Foto: Ernest Hemingway y Antonio Ordóñez.
“Cualquier hombre puede enfrentarse a la muerte, pero verse obligado a atraerla tan cerca como sea posible mientras se realizan ciertos movimientos clásicos, que han de repetirse una y otra vez, para luego provocársela con un simple estoque a un animal que pesa media tonelada y al que uno quiere, representa algo más que enfrentarse a la muerte. Es enfrentarse a la propia actuación como artista creador y a la necesidad de comportarse como un matador hábil.”
Ernest Hemingway, El verano peligroso
“Un torero no puede comprobar nunca la obra de arte que realiza.”
Ernest Hemingway, El verano peligrosoA los estimados contertulios del chat Ventaurino
El 2 de julio de 1961, Ernest Hemingway descendió al sótano de su casa de Ketchum, Idaho. Sacó del armario su escopeta favorita, una Boss calibre 12, y la cargó. Puso la salida de su disparo en su boca, haló del gatillo y se despidió de este mundo en el que con tanta intensidad había vivido. El 21 de julio de ese año habría cumplido 62 años. Lo que obviamente fue un suicidio sobre el que muchas veces había pensado y comentado, fue tratado eufemísticamente por Mary, su esposa, como un accidente. De hecho, su funeral fue estrictamente por invitación y no se le permitió la entrada a la prensa. Había nacido en Oak Park, Illinois en 1899, se casó cuatro veces, la primera de ellas con la pianista Hadley Richardson en 1921 hasta 1927. La segunda fue la periodista Pauline Pfeiffer [1], cuyo enlace duró hasta 1940, año en que contrajo nupcias con la también periodista Martha Gellhorn, quien lo abandonó en 1945 (fue la única que logró hacerlo y por eso Hemingway nunca la perdonó y odió mientras vivió). En 1946 se unió a Mary Welsch (obviamente, periodista) con quien permaneció hasta el día en que se dio de baja con su propia mano. Su padre se había suicidado cuando Ernest tenía 29 años. Sus hermanos Ursula y Leicester acabaron personalmente con sus vidas al igual que su nieta Margaux en 2000. Martha Gellhorn lo haría también en 1998. Tuvo tres hijos: Jack, Patrick y Gregory, quien luego se cambió a Gloria. Hemingway se desempeñó como periodista y escritor y en 1954 [2] fue galardonado con el premio Nobel de Literatura. Su vida fue rauda e intensa entre los Estados Unidos, Cuba, Francia, España y África, ya que era aficionado a la pesca, a la caza y a los toros.
La relación con la fiesta brava es la que nos interesa exaltar. No fue un mero espectador, no le bastó sentarse en los tendidos y atestiguar este espectáculo que es tan antiguo como la humanidad [3]. Fue más allá, se involucró de tal modo que parte de su vida no puede entenderse al margen de las corridas. Me adelanto a decir que su muerte podría ser también incomprensible al margen del ruedo. Al igual que la historia de España está ligada a la historia del toreo, como sostenía José Ortega y Gasset [4], del mismo modo parte de su vida y su leyenda están enlazadas con los toros. Porque este rito lo atrapó y cautivó y lo hizo un celebrante calificado, un escritor que abunda y oficia sobre el hecho y que agrega la temática en su obra, un crítico que abunda notas a la fiesta y un experto que podía opacar a los especialistas de esta disciplina. Para decirlo en lenguaje taurino, Ernest Hemingway se otorga la alternativa a sí mismo en 1923 cuando acude por primera vez a una corrida en Las Ventas de Madrid y la narra para el Toronto Star del que era corresponsal. Hemingway explica con lujo de detalles lo que contempla e incluye la referencia del costo de las entradas que adquiere revendidas (25 pesetas), la composición del redondel de la plaza [5], el público, los tendidos, la forma en que va vestida la gente, las cuadrillas de los toreros [6] con sus trajes de luces, el protocolo del evento, la salida del toro del toril, el toro mismo, los tercios de la