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'Alatriste': Cuenta lo que seremos - Zenda
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‘Alatriste’: Cuenta lo que seremos

El 31 de agosto de 2016 se cumplen 10 años del estreno de la película Alatriste, así que para conmemorarlo la traemos hoy a este blog. Desde que en aquella semana se abrió una votación en capitan-alatriste.com para puntuarla de 1 a 10, todas las puntuaciones disponibles entre un extremo y otro han recibido votos...

El 31 de agosto de 2016 se cumplen 10 años del estreno de la película Alatriste, así que para conmemorarlo la traemos hoy a este blog. Desde que en aquella semana se abrió una votación en capitan-alatriste.com para puntuarla de 1 a 10, todas las puntuaciones disponibles entre un extremo y otro han recibido votos en bastante cantidad, lo cual indica que aún hoy es un film que provoca opiniones diversas. 23 millones de euros de presupuesto, «la película de producción más grande que se ha hecho nunca en este país» hasta ese momento, según el productor ejecutivo, Íñigo Marco. 70 días de rodaje en tres meses, un primer montaje de tres horas, 60 actores de equipo artístico, entre 360 y 400 personas de equipo técnico, 93 vehículos de equipo que ocupaban el equivalente a tres campos de fútbol, 5700 actuaciones de figuración, con picos de más de mil en un día, 100 caballos, 15 localizaciones, 55 decorados, unos 2000 trajes… Y todo ello para que en opinión de muchos, como puede leerse en este otro artículo sobre varios extras de la película, la sensación final sea «agridulce», de «vaso medio lleno», o de «oportunidad perdida». ¿Es así? Vamos a ver qué podemos rescatar.

Como es sabido, la película adapta al cine la saga de novelas Las aventuras del capitán Alatriste, de Arturo Pérez-Reverte, aún no terminada y protagonizada por Diego Alatriste, un soldado español de los tercios de infantería en el siglo XVII y por el hijo, Íñigo Balboa, de un compañero muerto. Pero mientras que las siete novelas publicadas hasta ahora ocupan solamente unos seis años de tiempo interno en la narración (1622-1628), llenos de correrías por Madrid, Sevilla, Italia, los Países Bajos y diversos puertos del mar Mediterráneo, el film cuenta los veinte últimos años en la vida de este soldado y espadachín a sueldo y de su joven acompañante. Aunque la idea no es mala en principio, el consenso general es que se quiere abarcar demasiado en poco tiempo, a pesar de una duración de 146 minutos. Y sí que es cierto que algunas cosas ocurren de una manera demasiado rápida o sin explicarse demasiado, como por ejemplo cuando a Íñigo lo detienen de repente en la calle por espiar para Francia (sin que Francia haya sido mencionada siquiera antes en la película, ni haya habido nada antes mínimamente relacionado con temas de espionaje), o como en el episodio de los dos ingleses, sacado de las novelas, y que en la película ocurre en meros segundos y con un diálogo poco inteligible. Pero, instantes así aparte, en ningún momento la trama se hace difícil de seguir a pesar de la gran cantidad de personajes que van apareciendo.

Uno de los primeros mitos que se mantiene sobre esta película es que resume todas las novelas de la saga: no es cierto. Cuando Agustín Díaz Yanes escribió el guion solamente se habían publicado cuatro, y de una de ellas, la segunda, Limpieza de sangre, no aparece nada, lo cual nos deja con solamente tres novelas incluidas. Sí que es cierto, sin embargo, que la quinta novela, El caballero del jubón amarillo, se iba escribiendo mientras se completaba la preproducción, que Arturo Pérez-Reverte iba enviando por fax los capítulos a Díaz Yanes a medida que los terminaba, y que por eso las tramas sobre la actriz María de Castro aparecen en el film. Sin embargo, el asunto importante no es el número de novelas incluidas, sino esa segunda parte, con Íñigo ya adulto, que va más allá de los libros entonces (y aún ahora) publicados. Hace poco comentaba el novelista Lorenzo Silva, hablando de Juego de tronos, que le sorprendía mucho que un autor permitiera que otros (en ese caso los guionistas de la serie) continuaran y hasta terminaran por él una obra que él aún no había acabado. Bueno, pues eso pasa con esta película: aunque las novelas ya anuncian cuándo se acabará la saga (con la muerte de Alatriste en la batalla de Rocroi en 1643, a los 61 años de edad), todo lo que pasa en esa segunda parte es invención de Díaz Yanes. Y mi opinión es que el disgusto de mucha gente con varias cosas que habían pasado en la película hasta entonces no deja a muchos apreciar que esa segunda parte contiene cosas muy valiosas.

