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Rescate de narradores del exilio republicano: Acevedo y Garcitoral - Santos Sanz Villanueva - Zenda
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Rescate de narradores del exilio republicano: Acevedo y Garcitoral

No mejor suerte corrieron los libros que los exilados más comprometidos habían publicado antes de la contienda. La dictadura los persiguió, en las bibliotecas fueron expurgados y se impidió que se publicaran de nuevo. Solo era posible encontrarlos en librerías de viejo que tenían algún ejemplar de segunda mano o que habían conseguido restos de...

El estudioso Eugenio García de Nora estampó la etiqueta “novela social de preguerra” en el tomo II de La novela española contemporánea, su gran panorámica del género hasta mediados del siglo pasado. Desde entonces se ha empleado para designar una intensa corriente de narrativa de denuncia que se extendió durante los años finales de la monarquía y la República. Sus autores, tal de manera destacada Ramón J. Sender (cuyo 120 aniversario del nacimiento está pasando sin pena ni gloria, por cierto), activos militantes de las diversas facciones de la izquierda, hubieron de emprender un penoso exilio en el que muchos de ellos acabaron sus días. En “la España peregrina”, como llamó otro trasterrado, José Bergamín, a aquel copioso éxodo, siguieron la mayor parte trabajando en sus libros, vetados por la dictadura y de dificilísima difusión, que solo en parte se resolvió transcurrido mucho tiempo. Aún hoy quedan numerosos títulos por rescatar, y sigue siendo bien necesaria la más que meritoria labor de Abelardo Linares en su sevillana editorial Renacimiento.

"Este es el innegable mérito de la editorial sevillana al dar nueva vida a sendos libros de dos autores representativos de aquella prosa beligerante"

No mejor suerte corrieron los libros que los exilados más comprometidos habían publicado antes de la contienda. La dictadura los persiguió, en las bibliotecas fueron expurgados y se impidió que se publicaran de nuevo. Solo era posible encontrarlos en librerías de viejo que tenían algún ejemplar de segunda mano o que habían conseguido restos de las ediciones primitivas. Hubo después algunas recuperaciones aisladas pero aquel movimiento literario fue un gran desconocido durante lustros de posguerra, sin que realmente resultara posible un examen crítico fundamentado. Como quien dice, aquellos autores desaparecieron de la enciclopedia literaria española y, además, la mitología auspiciada por esas nefastas circunstancias impidió separar el grano de la paja (algunos títulos relevantes y muchos más tributarios del agitprop y el arte de urgencia). Su recuperación, pues, sigue siendo necesaria. Y este es el innegable mérito que la mencionada editorial sevillana tiene al dar nueva vida a sendos libros de dos autores representativos de aquella prosa beligerante, Los topos, de Isidoro Acevedo, y El crimen de Cuenca, de Alicio Garcitoral.

Isidoro Acevedo, asturiano (de Luanco) de 1867, tipógrafo y periodista, tuvo largo currículo sindical y su militancia socialista desembocó en el Partido Comunista, que lo considera uno de sus fundadores. Exilado a la Unión Soviética en 1939, murió en Moscú en 1952. No fue muy amplia su obra literaria, al margen de su intensa actividad en la prensa revolucionaria, con solo un par de novelas y unas memorias inéditas. Ha tenido, si cabe, menor reconocimiento que otros coetáneos de su cuerda. No hay más que fijarse en la mínima entrada que le dedica el tantas veces prolijo Diccionario […] del exilio republicano de 1939 (también editado por Renacimiento), menor incluso que el espacio que merece en el Diccionario biográfico de la Academia de la Historia, en el que, por cierto, se margina la actividad literaria del luanquino. Por suerte, el sucinto y documentado prólogo del poeta Manuel Neila a la reedición de Los topos aporta un cumplido y ponderado análisis de la obra.

El subtítulo del libro, La novela de la mina, no deja margen para interpretar la metáfora que lo precede, y, sabiendo la filiación del autor, tampoco para ignorar su propósito. Acevedo relata, entre la ficción y el reportaje, tanto las penurias laborales de los mineros como las bases de la explotación capitalista industrial. En el anecdotario, aparecen todos los motivos esperables: las condiciones del trabajo, los abusos empresariales, la organización de una huelga, los valerosos líderes sindicales, el fracaso de la protesta… Todo ello lo desarrolla con una fuerte voluntad comunicativa —mayor el empeño que el resultado— que se desvela en su condición de relato en clave, cuyas referencias reales resume con detalle Neila, y también en los elementos de la narrativa convencional utilizados por Acevedo. Sobre todo, la inclusión de una trama amorosa que le da intensidad emotiva al planteamiento político y al buscado efecto propagandístico.

"El encuadre biográfico de Garcitoral influyó en la proximidad de su prosa a algunos rasgos de su generación, la del 27, una tendencia a la escritura poemática y alegórica"

Los topos se lee con gusto, resulta amena, cuenta con fibra emocional las vicisitudes de los obreros y su malogrado empeño por redimirse. Pero tiene algunas hipotecas con la literatura tradicional que le impide convertirse en una ejemplar y creativa literatura obrerista. Más bien supone un escalón en la trayectoria que encontraría su cauce cuando se aplicaran los criterios, aquí desconocidos, del realismo socialista tal como se estaban ya estableciendo en la Unión Soviética en la fecha, 1930, en que se publicó la novela.