corrida, varas, banderilla y muerte, el costo de un toro, las ganancias de un torero [7], pero lo más concluyente es que esta impresión sellaría un compromiso de por vida. En efecto, Hemingway señala que “la fiesta de los toros es una tragedia” pero “la gran tragedia de la muerte del toro que se representa en tres actos”. Quien lea con prisa esta afirmación y considerando especialmente que el periodista ha antepuesto en ese mismo artículo que no haría un “elogio de la fiesta de toros” puede pensar en la literalidad de la expresión ligado a la desventura o la tribulación, pero al mencionar el drama en tres actos, nos conduce a compararla con el propósito de la tragedia griega al detallar que se plantea un conflicto entre matador y toro que lleva a una catarsis. Y esa puesta en escena expresa también la relación del mundo mediterráneo con el mito del minotauro como personificación solar [8]. No cabe duda de que el artículo en sí es una pieza germinal en su escritura taurina y su interés reside en el momento de encuentro y seducción con la fiesta. Pensemos en que lo hacía como periodista y se dirigía y tenía en consideración a un público anglosajón y para más señas canadiense, pero se produce una alianza iniciática entre el escritor en ciernes y el arte profundo, histórico, civilizatorio, épico, poético y trágico de la fiesta de los toros que marcará una porción de su obra. Quizá lo que contempló Ernest Hemingway en aquella tarde de Las Ventas de 1923 fue a un torero que se jactaba de provocar al dios solar, con el astro encendido como testigo, retando en el laberinto al minotauro, fungiendo de titán desde su propia humanidad vestida de luces y desafiando a la muerte. Por ello, a lo mejor sin darse cuenta, reparó en aquel círculo enarenado en el que palpitaba un festival supremo de tentar a la vida y afirmarla o negarla en un redondel inescapable de imagen y representación. Con lo que se predispuso a imitar la valentía de estos bailadores con un trapo y un estoque coreando a la humanidad enfrentada a los dioses. Hemingway en su vida llevó inconscientemente el traje del héroe, lo que significa míticamente la personificación del torero, vestirse de luces como corresponsal, como cazador, como pescador, como aventurero, como soldado, como escritor. Toda su vida tuvo un trato cercano con la muerte y probablemente la reclamó peligrosamente [9].
Fiesta [10] es la primera novela que publica y le abre un camino de reconocimiento. El argumento se desarrolla en España. Fue escrita tres años después de la primera corrida a la que había asistido y es la historia de un periodista impedido que se enamora de una enfermera (la situación traduce la propia experiencia de Hemingway como herido de guerra en la Primera Guerra Mundial que se enamora de una enfermera), se encuentran en París, van a Pamplona y terminan en Madrid, pasando por sanfermines, corridas y desplantes de toreros en la competencia amorosa. En 1932 publica Muerte en la tarde, que es un verdadero tratado sobre tauromaquia y que dedica a Pauline, su segunda esposa. Los prejuicios que tenía Gregorio Corrochano sobre la sapiencia de Hemingway en materia taurina se disipan cuando nos adentramos en este completísimo tratado de 515 páginas en su original en inglés. Aun así, Hemingway en esta edición se excusa de su intrusión en la materia y señala que no ha querido ser historicista o exhaustivo (que lo es a pesar de su modestia) y que intenta ser una introducción a la corrida española moderna de toros para explicar el espectáculo desde el punto de vista emocional y práctico. Además, aclara que, pese al elenco de los 2077 libros y panfletos dedicados a la tauromaquia ninguno, ni en español ni en inglés, había asumido ese reto con anterioridad. El escritor termina solicitando la indulgencia de los aficionados competentes por sus explicaciones técnicas [11].
