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José Ángel Mañas: «Es muy difícil entender España sin bares» - Zenda
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José Ángel Mañas: «Es muy difícil entender España sin bares»

Hace más de veinticinco años una novela abanderó una generación. Historias del Kronen, una ficción ambientada en Madrid, quedaba a las puertas del Premio Nadal y suponía el lanzamiento de un autor novel, José Ángel Mañas.

Hace más de veinticinco años una novela abanderó una generación. Historias del Kronen, una ficción ambientada en Madrid, quedaba a las puertas del Premio Nadal y suponía el lanzamiento de un autor novel, José Ángel Mañas. La novela, llevada al cine por Montxo Armendáriz, se convirtió en icono de una sociedad desinhibida. La novela, catalogada como neorrealista, bebía de Camus, Carver y Warhol, y fue fervorosamente abrazada por la crítica y el público.

Tras este pistoletazo de salida a una carrera literaria prometedora, otros títulos de José Ángel Mañas completarían su Tetralogía del Kronen (Mensaka, Ciudad rayada, Sonko95), que confirmó la solvencia narrativa de un creador cuyo estilo ágil se apoyaba en sus diálogos cortados, trepidantes, vertiginosos. En su momento se dijo que había nacido la novela magnetofónica, incluso con un tinte despectivo. El autor, sin embargo, se apoyó en esa crítica para crear un género narrativo que abriría camino a otras voces literarias.

Casi tres décadas después, José Ángel Mañas vuelve al género. En Una vida de bar en bar nos narra la vida de Domingo Espinar y las últimas décadas de una sociedad cuyo éxito repentino —apuntalado sobre la especulación y la corrupción— sería seguido por años de crisis y desencanto. Es Una vida de bar en bar (Algaida, 2021) una novela sobre el éxito y el desencanto. Es una novela que denuncia a una sociedad que inmoviliza el deseo de progreso de la clase media-baja. Es una obra que descansa sobre el deseo fallido de todos los españoles; un título que desata, ante nuestros ojos, todos nuestros sueños fracasados de las últimas décadas. La historia de Domingo Espinar es, por ello, demasiado familiar y cercana.

Nos encontramos con el escritor en la librería Cervantes y cía en Madrid. Hablamos con él de crisis y de creación novelística, de toros y sueños rotos, de novelas magnetofón y novelas picarescas, de cómo un buen diálogo puede elevar una ficción. Hablamos con el autor de Historias del Kronen de ficción y de vida, de amigos de bar y bares para toda la vida.

—¿Quién es Domingo, el protagonista de la novela?

"Me encontré con una vida. Al transcribirlo me di cuenta de que era una vida muy rica, muy plena"

—Es una persona a la que conocí, a la que frecuenté. Realmente es un amigo de los bares. Nos cruzábamos mucho y charlábamos, conversaciones alcoholizadas. Empezó a contarme detalles de su vida que me iban atrayendo y decidimos ir quedando para comer. En cada comida me iba contando su vida. Lo hicimos durante un par de meses. Él me iba contando —de una manera lineal, muy anecdótica, con mucha gracia y mucha chispa— su vida. De ahí fue saliendo un personaje que yo no conocía. Yo conocía su faceta contemporánea, su presente, sus problemas con su última mujer. Me encontré con una vida. Al transcribirlo me di cuenta de que era una vida muy rica, muy plena. Domingo nació en Palomeras Bajas, en Vallecas, en los 60. Me impactó porque aquello parecía la España de la posguerra, de los años 40. ¡Parecía la infancia del Lute! De ahí se muda a Orcasitas, otro barrio con muchísima tradición. Empieza a trabajar muy joven, en una fábrica; se mete en política a finales de los 70 —te cuenta cómo se hace trotskista y empieza a entrar en las juventudes socialistas, en asambleas—; llega a montar una pequeña imprenta en los 80, y ahí describe cómo fue la cultura del pelotazo, cómo —a partir de una pequeña asociación de empresarios de Leganés— empiezan a ganar dinero a costa de la corrupción, y todo se viene abajo con la crisis del 2008. Se viene abajo ese sueño, ¡como tantos otros sueños económicos! Entre medias, va dejando mujeres, amigos…

