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Claudia Piñeiro: "A veces no vemos el fanatismo que tenemos a la vuelta de la esquina" - Zenda
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Claudia Piñeiro: «A veces no vemos el fanatismo que tenemos a la vuelta de la esquina»

Claudia Piñeiro retorna a las librerías con "Catedrales", una ficción que transita sobre el filo que separa el bien del mal. Más de dos décadas de trayectoria avalan a la escritora que, en este nuevo título, dibuja las vidas de varios personajes que confluyen en un desgraciado crimen.

Claudia Piñeiro retorna a las librerías con Catedrales (Alfaguara, 2021), una ficción que transita sobre el filo que separa el bien del mal. Más de dos décadas de trayectoria avalan a la escritora que, en este nuevo título, dibuja las vidas de varios personajes que confluyen en un desgraciado crimen. Tras el telón de esta puesta en escena ficcional, el fanatismo religioso se presenta como el motor de los más bajos instintos.

En esta novela, Piñeiro traza en paralelo las experiencias de varias hermanas, cuya relación con la religión las pondrá contra las cuerdas (una huye, una muere, una cree); mientras tanto, el sobrino, Mateo, y el abuelo, Alfredo, intentarán —desde la distancia— resolver el crimen que sesgó la felicidad familiar. Hay en Catedrales un retrato familiar muy cercano, un amor por el arte y una necesaria denuncia contra los extremismos que atentan contra los cimientos de nuestra sociedad.

Tras ganar el premio Pepe Carvalho de Barcelona Negra, Piñeiro regresa con esta novela a tocar uno de sus temas predilectos, la muerte. En torno a este crimen traza una trama que mantendrá en vilo al lector hasta la última de sus páginas.

En Zenda conversamos con Claudia Piñeiro. Hablamos de crimen y de religión, de ciencias forenses y de vocación literaria. La maestra de la novela criminal nos desvela qué ocurre cuando la inspiración acecha y cómo trabaja cada una de sus novelas. Comenzamos.

***

¿Qué van a encontrar los lectores que se acerquen a Catedrales? ¿Qué lectura o qué aprendizaje van a extraer de la novela?

"En Catedrales la religión juega un papel preponderante. No sería la misma novela si esta familia no estuviera atravesada por un fanatismo religioso"

Si tuviera que definir Catedrales diría que es una novela familiar negra, en el sentido de que tiene algo de novela negra pero también es íntima y es personal. Es algo que transcurre en una familia, como muchos crímenes, como muchas cuestiones que tienen que ver con lo negro. Hay una familia —que es una familia muy católica—, la familia de Ana, que es una chica que apareció muerta con 17 años, quemada y descuartizada en un terreno. 30 años después no se sabe que pasó, por qué apareció en ese estado, en ese terreno…  La investigación está totalmente parada pero su padre sigue preguntándoselo. La familia se ha desmoronado. Eran tres hermanas: una se fue a vivir a Santiago de Compostela y reconoció su ateísmo (eso que en su familia era una mala palabra, el ser ateo), la otra (que ya era muy católica) se hizo una fanática de catolicismo. Nunca más se hablaron las hermanas. Sí se hablaron con su padre, pero no entre ellas. Me parece que se van a encontrar con eso: qué pasó con esta familia, cómo los lazos o las instituciones, tanto familiares como religiosas, influyen en los comportamientos y en la vida de todos nosotros y cuánto daño pueden llegar a hacernos.

En sus novelas (Catedrales, Elena sabe…)  sus personajes son descreídos, ateos. Hay determinadas situaciones que hacen que dejen de creer en Dios. ¿Qué papel juega la religión o la fe en Catedrales?

En Catedrales la religión juega un papel preponderante. No sería la misma novela si esta familia no estuviera atravesada por un fanatismo religioso. Me interesaba tratar justamente este tema: cómo a veces las religiones (por más que los estados se declaren laicos en los distintos países), las religiones influyen sobre la vida de las personas. ¡Incluso de las personas que no pertenecen a esa religión! Porque la iglesia tiene mucho poder sobre los Estados, sobre los gobiernos… por el qué dirán, la sociedad, etcétera. Pero terminan marcando el camino de personas que incluso pueden ser de otra religión.

