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Viento de levante hacia la historia - Jesús García Calero - Zenda
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Viento de levante hacia la historia

Pocos saben que Diego Alatriste y Tenorio nació con blasón de navegante. Lo hizo para los lectores en una taberna, la del Turco, donde tanto se aprende del líquido elemento, y las primeras frases con las que lo conoció el mundo semejan un rumbo sobre una carta de marear: «No era el hombre más honesto...

Pocos saben que Diego Alatriste y Tenorio nació con blasón de navegante. Lo hizo para los lectores en una taberna, la del Turco, donde tanto se aprende del líquido elemento, y las primeras frases con las que lo conoció el mundo, antes incluso de que nos llegaran noticias de sus hechos de armas, semejan, con poca duda, un rumbo sobre una carta de marear: «No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era valiente». ¡Hala! ¡Y con ellas a ceñir vientos cambiantes y capear temporales!

En la vida de un soldado español del Siglo de Oro —siglo también de pólvora y de sangre— la mar entraba y salía muy naturalmente. Los veteranos de los tercios se movían, al igual que las mercancías, los secretos y los corsarios. El imperio era marítimo, así que aunque hubiera que pelear con el pie en tierra más frecuentemente, llegar a Nápoles, a Cartagena o a las plazas de la Berbería solo podía hacerse por barco. Y en el mar se hacían fortunas o se convertía uno en esclavo. Y todo eso le ocurrió a Alatriste. La novela en la que Arturo Pérez-Reverte se adentra en este mundo peligroso, fronterizo, es Corsarios de Levante, publicada en 2006.

"Sobre la cubierta avanza la narración trepidante de continuos y cruentos abordajes, entrechocan espadas, vuelan saetas"

En ella, el autor no sólo relata las aventuras de Alatriste e Íñigo Balboa a bordo de una pestilente galera, mientras el silbato y el látigo del cómitre ejecutan feroces contrapuntos en la espalda de los galeotes. Sobre la cubierta avanza la narración trepidante de continuos y cruentos abordajes, entrechocan espadas, vuelan saetas, astillas, cañonazos, balas de arcabuz, mana la sangre… Pero hay mucho más, mucho más. La magia consiste en que Arturo Pérez-Reverte es capaz de poner al lector, con toda la profundidad de campo que sea capaz de apreciar, porque le ofrece un tapiz con los datos históricos y las coordenadas mentales del momento, primer tercio del siglo XVII, en aquellos lugares. Primero, gracias a la documentación más que rigurosa sobre los hechos de aquel periodo histórico y el conocimiento extenso y meticuloso de la ciencia y la historia náutica propios del escritor y navegante. Pero en segundo lugar, y mucho más importante, por la manera tan lúcida de seleccionar personajes y episodios que puedan arrastrar la conciencia de los lectores a un lugar difícil de alcanzar, desde el cual podamos comprender perfectamente lo que era vivir allí, la experiencia humana, política e histórica de ser un español en medio de todo aquello, en el «mediterráneo» de los pueblos que se miran desconfiados o desafiantes, con muchas cuentas pendientes, en el de los tercios y los validos, el Consejo y los virreyes, los cautivos, los piratas, los renegados; un mar de alegría y de fiereza cuya temperatura cambia por un sí o por un no, el temperamento inflamable de un pueblo orgulloso, peleón y maltratado. Esto no es fácil, pero roza el virtuosismo cuando además la lección de vida y de historia viene vestida de aventura, de esas que no te deja levantar los ojos de la página.

"Españoles a los que no les iba demasiado bien nos advierten: abrid bien los ojos al presente"

La acción externa de la novela —de todos los Alatristes pero especialmente de Corsarios de Levante— no resta perspectiva sobre el sentir de la historia. En esta España de hoy pacata y polarizada muchos achacan a Pérez-Reverte tanto un sospechoso entusiasmo por la historia del imperio como un derrotismo imperdonable que solo conduce a la amargura retrospectiva. Ni unos ni otros se han enterado de la misa la mitad, no saben o no se quieren enterar de lo indómita que suena esta música bélica con los instrumentos originales. Los lectores de Alatriste, cientos de miles que están muy por encima de los tontos que señalan esos defectos o excesos, según se mire, saben que la amargura del capitán está más templada que el acero de su espada, y que los entusiasmos bélicos no vuelan jamás más alto que la camaradería en el fragor del asalto o el abordaje, ni menos que el honor de los combatientes. Tal vez, algunos personajes reales —Quevedo significativamente, o el Duque de Osuna, don Pedro Téllez Girón, en la novela que nos ocupa—, que existieron y aparecen en Alatriste, sirven precisamente por la lucidez de sus palabras y el ejemplo de sus tristes destinos como un antídoto de los ardores estultos o el pesimismo retroactivo. Leales y valientes a los que su libertad estrechaba el campo, precisamente por serlo, españoles a los que no les iba demasiado bien nos advierten: abrid bien los ojos al presente.