Me pareció casi una novela picaresca, en el mejor sentido. Estoy pensando en el Lazarillo, en alguien que se tiene que buscar la vida prácticamente contra todo. También tenía como modelo la novela picaresca en cuanto a que es muy realista. Es perfectamente realista. Normalmente también suelen retratar sociedades en crisis (Risas). En el caso español creo que es una sociedad perpetuamente en crisis, con lo cual no cambia mucho. Entroncamos bien con la tradición. Y tiene ambientes muy diferentes. Hay novelas que son más cerradas, con cuatro ambientes. Aquí hay muchísimos ambientes que se iban sucediendo. Aquello tomaba cuajo como novela, así que al final la escribí. Empecé a juntar las piezas y salió. Es curioso porque cuando arranqué, recuerdo que con Historias del Kronen hablaban de «novelas magnetofón», como una cosa incluso peyorativa. Y es verdad que yo nunca había trabajado con el magnetofón. Tengo un talento, un oído para el diálogo, pero siempre había sido filtrado. Esta es la primera vez que, a partir de unas conversaciones reales, grabadas, monto un texto. Tenía dos líneas de referencia. Una es que siempre me ha gustado el diálogo. El diálogo vertebra mi novelística y es para mí lo principal. En Kronen el diálogo flotaba libre. Me gustaban las novelas puramente dialogadas, como Entrevista con el vampiro o El beso de la mujer araña. Por otra parte, el gran referente que tenía en mente, en términos antropológicos, era Óscar Lewis, Los hijos de Sánchez. Trata sobre una familia de mexicanos. La leí cuando era un chaval y me encantó. Para mí era claramente el summum de la novela. La novela tiene ficción y tiene vida. Si ha de tener solo una, yo prefiero que le falle la ficción pero que no le falte la vida. Y en el caso de Lewis, es uno de los textos que más me impactó, por esa sensación de encontrarte con vida pura. Si he conseguido la mitad de lo que consiguió Lewis en su libro, me doy con un canto en los dientes. Eso es lo que yo busco con este texto, que la gente se encuentre con una vida. Que llegue un momento que te olvides de que estás leyendo y que sencillamente estés frente a dos hombres que están conversando en un bar sobre la vida. Y en concreto, es Domingo Espinar quien cuenta la suya. Yo le acompaño de alguna manera.

—¿Es esta novela un homenaje a los bares? ¿Qué sería de nosotros sin ellos?

"El bar es el lugar en el que se confrontan las ideas; antes del Parlamento ya se confrontaban en el bar"

—(Risas) Claro, el título y… ya lo digo en la dedicatoria. Con esta pandemia que ha habido, ¡han sufrido tanto! Me parecía bonito dedicar este libro a los hosteleros. Es que el bar en la vida española es una institución. Es verdad que es muy difícil entender España sin bares. A lo mejor hay que repensar el país a partir de ahora, no lo sé. Estamos viviendo un momento extraño. El bar es todo. El bar es el lugar en el que se confrontan las ideas; antes del Parlamento ya se confrontaban en el bar, y ahí, en plan darwinista, unas ideas sobreviven y otras caen (risas). Es un ámbito de interacción social importantísimo. Cuando hablé con Domingo el planteamiento era asociar cada época de la vida a un bar. La novela es un homenaje, efectivamente, a los bares.

—En este título también retrata las miserias del mundo editorial. Habla de un editor, del que dice que lo mismo podría estar vendiendo chorizos. ¿Cree que el sector ha cambiado o ha mejorado en los últimos años?

—(Risas) Se me había olvidado. Es que Domingo Espinar entra a trabajar en una editorial —con un editor bastante conocido— que ha seguido funcionando. Una editorial que ha sido muy importante en la época. Entra y, efectivamente, le organiza el depósito. Era un editor que pagaba muy mal a los autores. Esa es una tradición que no ha cambiado (Risas), ¡un poco pirata! Efectivamente desvela algunos trapos sucios del mundo de la edición. Hay esa tradición de editor pirata, como el de la novela, pero también hay gente muy correcta y muy legal. Esto ocurre en todos los sectores. En los últimos años he comprobado que hay gente muy apasionada dentro del sector editorial. Han aparecido muy buenas editoriales, editoriales pequeñas que están haciendo un trabajo de calidad extraordinario. Es un mundo amplio, y es un mundo que ahora mismo está en crisis. Es curioso, porque por una parte creo que las ventas del sector van menguando, y esto tiene que ver con el hecho de que hay una competencia de ocio feroz —redes sociales, series…—. Evidentemente, la gente que leía cada vez lee menos. Hoy en día el que te dice que todavía lee novela suele ser alguien que después de haberse pasado el día pegado al móvil, después de haber visto sus dos o tres capítulos de series, llega a la cama y lee 20 minutos antes de acostarse. Estamos miles de autores y miles de editoriales compitiendo por ese espacio exiguo. Eso es un problema en sí, y creo que es el problema más grave.

