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Simon Hanselmann: "Hollywood me ha puteado muchas veces con guiones de mierda y sugerencias estúpidas" - Zenda
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Simon Hanselmann: «Hollywood me ha puteado muchas veces con guiones de mierda y sugerencias estúpidas»

Nada tiene de absurda elucubración afirmar que Simon Hanselmann (Launceston, 1981), creador de la saga Megg, Mogg y Búho, es el dibujante de cómics contemporáneo que mejor ha sabido tomarle el pulso a su generación.

Nada tiene de absurda elucubración afirmar que Simon Hanselmann (Launceston, 1981), creador de la saga Megg, Mogg y Búho, es el dibujante de cómics contemporáneo que mejor ha sabido tomarle el pulso a su generación. Y es que las viñetas de este autor tasmano —tras esos colorines y ese trazo naíf que bien podrían conducir a un padre despistado a obsequiar a su hija con uno de sus devastadores cómics— rebosan apatía existencial, escapismo narcótico y una tristeza de todas todas incurable. Todo esto y, por supuesto, enormes dosis de descacharrante socarronería. Hanselmann insiste, sin embargo, en restarle peso a ese talento suyo para poner en imágenes el malestar crónico de una juventud sin futuro: “Los cómics de Megg y Mogg son sólo un entretenimiento de la cultura pop para imbéciles. Es como Los Simpson, pero con más drogas y sexo anal”.

El autor reconoce que su obra tiene mucho de autobiográfica. Quizá de esta condición de “víctima” provenga precisamente su enorme agudeza para retratar la melancolía, palabra que, por cierto, da título al tercer volumen de Megg, Mogg y Búho, colección editada en España en unas cuidadísimas tapas duras por la casa Fulgencio Pimentel.

Con un padre motero y una madre adicta a la heroína, Hanselmann creció en Launceston, la ciudad australiana con más altos índices de criminalidad. En su adolescencia, el alcohol y los psicotrópicos le ayudarían a sobrellevar unos tempranos episodios de depresión ansiosa. En esto de los comics empezó a los ocho años. En 2013, a los treinta y dos, tuvo lugar el punto de inflexión: una nominación a los Premios Ignatz por Bahía de San Búho le otorgaría el reconocimiento internacional.

Lo demás es historia: hoy por hoy, Simon Hanselmann es uno de los autores de cómic alternativo más importantes del panorama mundial.

—Cuando se hace una entrevista “seria” a un artista, muchas veces tiende a intelectualizarse su obra, apelando el entrevistador a corrientes de la filosofía posmoderna y rollos por el estilo a fin de explicar el trabajo del creador —o, simplemente, para dárselas de periodista entendido—. ¿Te apetece nombrar a algún pensador existencialista para que los eruditos valoren más tu obra, o mejor pasamos directamente a otra cosa?

"Los cómics de Megg y Mogg son sólo un entretenimiento de la cultura pop para imbéciles. Es como Los Simpson pero con más drogas y sexo anal"

—Sinceramente, ahora mismo tengo un recién nacido de cinco semanas en casa y mi mente es una completa y absoluta papilla. Me paso los días y las noches con un bebé llorando encima, cubierto de leche materna agria y vómitos. Mi cerebro no funciona bien… Los cómics de Megg y Mogg son sólo un entretenimiento de la cultura pop para imbéciles. Es como Los Simpson pero con más drogas y sexo anal.

Ahí quería llegar. Háblame tus influencias. No sólo en el ámbito del cómic, que también, sino en otras disciplinas como el cine, la música o la literatura. ¿Qué artistas y obras te han dejado huella? ¿Cómo reconoces su influencia en tu trabajo?

—Pues, como te digo, me gustaban mucho Los Simpsons en los 90 (aunque ahora apesten). Admiro mucho la firmeza en la escritura de los chistes durante aquellas primeras temporadas. Me encanta también, por ejemplo, la comedia televisiva británica, cosas como Peep Show, Black Books y Alan Partridge. Todd Solondz es sin duda mi director de cine favorito; admiro profundamente su compromiso extremo con lograr que el público se sienta extremadamente incómodo. Mi proyecto musical favorito de todos los tiempos es Mount Eerie, de The Microphones; me encanta cómo escribe Phil Elverum sobre la naturaleza y la existencia. De hecho, he estado con él unas cuantas veces en las últimas dos décadas y me maravilla su aprecio por los chistes de pollas, a pesar de la naturaleza a menudo seria y poética de su trabajo. Eso es lo que me gusta. La existencia. La poesía. Chistes de pollas.

En tus cómics trabajas con un estilo sencillo y directo, pero sin embargo también manejas otros recursos expresivos más complejos, como, por ejemplo, la repetición de las viñetas en las que los personajes callan y permanecen, por ejemplo, sentados en el sofá. Un leve movimiento de boca o de ojos y nada más, durante 4 o 5 viñetas. Además del uso de esos silencios, ¿qué otras herramientas del lenguaje del cómic son a las que más atención prestas a fin de articular esa atmósfera tan característica de tu obra?

