Llegué tarde a Byung-Chul Han, y aunque ahora he tenido que corregir la escritura a primera sangre de su nombre (y aunque, de hecho, nunca sea capaz de acordarme correctamente de su nombre), le he pillado una gran afición. Es surcoreano. Hay algo en los pensadores contemporáneos de moda que me fascina, y es que siempre están exquisitamente preparados para estar de moda. Esto es, nunca se llaman Juan Gómez y son de Extremadura. Se llaman Zizek, y son eslovenos, o se llaman (un segundo que lo miro) Byung-Chul Han y son originarios de Corea del Sur.
Me agrada su obra. Me agrada que publique muchos libros cortitos, que los libros tengan muchas frases cortitas y que, en definitiva, su lectura se te haga inmediata. Que sus libritos en español (Herder) cuesten 12 euros de nada también me mola. He comprado varios, y yo la verdad es que compro pocos libros.
El primero que leí, curiosamente, sigue siendo su libro que más me admira, La desaparición de los rituales. Lo cito algo en mi propio debut en el ensayo (Vidas baratas: elogio de lo cutre). Luego me interesé por Hiperculturalidad, que me gusta menos que ninguno; por La sociedad de la transparencia, por En el enjambre, y creo que por algún otro. Tiene tantos y son todos tan parecidos que no sólo lo leo mucho, sino que lo podría releer con idéntico gusto al que recibiría no habiéndolo leído nunca. Hace nada me compré y leí La salvación de lo bello.
Han hace una prosa muy apretada, en la que casi sólo se dan dos dicciones. Por un lado, cita a alguien, habitualmente francés (Baudrillard, Barthes, mucho); por otro, planta un aforismo propio, una frase seca, sencilla y complicada al mismo tiempo, sobre todo si, como suele ser el caso, va seguida de otra frase seca, de otro aforismo sencillo y complicado al mismo tiempo. Se respira poco cuando se le lee. Diríamos que su filosofar es pura fibra, grano, sin grasa ni paja.
Hay una cita que me gusta mucho de Barthes, extraída de El placer del texto, que he visto dos veces en los libros del pensador de origen surcoreano. Os la copio, por curiosidad: “Es la intermitencia la que es erótica: la de la piel que centellea entre dos piezas (el pantalón y el jersey), entre dos bordes (la camisa entreabierta, el guante y la manga); es ese centello el que seduce, o mejor: la puesta en escena de una aparición/desaparición.” Por lo que sea (porque es maravillosa), esta cita la tengo siempre presente, o, al menos, muy a mano, de modo que la reconozco o utilizo o emparento con lo que leo con la mayor naturalidad.
En algún libro de Byung-Chul Han, la cita aparecía entrecomillada. En otro, el traductor, la editorial o el propio Han la copiaban de forma que, si no sabías nada de ella, necesariamente pensarías que esas palabras eran crédito de Han. Esto no me alarmó mucho. Son, quizá, cosas que pasan.
Sin embargo, con La salvación de lo bello me he escandalizado, y un poco de ese escándalo viene este artículo setembrino. Quiero señalar un truco de alguna grosería que utiliza este pensador en este libro en concreto. Tal vez también en los anteriores, pero en esos no me di cuenta. Es muy embriagador leer a Byung-Chul Han, te dejas llevar por el perfume de su pensar.
En La salvación de lo bello, seguramente más que en otros, se abusa enormemente de las citas. Casi no hay una sola página sin cita y algunas acreditan hasta cinco. Pronto, en la 25, Han dice cosas interesantes: “En las películas actuales, al rostro se lo filma a menudo en primer plano. El primer plano hace que el cuerpo aparezca en su conjunto de forma pornográfica”. Esa es la idea de Han. Enseguida cita a Baudrillard: “El primer plano de una cara es tan obsceno como el de un sexo. Es un sexo.” Esa es la idea de Baudrillard. Es decir, Byung-Chul Han no ha tenido ninguna idea.
A lo largo del librito, Han propone algo interesante, y a renglón seguido lo refuerza con una cita de algún pensador de postín que, realmente, dice lo mismo que él acaba de decir. Sin embargo, al ponerlo en el orden que os digo, Han se apropia de la idea y relega al gran pensador a mero confirmador de su genialidad.
“A la belleza le resulta esencial el encubrimiento”, nos dice el gran Han. “Así es como la belleza no se deja desvestir o desvelar. Su esencia es la indesvelabilidad”, concluye. Luego viene un párrafo de siete líneas. Luego viene una cita de doce líneas de Walter Benjamin, en la que puede leerse: “un conocimiento muy exacto de lo bello como velo”, “lo bello como secreto” o “[a lo bello] le resulta esencial el velo”. La idea de Han: “La esencia de la belleza es la indesvelabilidad”. La idea de Benjamin: “La esencia de lo bello es el velo”. Han, en fin, no tiene ninguna idea. No sólo copia, sino que degrada al que tuvo la idea que él copia, pues siempre viene luego a darle mansamente la razón. Es un poco feo, esto.
Sucede algo parecido con extractos de Roland Barthes y de Rainer Maria Rilke, en este mismo libro.
Byung Chul-Han parece dedicar sus libritos a temas muy concretos (“lo bello”, ya vemos; “la transparencia”, “los rituales”…), pero leyendo varios te das cuenta pronto de que todos son el mismo libro y que sus distintos capítulos podrían barajarse y conformar otro libro sin que se notara mucho la diferencia. Esto es así porque sus libros giran en torno a lo pensado por un puñado no tan amplio de grandes firmas literarias y filosóficas (Baudrillard es especialmente saqueado). Este pensador se dedica a recalentar citas ajenas, haciendo un adusto tapiz de ideas duras, diamantinas, suyas o de otros, suyas y de otros, de otros y puede que nunca suyas. Queda bien, hay que reconocérselo.
El truco (noten lo recriminatorio) me recuerda a la técnica (noten lo no recriminatorio) de Enrique Vila-Matas en algunas de sus novelas. Del mismo modo, el personaje hace algo o piensa en algo, sombreros, viajes, pájaros, y luego trae una cita adecuadísima del Monsier Teste o de Katherine Mansfield. Leyéndolo mucho te acabas por dar cuenta de que la cita iba primero, y que Vila-Matas ha creado una situación narrativa propiciatoria de la cita. También queda muy bien, pero no roba ni denigra: reutiliza y resignifica.
Byung-Chul Han no: él copia.
Pronto (el 7 de octubre) publicará en español No-cosas, título estimulante sin conocer los no-lugares de Marc Augé; y estimulante de otra manera si conoces esa noción. Lo leeré. Quizá sea lo último que lea de Byung-Chul Han.
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