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Posdata gallega - Eduardo Martínez Rico - Zenda
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Posdata gallega

Me gusta levantarme pronto. No siempre lo he hecho en mi vida, pero llevo ya muchos años madrugando. Cuando uno se despierta temprano la vida se ve nacer, desarrollarse tímidamente, crecer. Apenas el sol ha descollado por las lejanas cumbres que enmarcan este paisaje: el río, la ría, tanta agua, tanto verde… Cuando publique esta...

Probablemente cuando publique esta nota yo ya me haya ido de Galicia. Habré dejado de oír estos coches que ahora oigo desde mi casa, a las ocho de la mañana, y habré dejado de ver, en la gasolinera de enfrente, un tractor con su remolque, repostando, o un gran camión que parece que contiene gas, o cualquier otro vehículo.

Me gusta levantarme pronto. No siempre lo he hecho en mi vida, pero llevo ya muchos años madrugando. Cuando uno se despierta temprano la vida se ve nacer, desarrollarse tímidamente, crecer.

Apenas el sol ha descollado por las lejanas cumbres que enmarcan este paisaje: el río, la ría, tanta agua, tanto verde…

Cuando publique esta nota, probablemente, estaré lejos, pero este mundo, que también es mi mundo, seguirá en movimiento, en marcha, evolucionando. Como yo, sí, como yo. Eso espero.

"Pero son paisajes del alma también porque tocan el espíritu del que los contempla, del que los habita, del que los hace suyos"

Observo el instante. Apenas la niebla está, apenas se la ve. Cuánto me gusta esta niebla gallega, cuanto más densa mejor, pegada a la tierra, al verde, como pegajosa, si se me permite la expresión, densísima.

Hay un libro, de Unamuno, que no conozco tanto como otros suyos, que se titula Paisajes del alma. Que me crea el lector si le digo, al lector que no conoce Galicia, o que no la conoce mucho, que éstos son paisajes del alma.

Del alma porque la tienen, y mucha, muy honda, fuerte, interesante… Pero son paisajes del alma también porque tocan el espíritu del que los contempla, del que los habita, del que los hace suyos.

Vuelan las gaviotas, también madrugadoras. Me gusta verlas, cerca del puente, muy cerca, con sus graznidos, elegantes, como llamando a sus novios y novias, llamando, simplemente, ¿simplemente?, a la Naturaleza.

Y me gusta verlas, en la playa, al final de la tarde, cuando la gente se ha ido, o se está yendo, buscando entre la arena algo que no se sabe muy bien qué es, o yo no lo sé, pero sin duda es algo importante. Esencial.

"Pero vuelvo a esta tierra, esta tierra y este arte. También la pluma, que es tu mano, tu brazo, forma parte del paisaje"

Sí, aquí me siento Naturaleza. Me fundo y confundo con todo lo que veo y siento. Es una fuerza, un aliento, que entra en mí, por boca, nariz, ojos… fluye por mis sentidos… que me reconforta y que siempre he interpretado como una energía que me anima ya para todo un año. Para todo el curso cuando estudiaba, o impartía clases, para toda la temporada ahora, como si fuera un futbolista, un deportista en general, que un poco es así como me siento siempre.

También manejar la pluma puede constituir una especie de deporte, al margen incluso de lo que se diga. No es fácil que lo que escribas esté bien escrito, razonablemente bien escrito, ya sólo en lo físico, en la forma de las letras, de la escritura, incluso para ti mismo, en su legibilidad. Hace poco me decía el catedrático y escritor Antonio Prieto que para él lo fundamental de un libro es que estuviera “bien escrito”.

Pero vuelvo a esta tierra, esta tierra y este arte. También la pluma, que es tu mano, tu brazo, forma parte del paisaje, y a través de ella lee el lector el mundo, tu mundo, este mundo que también eres tú, casi desde que viniste a él.

Estamos conectados, sutilmente, poderosamente, a los árboles, a sus raíces, al mar y sus redes, a las montañas, a los pueblos, los puentes, a todo lo creado y recreado.

"Escribo párrafo a párrafo, como el que respira, como el que camina, y cada párrafo es un peldaño que me lleva alto y lejos"

El sol entra como una exhalación en el sitio en el que escribo, desde el que escribo. Ahora pienso que, como el sol, yo también soy un faro que con mis letras ilumina el día. La punta de mi pluma recibe la tinta y se desliza gozosa por el papel: va dibujando su peculiar mapa, el hermoso mapa que recorreré durante todo el día, porque cuando escribo muy por la mañana tengo la sensación de que preparo una ruta, firme, para toda la jornada.

El mes de julio, aquí, no fue muy bueno que digamos —quiero decir que el cielo estuvo nublado y llovió—, pero agosto está siendo bueno, y los que hemos tenido la suerte de venir en este mes estamos disfrutando del sol y la playa con algún guiño de día nublado, que también se agradece.

Escribo lento para pensar despacio, para andar deprisa y llegar lejos, a ese lugar de la satisfacción, de la realización, de la comunicación y comunión con el otro, pues para mí eso es la escritura.

Escribo párrafo a párrafo, como el que respira, como el que camina, y cada párrafo es un peldaño que me lleva alto y lejos, siempre pegado a esta tierra y a este mar que tanto me dan, tierra y mar a los que tanto debo y de los que tanto beben mis palabras.

Escribo despacio, en un aprendizaje, puesto que llegué a hacerlo demasiado rápido, y en esa vorágine que dibuja mi pluma, en ese laberinto que desentraña, que dilucida, que resuelve, me encuentro a mí mismo, lector, Lector. Es decir, te encuentro a ti, bajo este sol de ensueño que traspasa mis ventanas, en estampido, las ventanas de mi alma.

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Eduardo Martínez Rico

Nació en Madrid en 1976. Se licenció en Filología Hispánica en 1999 por la Universidad Complutense de Madrid, y se doctoró en Filología, por la misma Universidad, en 2002. Es autor de 17 libros publicados, de novela, biografía y ensayo. Entre sus obras se pueden citar las novelas históricas Cid Campeador y Fernando el Católico. El destino del rey, su ensayo La guerra de las galaxias. El mito renovado y su biografía Pedro J. Tinta en las venas. Ha sido profesor del Instituto de Empresa y de la Universidad de Mayores del Colegio Oficial de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras de Madrid (Literatura Española).

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