Al leer Muerte en la tarde se repara por qué a Hemingway los especialistas taurinos podían tenerle algún resabio: porque probablemente estos no pasaban de ser gacetilleros de corridas. La dimensión exhaustiva, contraria a lo que proclama, es total. El escritor es un profundo y devoto estudioso no sólo de la historia de la tauromaquia o de los toreros, sino de toda la cultura y las costumbres [12] de la sociedad que acoge la fiesta. Y toda esta juntura de factores los exhibe y muestra junto a su punto de vista. Y aquí entendemos la combinación entre la emoción y la práctica, y la historia, agregamos, desmontando su exposición inicial, y todo narrado con la pluma de un escritor a quien no en balde se le otorgó el premio Nobel de Literatura, aunque con la tinta fresca y más directa que lo usual para el mal humor de sus críticos [13]. Las ilustraciones que acompañan el texto fueron cuidadosamente escogidas por el escritor, lo que revela su interés por la pulcritud de la edición y que el lector entendiera la plenitud de la tauromaquia ayudado por las fotografías [14]. Curiosamente, Hemingway obtuvo su primera información sobre las corridas de toros a través de Gertrude Stein cuando le habló de su admiración por Joselito [15]; al escritor le interesó de tal modo esto que se propuso ir a España a ver esta muerte violenta, pero durante cinco años fue incapaz de escribir una sola línea sobre ello y e insiste que ha debido esperar diez años para hacerlo [16]. A Hemingway lo cautivó, lo sobrecogió, lo conquistó “el espíritu oculto de la dolorida España [17]” que habita en la fiesta de los toros. A don Ernesto, como le decían los toreros, lo arrastró el “duende”, ese “poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica [18]”. La combinación perfecta para una corrida artística es la del buen torero y toro en combinación con la presencia del sol. El matador debe dominar al toro, apunta nuestro escritor, sobre la base del conocimiento y la ciencia, en la medida en que el dominio se logra con gracia y se incorpora la belleza [19]. La fuerza sólo se exige al momento de la muerte [20]. Lo cierto es que este libro monumental es el de un gran observador, un conocedor profundo que no descuida detalle alguno y que su capacidad de reconocimiento del duende artístico y trascendencia de estas líneas tiene su mirada puesta en el arte mayor y traza paralelos entre Juan Belmonte y Joselito, comparándolos con Velázquez y Goya o con Cervantes y Lope de Vega [21].
Hemingway regresó a España en 1959 atendiendo un ofrecimiento de la revista Life para seguir las corridas de Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez. De eso nace el libro emocionante que es El verano peligroso, que sería publicado de forma póstuma. Obviamente, diversos reportajes habían aparecido en la revista en cuestión. Estos trabajos, y este texto que los recogió implica una rivalidad, una despedida, la invocación permanente de la muerte y una inmolación posterior que es el propio suicidio del escritor. Con anterioridad a 1959, Hemingway había estado de paso en España, pero ese año representa el reencuentro definitivo con este país al que no había regresado propiamente para permanecer después de la Guerra Civil. El escritor manejaba sus distancias con el franquismo [22], y pese a ello pudo volver a hacer su vida española de antaño. “El toreo pierde todo interés cuando no hay rivalidad” es una de las frases categóricas de ese verano peligroso que se traspone en la dialéctica interminable entre Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez. Luis Miguel y Antonio eran cuñados. Dominguín [23] había regresado a los toros luego de un breve retiro. Era amigo [24] de Hemingway, había estado en Finca Vigía [25] en Cuba, había realizado hasta ejercicios literarios que el escritor alentó y revisó. En cuanto a Ordóñez, era menor que su cuñado, pero Hemingway queda encantado por su estilo, y tal vez este reconocimiento del duende que habita en Ordóñez comienza a establecerse de modo tal en él que podríamos comprobar alguna preferencia, aunque de acuerdo cómo se desenvolvieron los hechos, Ordóñez tuvo una temporada superior ese año, o por lo menos Hemingway nos convence de ello. Para el escritor, Ordóñez “podía realizar todos los pases clásicos sin engaño, (…) era capaz de matar bien si se lo proponía y de que era un genio con la capa. Comprendí que poseía las tres grandes cualidades de un matador: coraje, habilidad en su profesión y gracia ante un peligro mortal”. [26] La faena de Ordóñez era la más pura, bella y peligrosa y el secreto de matar al toro era matarlo recibiendo. Es lo que se ha conocido como el famoso “rincón de Ordóñez» [27]. Hemingway se queja de la práctica del afeitado de los toros introducida durante los años del dominio de Manolete [28]. Ordóñez lidia “con los cuernos intactos”, mientras “veía a Luis Miguel torear reses con las astas manipuladas” [29]. Cuando Hemingway conoce a Ordóñez le recuerda de inmediato a su padre, Cayetano, y su elegante estilo lo estremece. Respecto a Ordóñez, se referirá a él en tono mayor, habla de sus “ojos de cirujano”, con un carácter admirativo cada vez que cabe la comparación, al contrario de Luis Miguel a quien castiga con frases como “las tristes verónicas de Dominguín [30]”. Esto no es una constante. Hemingway puede conmoverse, pero cuando corresponde dentro de la rivalidad, bendice la faena de Dominguín [31]. Las diferencias entre ambos toreros seguían creciendo y “comenzaba a tener visos de guerra civil y la neutralidad se iba haciendo muy difícil” [32]. De hecho, Dominguín afirmaba ser el número uno y “debía mantener el puesto”. Aquel lance continuó con cornadas para ambos. De hecho, los atendía a ambos el doctor Manuel Tamames quien había certificado la muerte de Manolete en Linares[33]. Un periodista español afirmó que esa rivalidad había sido fingida, que se trataba de un “acuerdo entre familiares”[34], que incluso había llegado a oídos de Hemingway esta especie y que fue motivo para acelerar la depresión que lo llevaría a quitarse la vida. Según el aficionado taurino e hijo del fundador de las ferias de San Isidro, Julio Stuyck Collado, esto no es más que un infundio, que el propio Ordóñez de quien fue muy amigo, había dicho que si fue orquestada lo fue muy bien hecha porque hasta cornadas y hospitalización incluyó [35].
