temperamento apasionado, su fogosidad habría de afectar seriamente a su estrella. Tras unos primeros roces con Charlie Sheen durante el rodaje de Wall Street (Oliver Stone, 1987), las primeras salidas de tono que se le recuerdan, vivió un supuesto romance con James Woods en la filmación de Impulso sensual (Harold Becker, 1988). Acabó con una demanda por acoso que el actor interpuso contra ella. La prensa amarilla se refociló en el asunto. Se dijo que dejaba muñecos de vudú en la puerta de Woods.
Nunca le ha faltado trabajo. Pero, ya estigmatizada, la bella Sean envejeció interpretando cintas menores a las grandezas que se le supusieron cuando enamoró a Deckard jactándose de que el halcón del despacho de Tyrell era mecánico, sin saber que ella también lo era. Sean Young debió de haber inspirado a la postmodernidad —que desarrolló en torno al ciberpunk uno de sus debates más sugerentes— como Juliette Gréco inspiró a los existencialistas del París de los años 50. Pero se quedó en la que acusaba a Warren Beatty de haberla expulsado de Dick Tracy (1990), dirigida por el propio actor, por haber rechazado sus besos. El actor siempre lo ha negado. Han negado tantos tantas veces las denuncias de Sean Young que apenas le dieron crédito cuando, ella también, fue de las que acusaron a Harvey Weinstein.
Y siempre la mala suerte. Tiempo atrás, en el 89, iba a haber interpretado a Vicki Vale en el Batman de Tim Burton. Una caída mientras montaba a caballo le impidió participar en el rodaje. En el 92 quiso ser la Catwoman de Batman vuelve y no se le ocurrió nada mejor que disfrazarse ella misma del personaje y aparecer en The Joan Rivers Show, un célebre programa televisivo de entrevistas, donde volvió a ponerse en evidencia al suplicar a Tim Burton por el personaje. Y así una larga cadena de desvaríos, como su posado en bikini en Cannes en 2004, como si fuera una starlette que nunca había sido y tampoco hacía honor a la Rachael que preguntaba a Deckard si nunca había dado muerte a un humano creyendo que era un replicante. En 2012 no fue invitada a la entrega de los Oscars, se puso farruca con un guardia de seguridad y acabó con un arresto domiciliario.
Afortunadamente, la inolvidable Sean Young, de un tiempo a esta parte, parece haber encontrado su hueco en el cine independiente. Entre estas producciones, hay que aplaudirla en títulos como Darling (Mickey Keating, 2015). Y recordarla siempre como la primera musa del ciberpunk y del mestizaje entre la biomecánica y la biología, la inteligencia biológica y la artificial. El siempre interesante Denis Villenuve lo sabe, y volvió a recuperarla para la breve aparición de la Eva mecánica en Blade Runner 2049 (2017).
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