"La lucidez de quien conoce tan bien la época es, precisamente, lo mejor de este Alatriste levantino"

De Osuna describió Fernández Duro en su Armada Española sus grandes logros y miserias. Desde que se atrevió a decir en el Consejo que el rey no tenía de la soberanía sobre Sicilia más que el título porque todo lo demás lo disfrutaban los corsarios turcos, momento en el que le hicieron virrey, hasta la decisión de armar sus propias flotas y plantarles cara. Pronto los mismos urdieron la prohibición que se le hizo poco después para impedirle el corso con galeras propias, a pesar de sus buenos resultados. O su final tras la cárcel y la deshonra a la que le sometieron las intrigas. Como virrey había marcado la diferencia y terminado con la impunidad de aquellos temibles corsarios turqueses que saqueaban las costas de Italia cada año, lo mismo que los berberiscos incursionaban en el levante español como el sultán por su casa. Las plazas del norte de África se mantenían por reputación, la política de contención no era tan firme como los brazos de quienes tenían que sobrevivir en ellas. Pero por aquel entonces, para crear un infierno «no eran menester más que un español y el filo de una espada», nos dice el novelista.

La lucidez de quien conoce tan bien la época es, precisamente, lo mejor de este Alatriste levantino. La historia y la literatura del Siglo de Oro, real (y a veces, con mucha gracia, apócrifa), presente en cada entrega, obligan a reconocer como un acierto el cuadro que pinta Pérez-Reverte de este Mediterráneo: «Pasado el tiempo de las grandes flotas corsarias y los jaques en el ajedrez naval de los imperios, había quedado a modo de frontera difusa en manos del pequeño corso de los países ribereños, actividad que, pese a cambiar el signo de muchas vidas y fortunas, no alteraba el pulso de la Historia…» Berberiscos, pero tmbién renegados, así como agentes ingleses y holandeses recorren el mar ayudando con todas sus fuerzas en el acoso a las plazas y las naves españolas. Llegaron a tener su propia república en Salé.

"Agentes todos del «viejo y sólido odio mediterráneo. Pues nadie se degüella mejor y más a gusto que quien harto se conoce», comenta Balboa en la novela"

La política de los Austrias menores —lo mismo que el grueso del presupuesto imperial— tenía que centrarse en las guerras de Flandes y la expansión en América. Los historiadores defienden que a las plazas españolas del Mediterráneo nunca les faltaron bastimentos, porque el imperio era una eficaz maquinaria, aunque las dotaciones nunca fueron sobradas, ni bien pagadas, ni relevadas a tiempo. El autor de Alatriste nos lleva con ellos a los fuertes y a sus calles. Hallamos a soldados varados durante décadas en ellas, media vida. Esa es también la grandeza de esta entrega, permitirnos sentir lo mismo que aquellos españoles tras las murallas de Orán, Ceuta, Melilla, rodeadas de mar y de piratas, de tribus hostiles que a menudo se revolvían, que asediaban y saqueaban en todas y cada una de las ocasiones en las que se presentara la oportunidad. Gente que ya no contaba con la llegada de refuerzos y que luchaba a brazo partido, porque conocía a su vecino igual de bien el día que mercaban que el que debían matarse. Españoles, turcos, berberiscos, venecianos, moriscos, holandeses, florentinos, griegos, dálmatas, albaneses, moros, renegados, corsarios… Agentes todos del «viejo y sólido odio mediterráneo. Pues nadie se degüella mejor y más a gusto que quien harto se conoce», comenta Balboa en la novela.

Alatriste tiene más mili en galeras de lo que parece. Por lo que se sabe y consta en diferentes momentos, en 1609 regresó a España con 27 años tras la tregua de Amberes. Llega por mar a Cartagena y participa en la expulsión de los moriscos, entre otras represiones, después de lo cual decide borrarse de su tercio y alistarse en el de Nápoles como soldado raso. Allí es embarcado en galeras, lucha con los turcos, berberiscos y venecianos. Navegará por todo el Mediterráneo y sufrirá en sus propias carnes la lotería del destino que sólo era posible en aquella frontera caótica del tamaño de un mar sin ley: su galera es apresada por los turcos frente a los Dardanelos en 1613 y él es herido grave en una pierna. Llevado como cautivo a Constantinopla, la Orden de Malta captura el bajel turco y lo libera milagrosamente. Participa después en incursiones en la Berbería y, tras ganar un buen botín, regresa a Nápoles a darse, en lo posible, la gran vida. Dos años después, en 1615, con los 33 años cumplidos, tanto de lo mismo: incursiones, batallas contra los turcos, botín y regreso a Nápoles hasta que acaba con el amante de su barragana y tiene que salir por pies de la ciudad con el orgullo humillado, humeante como el Vesubio.