"Alfredo es el personaje que ha llevado a cabo toda la investigación. Es el padre de la chica muerta y es quien ha empujado para que esto suceda"

También lo que quería señalar, en ese sentido, es esa cuestión que a veces tenemos en Occidente, de ver otras religiones que son más lejanas como algo extraño, y cuando hacen determinadas acciones decimos que las hacen porque son fanáticos religiosos, y a veces no vemos el fanatismo que tenemos a la vuelta de la esquina, en nuestra propia ciudad, familia, país. En Argentina durante los últimos años hubo un debate por el aborto legal, seguro y gratuito. El comportamiento de muchos grupos católicos, de convicciones extremas, ha sido comportamiento fanático. Por ejemplo, ir a un hospital donde una niña de 11 años —que fue violada por su padre— tenía que acceder a un aborto terapéutico (que sí estaba permitido incluso antes de sancionar la ley) y meterse en los pasillos impidiendo que la camilla llegase al quirófano. Eso es un comportamiento fanático, en este caso de católicos fanáticos y a veces no lo advertimos de la misma manera que cuando sucede en un país lejano y con una religión que no conocemos.

Sin embargo, el personaje de Alfredo (padre de Lía, Ana y Carmen) de alguna manera regresa a la fe y también el amor como un consuelo, como un agarradero emocional.

"Me parece que muchas veces hay cosas que no se pueden abordar de manera directa y el arte permite abordarlas de otras formas"

Alfredo es el personaje que ha llevado a cabo toda la investigación. Es el padre de la chica muerta y es quien ha empujado para que esto suceda, como pasa —no sé si tanto en Europa, pero en Latinoamérica es muy común— que las investigaciones sobre desaparición o muerte de jóvenes se estanquen y sean los padres los que siguen llevando de aquí para allá los expedientes, yendo a distintos programas de televisión para tratar de que el caso no se olvide. En ese sentido, y después de tantos años de trabajo, este padre está enfermo, tiene cáncer, sabe que se va a morir. Me parecía que era un personaje que merecía tener también alegría. La alegría de encontrar, aunque sea tardíamente, el reparo en el amor, en enamorarse, en sentir que puede querer a alguien. Ese amor le llega cuando encuentra a una persona que no había mirado hasta entonces.

Lía y Alfredo mantienen en los últimos años una relación epistolar. Se comunican en sus cartas a través de la literatura (se recomiendan libros y lecturas) y del arte (hablan sobre catedrales). También la relación de Alfredo con su nieto Mateo se crea a través del arte. ¿Es esta la función del arte? ¿Cree que el arte existe para crear puentes?

Me parece que justamente la respuesta a esa pregunta está en el cuento de Carver que elegí (hay un homenaje en la novela a ese cuento, “Catedral”). “Catedral” presenta dos personajes que no se están llevando bien en una cena (los juntó la mujer de uno de ellos). Uno de los dos es no vidente y le pide al marido de su amiga que le diga qué es una catedral. Él nunca vio, no sabe lo que es una catedral. Le pide: “Explícame lo que es una catedral”. Este hombre no encuentra las palabras para explicar qué es una catedral. Entonces el no vidente le propone dibujarla juntos. Me parece que muchas veces hay cosas que no se pueden abordar de manera directa y el arte permite abordarlas de otras formas. A veces le quieres hablar a una persona de una determinada cuestión y esa cuestión no entra. Otras veces reciben una novela, ven una película o se paran frente a un cuadro y esa misma cuestión los atraviesa sin que se den cuenta. Me parece que sí, que el arte rompe con muchas barreras.

"Parece que los personajes más interesantes son los que tienen tres dimensiones, que uno no puede terminar de definir exactamente si es bueno o malo"

Las mujeres de sus novelas no se conforman con lo establecido, con la versión oficial, con lo que se ha dictado para ellas. Son mujeres muy resueltas y que en muchos casos indagan sobre las circunstancias de su alrededor que no comprenden. ¿Por qué dibuja así de obstinadas o de perseverantes a sus personajes femeninos?