El también asturiano Alicio Garcitoral, gijonés de 1902, de una generación posterior a su paisano Acevedo, comparte con éste dedicación al periodismo y agitación pro republicana. También coincide en la orientación político-social de su escritura, mucho más amplia que la de aquel, con numerosos ensayos, algo de poesía y media docena de libros de narrativa. Bastante de ella, en parte inédita, la hizo en el exilio, en Argentina y en Estados Unidos, lugar de su definitivo asentamiento hasta su muerte, casi centenario, en 2003.

El encuadre biográfico de Garcitoral influyó en la proximidad de su prosa a algunos rasgos de su generación, la del 27, una tendencia a la escritura poemática y alegórica que ha merecido reservas de algún estudioso. De todo ello informan los dos textos antepuestos a la reedición de El crimen de Cuenca: un comentario académico de un especialista en su obra, el profesor J.I. Álvarez Fernández, y el cumplido prólogo con el José Esteban abrió la edición de la novela hace ya cuatro décadas.

Entre las actividades político-institucionales, que fueron varias, de Garcitoral durante la República figuró su nombramiento como Gobernador Civil de Cuenca en 1931 y del que dimitió al año siguiente, impotente para realizar una labor eficaz acorde con sus creencias en una provincia levítica. Esa experiencia la ficcionalizó en El crimen de Cuenca. Hoy el título de la novela inducirá al equívoco al público común, que lo asociará al error judicial de hace un siglo por el caso de una desaparición en un pueblito conquense que en su día ya relató Ramón J. Sender y que recreó Pilar Miró con especial crudeza en las torturas de los falsos culpables en la película del mismo título.

"El crimen de Cuenca no es solo un emotivo y encorajinado testimonio pretérito sino también una requisitoria para pensar con sentido actual en los males de la patria"

Garcitoral se mueve entre el documento y el apólogo. Testimonia la España profunda, el caciquismo, la mentalidad tradicional, en suma, el bucle de intereses y fanatismos que impiden el progreso. Esta carga verista se pone al servicio de la lección perseguida: el crimen que las fuerzas reaccionarias cometen en esa emblemática provincia, símbolo del atraso y la vida rural, al hacer imposible el cambio hacia los valores democráticos y la igualdad. El pueblo, en el sentido más amplio del término, es la víctima de los criminales, los poderes fácticos, de los latifundistas a la Iglesia, que funcionan con impunidad. De paso, pero con toda intención, el autor hace un retrato socioeconómico implacable: tierra pobre, carencia de industria, analfabetismo, situación laboral miserable… El Gobernador progresista, como lo definiríamos ahora, se enfrenta a los inveterados intereses locales con un talante un tanto quijotesco, tanto en sus ilusiones como en su desengaño.

Algún esquematismo psicológico y algunas reducciones anecdóticas algo estropean la veracidad de la historia, pero no reblandecen la autenticidad del retrato. La gavilla de personajes —representativos de las mentalidades enfrentadas— da dimensión coral al argumento. Los diálogos, aun faltos a veces de espontaneidad conversacional, proporcionan fluidez a los sucesos. Hay necesaria y suficiente tensión dramática en los comportamientos humanos dictados por la ideología. Tampoco se olvida Garcitoral de la responsabilidad por inoperancia o falta de arrojo de los políticos, frente a quienes levanta la determinación del Gobernador en quien, se intuye, encarna sueños y méritos autobiográficos.

Hoy es otra la España interior, la España vacía que se dice con latiguillo de moda, pero quedan restos de viejos usos y por eso El crimen de Cuenca no es solo un emotivo y encorajinado testimonio pretérito sino también una requisitoria para pensar con sentido actual en los males de la patria, ya subrayados por Lucas Mallada hace un siglo largo, todavía subyacentes. Es un mérito de este rescate que se produce cuando, por otra parte, un buen sector de nuestra ficción última asume responsabilidades sociales y de denuncia. Otras recuperaciones andan en esa misma sintonía. Por ejemplo la de las tres novelas de Andrés Carranque de Ríos que ha llevado a cabo la joven, familiar y entusiasta editorial Libros corrientes. Que lo hace subrayando el carácter revolucionario del antaño popular novelista madrileño. Otro día lo comentaré.

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Autor: Isidoro Acevedo. Título: Los topos. Editorial: Renacimiento. Venta: Todostulisbros y Amazon.

Autor: Alicio Garcitoral. Título: El crimen de Cuenca. Editorial: Renacimiento. Venta: Todostulisbros y Amazon.

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Santos Sanz Villanueva

Santos Sanz Villanueva (Soria, 1948) es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Zaragoza y doctor en Filología Románica por la Complutense de Madrid, de la cual es catedrático jubilado de Literatura Españo­la. Conferenciante y crítico literario, ha recibido el Premio Fastenrath de Ensayo de la Real Academia Española por Historia de la novela social española, y el Premio Fray Luis de León de Ensayo. Entre sus publicaciones más importantes, destacan Narrativa en el exilio (1977), Lectura de Juan Goytisolo (1980), El siglo XX. Literatura actual (1984), La Eva actual (1998), El último Delibes y otras notas de lectura (2007), Diez novelistas españoles de postgue­rra. Siete olvidados y tres raros (2010) y La novela española durante el franquismo (2010). Ha prologado libros de Cervantes, Miguel Delibes, José Hierro, Juan Goytisolo, José María Merino, Arturo Pérez-Reverte, Josep Pla, Gonzalo Torrente Ballester y Francisco Umbral.

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