Uno de mis cuentos preferidos de Hemingway ocurre en Madrid entre dos jóvenes que viven esa ciudad de conflicto, hambre y dificultades y que fantasean con ser toreros. La capital del mundo da nombre a esa quimera que se plantean estos soñadores para patear la pobreza. En la pensión viven matadores de segunda, picadores, banderilleros, sacerdotes anarcosindicalistas, y trabajan camareros y camareras venidos de Extremadura huyendo de la miseria. En medio de esta escena con aspiraciones costumbristas los chavales que se saben mesoneros mientras puedan vencer el miedo [36], sacramentan entre su fantasía desplegar un ruedo y ensayar una corrida, pero para que sea creíble y circule el temor y la muerte, y para poder esculpir “cuatro verónicas, perfectas, lánguidas y gitanas [37]”, los imaginantes atan dos cuchillos de carne a las patas de una silla que embestirá uno que hará de toro ante el matador ficticio en el comedor de la pensión y “corriendo con la cabeza gacha, Enrique fue hacia él y Paco apartó el delantal justo cuando el cuchillo pasaba muy cerca de su vientre, y entonces era para él el cuerno de verdad, negro con la punta blanca, liso; y cuando Enrique pasó a su lado y se volvió para embestir de nuevo, era la masa caliente y flanqueada de sangre del toro lo que pasó, con sus fuertes pisadas; y a continuación se volvió como un gato y regresó mientras Paco ondulaba la capa lentamente. Luego el toro dio media vuelta y embistió de nuevo, y mientras contemplaba la punta que acometía, colocó el pie izquierdo cinco centímetros demasiado adelantado y el cuchillo no pasó sino que se hundió con la misma facilidad que si entrara en un odre, y hubo un chorro caliente por encima y alrededor de la repentina rigidez del acero, y Enrique gritó…” [38]
A propósito del duelo entre los diestros, Hemingway deja colar una frase sobre que la muerte se la traía Ordóñez a Dominguín en un bolsillo. Más que en un bolsillo esta exhortación de que llega la muerte se palpa en buena parte de las páginas del libro vertiginoso y trepidante [39] que es El verano peligroso y en su obra que se marida con la tauromaquia. Después de las corridas del 59, Hemingway se fue a París, de allí a los Estados Unidos, regresó brevemente a España, por último, a Cuba donde el embajador americano lo constriñó para marcharse y nuevamente a su país natal, donde comenzó a dar muestras de un desorden mental. Fue ingresado a la Clínica Mayo y sometido a terapias de electroshock. Pero la muerte le acosaba los pasos, no sólo la de la tarde, la del ruedo, la del sol que acompaña el reflejo del traje de luces. El 2 de julio de 1961, su oscura presencia se hizo irrenunciable, ya con una mínima distancia frente a ese pie izquierdo peligrosamente adelantado y en forma de minotauro, como se nos antoja verla, lo alcanzó para obligarlo al sacrificio deífico que tantas veces había visto en la plaza pero que esta vez embestía con los dos cañones que puso entre sus manos.
Septiembre 2021.