—Creo que cada escritor tiene sus propias obsesiones, y para mí, dentro de lo que escribo, hay temas que se me repiten: el silencio, la hipocresía, el qué dirán, la muerte… Uno de los temas que se me repiten es el lugar de la mujer en la sociedad. En ese interés que hay en lo que escribo y en mí misma sobre cuáles son los lugares reservados para la mujer y cómo hacen algunas mujeres para correrse de ahí y otras que no pueden correrse de ninguna manera es que aparecen estos personajes femeninos. Pero, por ejemplo, en Una suerte pequeña, la protagonista es una mujer que no se podía correr de ese lugar. No es tan obstinada, digamos más bien que renunció a ese lugar y se corre para salvar a un hijo, pero no tiene la fuerza suficiente para moverlo. Creo que también hay personajes de otro tipo. Lo que sí es seguro es que todos los personajes de alguna manera se plantan frente al lugar de la mujer en el mundo, para cuestionarlo si es que tienen fuerza para hacerlo, o si no para hacer lo que pueden con ello. Pero no para dejarlo pasar de largo, no para de decir “no importa, sigo así como está”.

La razón que esgrime Betina, la mujer de Elmer (el detective la novela) para separarse de él, es la conversación. Le dice: Me hundís en las profundidades más oscuras de mi ser”. ¿Cree usted que escribir es bucear en nuestros lugares más oscuros?

Sí, escribir es bucear en los lugares más oscuros, en todos los lugares, también en los lugares luminosos. A veces es más fácil bucear en los lugares más oscuros que en los luminosos, pero para componer una historia, para componer personajes, tienes que bucear en todos los lugares. Un personaje que es lineal, que no tiene claroscuros… no tiene gracia. Parece que los personajes más interesantes son los que tienen tres dimensiones, que uno no puede terminar de definir exactamente si es bueno o malo. Si no puede decir rápidamente “este personaje va siempre por el lado del bien” o este personaje va siempre por el lado del mal” estamos ante estereotipos o personajes maniqueos. Me parece que los claroscuros les dan más profundidad a los personajes y para eso hay que meterse, sin duda, en sus lugares oscuros.

"Las novelas las escribo a partir de una imagen. Hay una imagen disparadora y yo empiezo a tirar de la cuerda para ver qué hay detrás de esa imagen"

¿Por qué le resulta tan atractivo el crimen como tema o protagonista de su literatura?

Creo que tengo una obsesión con la muerte, más que con el crimen. La muerte aparece mis novelas, y si hay una muerte hay un enigma y una búsqueda de la verdad, y eso lo arrima al crimen y a lo policial. A veces, no en todas, hay un crimen. A veces hay circunstancias en las que aparece un muerto, como en Elena sabe, y finalmente, por más que Elena se encapriche en pensar que a su hija la mataron, no había un crimen. Sí había una muerte, una muerte a la que buscar una explicación. En mis novelas siempre hay una muerte a la que hay que buscar una explicación. Esa explicación a veces tiene que ver con los crímenes, sobre todo en países como el mío donde aún hay muchas cuestiones de violencia por resolver. La realidad que yo conozco tiene que ver con Latinoamérica: cada 23 horas se mata a una mujer en Argentina, abortos clandestinos donde mueren mujeres… Hay distintos crímenes en nuestra sociedad que te van señalando, además, qué tipo de países somos. No en todos los países mueren mujeres (¡una mujer cada 23 horas!), no en todos los países mueren mujeres en abortos clandestinos; y en otros países hay otro tipo de muertes que no se dan en el mío. Me parece que para contar una sociedad hay que contar los crímenes que se cometen y, sobre todo, esa sociedad ¿qué límites pone?, ¿qué crímenes está todavía dispuesta a tolerar y cuáles no?

"Siempre intento, en la próxima novela, mejorar algo que creo que no quedó tan bien también en alguna otra; superar alguna dificultad que tuve... Es un proceso bastante personal. Quizá el lector no se da cuenta cuál fue el trabajo que realicé en esa novela para mejorar"

Es muy minucioso el proceso de documentación y análisis de la parte criminal o criminalística de sus novelas. ¿Cómo se documenta la hora de escribir una historia cómo esta? Y, en general, ¿cómo escribe Claudia Piñeiro sus novelas?

