Los grandes hielos de los polos terráqueos siempre han atraído la imaginación humana, y cada cierto tiempo resurgen en la literatura y las pantallas. Y a ser posible, resurgen con el ambiente de siglos pasados, cuando la tecnología no ayudaba tanto. En 2018 vimos The Terror, una historia basada en la búsqueda del Pasaje del Noroeste en 1845, y esta vez es la adaptación de una novela publicada en 2016, protagonizada por un ballenero inglés en 1859. La trama está llena de personajes parcos en palabras, cargados de culpas y pecados y que si se han metido en esto es por dejar atrás lo que sea de lo que huyen… o para seguir cometiendo las fechorías que podrían hundirlos si el número de humanos a su alrededor fuera mayor. Si con este fondo de armario la mejor idea que puedes tener en tu vida es encerrarte en una cáscara de nuez a intentar matar focas y ballenas en el Ártico, rodeado de objetos punzantes y cortantes, eso ya que lo decida cada uno. Los principales protagonistas son Colin Farrell como Henry Drax, un experto arponero aficionado al alcohol y a las bajas pasiones, y Jack O’Connell como Patrick Sumner, un cirujano irlandés, veterano de las guerras indias, licenciado con deshonor y que si ya viene con el peso del mundo sobre sus hombros, encima lee a Homero y Schopenhauer a bordo.
Es una miniserie de cinco episodios hecha por la BBC, pero que se estrenó primero en AMC+. Rodada en el archipiélago noruego de Svalbard, el equipo de producción dice haber llegado a filmar más al norte (81 grados) que ninguna otra serie de televisión, y muchas de las secuencias se benefician de ello. A pesar de una estupenda secuencia de caza de ballenas, resulta un tanto lenta, se avisa, pero puede atraer a los que no tengan prisa y se sientan a gusto entre barbas, barcos, icebergs, jerséis gruesos, dilemas morales y ambiente de explorador decimonónico, además con ciertos toques de Moby Dick y El corazón de las tinieblas, por si se necesitan referentes literarios más profundos.
[aviso de destripes a arponazos en todo el texto]
Los dos protagonistas principales representan los dos polos opuestos de la moral humana, en el sentido de que Drax es un bruto que solamente atiende a la satisfacción de sus instintos, incluso cuando estos invaden lo que hoy llamaríamos el espacio personal y los derechos individuales de otros, mientras que Sumner se revuelca en las consecuencias de sus fracasos, convirtiendo sus propias reacciones en un castigo más. Las diferencias quedan ilustradas cuando pasan por una taberna en Lerwick, el último puerto en Escocia antes de salir a mar abierto, donde Drax se va de putas y provoca peleas en plan «sujétame el cubata» (o, en su caso, la navaja), mientras que Sumner rechaza lo primero para evitar enfermedades venéreas a bordo, y en cuanto a lo segundo, lo noquean antes de que haya podido terminar de adoptar la canónica postura pugilística del marqués de Queensberry. El tablero queda así dispuesto para jugarse en él una partida desigual desde el principio, con la dificultad añadida de que lo remoto del lugar en el que coinciden, el ballenero Volunteer, pone las cosas a Drax aún más favorables. Al parecer, hay bastante gente que no traga mucho a Colin Farrell, y eso en este papel juega a su favor, aunque Drax tampoco es presentado como una bestia incapaz de pensar, y llega a dar la impresión de que su fama de bruto de pocas palabras es más cultivada por él mismo como beneficiosa amenaza que realidad verdadera. Es capaz, por ejemplo, de expresar que para él «la ley es simplemente el nombre que le dan a las preferencias de algunas personas». Eso sí, la paleta de colores inicial se basa tanto en el marrón (madera, ropas, muros de ladrillo) que da la impresión de que si fuera posible encontrar icebergs marrones también los habrían usado.
La trama de la serie pasa por varias fases, tanto que a veces parecen películas separadas. Primero es una historia de intento de redención, donde Sumner por fin acaba encontrando en el ballenero algo que se le da bien: no es un cazador experimentado, pero su experiencia previa con bisturíes y pequeños cuchillos es fácilmente reconvertible en facilidad para desollar y filetear focas y ballenas. Las secuencias de ambas cazas son de lo mejor de la serie, y no por espectaculares, sino todo lo contrario. Armados con rifles, los hombres disparan a las focas para dejarlas heridas, evitar que se escapen y luego rematarlas a golpes. Con las ballenas, lejos de ser una épica persecución de Moby Dick, se acerca uno a ella mansamente con barcazas, el confiado animal flota plácidamente y se le hunde un arpón desde tan cerca como un banderillero a un toro. La ballena, herida y dolorida, se hunde buscando escape y refugio, pero el arpón se mantiene clavado y la cuerda atada a él permite seguirle el rastro. Cuando el cetáceo ha de volver a la superficie a respirar (dependiendo de la especie aguantan entre una y dos horas, pero solo en casos extremos), ya debilitada, el maestro arponero, cual matador experto, mete la estocada que le reviente directamente el corazón. No se trata en absoluto de una lucha de poder a poder, sino de una pelea injusta, ya decantada antes de comenzar y donde la palabra «despiadada» no tiene lugar.
