“Hay que volver a la oficina ya, que si no perdemos mucha de la esencia de esta compañía”, se dijo a sí mismo en voz alta don Marcial mientras estaba sentado en su despacho, saboreando el café que le acababa de traer la secretaria. Mientras, miraba por la ventana de su oficina —de su aireado espacio privado, que aún hay que tomar precauciones por la COVID—.
Así que Jesús García Pérez, programador informático de la empresa Marcial & Cia, volvió. Como Jesús tiene una hora de transporte en la mañana para ir y para volver, pensó que estar tanto tiempo en el transporte público podría ser peligroso aún. La ventilación en el vagón no es tan buena como la ventana del despacho de don Marcial, así que se decidió por volver a usar el coche. Supondría un gasto extra en gasolina para la familia —que mira qué cara se ha puesto la condenada—, pero así evitaría un poco mejor a la COVID.
Se lo contó a su mujer, Carmen, que se había quedado sin trabajo durante la pandemia, y ella le dijo que hiciera lo que tuviera que hacer, que ahora necesitaban el dinero. Tenían dos niños aún pequeños, Héctor y Leire, a los que llevaban a un colegio concertado, y no podían permitirse ni que se quedara sin trabajo ni que se pusiera mal por la COVID.
Ella se había ocupado de hacer un estricto ejercicio de economía para ajustarse solo a un salario, pensando en que la situación se prolongase más de lo deseado, porque aún tenían muchas letras que pagar del piso. Por suerte habían podido vender el apartamento en Marina D’Or —no a muy buen precio, eso sí— y les había metido algo de liquidez en las cuentas familiares, así que mientras no tuviera trabajo ella se iba a tener que dedicar a cuidar a los niños y a su madre. Su padre había fallecido hace ya un año en la segunda oleada de la COVID, y su madre, María, se había quedado muy sola, así que había que cuidarla también. Comidas, medicinas, aseos, y lo más importante, tiempo para escucharla, que a veces su madre mejoraba más con darle a la húmeda que tomándose el Sintrón.
Jesús volvió al trabajo. Volvió por donde vuelven los que vuelven en coche. Por la autopista que lo lleva al polígono donde está su empresa. Pero no solo volvió él, sino también muchos otros. Muchos otros también habían decidido que mejor no ir en transporte público para reducir riesgos de infección por COVID, así que se encontró con todos ellos ese día y todas las mañanas siguientes a la misma hora. Solo quedaba disfrutar durante una hora y media en una sesión de radio. Menos mal que Javi Nieves y Mar Amate le alegraban ese rato con su divertida sencillez, como llevan haciendo años y años.
Don Marcial ya había llegado a la oficina cuando él puso un pie en ella. Don Marcial tenía a los hijos mayores. Uno de ellos, David, en la universidad de Londres; la otra, Marga, la más joven y vitalista, había decido que quería explorar el fondo del mar y se había ido a Cartagena a trabajar haciendo excursiones submarinas donde hacía ciencia. A Jesús le encantan David y Marga, eran dos jóvenes muy amables y bien educados. Herencia de don Marcial, seguro, que también era muy bien educado y respetuoso. Ahora que no estaba ninguno de ellos en casa, don Marcial se levantaba temprano y venía pronto a la oficina. Además, él siempre había tenido muy claro que no quería vivir lejos del trabajo y se había comprado una buena casa para él y su familia cerca de donde estaba la sede de la empresa. Así llegaba en poco tiempo y sin atascos.
Jesús llegó y se sentó al lado de sus compañeros programadores en la pradera, como le llaman a esos sitios corridos que están uno al lado del otro con silla, monitor y teclado. Se había lavado las manos con gel hidroalcohólico, tal como dictaban las normas de seguridad en la recepción. Y no se podría quitar la mascarilla, que hay que seguir las pautas de protección personal en espacios compartidos. Así que se sentó en su sitio, apartó la corbata que había caído sobre el teclado —en Marcial & Cía solo se podía venir sin corbata los viernes, que era el día “casual”— e inició sesión en el ordenador. Tenía la reunión diaria todas las mañanas con los compañeros de ingeniería y producto.
Como algunos estaban allí y otros no, por eso de las reducciones de personal, la reunión era por videoconferencia. Era un poco raro, porque tenía que hablar por videoconferencia con un compañero que estaba a su lado. Debido a eso, había que usar cascos audífonos y tener en silencio (muteado) el micrófono cuando no hablaba, porque se acoplaba el ruido de fondo y se metía su voz por el altavoz del compañero. Un lío. Pero hay que apañarse. Así que todos, con la mascarilla y los cascos, hablando desde los sitios en la pradera, hicieron la reunión ese día.
A la hora del almuerzo, don Marcial salió satisfecho a ver otra vez a su gente en la oficina. Habían sido meses muy difíciles, en los que todos habían tenido que luchar por mantener la empresa a flote, pero había que reconocer que el equipo había estado a la altura para sacar el trabajo desde casa. Y la empresa también. No despidió a los empleados que llevaban con ellos años, pero sí hubo que apretarse el cinturón y reducir muchos costes. Ahora tener a muchos de sus empleados otra vez bajo su vista le tranquilizaba. Le iba a sentar bien el pincho de tortilla que le traía a las 11:30 todos los días Raquel, la chica de la cafetería. A don Marcial, que es muy trabajador, no le gusta salir de su despacho e irse a comer fuera. Así que Raquel volvería luego a traerle la bandeja de comida con el menú del día —más la bolita de helado que le gusta tanto a don Marcial— al medio día.
