Un paseo por la bella localidad palentina de Carrión de los Condes, punto neurálgico del Camino de Santiago, te sumerge de lleno en el arte y la historia de España. Cruce de caminos y parada obligada de millones de peregrinos a lo largo de los siglos, atesora un patrimonio digno de admiración, donde el románico del siglo XII muestra al visitante su belleza en la iglesia de Santa María, el friso de la iglesia de Santiago —impresionante— o el monasterio de san Zoilo (siglo XI) y su imponente claustro renacentista (siglo XVI).
Por fortuna, algunos de ellos son recordados hoy en día en forma de placas, escudos y esculturas de diverso relieve por las calles del pueblo, así que vamos por partes.
Frente a la monumental iglesia románica del siglo XII de Santa María del Camino, donde ahora se expone la muestra de arte sacro “Las edades del hombre”, aparece un imponente escudo de piedra abrazado o sujeto por un águila en la fachada de una casa. Se trata del imponente blasón de los Velasco, pues en ese lugar estuvo la vivienda familiar de una de las ramas de este poderoso linaje castellano, primos de los que fueron sucesivos condestables de Castilla desde mediados del siglo XV y hasta 1713.
Dos de estos Velasco nacidos en Carrión de los Condes, de nombre ambos Luis, fueron virreyes en América: el “Viejo” en la Nueva España (1550-1564) y el “Joven”, su hijo, en la Nueva España (1590-1595), el Perú (1596-1604) y, por segunda vez, de la Nueva España (1607-1611). Además, éste último, Luis de Velasco y Castilla, terminó sus días como presidente del Consejo de Indias y por sus múltiples servicios fue nombrado por Felipe III marqués de las Salinas. Un tipo sin duda extraordinario —nadie fue tres veces virrey en América—, un servidor ejemplar y eficiente de la Corona en la administración política y económica de las Indias, pues dos monarcas, Felipe II y Felipe III confiaron en él para gobernar sus dominios en América.
Una pena, por cierto, que esto no se explique mínimamente en ningún lado, pero el escudo de los Velasco que se conserva en la “casa del águila” merece una detenida mirada.
El siguiente personaje que llama mi atención es nada menos que el primer arzobispo de Manila y fundador de la Universidad de Santo Tomás, Fray Miguel de Benavides (1552-1605). Una placa en el lugar donde nació y una escultura en una plazuela ajardinada dan su lugar de honor a este dominico que quiso cruzar el océano para expandir la fe cristiana en China —donde lo intentó y fue apresado— y en las islas Filipinas, donde llevó a cabo una incansable labor, especialmente con los chinos allí residentes para los que escribió Doctrina cristiana en letra y lengua china.
En su testamento legó todos sus bienes para construir un colegio donde formar a los jóvenes en Manila, lugar que se convertiría en la Universidad de Santo Tomás en 1611, la más antigua de Asia.
Ascendiendo un poco más, junto al mirador sobre el río Carrión, encontraremos el Santuario de Nuestra Señora de Belén, patrona de la localidad. Unos metros antes de llegar, a la izquierda se puede ver una placa de cerámica muy particular, pues recuerda a un hijo de Carrión mucho más desconocido que los citados con anterioridad y que tuvo un protagonismo muy especial en la conquista del Perú.
Me refiero a Antón de Carrión, uno de los “Trece de la Fama” que decidieron apoyar y seguir a Francisco Pizarro cuando peor pintaba la cosa en aquella isla del Gallo tan citada por los cronistas. En 1527, en la segunda expedición comandada por el extremeño hacia el Perú, las fuerzas flaqueaban, el hambre abundada, las flechas de los naturales habían hecho estragos diezmando la expedición y las riquezas prometidas brillaban por su ausencia. Tan sólo unas pocas decenas de hombres sobrevivían como podían, muchos querían volver a Panamá y el capitán, tenaz y orgulloso, se negaba a abandonar su empresa pese a las calamidades sufridas hasta la fecha.
Es entonces, en una situación límite ante las adversidades y el descontento de muchos de sus hombres, cuando Pizarro traza una raya en el suelo con su acero toledano y pronuncia aquella mítica frase:
Por aquí se va a Panamá a ser pobres, por este otro al Perú a ser ricos; escoja el que fuere buen castellano lo que más le estuviere.
Esta es la versión más extendida que ha llegado hasta nuestros días transmitida por cronistas e historiadores. Por supuesto, Antón de Carrión fue uno de los 13 que cruzó la raya en pos de la fortuna y de la gloria.
Si a Diego de Almagro la aventura americana le había “costado un ojo de la cara”, tal él mismo refirió, al hidalgo carrionés le supuso quedarse ciego poco después del célebre episodio referido, al continuar hacia adelante y desembarcar en Tumbes.
Así nos lo refiere esta cédula de septiembre de 1538 en la que el emperador pide a Pizarro que le favorezca:
Real Cédula de D. Carlos a Francisco Pizarro, gobernador del Perú, por la que le manda tenga por muy encomendado en los repartimientos a Antón de Carrión, descubridor de Tierra Firme y del Perú, donde fue uno de los 10 que desembarcaron con Pizarro en Túmbez, en cuyo descubrimiento quedó ciego.
Termino con un grande entre los grandes de nuestra historia y literatura. No pisó las Indias ni, lógicamente, tuvo noticia de ellas, pero no puedo dejar de hacer referencia al más ilustre de los hijos de Carrión de los Condes: don Íñigo López de Mendoza (1398-1458), primer marqués de Santillana. Su pueblo le recuerda con un busto, dando nombre a una plaza y con placa en la casa donde nació. Nada mejor que sus versos para rendirle homenaje y concluir este artículo…
“Días ha que me prendistes
e sabedes que soi vuestro,
días ha que vos demuestro
la llaga que me fezistes”.
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