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4 poemas de Unai Velasco - Zenda
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4 poemas de Unai Velasco

Foto: Laura Rosal. *** Los helechos Todavía siguen ahí todas aquellas películas   (los helechos inadvertidos) que no querríamos volver a ver más, ya pasó, dijimos habituales fáciles de palabra rápida todo el peso de los días recostado   (en los helechos) en el gesto acostumbrado. Ignorando que más allá de la extensión infinita de los contenidos...

Foto: Laura Rosal.

Unai Velasco es un poeta, editor y crítico cultural nacido en Barcelona en 1986. Es responsable de la editorial de poesía Ultramarinos, junto a Andrés Catalán. Ha publicado los poemarios En este lugar (Papel de fumar, 2012; Premio Nacional de Poesía Joven “Miguel Hernández” 2013, reeditado por La Bella Varsovia en 2019) y El silencio de las bestias (La Bella Varsovia, 2014). Sus textos han aparecido en medios como CTXTQuimera Qué Leer, entre otros. Ha participado en antologías como Tenían veinte años y estaban locos (La Bella Varsovia, 2011), Serial (El Gaviero, 2014) o Tribu versus Trilce (Karima Editora, 2017), y sus poemas han sido traducidos al griego y al rumano. Presentamos una selección de sus poemas y un inédito.

***

Los helechos

Todavía siguen ahí todas aquellas películas   (los helechos inadvertidos)
que no querríamos volver a ver más,
ya pasó, dijimos
habituales fáciles de palabra rápida
todo el peso de los días recostado   (en los helechos)
en el gesto acostumbrado.
Ignorando que
más allá de la extensión infinita de los contenidos extra,
más allá del montaje del director, permanecerán
ante todo
no las películas más audaces
sino las más felices,
sostenidas
no rescatadas,
nostálgicos no,
como se recupera aquello que nunca se ha ido.
Permanecerán para bien o para mal   (los helechos)
como pequeñas piedras de adoración
secas y precisas,
manutención en los bolsillos
irreversibles
del bañador.

Hoy siguen ahí con su insistencia sana   (y lanceolada)
que algún día parecerá salvarnos,
o nos salvará, quién sabe,
porque merecía la pena citarse en el cine
como una gran decisión adulta y aún
no estaba demasiado claro qué demonios era
aquello del dolby surround. Ahora
sus voces sigilosas   (sus hojas)
nos rodean o nos envuelven.
Siguen ahí, en efecto,
urdieron una espesura apropiada,
autoridades del tránsito, y de nada sirve
tener miedo   (de los helechos)
si su presencia
el día en que volvamos
es más vívida que todo lo que alguna vez tuvimos,
que lo que no tuvimos jamás,
si su presencia

de golpe

nos acorrala
si se impone sin publicidad y sin cortes
si su emulsión nos deja secos en el sofá

en el interior

del coche volcado de una noche tormentosa y selvática
a retazos nuestras ropas
los cristales rotos del parabrisas
la pierna herida de Jeff Goldblum
perseguidos por el Tiranosaurio Rex
huid

huid

hacia la valla

hacia el perímetro electrificado   (en dirección a los helechos)
atravesadlo

de nuevo atrapados por decenas de

gallimimus     gallimimus     gallimimus

gallimimus      gallimimus

***

La tira elástica del bañador deja pequeñas marcas en la cintura

the slow breeze in the pines

ROBERT HASS

Para salvar una vida humana hay que tener
la taquilla limpia y el corazón templado
Michael Newman tenía un brazo ligeramente más
largo que el otro toda clase de información sobre las aves
de Santa Mónica L. A. y cierta inclinación progresiva
hacia la tristeza pesaba la playa por las tardes gaviotas volaban
al ras y se desconcentraba triste si estaría triste Pam bajo las
palmas su primer ahogado le costó cuarenta kilómetros a medio
gas entre los pinos
y un reguero de pinocha estremecida en la segunda
pensó en Paul ojos azules sin saber que escribirían de su brazada
en el Tampa Tribune con los años también
con los años se adjudicó un método para el miedo a mediodía
cuando el hambre administraba mal los riesgos Newman
medía su caseta de vigilancia de un modo digamos místico y el miedo y el calor
quedaban sometidos a una figura rectangular casi casi
transparente

como una cometa desarbolada por el sol o

una toma subacuática
y todavía pensaba en lo extraño del título del serial más al sur
en México Guardianes de la bahía pero la extrañeza
duraba poco y las aves volaban más bajo
era la hora de ir a cambiarse
prácticamente

***

De la extraña razón por la cual la palabra que designa ese encuentro particular que llamamos misa significa curiosamente despedida o cómo salir del reino