"Hay que mantener el diálogo en cada viñeta al mínimo; los personajes tienen que cobrar vida en la cabeza del lector"

—Para mí todo es cuestión de ritmo. Quiero absorber al lector y generar en él una sensación de tiempo real. Por eso me ciño a una retícula rígida: sin joder, sin distracciones. Hay que mantener el diálogo en cada viñeta al mínimo; los personajes tienen que cobrar vida en la cabeza del lector. No se puede ser perezoso, a veces hay que dibujar la misma escena estática una y otra vez, alargando el tiempo. Me desconciertan mucho los cómics convencionales que presentan una escena de acción muy caótica y la rellenan con largos pasajes de texto expositivo, ralentizando al lector y quitándole todo el impulso a la escena. Este efectismo está sobrevalorado, no es necesario: es como un hombre con un pene pequeño conduciendo un Porsche. Pajilleros.

—2013 fue el año a partir del cual tu obra comenzó a alcanzar un reconocimiento internacional, alzándote desde entonces con varios premios prestigiosos. A día de hoy eres una referencia mundial del cómic alternativo. ¿Qué tal llevas eso de ser “famoso”? ¿Autocensura? ¿Gente que antes pasase de ti y que ahora se arrime a tu hombro?

—Me importa un carajo la autocensura. Si acaso, me he vuelto más antagónico y libre en lo que digo y hago en los últimos años. No tengo ninguna paciencia con los cabrones engreídos: pueden irse a la mierda y llorar en sus almohadas de Twitter. Nadie me dice lo que puedo o no puedo decir en mi arte, menos todavía un adolescente perdedor que nunca ha salido de la casa de sus padres. Simplemente me dedico a hacer lo que hago y trato de no pensar demasiado en ello… En palabras de Daniel Clowes: «Ser el dibujante más famoso del mundo es como ser el jugador de bádminton más famoso del mundo». A nadie le importa. También podría hacer esculturas de Groucho Marx con mis propias heces. La mayoría de la gente me deja en paz. Imagino que deben de pensar que soy un gilipollas enorme (en parte tendrían razón). Me gusta ayudar entre bastidores a los dibujantes más jóvenes a los que respeto, consiguiéndoles contratos de libros, recomendándoles concursos que merecen la pena, ofreciéndoles apoyo moral… Me interesa mucho hacer avanzar el medio del cómic, ayudando a que lleguen mejores cómics a manos de más lectores. Pero sobre todo, trabajo. Nada ha cambiado mucho. Me siento y dibujo y, ante todo, trato de divertirme.

Hablando de diversión, cuentas en una entrevista con Vice que “los cómics son simplemente un medio para entretenerse, son solo dibujos y palabras”. Sin embargo, tus cómics son mucho más trascendentes de lo que podría parecer a simple vista. ¿Serías capaz de escribir y dibujar algo meramente entretenido que no dejase ningún poso de “verdad” en quien lee? ¿Un encargo, por ejemplo?

—Todo es un mero entretenimiento. La vida es un entretenimiento. Un colibrí zumbando en los arbustos. Fumar un cigarrillo. Guerras ideológicas en las calles. Todo es algo y nada al mismo tiempo.

Dices ser muy autocrítico con tu trabajo, algo sano siempre que no llegue a paralizarte como creador. ¿Hay algo de lo que has publicado hasta el momento que, si pudieras, te gustaría modificar?

"Odio mi arte. Es jodidamente terrible. Megg and Mogg es, al mismo tiempo, el mejor cómic jamás creado y un montón de mierda hecha por un idiota frenético"

—A todo lo que he dibujado le vendría bien alguna modificación. Pero, ¿qué sentido tendría? La vida es corta. Así que elijo seguir adelante, sin importar los errores. Sólo intento hacerlo mejor la próxima vez. Pero sí, hay que ser crítico: el odio a uno mismo es una herramienta muy importante para un artista. También los celos y el rencor. Odio mi arte. Es jodidamente terrible. Megg and Mogg es, al mismo tiempo, el mejor cómic jamás creado y un montón de mierda hecha por un idiota frenético.

—Es bien sabido que tu obra tiene mucho de autobiográfica. Empezaste a dibujar muy joven, a los ocho años. ¿En qué momento dejaste de hacer cómics como un mero pasatiempo infantil y empezaste a utilizarlo como una suerte de “autoterapia” para mantener a raya a tus propios demonios?

