Como toda heroica ciudad que se precie, también Pamplona cuenta con un Casino que alberga entre sus salones la vetusta historia de nuestro pasado más reciente. Fundado en 1856 por los integrantes de una arcaica sociedad denominada Los doce Pares, el Nuevo Casino o Casino Principal deslumbró a la sociedad de la época con sus elegantes salones y su exclusivo gabinete de lectura.
Hacía una tarde espléndida, y mientras hablaba sobre las heridas del alma, tras los regios ventanales del salón de baile los rayos de sol difuminaban los contornos de la coqueta Plaza del Castillo. En ese mismo instante, sin que pudiéramos siquiera imaginarlo, nos estábamos encaminando sin remedio hacia la epidemia más terrible que vayamos a conocer nunca. El quejido de la madera bajo nuestros pies se me figura ahora como el lamento de aquel que sabe lo que va a ocurrir. Porque aquellas estancias ya habían conocido una epidemia anterior: la mal llamada gripe española.
Apenas dieciséis meses después, volví a cobijarme en el Nuevo Casino para presentar este segundo libro, Que paren la rotativa, y cuando paseé mi mirada entre los asistentes y los vi, aislados en sus invisibles cápsulas y parapetados tras sus mascarillas, pensé en la posibilidad de estar habitando sin saberlo en una de esas series distópicas que tanto hechizo despiertan.
¡Y todavía hay quien me pregunta de dónde brotan las ideas para escribir una novela!
Una novela no es más que un fragmento de vida. Una sucesión de aquellos acontecimientos, a veces extraordinarios, a veces minúsculos, que se producen a diario y que conducen, casi siempre insospechadamente, a destinos inimaginables. Solo cuando se echa la vista atrás se pueden descubrir los puntos de inflexión que han ido jalonando nuestro camino y sellando nuestro destino.
Cuando escribí Tú no tienes la culpa comencé por el final, puesto que fue ese desenlace el que me hizo preguntarme cómo habrían sido las vidas de esas personas y cuáles las circunstancias que les habían empujado irremediablemente a encontrarse con su destino. Y la respuesta es que no hubo nada extraordinario, nada ajeno a las decisiones que tomaron, algunas importantes como la persona con la que compartes tu vida, otras insignificantes como la inocente conversación con un niño, y que terminaron provocando un cataclismo irremediable. El efecto mariposa.
En esta segunda novela, Que paren la rotativa, el proceso creativo ha sido el contrario. No empecé por el final. Pensé en un principio, y al recordar mis orígenes, vi que allí estaba el periodismo. En aquella época en la que nos tocaba decidir qué íbamos a hacer tras nuestra salida del colegio, tuve la inmensa suerte de tener claro lo que quería. Busqué en mi interior y recordé que yo sabía, desde siempre, que algún día sería periodista.
El periodismo no era entonces la profesión maltratada y a veces precarizada que en ocasiones injusta e injustificadamente nos puede parecer. Entonces todavía se consideraba una profesión necesaria para el buen funcionamiento de la sociedad y el devenir de la historia. Y es en ese contexto en el que quise que se situara esta novela, que parte de un trabajo de investigación sencillo y cotidiano, para desembocar en algo insospechado y oculto a simple vista.
El periodismo ha cambiado ¡y mucho! Pero también hemos cambiado nosotros. Durante el proceso de escritura y corrección de la novela, he pensado muchas veces en quién era cuando comencé periodismo hace muchos años y quién soy ahora. Y creo que, a pesar de los años transcurridos, a pesar de lo que la profesión ha cambiado, sigo manteniendo la opinión de que los medios de comunicación son imprescindibles para que una sociedad funcione. Sigue intacto mi interés por saber lo que ocurre y la curiosidad sobre por qué se producen los acontecimientos.
Todos los días me hago miles de preguntas.
Y, desde que escribo, aún me hago muchas más. Son preguntas que asaltan mi pensamiento cuando no tengo tiempo ni disponibilidad para responderlas, así que las apunto para revisarlas después. El resultado es que, si alguien cogiera mi móvil y accediera a la aplicación Notas, descubriría que allí he dejado preguntas cómo: ¿cuánto se tarda en morir en un garaje con el motor del coche encendido? ¿Por qué es mejor matar mediante envenenamiento? Y muchas otras cuestiones que necesito aclarar para seguir escribiendo y que, sin embargo, fuera de contexto pueden resultar sospechosas.
El contexto es esencial para los periodistas, puesto que las informaciones no pueden comprenderse en su totalidad si no van acompañadas de unas coordenadas espacio-temporales que den sentido a la noticia, que le aporten un significado más allá de lo inmediato. Necesitamos tener esa proyección para expresar las causas y consecuencias de cualquier hecho y llegar a desentrañar su interpretación plena.
Y el contexto de esta novela es que quise que trabajaran juntos dos modos de entender el periodismo, dos formas de enfrentar la profesión, ambas muy presentes en mí. El tiempo está demostrando que la solidez narrativa, la pulida escritura, el respeto a las fuentes, la paciencia y sobre todo la solidez y rigor de las informaciones no son incompatibles, ni deben serlo, con la utilización de los medios tecnológicos a nuestro alcance para lograr la máxima interacción, la instantaneidad y una viralidad hoy en día tan valorada.
Eso es lo que subyace bajo los prolegómenos de una fusión internacional que esconde a su vez una férrea resistencia interna y amenazas a su director general. Ese es el contexto en el que estos dos periodistas de diferentes generaciones y modos de entender la profesión se verán obligados a trabajar juntos en la investigación. Un thriller que mantiene el suspense hasta el final con una trama que rinde homenaje a una de las profesiones más hermosas y necesarias: el periodismo.
Terminando la presentación de esta segunda novela, mientras la pálida luz de febrero comenzaba a dar paso a los cobrizos reflejos de las farolas de la Plaza del Castillo, retorné de nuevo a mis orígenes, como había hecho aquel octubre de 2019 antes de que todo aconteciera, para, en esta ocasión, hablar de mi madre y recordar un episodio de mi infancia para mí fundamental. Cursaba yo tercero de EGB y enfermé con paperas. El médico aconsejó que permaneciera unos días en cama. Esa misma mañana mi madre bajó a la calle a comprarme un libro, y cuando me lo entregó me dijo: “Le he pedido al librero uno alegre, que te anime, y me ha dado este que debe de ser de unos niños”. Aquel libro era Oliver Twist y, aunque los protagonistas eran niños, la preciosa e inmortal historia de Dickens no destacaba por la alegría, pero sí por su capacidad para permanecer impresa en el alma.
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Autora: Marta Borruel Álvarez de Eulate. Título: ¡Que paren la rotativa!. Editorial: Eunate. Venta: Todostuslibros, Amazon y Casa del Libro.
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