Luego hay otro problema, y es que la reacción de los editores frente a esta crisis es lógica. Si hace quince o veinte años un escritor de clase media pongamos que te vendiera diez mil ejemplares, hoy ese mismo escritor te vende mil. Antes un editor tenía diez escritores de clase media y vendía cien mil ejemplares. Hoy publican a cien escritores para llegar al mismo volumen, con lo cual ha habido una proliferación de títulos masivos de todo tipo, que hace que, curiosamente, en el momento en el que menos lee la gente y que más problemas hay para ganarse ese tiempo —de lectura— hay una oferta extraordinaria. El conjunto de estas dos cosas hace que el momento sea extremadamente caótico, las librerías son una jungla. Creo que está todo el mundo muy perdido y no sabemos cómo salir. De una manera coordinada sería lo suyo, limitando la oferta. Creo que es algo que todos los escritores y todos los lectores firmarían. Menos oferta y mejor, más cuidada. Pero si un gran editor abandona espacio en la librería, ese espacio lo ocupan los más pequeños. Entonces tampoco pueden hacer eso. La verdad es que nadie sabe cómo vamos a salir de aquí. Lo que sí está claro, al menos desde el punto de vista del creador, es que siempre hay gente que propondrá textos. Siempre habrá gente que esté trabajando en otra cosa y que haya ido escribiendo tranquilamente su novela. Ese tipo de escritores amateurs u ocasionales siempre existirán. De ahí se está chupando mucho. La figura de un escritor profesional que pudiera vivir de esto es cada vez más difícil que se dé. Por ejemplo, ahora, una buena parte de mis ingresos vienen del cine, de los guiones en los que estoy trabajando. Es muy difícil encontrar escritores que vivan puramente de la literatura.

—Parece que delante de un güisqui, Domingo se muestra más suelto y cuenta su vida. ¿A quién se llevaría usted de bares para soltarle la lengua?

"Recuerdo el mundo malasañero, ya no es el bar de conversación, sino el bar de pose, de planteamientos estéticos, de ver cómo se presenta la gente"

—No sé. Yo soy muy afable. Contigo mismo (risas). A mí me pasa igual, yo con un güisqui delante me suelto mucho y disfruto. Fuera de horario de trabajo, fuera de horario de oficina, fuera de la cueva, me voy al bar. Ahí estoy encantado con cualquier persona que se me acerque. Disfruto mucho de las conversaciones de bar. Ese ambiente siempre me ha parecido algo muy natural y he disfrutado mucho; allí he visto mucha vida. La vida española se ve muy bien en los bares. Quien no frecuente los bares es difícil que entienda la sociedad española. Domingo es lo que decía Bukowski, “una mosca de bar”. Yo también tengo mis kilómetros de bares y mis horas de conversación. Me viene a la cabeza la canción de Gabinete Caligari (“Bares, ¡qué lugares!, tan gratos para conversar”). Es un espacio vitalmente importante. En mi caso, mi generación creció con lo que era un bar de música, que es diferente. Recuerdo el mundo malasañero, ya no es el bar de conversación, sino el bar de pose, de planteamientos estéticos, de ver cómo se presenta la gente, qué actitud tiene, qué estética representa… Domingo es más de bar de copas puro y duro, le gusta conversar. Yo soy más de bares con música, he construido mi cultura musical gracias a ellos.

—Esta es una novela que retrata fielmente a la clase media. ¿Es en la clase media donde están los verdaderos héroes?

