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Viajes en el tiempo y otras dimensiones - Eduardo Martínez Rico - Zenda
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Viajes en el tiempo y otras dimensiones

Creo que esto les ocurre a muchas personas, gente que escribe, a muchos escritores, o escribidores, como decía Vargas Llosa. Escribir llena, al menos a mí, siempre gratifica. Pero también leer. Ambas actividades nos hacen más felices. Consiguen que el tiempo se enriquezca. Los libros en concreto hacen de la necesidad virtud. Transforman nuestro tiempo...

El tiempo pasa, y con él la vida. ¿Qué papel juegan en esto los libros, el cine, el arte en general? En el mejor sentido absorbemos, tomamos, vida de los libros, nos llenamos con ellos. Leyendo, escribiendo, de diferente manera pero de forma muy poderosa, de las dos maneras. Al escribir damos vida y al mismo tiempo, hablo en lo personal, este acto nos llena.

Creo que esto les ocurre a muchas personas, gente que escribe, a muchos escritores, o escribidores, como decía Vargas Llosa. Escribir llena, al menos a mí, siempre gratifica. Pero también leer.

Ambas actividades nos hacen más felices. Consiguen que el tiempo se enriquezca. Los libros en concreto hacen de la necesidad virtud. Transforman nuestro tiempo en oro, verdaderamente, algo mucho más importante que el oro: quiero decir en algo muy valioso, para nuestro interior y para nuestro exterior. Y ese valor se desborda hacia los demás, con el fruto de nuestras lecturas, que pueden ser nuevas o antiguas, o conversaciones con amigos, con alumnos, con otros escritores o profesores. Se desborda con la vida: lo que vivimos para afuera y lo que vivimos o soñamos.

Por otro lado, los libros tienen tal riqueza, son tan capaces… ¿No es acaso la lectura y la escritura una máquina del tiempo? Intuyo que esta idea no es muy original, pero no por ello es menos verdadera. ¡Viajamos de tantas maneras! Estudiando los clásicos viajamos en el tiempo y en el interior de los autores, también en nuestro interior, y en nuestra propia vida, al leerlos. Efectivamente, leyendo nuestros libros favoritos viajamos por ellos y por nosotros mismos. Esta idea, tan sencilla, tan simple quizá, creo que tan profunda, merece ser subrayada.

Ahora, por ejemplo, Zenda Aventuras, editorial coordinada por María José Solano, colaboradora de Zenda, ha publicado Aventura en el Transasiático, de Julio Verne. La editora del sello de Zenda dice que, como historiadora del arte que es, le gusta más descubrir al lector algo valioso que ya existe y que pasa inadvertido para él, quizá, que algo nuevo. Es lo que ocurre con esta novela de Verne. Yo tengo muchos libros suyos, pero éste no lo tenía.

Las novelas históricas… He leído bastantes novelas históricas y he escrito tres. ¿Por qué leemos novelas históricas? Sin duda que por viajar en el tiempo, y para aprender del pasado y divertirnos con él, con la recreación que realiza el novelista.

¿Qué nos aporta Verne? Nos aporta ciencia y geografía, sus pasiones, e imaginación, que es como la levadura que hace que todo eso, que ya es atractivo para el lector, le resulte mágico. Nos aporta, me parece, ese afán que él tenía por el viaje, por la aventura, por descubrir, por satisfacer una inagotable curiosidad.

Como sabía muy bien Verne, la literatura también es un medio de locomoción, para movernos por el mundo, por el cosmos, por nuestra mente, lo nuestro y la de los demás. Imagino que también lo sabía su editor, Jules Hetzel, promotor de los Viajes extraordinarios que tanto éxito cosecharon en su día, en verdad ayer, y hoy, probablemente mañana, siempre.

Verne puso en marcha ese poderosísimo medio de locomoción, y él fue, además, la propia locomotora.

Con los textos, mucho más con los buenos textos, nos movemos en varias dimensiones. Es un viaje pluridimensional.

Sospecho que la literatura, de una manera u otra, ha estado presente en toda nuestra Historia, y sospecho que lo seguirá estando, siendo compatible con los ordenadores, los móviles y los videojuegos, muchas veces, acaso, fusionada con ellos, de mil formas diferentes.

