Corren malos tiempos para el hispanismo. Caen estatuas, se queman libros de historia, se apedrean edificios, se resignifica el asunto. Pocos ven ya heroicidad en ese instante en que Colón empezó a notar que por el agua flotaban hierbas y frutas y por el aire volaban las primeras pardelas. Rodrigo de Triana gritó tierra, la isla de la Española se levantó firme ante las carabelas, y minutos más tarde los taínos recibían, no con poco asombro, a los barbudos de pálida tez. Se producía el mítico y mitificado encuentro. 12 de octubre de 1492. La teoría ya se la saben: Colón buscaba el acceso a las Indias por una ruta alternativa, y por el camino se topó con lo que poco más tarde se conocería como América. El Nuevo Mundo, un lugar aún más recóndito que el Cipango. Lo que durante siglos se consideró un prodigio de navegación pasa ahora a ser un episodio estigmatizado.
Pero decía que corren malos tiempos para el hispanismo y para ese término moderno que le acompaña, la hispanidad. La primera pregunta que surge es: ¿En qué consiste el concepto? La hispanidad se debate en un constante conflicto con su propia identidad, existiendo sin existir, a la manera de Schrödinger. Lo cierto es que, más allá del uso torticero que se pueda hacer de ella, la opinión del que les habla es meridiana: si existe una cultura asociada a una lengua, entonces existe el hispanismo. Porque es la lengua y no otra cosa la que vertebra ese afecto de comunidad por el cual uno se siente menos extranjero en Buenos Aires que en Río de Janeiro. Por tanto, existe una cultura hispánica como existe una rusa o una china, ajena a límites geográficos, a modelos políticos concretos, a razas y a colores. Y la hispanidad debe ser, por ende, la cualidad de ese hispanismo.
Ahora surge la segunda pregunta: ¿tiene sentido elegir la escena de la que se habla al iniciar este artículo, es decir, el 12 de octubre como fecha conmemorativa? Vuelvo a mojarme: sí. Principalmente porque refleja mejor que ninguna otra esa idea renacentista de universalidad, de unión entre pueblos que en adelante habrán de enriquecer con millones de matices la hispanidad referida. Como siempre, se dirá que los, digamos, europeos llevaron la enfermedad y la guerra. Pero lo cierto es que el afán civilizatorio vio cómo se cristalizaba en forma de universidades y hospitales, de ciencia y técnica, de metalurgia y náutica, de derecho y arquitectura, y así en tantos aspectos. Sin embargo, esta sociedad nuestra criminalizará el hecho, estigmatizará el indudable avance que supuso para todo un continente aquel encuentro. Ya saben: corren malos tiempos. Pienso en aquella escena de La vida de Brian cuando el Frente Popular de Judea conspira contra los romanos: ¿Aparte de el acueducto, el alcantarillado, las carreteras, la irrigación, la educación, la sanidad, el vino, los baños públicos… qué han hecho los romanos por nosotros? Pues eso.
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