—Realmente Domingo es más bien clase trabajadora, media-baja. Los barrios en los que ha crecido son Palomeras, Vallecas, Orcasitas, Leganés… son barriadas del sur, barrios modestos. Luego sale de eso, cuando lo lógico habría sido acabar como los perros callejeros, en la heroína. Ese es el mundo que él recrea, del que sale. Domingo crece, monta una imprenta que le lleva a cambiar de status social y a ganar mucho dinero. Eso es también bonito, porque tiene un recorrido, un espectro. Esa trayectoria es muy rica. Es lo bonito de la novela, como decía de la novela picaresca, el espectro social es muy amplio. Respecto a tu pregunta, si la clase media es la guardiana de los verdaderos héroes… yo soy bastante mesocrático, soy como Galdós. Ahora mismo estamos tan proletarizados todos que inevitablemente la clase media se radicaliza. Hoy en día es muy difícil estar de acuerdo con un sistema que, por las razones que sean, al final por un lado nunca en la historia de la humanidad se han sabido extraer tantos recursos del planeta y movilizar las fuerzas sociales para crear tanta riqueza y, al mismo tiempo, esa riqueza se concentra en un porcentaje tan mínimo, y hay tanta gente pasando literalmente hambre, que es muy difícil estar de acuerdo con ello. Estamos en eso: el problema de hoy en día es que la clase media desaparece. Recuerdo un momento en el que hablábamos de “mileuristas” y nadie lo era. Ahora somos todos mileuristas. En estos momentos es muy difícil sentirse partícipe de las cosas tal y como están.

—Entonces, ¿el heroísmo es llegar a fin de mes?

"Llegar a fin de mes es absolutamente heroico. Es cada vez más difícil"

—Totalmente. Es una muy buena definición de heroísmo ahora mismo. Llegar a fin de mes es absolutamente heroico. Es cada vez más difícil. Es curioso, porque hace veinte o treinta años la fruta, la comida, el transporte… yo recuerdo que no costaba nada moverse. Ahora mismo, cualquier autobús viniendo desde fuera de Madrid y volver a casa, me cuesta doce euros sólo el desplazamiento. Un melocotón cuesta un euro prácticamente. Lo que se nos va en el supermercado cada semana es salvaje. Hace treinta o cuarenta años, pienso en la generación de mis padres, podía trabajar uno, y con un salario podía vivir una familia. Hoy es imposible, tienen que trabajar los dos y trabajar bien para mantener una cierta vida. Las condiciones se han vuelto cada vez más difíciles y, efectivamente, llegar a fin de mes empieza a ser algo heroico. El problema es que este tipo de cosas al final te estallan. Al ver cada vez más ausente al Estado de bienestar, obviamente te desinteresas, te sientes poco representado y poco partícipe. En estos momentos, la radicalización se ha notado: Podemos surge de la crisis de 2008, y ahora hay también un ambiente socialmente crispado, y esto también anuncia terremotos. Pasarán cosas.

—Han pasado ya casi tres décadas desde la publicación de Historias del Kronen. ¿Cómo ha cambiado como escritor en este tiempo?

—La verdad es que desde el Kronen a Una vida de bar en bar soy mejor, por la mera experiencia. En ambas tengo el mismo planteamiento: mucha vida. Por encima de la ficción me interesaba la vida, en un principio. He descubierto nuevos registros, por ejemplo, el registro histórico. Es algo que de joven no me interesaba, pero con el tiempo he ido manejando más registros y enriqueciéndome técnicamente. Creo que ahora mismo estoy en un momento óptimo. Creo que me quedan entre cinco y diez años muy buenos. Esperemos que el mercado acepte mis propuestas. Con esta novela he disfrutado mucho. Creo que le da al lector lo que yo quiero darle. Estoy muy satisfecho con la sensación de vida que transmite.

—También ha tocado la poesía. ¿En qué género se encuentra más cómodo?

"No me gusta decir que soy escritor, es una palabra que parece que lleva mayúsculas"

—Soy, ante todo, novelista. Lo de la poesía fue una cosa curiosa que me pidió una editora amiga. No me gusta decir que soy escritor, es una palabra que parece que lleva mayúsculas, parece que implica que puede dar lecciones a la gente. Yo prefiero charlar en el bar, de tú a tú con todo el mundo. El bar es mucho más democrático. Parece que el escritor necesita un atril. Me gusta definirme como novelista: cuento historias, ficciones (muchas muy cargadas de vida, otras no tanto). Es una palabra que me gusta. Dentro de la novela soy un todoterreno. Paso de la novela negra a la realista o a la histórica. También he publicado una de ciencia ficción. Publiqué los Episodios Republicanos, que recreaban históricamente el año 36 día a día (empecé con El Español y luego lo pasé a papel).

—¿Cómo escribe usted? ¿Qué proceso sigue al escribir?