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[1] Hemingway era originalmente un protestante congregacionalista, pero se convirtió al catolicismo por Pauline. Inchausti, Robert. “The Troubled Catholicism of Ernest Hemingway”. https://angelusnews.com/arts-culture/the-troubled-catholicism-of-ernest-hemingway/ [01/09/2021]
[2] No se pudo presentar a recibir el galardón y, en su lugar, John Cabot, embajador de los Estados Unidos en Suecia, leyó el brevísimo discurso de aceptación cuyas frases más destacadas fueron: “Las cosas que un hombre escribe pueden no ser inmediatamente captadas, y en esto algunas veces es afortunado; pero eventualmente se vuelven claras, y por estas y por el grado de alquimia que posea, perdurará o será olvidado”. (…) “Escribir al mejor nivel, conlleva una vida solitaria. Las organizaciones para premiar escritores mitigan la soledad del escritor, pero dudo que mejoren su escritura. Crece en estatura pública a medida que se despoja de su soledad y a menudo su trabajo se deteriora debido a que realiza su trabajo en soledad, y si es un escritor suficientemente bueno, cada día deberá enfrentarse a la eternidad o a su ausencia.”. Ernest Hemingway – Banquet speech. NobelPrize.org. Nobel Prize Outreach AB 2021. https://www.nobelprize.org/prizes/literature/1954/hemingway/speech/ [16/08/2021]
[3] Platón en el Timeo destaca la existencia de los reyes atlantes de la isla Atlántida que “desapareció entre las aguas” nueve mil años antes del tiempo de Sócrates mientras que en su Critias, habla de la reunión anual de estos reyes, de un hombre con palos, cuerdas y una espada ante un toro-divinidad al que se sacrificaba y cuya sangre y carne tomaban y comían los reyes. Platón, Timeo o de la naturaleza, Critias o La Atlántida, Diálogos escogidos. Librería El Ateneo. Argentina 1966, p. 657, 659, 781, 782.
[4] Dice José Ortega y Gasset: “… he hecho con `los toros´ lo que no se había hecho: prestar mi atención con intelectual generosidad al hecho sorprendente que son las `corridas de toros´, espectáculo que no tiene similaridad con ningún otro, que ha resonado en todo el mundo y que, dentro de las dimensiones de la historia española en los dos últimos siglos, significa una realidad de primer orden”. Ortega y Gasset, José. La caza y los toros. Colección El arquero. Revista de Occidente, Madrid 1968, p. 144.
[5] “La plaza es redonda, está enarenada y tiene una barrera de madera pintada de color rojo y que se puede salvar de un salto”. Hemingway, Ernest. “La fiesta de los toros es una tragedia” (Del Star Weekly, de Toronto, 20 de octubre de 1923), en: Enviado especial, Editorial Planeta. Barcelona 1967, p.105.
[6] “Llevaban un vestido ponderosamente brochado de negro y amarillo; el típico traje de torero: capa de paseo y chaquetilla bordados de oro con lentejuelas, camisa blanca, corbata encarnada, taleguilla ceñida, medias de color de rosa y zapatillas. La incongruencia de tales medias solía causarme extrañeza después de una corrida de toros. Detrás de cada espada, al que no hay que mirarle el traje de luces, como llaman a este atuendo, sino el aspecto de su rostro después de haber realizado la primera lidia, iban tres banderilleros que vestían como los matadores, pero no tan lujosamente, dos carinegros toreros de a caballo, o picadores, con sombrero, ancho y plano, y garrocha larga cual una pértiga, cuyo aspecto causaba impresión de estar viendo a unos vencedores de un torneo antiguo, y cerraban la marcha los monosabios, con camisa colorada, seguidos de las mulas de arrastre, visiblemente enjaezadas”. Ibidem, p, 106.
[7] “Un buen toro está valorado en unos dos mil dólares”. (…) “Un buen torero gana cinco mil dólares en una corrida y uno mediano quinientos.”. Ibidem, p. 110.
[8] Escribe Vicente Marrero: “La mayoría de los mitólogos modernos ven en el minotauro una personificación solar”. (…) “… de los estudios realizados sobre la mitología cretense parece deducirse que el sol era considerado como un toro y que en `en el ritual propio de la isla, el laberinto era una orchestra´ de tipo o modelo solar en el cual tenía lugar una danza mimética, imitativa”. (…) “La lucha con el minotauro es el episodio mostrado con tanta frecuencia en la pintura cerámica y particularmente en los vasos de figuras negras, en la posición característica del héroe armado de espada y arrastrando al minotauro para sacarlo del laberinto”. Marrero, Vicente. Picasso y el toro. Ediciones Rialp, Madrid 1955, p. 37-38.
