Pensaba, como solemos hacer Daniel Mordzinski y yo desde hace tiempo, escribir sobre Ernesto Sabato porque tal día como mañana se cumplen diez años de su muerte. Pero no lo haré porque a esta foto la acompaña el texto que ha escrito Daniel y no hace falta ninguno más. Esta vez se trata del diálogo que se debían dos artistas: Mordzinski y Sabato / Sabato y Mordzinski.
Ernesto Sabato falleció en su casa de Santos Lugares el 30 de abril de 2011. Tenía 99 años.
A los pocos días recibí una llamada telefónica desde Argentina de Hernán Lombardi, Ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires: “Desde la Ciudad queremos hacerle un gran homenaje a don Ernesto y tiene que ser con una foto tuya. Nadie lo ha retratado como vos”, y agregaba que su idea era montar la fotografía en la Avenida 9 de Julio, frente al Obelisco, el 24 de junio, el día que Ernesto hubiera cumplido 100 años.
Cuando el Ministro me dijo “gran homenaje” pensé que se refería al valor simbólico del mismo y no a una gigantografía… Fueron tres mil metros cuadrados de alegría y de emoción. Me sentía feliz de ser parte de ese justo y merecido homenaje. Había retratado decenas de veces al autor del El túnel. La primera en su casa de Santos Lugares, junto a su esposa Matilde. Con los años nos volvimos amigos y lo volví a retratar en París, Madrid y Buenos Aires.
Cuando Sabato visitaba París se hospedaba en el hotel Madison, del Boulevard St-Germain, y en una de sus numerosas visitas me pidió que lo acompañase a la inauguración de la primera exposición de sus pinturas. Lo recogí por el hotel a la hora convenida, me pidió pasar por una ferretería. Pidió una lata de barniz y un par de pinceles. Llegamos a la Galería de Arte una hora antes de la inauguración. El montaje de su obra estaba terminado. Sabato abrió la lata de barniz y comenzó a dar pinceladas a sus cuadros. Atónito, no dejé de fotografiarlo. Ernesto me miró y me dijo: “¿Sabes, Daniel que la palabra vernissage (en francés: inauguración privada de una exposición) tiene su origen en esa última capa de barniz que los artistas le pasaban a sus cuadros antes de presentarlos al público?”.
Nunca había visto tan feliz a Sabato como esa noche parisina. El escritor pintor brillaba como sus cuadros.
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