Jesús, como la cafetería tiene turnos para ir a ella y no quiere gastar ni tiempo ni más dinero, ha decidido traerse la comida hecha de casa, la cual se ha preparado esta mañana prontito. Guisantes con taquitos de jamón que se hacen en tres minutos, y un poco de patatas guisadas con carne que habían sobrado del puchero que hizo su mujer ayer. Los calentaría en el microondas de la oficina, y listos para comérselos en su sitio. Con cuidado, eso sí, que tenía los diagramas de flujo en la mesa, y no sería cuestión de mancharlos.
Jesús ha podido programar unas cuatro horas en silencio escuchando música, y ha tenido otras tantas de reuniones por videoconferencia e interrupciones varias. Al final de la jornada tenía ganas ya de terminar, que le dolían las orejas de llevar la mascarilla todo el rato, y hasta le olía mal. Miró su móvil para elegir el podcast que quería escuchar en el viaje de vuelta. Esta vez sería el nuevo de Mi año favorito, con Dani Rovira y Arturo González-Campos. Le encanta la extraña pareja que hacen esos dos y por la tarde era momento de reírse con los podcasts. Se guardaría para después el de Elena en el país de los horrores, que los amantes de la crónica negra prefieren disfrutar la dulce y envolvente voz de Elena Merino por la noche.
Al mirar el móvil vio un mensaje de su mujer: “Cariño, se ha puesto mala la niña, así que necesito que vayas a la farmacia a por Apiretal. No puedo ir yo, que tengo a mi madre en casa y estoy haciendo la cena”.
Jesús sale treinta minutos después de que se haya ido don Marcial. No le gusta salir antes, no vayan a decirle que no cumple sus horas, y claro, don Marcial ya estaba aquí cuando él llegó. Eso sí, hoy se le ha hecho un poco tarde, y si encima tiene que ir a la farmacia, va a llegar casi a la hora de que se acuesten los nenes, y a él le gusta estar para la cena. Abre el Google Maps para ver cuánto dice que se tarda por la ruta más rápida y el sistema de inteligencia artificial que hace caminos en tiempo real basado en los datos de tráfico le da la mala noticia. Será casi una hora y media el viaje de regreso.
Todos los amigos de por la mañana estarán también por la tarde. Así que no llegará a casa hasta las 20:00. Tendrá que darse prisa para llegar a la farmacia antes de que cierren y pronto a casa. Si él pudiera vivir cerca del trabajo como don Marcial… pero claro, la zona es cara, y si mañana se va a otro trabajo, mal. Además, él tiene que estar cerca de la madre de su mujer y el cole de los niños. Así que toca resignarse e ir ligero.
Decide ir por una ruta alternativa que él conoce. Lleva meterse un tramo, no mucho, de cien metros o así, por una zona de tierra, pero ahí puede ahorrar un poco de tiempo. Luego esa carretera secundaria a la que llega suele estar despejada de coches y se puede ir ligero, con lo que podría ahorrar diez o quince minutos si aprieta. Será más larga y gastará más gasolina, pero merecerá la pena por llegar a tiempo a casa y ver a Héctor y a Leire.
Don Marcial está leyendo ya en casa. Es una persona amante de la lectura y le gusta disfrutar todos los días de un poco de lectura. De los clásicos, de los modernos, de las grandes obras, pero también de los best sellers. Tiene una pasión oculta por las novelas de Juan Gómez-Jurado, que le tienen siempre enganchado, y disfrutó tanto la serie thriller de Carme Chaparro como las novelas de Stephen King que consume a escondidas. Públicamente es más de Eduardo Mendoza y Benito Pérez Galdós. Todos los días saca una horita antes de la cena para leer. Hoy está echándole un ojo a ese de Los años extraordinarios del director de cine ese, del tal Rodrigo Cortés. No es que le gusten mucho sus películas modernas, que con la del tío en la caja lo pasó mal, pero como hablan tanto de esa novela quería echarle un ojo. No le convence mucho eso de que España tenga dos capitales y de que los coches funcionen con el pensamiento. Qué chaladura, ¿no?
Jesús está cortando las esquinas de la carretera. Quiere llegar a tiempo a la farmacia para estar el máximo con los niños. Les querría bañar y contar el cuento, pero seguro que cuando llegue ya estarán bañados y cenando. A ver si hoy le aguantan el cuento ese de El Gigante de los Juguetes que tanto les gusta. Va ensimismado en sus pensamientos y no se da cuenta hasta que le llega el fogonazo.
Multa.
“¡Porras!”, maldice, mientras golpea el volante. Se había olvidado del radar de la gasolinera. Tanto tiempo sin coger esa ruta que ya no se acordaba de que había un radar de velocidad a 70 kilómetros por hora. Puff. A pagarlo en cuanto llegue, que mejor pagar 50 € que 100 €. ¡Qué disgusto cuando se entere su mujer! Entre la gasolina y la multa hoy saldrá el día por un pico. Menos mal que están ahorrando en la comida y que se quitaron la suscripción cara de la televisión para ahorrar hasta que ella pueda volver a trabajar. Algo, aunque sea solo mientras los niños están en el colegio.
Los niños se abalanzan sobre Jesús. Él los abraza. Su mujer le regaña para que se quite la ropa de la calle, tire la mascarilla y se lave las manos y la cara bien, no vaya a traer algo de COVID a casa. Él obedece. Como siempre. Pero no sin estrujar a Leire y Héctor y guiñarles un ojo como cuando hacen alguna maldad a espaldas de su madre. Leire tiene los ojitos rojitos, se le notan algunas décimas de fiebre. Pero sonríe a su padre con alegría y le dice desde detrás de sus gafitas:
“Qué bien que hayas vuelto, papá, te echaba mucho de menos. Quería que volvieras”.
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