[9] A propósito de su muerte, el crítico taurino español Gregorio Corrochano escribió en ABC un artículo póstumo en el que estoquea al escritor, a quien no reconoce sino como periodista veraniego y lejos de ser una figura universal. La aprehensión de Corrochano venía por la publicación de los reportajes que formaron parte de El verano peligroso, en el que Hemingway comete, según don Gregorio, un agravio al pueblo español al hablar de los “trucos baratos” de Manolete (los trucos pertenecen a la manipulación y engaño en la conducta del torero que nada tiene que ver con la lidia; también se entienden como algunas escenas de supuesta valentía o burla del torero frente al toro). Adicionalmente, para entender a plenitud lo que significan los trucos, el propio Hemingway en Fiesta, describe a su personaje el torero Pedro Romero: «Romero no hacía contorsión alguna, siempre estaba recto, puro, natural en línea. Los otros se retorcían como sacacorchos, con los dedos levantados, y los apoyaban contra los costados del toro, después que el cuerno había pasado, para dar una falsa impresión de peligro. Luego, todo lo que era falso era malo y daba una sensación desagradable. El toreo de Romero tenía una emoción real, porque conservó la absoluta pureza de las líneas en los movimientos y, siempre quieto y tranquilo, dejando pasar los cuernos todo lo más cerca de él. No tuvo que poner de relieve su proximidad». En: Hemingway, Ernest. Fiesta, Plaza & Janés, Barcelona 1962, p. 141. Hacia Hemingway se daba un recelo natural por su condición de extranjero, no cabe duda. Pero más allá de esto, y a pesar de la prosa avinagrada de Corrochano, no obstante que su contendor está ya bajo tierra, merece la pena prestar atención a su juicio sobre Hemingway y la muerte: “El espectáculo de la muerte le atrae. La presiente, se anticipa y baja del tendido al burladero y circula por el callejón y sigue el rastro de las enfermerías. Parece que busca la muerte en el ruedo. No sé si la ama o la teme, la desprecia o la adula, la atrae o la ahuyenta. Juega con la muerte como si la llevara con él. Habla de la muerte como si le acompañara. Los hombres más llenos de vida son los que más hablan de ella, como si la tuvieran lejos. ¡Quien sabe a qué distancia está la muerte!”. Corrochano, Gregorio. “En la muerte de Hemingway”, ABC, Madrid, sábado, 15 de julio de 1961.
[10] El título original en inglés fue The Sun Also Rises y fue publicada por Scribner´s en 1926. Saldría en España en 1948 con el sello de Juan José Janés de Barcelona.
[11] “It is intended as an introduction to the modern Spanish bullfight and attempts to explain the spectacle both emotionally and practically. It was written because there was no book which did this in Spanish or in English. The writer asks the indulgence of competent aficionados for his technical explanations”. Hemingway, Ernest. Death in the Afternoon. Charles Scribner´s Sons. New York 1960. Bibliographical Note.
[12] Se queja Hemingway de que es un poco “maricón” en Madrid eso de irse a dormir hasta que no se haya acabado la noche y que las citas se hacen pasada la medianoche. Ibidem, p. 48.
[13] Hemingway comenzó a odiar al escritor Max Eastman por una crítica que realizó a Muerte en la tarde. Incluso llegaron a las manos en las oficinas de Scribner´s. Eastman tituló su artículo Bull in the Afternoon, “Toro en la tarde”, que Hemingway interpretó como un ataque a su virilidad. Hemingway, Valerie. Correr con los toros. Mis años con los Hemingway, Taurus, España 2005, p. 86.
[14] La edición que tengo de Death at the Afternoon de Scribner´s de 1960, un generoso obsequio del periodista Víctor José López, El Vito, incluye las fotografías que ocupan desde la página 280 hasta la 407, con las leyendas del escritor describiendo los toros, los diferentes y famosos toreros de la época, sus pases y hasta sus cornadas. En la parte final del libro hay un glosario para que nadie se extravíe en los términos. El Gallo, Juan Belmonte, Cagancho, Rodolfo Gaona, Vicente Barrera, Nicanor Villalta, Manuel García “Maera”, Ignacio Sánchez Mejías, Luis Freg, Rafael Gómez y Ortega “El Gallo”, Joselito, Chicuelo, Manuel Granero, Vicente Pastor, Manolo Bienvenida, Domingo Ortega, Marcial Lalanda, Zurito, El Espartero, Varelito, Félix Rodríguez, son los toreros que aparecen en las tremendas gráficas de Juan Pacheco Vandel y de Aurelio Rodero con las prolijas explicaciones de sus banderillas, naturales, pases, cornadas y hasta muertes.