"Cerca está Íñigo Balboa, que allí se encuentra junto a él, en el mismo puesto que el bisoño Cervantes ocupó en la Marquesa de Lepanto"

En 1626 también había embarcado en Barcelona y navegado la campaña completa desde Nápoles, haciendo el corso por la Berbería. Y llega la campaña de la novela, la de 1627, a bordo de la Mulata, galera de 24 bancos. Alatriste es soldado plático, es decir experto y de confianza, que ocupa un puesto entre los arcabuceros que defienden el esquife. Cerca está Íñigo Balboa, que allí se encuentra junto a él, en el mismo puesto que el bisoño Cervantes ocupó en la Marquesa de Lepanto.

«La vida de la galera déla Dios á quien la quiera», dice Fernández Duro en sus Disquisiciones náuticas, un refrán que resuena en esta la novela. Describe el alimento pobre: con el vino que beben en la mar pueden comerse lechugas en tierra, el privilegio es que todos deben comer el pan que llaman bizcocho, con la condición de que sea «tapizado de telarañas y que sea negro, gusaniento, duro, ratanado, poco y mal remojado». El agua es tan turbia e insalubre que el capitán da permiso «a los muy regalados» para que la beban tapándose la nariz con la otra mano. Hasta las heridas cicatrizan peor así que se tratan con vinagre y sal. Todos los detalles están en este Alatriste, porque entramos a vivir en la poderosa y pestilente embarcación, donde los galeotes bogan, esclavos moros, condenados, renegados, moriscos, con la esperanza de ser liberados si una galera turca apresa el convoy. Hay incluso desesperados que reman solo por un sueldo. Y los que no mueren aplastados por el espolón de la nave enemiga que parte cuadernas, remos y costillas, se ahogan encadenados al duro banco o se extinguen con los ojos desorbitados después de la endiablada boga larga en largas batallas de varias jornadas.

"La lucha está contada con maestría, oleada tras oleada, con imágenes imborrables"

También es Corsarios de Levante un catálogo de estrategias navales de las flotas de galeras. Con el remo pueden acelerar, virar o incluso navegar contra los vientos, que en el Mediterráneo además tienen nombres muy sonoros: gregal, mistral, jaloque, labeche… En los episodios que vive Alatriste vemos cómo se pliegan los mástiles para no ser divisados en la lejanía al atardecer. Esto ocurre en Lampedusa, isla tan de actualidad en el siglo XXI como en el XVII, cuando llegaban a sus costas los cautivos de ambos bandos que podían huir, casi sin fuerzas como los inmigrantes de hoy. Otras veces vemos cómo se tunean los barcos —acortando el árbol mayor, entre otras cosas— para cambiar su apariencia y camuflarse como galeras turcas. Logran así ganar millas en el acoso al enemigo, que al final lo descubre y dispara con todo. Incluso vemos cómo se preparan para una dura y provechosa pelea cerca de Patmos —la isla desde la que, según San Juan, se ve el Apocalipsis— para dar caza a una valiosa flotilla que sale de Rodas cargada de riquezas y bellas odaliscas. Toda aventura con estos elementos resulta cervantina.

Pero si hay un combate sin igual, narrado prodigiosamente, donde la épica resuena, el lenguaje es transparente, la precisión descriptiva muestra las tácticas y los movimientos, mucho menos caóticos de lo que pudiera parecer, sobre la galera donde aprietan los dientes hombres erizados de acero y sedientos de sangre, que luchan hasta morir porque con el turco no hay cuartel posible; si hay una batalla espectacular, larga, extenuante, que hay que leer, no solo en la novela, o en Alatriste, sino en las páginas escritas por Pérez-Reverte hasta la fecha, esa es la brutal refriega de las bocas de Escanderlu, que bien podría ser el golfo de Esmirna, donde las tres galeras cristianas y un patache se enfrentan a toda una flota turca, muy superior en fuego y hombres. La lucha está contada con maestría, oleada tras oleada, con imágenes imborrables, que permiten hacerse una ligera idea de lo que tuvieron que afrontar aquellos ancestros casi olvidados.

"Las tormentas y las batallas van sumando capas de historia al fondo del mar, páginas de la misma novela de aventuras e infortunios, que tiene largos y formidables capítulos españoles"

En esta ocasión también hay un episodio real en el que probablemente se inspira. Como en este de la ficción, la desesperada audacia y el valor inconcebible permitieron vencer a Fancisco de Rivera, capitán de la escuadra que se batió en la batalla de Cabo Celidonia, que aconteció realmente en 1616. Cinco naves mancas, de vela, sin remos, y un patache, pudieron con 55 galeras turcas y por tanto con más de 11.000 hombres, en proporción de 10 a 1. Algunas fueron al fondo, 17 quedaron malbaratadas, gracias a la pericia y el valor de aquellos marinos y soldados españoles, de los que Alatriste y Balboa, el moro Gurriato, Copons y el capitán Urdemalas serían perfectos compañeros. Fue un combate largo y desigual cuyo resultado se hizo famoso en todo el mundo y tras el que cambió la historia de la guerra naval.