Mi propia historia puede ser un buen ejemplo para esto. Cuando era niño y adolescente —hasta los catorce años— yo era más aficionado a los videojuegos que a los libros, aunque siempre me habían gustado los libros, y me seguían gustando. Pero se estropeó el ordenador y mis padres decidieron no arreglarlo. Fue ahí cuando me puse a leer muchísimo, todas las tardes de la semana.

Lo curioso es que ya en una madurez razonable los videojuegos con los que más disfrutaba eran los conversacionales, los más literarios. Recuerdo uno por ejemplo, La aventura original (de AD Aventuras Dinamic), sobre un tesoro y un dragón que lo protegía, creo recordar. El otro sobre el personaje del cómic de El Jabato, ambientado en la época romana.

Otro videojuego —iba a escribir “otro cuento”, sin querer— que me hechizó fue Carvalho: Los pájaros de Bangkok (también de AD Aventuras Dinamic), un juego conversacional que adaptaba una novela de Carvalho, de Manuel Vázquez Montalbán. Quizá el futuro de la literatura, al menos en parte, vaya por un camino parecido a éste.

Es curioso cómo en todo este tiempo no me he separado de los libros, y tampoco de los ordenadores, fundamentalmente para trabajar. En el fondo unos y otros, para mí, han sido fieles compañeros, distintos, pero magníficos y complementarios. Útiles, herramientas de mi trabajo, de mi quehacer, de mi día a día.

Pero antes hablaba de los libros y los viajes. ¿Acaso cuando leemos no vamos a lo más profundo del mundo y de los demás? ¿Acaso no vamos también a lo más hondo de nosotros mismos? Creo que de esta experiencia, de esta riqueza no podemos prescindir, no queremos  prescindir.

Es un auténtico viaje que, ya digo, me recuerda a Julio Verne, pero en realidad, aparte de lo que esos libros nos cuenten, es un viaje metafísico, un viaje que lleva a muchos otros viajes, porque como dice uno de mis editores, Francisco Mesa, de Dalya, “un libro lleva a otro libro”. Y tiene una gran razón.

Una lectura lleva a muchas otras lecturas, un viaje a muchos otros viajes, y esto es cierto para el lector y para el escritor, que en ocasiones coinciden en la misma figura, en la misma persona. No en vano, cada vez más, el escritor es lector de sí mismo cuando escribe, y el lector es escritor también de lo que lee, pues va creando, recreando el texto.

A ese lector-escritor no le sorprenderá que yo escriba aquí que la palabra puede detener el tiempo o jugar con él, llevarnos muy lejos, en kilómetros o en años, hacernos viajar en todas las direcciones, en todas las dimensiones.

La palabra nos comunica a todos y con todo, pero también nos comunica con nosotros mismos, con lo más hondo de nosotros mismos, y nos reconcilia. Hoy se me antoja la palabra un invento, una creación, enormemente sofisticada, útil, necesaria. Esto sí que tiene un valor incalculable, en mi opinión.

A veces buscamos la magia en lugares muy equivocados, aparentemente sofisticados, por expresarlo de algún modo, cuando la tenemos, en este caso, en los labios, en la lengua, en la punta de la lengua, de las palabras.

Voy a citar algunos libros en los que me he sumergido como escapando del tiempo, como si éste se pulverizase para mí mientras los leía, llenándome hasta los bordes, cargando ese tiempo, que es mío pero que también lo comparto con mis semejantes, cargándolo de significación, de enriquecimiento, de regocijo. Lo que aporta un gran libro, si lo miramos bien, va aún más lejos que sus lectores, porque influye en todo el mundo que éstos tienen alrededor, que tenemos alrededor.

Voy a tratar de citar libros aquí que no haya citado ya en este blog, pero que son también muy importantes para mí y por diferentes razones.

—Meditaciones, de Marco Aurelio.

—San Manuel Bueno, mártir, de Miguel de Unamuno.

—La España del Cid, de Ramón Menéndez Pidal.

—Antología de la literatura fantástica, de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo.

