Siempre que aquí en Zenda nos ha tocado reseñar algún libro de divulgación científica —lo que hacemos con muchísimo gusto y la mejor de las disposiciones— hemos tenido en mente dos objetivos: uno, ayudar a combatir el tópico de la tradicional reluctancia del español ante estos temas; dos, sobre todo y especialmente, transmitir al potencial lector que la ciencia y la tecnología son de lo más atractivas y contienen en sí mismas todos los elementos —interés, intriga, capacidad de sugestión, placer— que se suelen tener en cuenta a la hora de elegir el libro que nos va a acompañar en la tumbona playera.
Todo intermediado, claro está, por la habilidad del divulgador. Un divulgador al que solo cabe pedir capacidad didáctica y estilo: la realidad (como los antiguos llamaban a las cosas de la naturaleza) ya se encarga de aportar más que suficiente material de trabajo, mejor que la mejor ficción.
Así pues, y como el método científico exige, les proponemos un experimento: metan ustedes en la maleta Una historia del Universo en 100 estrellas (cuyo primer capítulo ya fue adelantado aquí en Zenda), y a la vuelta de las vacaciones nos dicen si no les ha entretenido mucho más que el mamotreto histórico que les recomendó la cuñada, o esa novela policíaca comprada en el último momento en la tienda del aeropuerto. Porque los libros de ciencia y muy singularmente los de cosmología, cuando el autor está inspirado —y este es el caso— son tan amenos como los que más y, por supuesto, de mucho mayor aprovechamiento.
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Cien estrellas, cien capítulos de apenas tres o cuatro páginas. Y en cada uno, una pequeña historia traída al hilo, remitiéndonos a personajes, sucesos, descubrimientos, leyendas de alguna manera relacionados con el astro en cuestión… deliciosas píldoras de conocimiento que se saborean con verdadero placer de lector.
Reconozcamos que la idea del libro es brillante, valga el chiste fácil. Una estrella… ¿habrá algo, físico o mental, más cargado de simbolismo; más –como se dice ahora- empoderado? Estrellas las tenemos por todas partes: en la antigüedad, grabadas en piedra o iluminando manuscritos; hoy, en banderas, uniformes, camisetas y puertas de los hoteles, siempre representando prestigio, calidad, distinción. Son metáfora universal de muchos conceptos disímiles, todos excelsos: lo puro, lo elevado, lo difícil de alcanzar —per aspera ad astra—, lo innumerable… Pocas veces se ha afinado poéticamente tanto como cuando en las antiguas culturas se trataba de poner nombre a una estrella; pocos poetas se han resistido a incluirlas en su vocabulario más recurrente: La clara luz en las estrellas puesta, escribía Lope; veía Gutierre de Cetina en gran obscuridad volar estrellas: para Catulo, sidera multa… furtios hominum vident amores, la muchas estrellas son testigos de nuestros amores furtivos.
Pues bien, con esta inmensa panoplia de conexiones culturales más las muchas que aporta la propia astronomía, ¿a quién puede extrañar que el autor disponga de tanto material como para hilvanar nada menos que un centenar de micro-historias tan sugestivas que la lectura de una ya está pidiendo continuar con la siguiente?
Háganos, pues, caso, amable lector, y regálese esta pequeña joya hecha de polvo de estrellas. Asalte los cielos este verano.
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Autor: Florian Freistetter. Título: Una historia del universo en 100 estrellas. Editorial:Ariel. Venta: Todostuslibros y Amazon
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