Como Pérez-Reverte escribió en el reverso de El último combate del Glorioso, de Augusto Ferrer-Dalmau, el cuadro del Museo Naval de Madrid: «Solo, contra todos. También eso, a menudo, fue España».

El último combate del Glorioso, de Augusto Ferrer-Dalmau

Después de tantos años de aventuras con Alatriste, que me permitieron, como a tantos, mirar con asombro la historia propia, emocionarme con las peripecias de aquellos personajes en un siglo terrible y maravilloso, sé que no los recordamos como merecen. Antepasados nuestros, hechos que no se estudian en las escuelas, de los que tanto tendríamos que aprender. En mi caso, además, el deslumbramiento por conocer mejor la historia acabó sirviendo después para cultivar la afición por el patrimonio subacuático español, otro gran olvidado. Estos episodios inspiraron mi lucha contra el expolio continuo de los galeones. Por eso quiero recordar aquí que el Cabo Celidonia es el lugar exacto en el que nació como ciencia la arqueología subacuática. Ni más ni menos. Seguramente no muy lejos de donde se hundieron algunas de aquellas galeras turquesas, en los años sesenta del siglo XX se realizó la primera excavación científica de un pecio. Era un barco de la edad de bronce hallado junto al cabo, entre cuyos restos aparecieron lingotes necesarios para la fundición de cobre y estaño, así como un horno. Aquella embarcación metalúrgica que se hundió en una tormenta en la misma época de la Guerra de Troya, tal vez sirvió metales para construir las armas de los contendientes que vieron la cólera de Aquiles o la muerte de Héctor y Patroclo. Y como toda historia es continua, a pocas decenas de millas de allí, en Uluburun, se excavó años después otro pecio asombroso, restos de un barco de 1.400 a. C., en el que viajaban regalos de los reyes de Egipto en los tiempos de Tutankamón. Las tormentas y las batallas van sumando capas de historia al fondo del mar, páginas de la misma novela de aventuras e infortunios, que tiene largos y formidables capítulos españoles. No debemos dejar que se olviden, hay que luchar por que se estudien.

"El olvido es menos abrumador gracias a Alatriste, porque esta serie de novelas ha permitido que lo hagamos más pequeño"

En realidad la costa de Anatolia es la cuna de esta ciencia que investiga restos naufragados, culturalmente relevantes, de los que España, pionera de la navegación oceánica, dejó testimonios esenciales para conocer la historia del mundo en los siete mares. Es una pena que en nuestro país de validos, corruptelas, intrigas burocráticas y sueños inconclusos no hayamos logrado aún impulsar con proyectos científicos dignos de nuestra historia naval la arqueología subacuática. No se ha excavado Lepanto, ni Trafalgar, ni los galeones de Indias, ni las galeras de levante. Siguen todos en el fondo, codo con codo con los héroes de otras épocas, griegos, romanos, portugueses, venecianos, berberiscos, compartiendo olvido en el fondo como compartieron los vientos sobre el mar, o la sangre tiñendo el agua salada. La historia de todos aquellos valientes aún no se ha contado completamente, por tanto. El olvido es menos abrumador gracias a Alatriste, porque esta serie de novelas ha permitido que lo hagamos más pequeño. Pero sigue siendo un síntoma de lo que cuenta muy bien Pérez-Reverte: que todo depende de la fuerza de nuestros sueños, de nuestros brazos, porque nuestros nobles, reyes y validos tuvieron a menudo otras prioridades. Cuando se trataba de premiar a los leales o atender a las posibilidades que ofrecía el mar, como ocurrió con el Duque de Osuna, miraron para otro lado. Pero nosotros resistiremos. Seguiremos leyendo una y otra vez las historias de Alatriste donde se aprende, sin duda, a navegar. Sus páginas son las velas que se hinchan con el viento de levante de la historia, el mismo con el que españoles de hace cinco siglos dieron la vuelta al mundo y que hoy parece adormecernos.

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Artículo publicado en el Nº 25 de FD Magazine, un especial de 86 páginas que conmemoran el 25º aniversario del Capitán Alatriste. La revista puede ser adquirida en quioscos, historicaloutline.com, Galland Books y Librería Tercios Viejos.
4.9/5 (63 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)

Jesús García Calero

Jefe del área de cultura de ABC. En Twitter se define así: "Periodista cultural. Usuario de algunas máquinas del tiempo. Tengo un pulmón de poeta y un ojo de navegante. Estoy en ABC y también perdido". mypublicinbox.com/jesuscalero

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