Después de llenar las bodegas de carne, huesos y aceite de ballena, la historia pasa a ser un caso detectivesco, en el que Sumner descubre quién ha violado y luego asesinado al grumete del barco: Drax, tras haber mentido para que apresaran en su lugar a McKendrick, el carpintero de quien ya se sospecha que le gusta demasiado la compañía masculina, aunque siempre consentida. Al igual que pasa en las más conocidas historias detectivescas del momento, tras mucho rebuscar acaban apareciendo dos pruebas irrefutables, como son la lesión de McKendrick en una mano, que le impediría tener la fuerza suficiente como para ahogar a nadie, y el diente roto del grumete clavado en el brazo de Drax. Con Drax cubierto de cadenas, y a pesar de eso más amenazador que nunca, pasamos a una parte de supervivencia polar, cuando ya el Volunteer y el Hastings se han hundido. El rodaje en exteriores auténticos es una de las grandes bazas de la serie, y desde que todo el mundo tiene ya acceso a drones, las imágenes espectaculares están garantizadas, pero hay algo bastante extraño que ocurre en esta parte, y es que mientras que el guion nos dice que los supervivientes del Volunteer están atrapados sin poder moverse, el paisaje de alrededor tiene grandes espacios rocosos libres de nieve, se puede estar en el exterior sin siquiera llevar gorro en la cabeza, las aguas del fiordo donde han acampado ni siquiera están heladas (de hecho, así es como llega una pareja de inuit hasta donde están ellos, remando simplemente), y a pesar de tener varios botes aún en buen uso y una destreza ya demostrada para la caza de focas, se nos quiere hacer ver que de repente seis pescadores veteranos y en buen estado físico han pasado a depender completamente de dos nativos para su supervivencia. En vez de quemar un bote para obtener unas pocas horas de calor, ¿no sería mejor usarlo sobre las aguas? ¿Y la lona de la tienda no podría servir como vela improvisada? En fin, que esta parte queda un poco peculiar, la verdad.
A esto sigue una especie de renacer espiritual, tras ser Sumner rescatado por un misionero escocés que lleva meses intentando convertir a los inuits al cristianismo protestante, a pesar de que claramente los desprecia y los considera unos niños sin mayores miras en la vida que mantenerse vivos, procrear, cazar y vuelta a empezar. Sumner, tras haber matado a un oso para sobrevivir, recibe de los inuit la atención, respeto y admiración que nunca han acabado de prestar al cura, y el propio Sumner acaba de aprender de ellos cómo conducirse en aquel lugar. Y por último se acaba la pesadilla, Sumner vuelve a Inglaterra tras el invierno, casi en plan conde de Montecristo, pero al revés, sin ninguna riqueza personal que lo ayude y habiendo incluso perdido lo único valioso que le quedaba, un anillo de oro de sus tiempos en la India, que pasó primero a manos de Cavendish (el segundo de a bordo), luego de los inuit y quién sabe cuántas veces habrá sido usado como moneda de cambio por todo el Atlántico ya. En la culminación de la historia, Sumner mata a Drax mano a mano y asesina al financiero Baxter, que había complotado con el capitán del Volunteer hundirlo aposta para cobrar el dinero del seguro. Por cierto, que yo creo que habría funcionado mejor si el espectador no conociera hasta el final el plan de hundir el barco en lugar de anunciarse desde tan pronto. Tampoco habría que tratarlo como una revelación especialmente maquiavélica, pero sí que podría haber agarrado a alguno por sorpresa, obligando a repasar mentalmente toda la trama anterior, y nos habría puesto más en la situación de Sumner, que ignoraba todo esto.
Suponemos entonces que ahora es cuando Sumner queda por fin libre de pecados, arrepentimientos y pesares del corazón. O quizá no. En una breve coda un año más tarde, Sumner ve en el zoo de Berlín a un oso polar en claro declive físico y los dos comparten una significativa mirada. ¿Sabe este oso que el haber matado Sumner a un congénere suyo fue lo que le hizo cruzar la línea de sombra, pasando de apocado y fracasado a duro y resistente? Quién sabe. Los misterios de lo primitivo son insondables.
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