—Cada novela es distinta. Siempre decían lo de la novela magnetofónica y me dije: ¿por qué no hago una novela magnetofónica? Pues he hecho una novela magnetofónica. He trabajado a partir de unos elementos que me ha parecido dificilísimo, he tenido que limpiar mucho. Normalmente tengo el final en mi cabeza. Tengo un grupo de personajes y cuando tengo clara la relación entre ellos, pienso una anécdota que les va a suceder, que suele ser el final, y eso es lo primero que tengo. Con ese armazón me siento y les dejo. Esto es como los toros. Balizas un poco (tengo algunos hitos por los que entiendo que tiene que pasar la historia) y los suelto. De ahí saco lo que llamo un “monstruo”. Si eso está bien, si siento que han tirado los toros y me gusta lo que veo, entonces empiezo a retrabajar, repensar, reorganizar… y lo último el trabajo de pulido formal, que es lo que más sufro y lo que menos me interesa. Pero hay que darle ese acabado.

—Si pudiera volver atrás en el tiempo, ¿qué consejos le daría al José Ángel que empezaba a escribir?

"Llegar a las librerías es un orgullo y un honor, y lo disfruto"

—(Risas) Ninguno. Le diría: “¡Apáñatelas como puedas!”. (Risas) Creo que es lo que he hecho, y aquí sigo. Aguantar casi treinta años en este negocio, entre comillas, creo que tiene mucho mérito. Seguramente se lo desaconsejaría, le diría: “Haz otra cosa” (Risas). Pero visto dónde estoy es para estar orgulloso. Sí que siento esa sensación de precariedad. Lo que habría sido normal, llegado este punto —hace veinte años habría ocurrido así—, es sentirse uno tranquilo, instalado, ir sacando una novela cada dos o tres años… Eso se acabó, estamos totalmente precarizados, y es verdad que yo cada novela no sé si va a ser la última. Vivo cada novela como si fuera la última y la disfruto como si fuera la última. Llegar a las librerías es un orgullo y un honor, y lo disfruto. Ahora disfruto todo el proceso: esta es la primera entrevista, pues la disfruto… Eso es algo que antes lo veía menos. Pero todo forma parte de esto y tiene su encanto. Quizá lo bueno de esta precarización absoluta en la que estamos, es que queda gente apasionada, editores apasionados, libreros apasionados, los vocacionales, la gente que tiene vocación, los periodistas que tienen vocación. Y esa es la parte bonita dentro del caos. La gente que queda es más auténtica.

—¿Quiénes son sus referentes literarios?

—Cambio mucho. Tradicionalmente digo que empecé con el realismo español: el XIX —Baroja, Galdós…— y el realismo de posguerra —Delibes, Alcolea, Cela…—. Esas han sido mis raíces. Luego he tenido otra parte más americana: Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain, la obra de Salinger… Lo cierto es que con el tiempo me he ido afrancesando por razones sentimentales. Cada novela tiene sus referentes. En Una vida de bar en bar el referente principal ha sido Los hijos de Sánchez de Óscar Lewis. También me gustan mucho El beso de la mujer araña, Entrevista con el vampiro… incluso Las leyes de la frontera. Hay un tipo de novela dialogada que me tira y es hacia lo que —en estos momentos— estoy trabajando. El diálogo descriptivo es lo que cada vez trabajo más. Es una técnica en la que estoy trabajando. Se le puede sacar mucho a los diálogos, ¡es lo que mejor vehicula la vida! La gente narra a través de los diálogos. Me gusta la capacidad sintética a la que te obligan.

—¿Cuándo se dio cuenta de que quería escribir?

"Escribir te obliga a mirar. Escribes para vivir con más intensidad"

—Siendo jovencito, con catorce años, gané un concurso de cuento, creo que era el Miguel Hernández de cuentos. Aquello fue el comienzo. El Nadal lo confirmó y me permitió —de una manera un poco extraña, muy sui generis, excepcional— desarrollarme profesionalmente. Para mí, mi vida son tres premios: el Miguel Hernández, que me da a entender que algo de talento debo de tener; el Nadal, del que fui finalista, que me permitió arrancar; y el Ateneo de Sevilla, que es mi premio, es el premio que he tenido en un momento de madurez y es un premio al que estoy muy agradecido.

—¿Para qué sirve escribir?

—Buena pregunta. Para disfrutar la vida, para entender mejor la vida. Escribir te obliga a mirar. Escribes para vivir con más intensidad.

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Raquel Jiménez Jiménez

Chica prensa (gabinete de comunicación) y estudiante aficionada a la Historia. A veces hago reseñas y entrevistas. Me encanta el teatro, ¿Qué sería de nosotros sin él?

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