[15] Death…, Op. Cit. p. 1.
[16] Hemingway encontró en los toros un argumento moral que potenció su sentido entre la vida y la muerte, la mortalidad y lo eterno. Death…, Op. Cit., p. 4.
[17] García Lorca, Federico, “Teoría y juego del duende”, en: Obras completas. Aguilar. España 1957, p. 36.
[18] La frase es de Goethe y la refiere García Lorca. García Lorca. Op. Cit., p. 37. “… es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar”. (…) “… es, en suma, el espíritu de la tierra.” (…) “… había saltado de los misteriosos griegos a las bailarinas de Cádiz o al dionisíaco grito degollado de la seguiriya de Silverio.” (…) “En los toros adquiere sus acentos más impresionantes, porque tiene que luchar por un lado, con la muerte que puede destruirlo, y por otro lado, con la geometría, con la medida base fundamental de la fiesta. El toro tiene su órbita, el torero la suya, y entre órbita y órbita un punto de peligro donde está el vértice del terrible juego.” (…) “… el torero mordido por el duende da una lección de música pitagórica y hace olvidar que tira constantemente el corazón sobre los cuernos.” (…) “España es el único país del mundo donde la muerte es el espectáculo nacional, donde la muerte toca largos clarines a la llegada de las primaveras, y su arte siempre está regido por un duende agudo que le ha dado su diferencia y su calidad de invención.” García Lorca. Op. Cit., p. 37, 46. Hemingway por cierto recitaba de memoria el “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” de García Lorca. Hemingway, Valerie. Op. Cit., p. 62.
[19] Ibidem, p. 21.
[20] Ibidem.
[21] Ibidem, p. 69, 73.
[22] Hemingway se reunió con el inglés Gerald Brenan (el autor de Al sur de Granada y habitual del grupo de Bloomsbury) en Churriana y le dijo “no tener el menor interés por la ideología de izquierdas. Era la mecánica de la guerra lo que lo atrajo del conflicto español.” Hemingway, Valerie. Op. Cit., p. 79.
[23] “Luis Miguel tenía facilidad y talento para todo, era un gran banderillero y lo que los españoles llaman un torero muy largo; esto es, que tenía un extenso repertorio de pases y trucos elegantes y podía hacer cualquier cosa con un toro y matarlo exactamente como deseaba”. Hemingway, Ernest. El verano peligroso. Debolsillo, Barcelona 2005, p. 34.
[24] Su cercanía con Hemingway era total. Un día le bromeó con que estaba muy bien El viejo y el mar, pero que al viejo lo ha debido desaparecer después del primer capítulo.
[25] Finca Vigía era la propiedad que tenía el escritor en las afueras de La Habana. Fue el último sitio fuera de los Estados Unidos donde residió el escritor. Las tensiones entre los Estados Unidos y el flamante régimen marxista revolucionario que se había instalado en la isla presionaron incluso desde los niveles oficiales estadounidenses para que Ernest abandonara la isla. Mary Hemingway terminaría donando la propiedad al pueblo cubano, como una forma de preservarla como patrimonio cultural. Hemingway, Valerie. Op. Cit., p. 209.
[26] El verano, Op. Cit., p. 32
[27] “El secreto es que iba a matar recibiendo, que consiste en provocar la embestida doblando al frente la rodilla izquierda al tiempo que, balanceando la muleta, se la adelanta y, cuando el toro ataca, esperar a pie firme a que baje la cabeza, momento en que se descubre la ranura entre las paletillas, para clavarle la espada con la palma de la mano y la muñeca rígida e inclinarse de modo que hombre y bestia constituyan una sola figura conforme el acero se hunde hasta que ambos quedan unidos, la mano izquierda con la muleta mantiene la testuz baja, muy baja, y la va apartando para evitar el choque definitivo. Es la más bella forma de matar y al toro se lo debe ir preparando a lo largo de toda la faena.” Ibidem, p. 40.