Para la parte criminalística hay que tener un saber específico. Siempre leí mucho material de medicina forense, de cuestiones forenses… pero además hago cursos. He hecho cursos de perfilamiento criminal, cómo levantar pruebas… Es un tema que me interesa. Lo he estudiado de manera solitaria, buscando material, leyendo libros, buscando cosas en internet… y también he hecho cursos sobre el asunto. También soy curiosa para otros temas. Como decís vos, cómo escribes las novelas: las novelas las escribo a partir de una imagen. Hay una imagen disparadora y yo empiezo a tirar de la cuerda para ver qué hay detrás de esa imagen. En el caso de Catedrales la imagen era una chica en una iglesia, mojada, esperando un reparto que no recibía. Yo no sabía todavía qué había pasado con esa historia, pero la voy dejando en mi cabeza, y Ana se empieza a mover, y me muestra que tiene una familia, que tiene dos hermanas y que son muy católicos. Y sigo tirando hasta que aparece la historia. Si en esa historia aparecen temas de los que yo tengo que saber específicamente, soy muy de documentarme, aunque luego no lo use en la novela. A veces todo lo que documentas no lo necesitas en la novela, pero necesito saberlo para no cometer errores. Por ejemplo, en esta novela, además de lo que vos decís de lo que dice Élmer, también investigué el síndrome de Mondor (un tipo de infección generalizada que se produce tras un aborto), o sobre la memoria aterógrada (la pérdida de memoria aterógrada es lo que padece Marcela, que es la pérdida de memoria a corto plazo). Es algo que hemos visto en la película Memento o en el cuento de Oliver Sacks. Después busqué vídeos de personas que padecen esta enfermedad en YouTube, vídeos que me fueron mostrando cómo reconstituyen esa memoria que no tienen. Otra cosa que también investigué mucho fue la vocación religiosa. Vengo de una familia católica, si bien hoy me reconozco atea, fui a un colegio de monjas… sé algo de la formación católica. A pesar de eso, igual tuve que investigar mucho sobre qué es la vocación religiosa, por qué alguien siente esa llamada. Es algo que no conozco.

¿Cómo cree que ha cambiado como escritora a lo largo de los años?

Espero haber ido evolucionando de las primeras a las últimas. Siempre intento, en la próxima novela, mejorar algo que creo que no quedó tan bien también en alguna otra; superar alguna dificultad que tuve… Es un proceso bastante personal. Quizá el lector no se da cuenta cuál fue el trabajo que realicé en esa novela para mejorar. Es una búsqueda permanente. Me gusta mucho un libro de Edward Said que se llama El estilo tardío. Habla de músicos, sobre todo, pero también de escritores que sobre la última etapa de su vida empiezan a pensar o en hacer su obra completa, sus cuentos reunidos, un monolito… o en seguir hasta el último minuto tratando de superarse y hacer algo distinto. En ese hacer algo distinto muchas veces se equivocan y hacen obras fallidas. Pero lo que valora Said es el intento, la búsqueda permanente de hacer algo diferente. Espero que a mí en los próximos años me encuentren de esa manera, tratando de hacer algo diferente que mejore lo anterior y que me haga aprender.

"Lo que debo reconocer es que el aborto clandestino, como otras situaciones de violencia sobre las mujeres, me han acompañado siempre, desde lo primero que escribí"

Esta novela esconde una importante denuncia social. El tema sobre el que pivota el texto es el aborto clandestino. ¿Por qué decidió tratarlo en la novela?

En realidad, uno podría pensar que es porque en mi país, en los últimos dos o tres años, fue un tema candente y además un tema sobre el que yo milité. Sin embargo, el aborto clandestino está presente desde mi primera novela (Tuya, que se publicó en 2005, ya tenía el tema del aborto clandestino); Las viudas de los jueves tiene el tema de la violencia de género; Una suerte pequeña tiene el deseo de no ser madre; en los cuentos de Quién no, que se publicaron hace unos años, también hay un cuento sobre el aborto clandestino… Lo que debo reconocer es que el aborto clandestino, como otras situaciones de violencia sobre las mujeres, me han acompañado siempre, desde lo primero que escribí. Quizá es que nadie me preguntó por qué lo incluí en Tuya. Entonces ese tema no estaba tan candente, no estaba en la agenda política pública de Argentina. En aquel momento, en 2005, nadie hablaba del aborto en Argentina, solamente las mujeres que hacían campaña por el aborto seguro, legal y gratuito. Ahora, como es un tema que sí está en la agenda, suele salir esta pregunta con mayor frecuencia, lo cual es lógico, pero digo que más allá de que tiene que ver con lo que está pasando, está presente en casi todas mis novelas.