Un ejemplo es Angélica de Alquézar. Descrita por Pérez-Reverte en las novelas como muy rubia y de ojos muy azules, las actrices elegidas por Díaz Yanes para encarnar a esta azafata de la reina (Nadia de Santiago de niña y Elena Anaya de adulta) eran morenas y de ojos castaños, y así se las mantuvo en pantalla. Las fotos promocionales del film ya fueron «avisando» de este detalle, pero eso solo sirvió, a ojos de muchos, para aumentar la desconfianza. Tras detalles como la escena del dedito y la sangre, y una dicción de los actores más jóvenes que dificulta mucho entenderlos, para cuando Anaya aparece como adulta reencontrándose con Íñigo en un teatro de Sevilla el descontento con el personaje ya ha manchado bastante la impresión general. Bueno, pues si a pesar de todo eso nos fijamos en lo que le ocurre durante la trama, resulta que su personaje tiene un desarrollo muy interesante, comenzando como niña un tanto consentida, sin padres, y criada por un tío suyo más ocupado en el medro y las covachuelas de la corte que otra cosa. Su punto cruel tiene rienda suelta durante su infancia (e Íñigo lo sufre sobremanera), pero cuando llega a edad casadera se terminan las contemplaciones, y el tito Luis la obliga a casarse con el crápula del conde de Guadalmedina para que a través de ella los Alquézar puedan ser grandes de España. Despechada y superada probablemente por primera vez en su vida, cabreada porque ya no es la pequeña Milady de Winter, reina de las marionetas, se deja llevar momentáneamente por el romántico plan de huir a Italia vestida de hombre con su (des)amor, Íñigo, pero en el momento decisivo, bajando y luego volviendo a subir por esas escaleras, acaba eligiendo la vida fácil y garantizada incluso «para tus hijos y los hijos de tus hijos» antes que una existencia dura, violenta y de muchas privaciones junto a un soldado de fortuna. Cuando Alatriste la ve un tiempo más tarde, Angélica ha quedado reducida a mirar por la ventana de su jaula de oro, lamentando para siempre su decisión: «Tengo que llorar, capitán. La traición es una mancha que nunca envejece. Judas se ahorcó, pero yo no tengo tanto valor. Por eso lloro». Seguramente no sea lo que Pérez-Reverte tenga en mente para el personaje de Angélica en sus futuras novelas (por si hay alguna duda, él siempre ha dicho que lo que pasa en la película no lo va a atar a él de ninguna manera al escribir las nuevas), pero al menos este es un story arc claro, definido y hasta inesperado y sorprendente, dado el comienzo inicial del personaje.

Como este ejemplo hay varios otros de muy buenas escenas en la película: el encuentro en el hospital de sifilíticas al que acaba yendo a parar la al principio joven y lozana María, resultado de su existencia de «uno para el gusto, otro para el gasto y otro para llevar los cuernos al Rastro». O el momento en el que Sebastián Copons salva el cuello de un Íñigo que se nos ha hecho un calavera, pagando sus deudas de juego con los ahorros de toda la vida. ¿Dinero? «¿Como este?». En cuanto a la parte más violenta, cosas como la batalla con picas en Rocroi o la lucha callejera de espada y daga al mismo tiempo no se habían mostrado en el cine antes casi nunca, por no decir nunca, y todavía hoy se oye de vez en cuando a expertos extranjeros recomendar esas partes de Alatriste precisamente por ello. La fotografía es exquisita, con composiciones de auténtico bodegón o de pintor tenebrista. La ambientación es muy encomiable también. En el tema de las actuaciones, cada uno tendrá sus favoritos o menos, pero como poco Juan Echanove como Quevedo, Javier Cámara como el conde-duque de Olivares (a pesar del nulo parecido físico) y Eduard Fernández como Copons están más que muy bien. Antonio Dechent como Curro Garrote está imperial en su par de escenas (y probablemente tiene la mejor voz de la película), e incluso Eduardo Noriega le encuentra muy bien el punto a Guadalmedina. Es más, cuanto peor te caiga Noriega, mejor queda su conde, ya que es un personaje que funciona mejor cuanto más gordo te resulte.

¿Y qué decir de Viggo Mortensen? Aparte de lo dicho por el propio Pérez-Reverte, por mi parte me parece que el aceptar venir a jugar una temporada en la ACB cuando con el Aragorn de El Señor de los Anillos ya había entrado en la NBA tras años de intentarlo, tiene un mérito enorme, que vence cualquier debate sobre su acento: que si demasiado raro, que si demasiado ronco, que si parece borracho (lo cual por otra parte casaría muy bien con el Alatriste de los libros, bebedor de categoría olímpica), e incluso «que suena como un inmigrante» he oído decir (lo cual dice más de quien lo dice que de Viggo)… Me da igual. Le sedujo la historia, no le pagaron mal (hermanos, ché, pero no primos), y es de sus mejores papeles. Es una auténtica pena que tras haberlo fichado precisamente para que se pudiera exportar la película a mercados de habla inglesa, Alatriste nunca se estrenara en salas de Estados Unidos, el Reino Unido, Australia, Canadá, etc, más allá de pases aislados en festivales, intentando hacerse sitio a codazos.

