Artículo de Publishers Weekly en Español
Los imagino al corriente de la polémica desatada a cuenta de la traducción al holandés y al catalán de la obra de la joven poeta negra norteamericana Amanda Gorman. Hay noticias que cuanto más te las repites menos las comprendes o más exasperación te despiertan.
La activista negra Janice Deul la montó en Holanda cuando supo que Gorman sería traducida por la joven escritora Marieke Lucas Rijneveld, ganadora del Premio Booker por La inquietud de la noche (Temas de Hoy). Deul pedía que la poesía de Gorman la tradujera una afroholandesa. Abrumada por la polémica, Rijneveld declinó la invitación y la editorial buscó en el mercado de traductores negros quién de los allí presentes podía captar con mayor aproximación la prometedora obra de la joven poeta que leyó The Hill We Climb, envuelta con un bonito abrigo amarillo de Prada durante la toma de posesión de Joe Biden como presidente de los Estados Unidos.
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Semanas después la polémica salpicó a Víctor Obiols a la hora de traducir la obra al catalán. Las responsables de la editorial Viking Books pedían una traductora mujer, activista y preferiblemente negra. Obiols dijo en sus redes sociales ser víctima de una nueva inquisición. Se quedó corto: de lo que era víctima es de un tiempo de estulticia, neopuritanismo y nauseabunda corrección política. A las editoras de Viking no parecía importarles que Obiols hubiera traducido a Oscar Wilde o William Shakespeare. Lo único que las incomodaba hasta el punto de vetar su trabajo era que era hombre y blanco. Sí aparecerá, en cambio, la traducción que para Lumen ha hecho la escritora Nuria Barrios con prólogo de la periodista Oprah Winfrey, esta también, por fortuna, negra (Nuria no lo es. Nuria es blanca). ¿Quién acaba padeciendo este sinsentido? Las editoriales y los traductores profesionales. Obiols ya había terminado su trabajo y la editorial se ha comprometido a abonar su esfuerzo. Doble gasto ahora. Doble quebradero de cabeza.
Auguro un tiempo de contestación, de autores que en breve dirán: «Basta de tanta idiotez, de tanta inútil y estéril corrección, de tanto sinsentido». Darío Villanueva, de la Real Academia Española, acaba de publicar en Espasa un libro titulado Morderse la lengua: Corrección política y posverdad. Villanueva frisa los setenta y asegura que nada ni nadie le hará morderse la suya. Hace bien. En su libro recuerda que antes la corrección política la ejercían un poder político o religioso. Ahora no. Hoy día sus pregoneros, clérigos, imanes o rabinos no son fáciles de ver. Ahora la corrección política la ostenta un ente que busca acaparar una tendencia totalizadora, un género, un grupo que se cree con la capacidad de imponer a los demás aquello que es correcto y aquello que no lo es. Y pone ejemplos: la corrección política, que nace del más rancio puritanismo, del más atroz conservadurismo, lleva a locuras como querer cambiar «mujer» por «persona menstruable», eliminar «racional» porque es ofensivo con los seres «irracionales», «viejo» por «tercera edad», «negro» por «persona de color» o «imbécil» por «ser que no alcanza». A mí, particularmente, la palabra «imbécil» me gusta, y más de lo deseado la utilizo, o me sale sola, cuando me encuentro con situaciones como las que hoy les he confiado.
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