¿Cómo fue el momento en que decidió ser escritora?

Diría que es el momento en que me di cuenta que podía llegar a serlo y que no tenía más remedio que serlo. Yo escribo desde que sé escribir, desde que soy lectoescritora yo escribo. Pero en mi familia no había artistas, ni había escritores y me costaba imaginar que yo podía ser una escritora. Yo escribía porque no podía hacer otra cosa, porque necesitaba escribir, porque era casi una pulsión vital. Pero no me imaginaba que iba a ser una escritora. Eso recién pasó cerca de los 30 años. Yo estaba con una crisis, me sentía poco satisfecha con el trabajo que hacía (que era un trabajo de economista de una empresa de auditoría mundial), así que decidí pedir una licencia y escribir una novela. Escribí la novela, la mandé a un concurso de la editorial Tusquets (La sonrisa vertical), y fui una de las 10 finalistas. Fue el momento en que me dije: “Si yo me esfuerzo, si yo trabajo, si le pongo empeño, a lo mejor, algún día, yo soy escritora”. Más que una decisión fue una iluminación, de decir esta pulsión que tengo por escribir a lo mejor la puedo llevar a cabo de una manera profesional.

¿En qué momento se dio cuenta de que ya lo era, de que era escritora?

Es una pregunta muy difícil de responder. Muchos escritores nos lo preguntamos. Cuando te registras en un hotel, ¿cuándo pones «escritor» en tu profesión? Hay un día en que empiezas a poner «escritor», antes nunca lo ponías. No es fácil, porque nadie te da un diploma. Lamentablemente (digo lamentablemente porque uno busca hitos) la publicación del primer texto te empieza a dar la posibilidad de decir “soy escritor”. En mi caso fue un texto para chicos que publicó la editorial Edebé de Barcelona, pero ahí todavía lo decía con mucha vergüenza, si es que lo decía. Con un solo libro, uno sabe que hay que seguir trabajando, hay que seguir produciendo, hay que seguir teniendo el deseo y la voluntad de escribir, y eso va pasando de poco a poco. Llega un momento en el que te empiezas a sentir conforme con la obra que has ido construyendo y comienzas a decir “soy escritor”. Hay gente que es muy segura de sí misma que lo dice mucho más rápido y hay gente que tarda más en decirlo.

¿Quiénes han sido sus referentes literarios?

"Algunas mujeres que para mí son fundantes son Natalia Ginzburg, Clarice Lispector y, dentro de la novela policial, por ejemplo, Muriel Spark, o dentro del suspenso, Patricia Highsmith"

Soy una lectora caótica y bulímica en el sentido de que no hice una carrera de letras. Entonces, no tengo un recorrido formal sobre la literatura, sino que voy buscando a partir de determinados datos. Si dejo de lado Borges y Cortázar— qué son los autores ineludibles que todos los argentinos nombramos—, te diría que mi búsqueda va más por el lado de Manuel Puig, por ejemplo, que es un autor extraordinario y que tiene que ver con los mundos que a mí me gusta retratar, esos mundos más privados donde pasan cosas en las siestas, cuando hay silencio y la gente no se mueve por la calle, que además rompe bastante el lenguaje cuando escribe. Es uno de los autores argentinos que más me interesan. De los autores internacionales me interesa Grossman, un israelí que me parece extraordinario, Coetzee, David Lodge (me gusta mucho el humor de la novela inglesa) y después, antes de eso, seguramente Proust es uno de los que más me interesa. Algunas mujeres que para mí son fundantes son Natalia Ginzburg, Clarice Lispector y, dentro de la novela policial, por ejemplo, Muriel Spark, o dentro del suspenso, Patricia Highsmith.

¿Para qué cree que sirve escribir?

Como te dije, creo que no hay un para qué sirve. Creo que es una pulsión, es una pulsión de vida. Los que somos escritores no podríamos no escribir porque está dentro de nuestro ADN; como que uno nace con eso, es ontológico. Después uno le busca la explicación, por qué, o para qué escribo… pero me parece que es más una cuestión vital y de necesidad ontológica que otra cosa.

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Raquel Jiménez Jiménez

Chica prensa (gabinete de comunicación) y estudiante aficionada a la Historia. A veces hago reseñas y entrevistas. Me encanta el teatro, ¿Qué sería de nosotros sin él?

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