[28] “Para proteger a los más destacados matadores se recortaban los cuernos de los toros y luego se afeitaban y limaban de modo que pareciesen normales.” (…) Al reducirse el tamaño de las astas, el toro pierde su sentido de las distancias y el matador corre mucho menos peligros de que lo cojan.” (…) Los inescrupulosos apoderados de la época de Manolete y de los años que siguieron eran con frecuencia empresarios o estaban de acuerdo con ellos y con los ganaderos.” El verano… Op. Cit., p. 26, 28. Estas sentencias le granjearon muchas enemistades y especialmente la de Corrochano, como mencionábamos, en relación con los trucos de Manolete, trucos que también endosa a Dominguín, pero nunca a Ordóñez. Hemingway luego se arrepentiría de estas afirmaciones. Hemingway, Valerie, Op. Cit., p. 162.
[29] El verano, Op. Cit., p. 93.
[30] El verano, Op. Cit., p. 190.
[31] “En su segundo toro Luis Miguel estuvo incluso mejor (que Ordóñez). El animal era perfecto. No tenía una sola tara y Luis Miguel, dándose cuenta al instante, hizo seis verónicas sin cambiar la posición de los pies. Le puso tres pares de banderillas de poder a poder, de igual forma que con la res anterior, citándola y atrayéndola hacia sí mientras iba a su encuentro para de pronto esquivar los cuernos con un ágil movimiento y elevarlas verticalmente donde deben clavarse. Era maestro en esa suerte y a mí me impresionaron su habilidad, sus conocimientos y su arte. Lo realizaba todo con una gracia fácil y con una gran confianza, y parecía a la vez y enteramente seguro en cuanto hacía.” El verano, Op. Cit., p. 96.
[32] Ibidem, p. 97.
[33] Cuando los toreros recibían una cornada, les aplicaban el mínimo de sedantes para que pudiesen regresar al ruedo lo más rápidamente posible. Tanto Ordóñez como Dominguín volvieron a torear con las secuelas de sus cornadas no curadas. Ibidem, p. 83. Hemingway se hacía presente en la enfermería y ayudaba en las curaciones de los toreros. De hecho, el doctor Tamames lo llamaba “distinguido colega”. Ibidem, p. 88.
[34] La afirmación la realiza José Luis Castillo-Puche agregando que se produjo una decepción de Hemingway por el mundo taurino. Esta afirmación no se acompaña con prueba alguna y tampoco se develan los supuestos motivos. En: Campos Cañizares, José. “Ernest Hemingway innovador de la crónica taurina en Fiesta (1926)”. Revista Encuentros en Catay, No. 30, año 2017.
[35] Testimonio de Julio Stuyck Collado. Antonio Ordóñez según Stuyck era un “guardián de las tradiciones” y jamás se habría prestado para una patraña como esta.
[36] “Si no fuera por el miedo, cualquier limpiabotas de España sería torero”. En Hemingway, Ernest. “La capital del mundo”, Cuentos, Lumen, Colombia 2007, p. 69. La edición original la realizo Scribner´s en 1938 bajo el título de The First Forty-Nine Stories.
[37] Ibidem.
[38] Ibidem, p. 72.
[39] Ese verano estuvo plagado de viajes, comidas, hoteles, bares, fiestas, bebidas, encuentros y anécdotas. Una de ellas es que a Hemingway un carterista en Murcia logró sacarle la billetera con nueve mil pesetas, lo cual era una suma considerable para la época. Hemingway publicó un anuncio en la prensa solicitando la devolución de la cartera por ser un regalo de su hijo Patrick y hasta felicitaba al carterista por su habilidad: “En cuanto a las 9.000 pesetas que contenía, su destreza bien merece esa recompensa.” Hemingway, Valerie, Op. Cit., p. 81. Hemingway también aprovecha la narración para señalar que el otorgamiento de la oreja en tiempos anteriores representaba que el torero podía quedarse con el toro. El verano…, Op. Cit., p. 178. Trae también frases como que la plaza más difícil de España es la de Bilbao. Ibidem, p. 179. Que “al norte de Despeñaperros no hay toreros”. Ibidem, p. 50. O que las peores corridas se dan en Sevilla. Ibidem, p. 68. En sus páginas aparecen otros toreros, pero inevitablemente de paso como el venezolano Curro Girón en Valencia, ya que el libro centra su interés en Ordóñez y Dominguín.
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