Alatriste tiene, por tanto, muchos elementos que se pueden defender sin problema, aunque hay veces en las que Díaz Yanes se lo pone a sí mismo más difícil de lo que le conviene. Por ejemplo, la elección de Blanca Portillo para encarnar al inquisidor Emilio Bocanegra resultó bastante cuestionada, y no por culpa de la actriz, que se defiende muy bien una vez puesta en el brete, sino porque es algo que te saca momentáneamente de una historia que ya de por sí es compleja y no necesita complicaciones extra. La poca cantidad de soldados visibles en la batalla de Rocroi, culmen de la historia, también fue muy criticada, aunque aquí es fácil suponer por qué se hizo así: la escena ocurre tras varias horas de lucha, quedan pocos defensores vivos, y una imagen llena de cuerpos, aunque sea muertos, no da la misma clave visual de desamparo y lejanía de casa que esa llanura seca (rodada en Uclés), solos y pocos ante los cañones franceses. Pero desde luego, si el objetivo final era «visibilizar» y hacer relevante una época de la historia española desde el mundo del cine, eso se consiguió. Como ha resumido el propio Pérez-Reverte en Twitter: «Pudo ser mejor. Pero fue buena. Y Viggo estuvo soberbio».

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Rogorn2
Editor
4 meses hace

Buscaba la boca del hombre con la suya, húmeda de sal.
—¿Tienes frío? —preguntó él.
—No, no… Tengo miedo.
—¿A qué?
—A cuando te hayas ido y esto se borre de mi memoria.
Presionó contra él su cuerpo goteante; y Jordán, mojada la ropa, la acogió entre los brazos estrechándola muy fuerte.
—Maldito seas, capitán Mihalis —susurró ella de pronto.
Tardó él un momento en comprender.
—Sí —dijo al fin.

sepolvora
sepolvora
4 meses hace

Pues a esperar. A esperar que los hados del comercio la traigan a estas orillas, especie de ínsula barataria del siglo que corre. Y después, a disfrutarla y finalmente sentirme culpable de que lo que a don Arturo le tome su buen año se lo despache uno en un par de veladas.

Julia
Julia
4 meses hace

Sr Pérez Reverte:
Para mí comentar algo es una adicción, no puedo evitarlo y entro al trapo si tengo algo que decir y, como soy rebelde, siempre encuentro algo.

En el párrafo de degustación, hay una mujer que abraza apasionadamente a un hombre. Y no debe de ser su marido porque teme que él la olvide y le maldice.

Grosso modo, es mi lectura. Y claro, si tengo razón en lo leído, también tengo razón en mis líneas éticas.
El enamoramiento puede surgir y es frecuente, entre compañeros de trabajo, conocidos y saludados y no es malo per se, aunque la mayoría vayan corriendo a meterse en la cama, (respetable, pero yo no lo haría forastero).
La maldad está en el uso que se haga de ese sentimiento tanto para el cónyuge como para el nuevo enamorado. No se puede, mejor no se debe, engañar a ninguno.

Personalmente nunca engañé a nadie ni fui infiel.
Oportunidades? Pues sí.
Quizás en mi caso no hubiese resultado difícil cortar esa ilusión al principio. Yo lo habría hecho así y tampoco tendría una relación con un hombre casado.
Tal vez digo eso porque amaba a mi marido; de otro modo, si el sentimiento hubiese progresado mucho, procuraría terminar el compromiso con mi esposo, antes de comenzar algo nuevo.
Estas son mis teorías y quiero pensar que siendo pudorosa y puritana como me considero, las llevaría a cabo.

Qué pasará con el affaire? La solución en octubre.

Yin
Yin
4 meses hace
Responder a  Julia

Pues me parece muy bien que pienses así y actúes en consecuencia, pero el deseo es muy caprichoso y casi siempre se desea lo que no se tiene. Pero desear no es lo mismo que amar, ni el amor debería ser posesivo. La fidelidad está muy bien cuando no es demasiado difícil de llevar o se confunde con la seguridad o la costumbre, pero no es lo mismo que la lealtad. Puedes dejar de amar pero no necesariamente te tienes que alejar de quien has amado.

Ricarrob
Ricarrob
4 meses hace

Piratas, una isla, una mujer… esto promete. Unido al marco incomparable de las cícladas, mares azules, cielos límpidos, costas intrincadas, puertos pequeños con eternos pescadores de costa y comidas tradicionales de pescado marinero reciente… un buen vino blanco, unas aceitunas de kalamata…

Novela ideal para el verano, quizás. ¡Que rollo, hasta octubre! Sádicos editores y planificadores de marketing. Pero, bueno, en octubre podremos evocar todo esto con el tiempo ya cambiado y la lluvia en los cristales, como dirìa Machado.

Paciente espera…

Alberto Pouget
Alberto Pouget
4 meses hace

Una buena razón para esperar al otoño…

Néstor Ruben Pereyra
Néstor Ruben Pereyra
4 meses hace

Bueno, cada año una celebración cuando aparece anunciada una nueva creación de Don Arturo. Ya está ahí, a tiro de piedra. La tengo agendada para el 8 de octubre, así de posesivo viene el asunto. A caminar por campo minado, dónde nada es seguro y mucho menos predecible.

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