Quizá el final sea el momento propicio para la nostalgia
la hora de pensar en el modo decididamente triste
en que el doctor Armand Delille dispone sus herramientas
en el maletín de los remedios

tal vez la presencia rociada

del amarillo y del verde de las gramíneas o plantas
leguminosas tal vez
la tonalidad siempre caprichosa de lo melancólico entre las losas
del atrio la raíz tal vez

de las malas hierbas

o hierbas de poca monta por lo menos (pues ni siquiera
hemos llegado aquí para masticar lechuga o convicción)
constituya un paisaje

 reconstitutivo

(ahora nos alcanzan sin intención de permanencia

rachas de ricino y colcha)

para Delille doctor desvalido (o sea, desamparado, privado

de ayuda y socorro, según varias fuentes)

y pobre

pobre   pobre Armand arremangado sin aliño y que acompasa
su respiración al cese de los insectos

aunque de eso

malditos libros, de eso
no nos diga nada   nada cuente Delibes de Castro
no informe al lector (a quién le importan pormenores)
inapelables tantas jornadas de dolor y angustia

qué jeringas

para una anatomía alternativa un corazón
abierto Armand querido he venido a besarte la arena
a terminarme tu plato de agravios

y si la medicina

no entiende los sucesos inextintos (infácultos, dice)
si no se da noticia (y eso, lo sé, te conmociona y sufres)
no lo olvides

yo   te amo

distraigo las hebras de tu levita
con las yemas de los dedos sustraigo lo rígido.

No se aflija doctor si no logra el relato de aquellas horas matutinas
(aunque ya era tarde, porque siempre es tarde en lo sucedido)
si los terrenos del Château Maillebois recibían una luz espléndida
entonces en 1956 usted se había venido claramente abajo
tanto territorio en polvorosa aterido
por la precisión lacónica de los círculos de la uva

pero de eso quién y dónde

si te ponen la pega de haber clasificado a los conejos
entre las especies de la delicadeza

privados

desproporcionadamente de felicidad y el resto
fue un echar a correr de las pulgas y desavenencia de los mosquitos
con referencias connotadas pero insignificantes
a las zonas pantanosas donde menos cubre

cuando la cuestión es otra

porque ¿y si la mudez ya estaba en las aguas o en la especie o en la digestión
lenta del abrazo que nunca tuviste, Armand?
¿Qué culpa tienes? ¿Está la culpa en la raza en la suavidad apenas
comprensible a los dedos? ¿Quiénes son los conejos?

Y ahora qué diré.

Cómo cuento tu tribulación tu habilidad de agujas
la destreza para reunir plomo en aurículas y desmayarte

pero bien

que todo esto no nos engañe
que quede muy claro cuál es el peligro
no nos engañe salir sin zamarra o contemplar
la irregularidad de las aves
pues incluso cuando vuelan juntas (desde las seis hasta las nueve)
y nos maravilla su variación de triángulos

deberíamos

admitir sobre el atrio (la era en desuso, provecho de piernas)
que hay dispersión en la bandada
que los cartílagos no se juntan nunca del todo y duele
porque no son figura no son figura   o son figura
solamente y por eso

hay tiniebla.

Llora hoy,
llora desconsoladamente Armand en la hora herbaria y pace
entre las losas y vosotros

preguntaos

cuando las mujeres bajan las gradas en haldas y los hombres
frente al portón historiado de la iglesia ensayan gestos ensayados
y todo es una broma simpática (o efusiva) con sol de fondo
preguntaos

si acaso significa algo que nos demos la mano justo

ahora que todo el mundo se está marchando
feos de repente

volcando las mesas

sin posesión de lo propio
en seguida hacia el camino de zarzas que remata el pueblo y
regresa al hogar conversando
sin nada especial que contarnos,
queridísimo Armand contempla la tarde luctuosa contemplad
la tarde luctuosa de un joven médico de provincias
sentado en la escalinata y leporino
apartado de todos y de sí mismo
masticando
las mejillas la nariz desplazando lo imperceptible
mirándome
la mirada   súplica
que le entienda
le abrace
que no me aparte
de tu lado
con la belleza incontestable de los esfuerzos silenciosos
mientras el mundo se pierde de vista

y tiemblas.

***

MUERTE Y RESURRECCIÓN DE LOS TOPOS

No habrá siembra estricnina en el monte.
No caerá carburo de calcio en las hojas.
Si el cazador atraviesa estos dominios, no podrá
depositar sus cepos sobre la tierra, rodenticida.
Es alto el gran mal, pero más alto es el reino.

Amorosamente tálpidas acaudalan
el bosque las raíces.
He excavado un agujero, de rodillas.
He formado un montículo generoso.
Fármaco corazón.
En la noche abreviada
he dado aliento a un animal.
Es ciego. Bellísimo.

No entrará el gran mal en el reino.

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Juan Domingo Aguilar

JUAN DOMINGO AGUILAR (Jaén, 1993). Escritor, comunicador y gestor cultural. Fue director del grupo Viridiana Teatro y coeditor de la revista La Novicia. Sus poemas han sido traducidos al portugués, al inglés, al árabe y al italiano y han aparecido en revistas como El Cultural, Periódico de Poesía de la UNAM, Círculo de Poesía, Buenos Aires Poetry, Anáfora, Elipsis, La Raíz Invertida, Nayagua y programas como Tres en la carretera, Radio3 o Página Dos, TVE. Coordina la sección «Versátiles» en Zenda. Ha publicado La chica de amarillo (Finalista del I Premio de Poesía Esdrújula), Nosotros, tierra de nadie (XXXIII Premio Andaluz de Poesía Villa de Peligros), 2ª Ed. La Castalia, Venezuela, 2020, y anticine (V Premio de Poesía José Ángel Valente). En 2019 obtuvo una beca de la Unesco como creador residente en Óbidos (Portugal). Fue residente de la XVIII promoción de la Fundación Antonio Gala.

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