En estos días azarosos el okupa de la Moncloa se dispone a descabellar a Montesquieu indultando a unos delincuentes que le han prometido reincidir en el delito en cuanto se vean libres. A la vista de este remate nada sorprendente de la vergonzosa lidia a la que Sánchez viene sometiendo al pueblo español, se hace aconsejable la lectura del ensayo Tiempo de hormigas, de Antonio Pérez Henares, que aplica a “este país”, antes España, aquella frase del personaje de Vargas Llosa: “¿En qué momento se jodió el Perú, Zavalita?”
Desde entonces esta desventurada nación no ha levantado cabeza. Hemos pasado del tancredismo y la culpable pasividad de Rajoy a la vacua mercadotecnia de Sánchez, este narciso que tan cínicamente nos traiciona y nos vende al separatismo con tal de apurar su tiempo en la poltrona.
Con sencilla lucidez y sin aspavientos, Pérez Henares desgrana el romance tragicómico de nuestros años recientes y no tan recientes y nos explica el desguace de España desde sus mismos orígenes. En sus páginas entenderemos la sustancia de la leyenda negra que, aceptada sin reservas por nuestros papanatas, también arraiga en la piel de toro. Luego se extiende por los motivos que nos mueven a aceptar el neototalitarismo progre, el pensamiento único, la desinformación, el dogmatismo acrítico, y, en fin, esa “dictadura cursi” cimentada en intocables «ismos» (animalismo, climatismo, hembrismo) con la que suplantamos conceptos tan nobles como conservación, ecología o feminismo.
Con lúcido análisis, Pérez Henares disecciona el comisariado político que ha conseguido que los españoles renunciemos colectivamente a la defensa de nuestras ideas por miedo a pasar por fachas, el supremo baldón que no se apea del discurso de la progresía. Ello ocurre por la dejación de la autoridad que padecemos a todos los niveles: en la familia (esos padres compis explotados por hijos tiranuelos, consumistas y maleducados); en la escuela, en la que se ha desprestigiado y desautorizado al maestro, y en la calle, en la que insultar a los guardias, apedrearlos, agredirlos con cócteles molotov y rociarlos con spray sale gratis porque lo de aguantar cabronadas de niñatos les va en el sueldo.
Testigo excepcional del último medio siglo de nuestra historia, lo que incluye su encierro en el congreso cuando el tejerazo, Pérez Henares guarda memoria de acontecimientos y personajes lamentablemente olvidados por el pueblo español. Escribiendo sobre el hueso con firme pulso nos introduce en la hoja de ruta pactada con los etarras que permite legalizarlos bajo la razón social de Bildu, burlando al Tribunal Supremo. También nos enseña cómo la Constitución de 1978 pecó de ilusa al confiarse en la honradez y bondad de gobernantes de la catadura de Pujol o el padre Arzallus. Hoy se le buscan las vueltas para declararla obsoleta con vistas al desahucio y derribo de la monarquía constitucional mientras los terroristas etarras y sus compinches de la extrema izquierda que intentaron ahogar en sangre la naciente democracia se han reconvertido en héroes separatistas (véase el presunto sindicalista Carles Sastre agasajado por Rufián, Torra y Colau).
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Alude Pérez Henares a ese dicho tan español y tan sabio de que los abuelos creaban y aumentaban —riqueza, tierra y progreso—, los hijos lo disfrutaban y los nietos lo dilapidaban. Bien puede aplicarse a lo que está sucediendo en España: los abuelos, que tenían entonces entre veinte y cuarenta y cinco, hicieron la Transición y trajeron la Democracia; los hijos, que tienen entre cincuenta y sesenta y cinco ahora, la disfrutaron; y los nietos, entre los veinte y los cuarenta hoy, se empeñan en hacerla trizas.
En otro orden de cosas el jayán de la Moncloa nos expone su plan de cómo será España dentro de cincuenta años. Descartemos que haya leído a Machado (el hoy es malo, pero el mañana es mío) y pensemos que lo que parece coincidencia con el poeta no es sino otra huida hacia adelante con la que se evade del incómodo presente. Le ha faltado, en el optimista cuadro que nos dibuja, señalar las grandes ventajas que alcanzarán entonces los separatismos excluyentes y xenófobos a los que debe la poltrona. Para entonces los catalanes, los vascos, los gallegos y quienes se apunten a una lengua vernácula podrán concurrir a todo tipo de oposiciones y puestos de trabajo en la España hispanohablante mientras que los naturales de esa España no podrán concurrir a puestos de trabajo en las autonomías donde se hable una lengua oficial distinta. A no ser, claro está, que la España no separatista despabile y los asturianos se empeñen en que los opositores de su principado lean de corrido, con entonación y compás, el Arreglu de cuentes de Acebal; los extremeños impongan en su examen el recitado de El embargu de Gabriel y Galán; los andaluces exijan una muestra solvente de entonación con Sangre gorda de los hermanos Quintero; los murcianos la declamación panocha En mi barranquica, y así sucesivamente, sin excluir que los optantes a la secretaría de ayuntamiento de San Sebastián de la Gomera pasen previamente por una prueba eliminatoria de comunicación con silbo canario (por cierto, incluido en el currículo escolar por el parlamento canario el 26-VI-1997). Vayan espabilando los castellanos de la profunda Castilla donde nació el español y desarrollen alguna jerigonza enrevesada que les permita discriminar a los expañoles nacidos en otros lares.
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Publicado el 5 de julio de 2021 en ABC.
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