—Médico de cuerpos y almas, de Taylor Caldwell.

—Pedro Páramo, de Juan Rulfo.

—El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez.

—Cómo se hace una tesis, de Umberto Eco.

—Señora de rojo sobre fondo gris, de Miguel Delibes.

—Las cien mejores poesías de la lengua castellana, de Luis Alberto de Cuenca.

Sí, la felicidad de estos libros, su profundidad, su fiesta, por decirlo de algún modo, su sentido, alcanza más allá de la mente y el espíritu de sus lectores, que ya son muchísimos y que sin duda serán todavía más.

Tal es el poder de la palabra, tan grande su radio de acción.

Los grandes escritores en general celebran mucho la importancia de la lectura a la hora de escribir. En realidad, parte del disfrute que comporta dicha lectura es la materia y el abono que utiliza el escritor para crear sus propias obras. Considero que éste no debe angustiarse, como sugería el título del libro de Harold Bloom La angustia de las influencias, porque éstas lo ayudan y lo conforman.

Lo ensanchan, me atrevería a decir, lo afilan en cuanto escritor; forman parte de él, muy importante, y lo van a acompañando en su vida y en su carrera, colaborando con él en su propia obra, sin por ello quitarle originalidad, sino más bien matizándola, reforzándola. Pienso que en buena parte son la herramienta que colabora a que el escritor, más si es joven, escriba sus textos.

Lejos de ser negativas —aparte de todo son inevitables—, son muy positivas. Es más, creo que cada autor debe elegir sus influencias, precisamente para eso, para que le influyan los escritores que él quiere que le influyan, los que más le gustan en ese momento, o en otros, o en todos, los que cree que van a enriquecer o potenciar mejor su escritura en ese momento, en esa obra, por su hoy, o para su siempre. A esas influencias suyas las llamamos maestros, y algunos escritores hablan de “héroes”.

Un “héroe” para muchos escritores españoles sin duda será Benito Pérez Galdós. Recientemente me han regalado un libro suyo muy interesante. Se trata de De Cartago a Sagunto, “episodio nacional”, que me envía Julio Mínguez, director de la Fundación Caja Murcia. Es una preciosa edición, de formato grande, con maravillosas fotografías que nos llevan al pasado, que nos traen el pasado al presente. Las ilustraciones no sólo ilustran el libro, también ilustran a los lectores.

El libro está publicado por la Fundación de Cartagena para la Enseñanza de Lengua y Cultura Española (Funcarele) y la Cámara de Comercio de Cartagena, reproduce el “episodio nacional” de Pérez Galdós, y también el texto Episodios cantonales en Cartagena, de Luis Miguel Pérez Adán, que cuenta con una introducción del mismo autor, sobre fotografía. El lector puede disfrutar del “episodio nacional” de Galdós e informarse sobre lo que ocurrió en Cartagena en 1873, durante los meses de la Revolución Cantonal, que yo creo que es un hecho histórico muy interesante pero menos conocido de lo que parece.

Galdós siempre es Galdós, siempre es de atractiva lectura, pero este libro tiene el interés añadido de la Historia, pura y dura, aparte de lo que pueda literaturizar el escritor canario, y todo el material fotográfico, de grabados, de imágenes en general, que hacen que quien no conozca Cartagena la admire y aprecie, en su hoy y en su ayer, así como que experimente unas grandes ganas de visitarla, como en su día hizo Galdós para documentar este Episodio nacional, o asistir a la boda de su amigo el torero Machaquito.

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Eduardo Martínez Rico

Nació en Madrid en 1976. Se licenció en Filología Hispánica en 1999 por la Universidad Complutense de Madrid, y se doctoró en Filología, por la misma Universidad, en 2002. Es autor de 17 libros publicados, de novela, biografía y ensayo. Entre sus obras se pueden citar las novelas históricas Cid Campeador y Fernando el Católico. El destino del rey, su ensayo La guerra de las galaxias. El mito renovado y su biografía Pedro J. Tinta en las venas. Ha sido profesor del Instituto de Empresa y de la Universidad de Mayores del Colegio Oficial de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras de Madrid (Literatura Española).

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