—Creo que el aspecto de autoterapia de protección con esto de los cómics comenzó a los ocho años. Siempre ha sido una vía de escape del horror de mi entorno y de la maldición de la sensibilidad. También me autopublicaba a los ocho años, así que, de alguna manera, siempre ha sido un negocio. He trabajado muy duro para mantener mi vida lo más sencilla posible y centrada en esta mierda. «A los diez años me sentía como si tuviera cien», dice una antigua canción de mi amigo HTMLflowers…

—Los próximos volúmenes de la saga Megg, Mogg and Owl van a ser mucho más jodidos, por lo que has comentado en otras entrevistas. El nuevo número le hará daño a tu madre, según cuentas. ¿Qué opinión le merece a ella tu obra publicada hasta el momento?

"Mi madre todavía está inmersa en la agonía de la adicción, y a su edad está empezando a pasarle factura"

—No le he enviado los últimos cuatro libros que he publicado; todo lo que tenga que ver con la madre de Megg y los comentarios sobre abusar de las drogas o estafar dinero le molestan demasiado… Mi madre todavía está inmersa en la agonía de la adicción, y a su edad está empezando a pasarle factura: es una adicta desde hace cuarenta años y eso es algo que no va a cambiar. Tiendo a no ser demasiado crítico con ella, simplemente la escucho. Pero sí, el libro Megg’s Coven va a ser, para ella, una mirada bastante dura al espejo, si sobrevive lo suficiente para verlo… Sin embargo, y a pesar de todo, creo que está orgullosa de mí. He trabajado muy duro en lo que quería hacer. Me he labrado una vida y una carrera, tengo una esposa encantadora, he formado una familia… Soy feliz. Creo que ella lo respeta.

—También hiciste una instalación con figuras de los personajes de Megg, Mogg and Owl. En una entrevista comentaste que es algo que te vino bien para probar cosas nuevas fuera del mundo del cómic. ¿Has pensado en probar suerte en otras disciplinas artísticas, como el cine o la música?

—Estuve en varias bandas durante años. Saqué 13 discos en solitario entre 2008 y 2011, cuando vivía en Londres, y di conciertos por todo el país. La mayor parte de aquello me resulta vergonzoso a día de hoy… No puedo perder el tiempo con el cine: demasiada tecnología y demasiada dependencia de otras personas (aunque en mi adolescencia produje horas y horas de burdos espectáculos de marionetas cómicas en una videocámara VHS). Me gustan los cómics porque puedes hacerlo todo por tu cuenta con un montón de papel y unos lápices baratos. La exposición en el Museo de Arte de Bellevue fue una auténtica maravilla. Me lo planteé como un gran cómic, pero en lugar de dibujar las escenas tuve que hacerlas físicamente. Agradecí mucho la ayuda.

—Estamos en la era dorada de las adaptaciones de cómic al cine. ¿Te gustan las películas de Marvel y DC? De llevar tu obra a la gran —o a la pequeña— pantalla, ¿qué cineasta te gustaría que la dirigiese?

"En realidad me encantan las películas de Marvel y DC. Me gustaba emborracharme en los aviones y verlas en un estado de delirio"

—La respuesta probablemente debería ser un firme «NO», pero en realidad me encantan las películas de Marvel y DC (risas). Me gustaba emborracharme en los aviones y verlas en un estado de delirio. Son una diversión estúpida. A veces me viene bien un poco de espectáculo tonto y colorido. En las últimas semanas, al sentarme en el sillón para amamantar al bebé, me he puesto al día con las películas de superhéroes más recientes. Disfruté de Aquaman. El Montaje de Snyder de La Liga de la Justicia es bastante entretenido. Incluso lo pasé bien con la maldita Aves de Presa. Y lloré al final de Guardianes de la Galaxia Vol.2, cuando Yondu muere… Simplemente las considero películas divertidas y palomiteras. No sé por qué la gente se molesta tanto con ellas. Respecto a cualquier adaptación de Megg y Mogg… el único hijo de puta que dirigiría eso sería YO. Hollywood me ha puteado muchas veces con guiones de mierda y sugerencias estúpidas. El año pasado, por ejemplo, rechacé una gran oportunidad. El guión era una puta pesadilla. Creo que hice llorar al guionista en una llamada de Zoom, de lo cual me alegro mucho: se lo merecían por lo que hicieron con Megg y Mogg… Sí, a la mierda la televisión y el cine. Leed más cómics. Puras visiones. Pura autonomía.

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Está previsto que Café Romántica y Zona Crítica, las dos ultimas obras de Simon Hanselmann, vean la luz en España a partir de septiembre, una vez más de la mano de la editorial Fulgencio Pimentel.

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Pelayo Sánchez Ortiz

Pelayo Sánchez (Oviedo, 1993) es graduado en Comunicación Audiovisual, máster en Estudios de Cine y Audiovisual Contemporáneos y máster en Periodismo Cultural. Actualmente estudia a distancia el grado en Filosofía. Antes de Zenda ha publicado en la sección de cultura de la Agencia EFE, en la revista Cinemanía y en los cuadernos de investigación teatral Primer Acto.

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