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Jesús Carrasco: "La España rural empieza a ser escuchada" - Zenda
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Jesús Carrasco: «La España rural empieza a ser escuchada»

Carrasco nos regala una impecable narrativa, llena de travellings, enfoques y planos en los que el horizonte está en el lugar exacto que debe ocupar, y talla las palabras como un artesano, según el efecto que desee crear en la mente del lector.

(C) Iván Giménez – Seix Barral.

Tienes que acompañar a mamá de regreso a su lugar de origen. Que sienta que ha vivido, que este valle de lágrimas al que ha sido arrojada ha tenido algún sentido.

Este escritor exquisito, que irrumpió en la Literatura con mayúsculas con Intemperie (Seix Barral, 2013), nos lleva de nuevo a un terreno visual y sensorial con su reciente obra, Llévame a casa (Seix Barral, 2021). Jesús Carrasco nos narra ahora la historia de Juan, quien después pasar cuatro años en Edimburgo regresa al pueblo de su infancia y juventud tras fallecer su padre. Allí, en el hogar familiar donde el tiempo se detuvo, recibirá una noticia que trastocará no solo los planes que tenía, sino su vida entera y todas las certezas sobre las que había construido su nueva identidad en una idealizada Escocia.

Carrasco nos regala una impecable narrativa, llena de travellings, enfoques y planos en los que el horizonte está en el lugar exacto que debe ocupar, y talla las palabras como un artesano, según el efecto que desee crear en la mente del lector. Llévame a casa es un libro que no se lee, se recorre, física y emocionalmente, porque recobra el lenguaje y los significados de la infancia, en sincronía con los de la vejez, uniendo ambos en un círculo perfecto.

La memoria que se prende de las piedras y los ladrillos perdura más que la que sustenta la carne. Y llega el día en que se acuesta uno y no ha dedicado ni un solo segundo en la jornada al ser querido. Esa es la verdadera muerte. Pero no les pasa eso a las piedras ni a los metales.

Lo que ha escrito Jesús Carrasco es una composición magistral de evocaciones, de loa a los padres, al pueblo que acogió nuestras infancias, y pocos serán los que no encuentren en sus descripciones sensaciones que creían soterradas por la edad, olores de largos veranos, formas de expresarse, palabras y sonidos de campos agostados, de cantinas en los que discurrían aperitivos sin prisa, el centellante viento entrando por las ventanillas de un viejo coche. Y, tras todo ello, los padres, los abuelos, los viejos amigos. Lo que tal vez quedó atrás, suspendido en la historia de cada cual, cuando ese universo dejó de representarlo todo.

Los objetos son pequeños proyectores. Una luz que se enciende cuando se apaga la vida de quien los poseyó.

Los lectores reconocerán sus propias renuncias para forjarse un presente, siempre proyectado en el futuro. Lo ingenioso de esta novela es que el ejercicio de nuestro protagonista, Juan, sucede justamente a la inversa, pues se retira de su flamante vida en la mágica Edimburgo para viajar al pasado junto a su madre y así comprender que, en el fondo, ni era tan diferente de sus progenitores, ni la plenitud consistía en alejarse de lo que le hizo a él como persona. Al fin y al cabo, el lugar al que pertenece también será al que regrese alguien un día.

Madre, qué cremosidad, qué maravilla. Y qué abnegación la tuya, mi amor, le tendría que haber dicho su marido alguna vez en la vida. Y qué lealtad y qué dureza, que nunca te has quejado. Y de todos tirabas, como una mula, sin quejarte y sin que te viéramos llorar. Orgullo es lo que siento, mujer. Y gratitud. Pero nada de eso ha sido escuchado por ella en su vida.

Es duro asumir los torcimientos de las cosas, el óxido, la torpeza, el polvo y los relojes sin cuerda. Hay un abismo en el castillo familiar de naipes, cuando una de las piezas cae arrastrando al resto. Pero Jesús Carrasco ha logrado volver poético todo eso, porque detrás de toda decadencia muestra su renacer.

Mientras finalizaba los capítulos de esta extraordinaria novela, a menudo me preguntaba cómo demonios había conseguido Jesús Carrasco trazar cada detalle del escenario, perturbando y dejando, al mismo tiempo, los descansos necesarios. Solo he visto eso en Delibes, Pla o Baroja. No tengo más que quitarme el sombrero ante este prodigio de escritor-compositor y su nueva obra maestra. A mí, desde luego, me ha llevado a casa. Con ustedes también lo hará.

***

—Felicidades por la increíble obra que has escrito. Me recuerda a una composición musical, en la que cada nota ocupa el lugar exacto del pentagrama. ¿Tienes presente cada variante de lo que escribes, o hay momentos de improvisación?

"Es curioso cómo, cuando uno hurga en sus heridas, puede ser capaz de meter el dedo en las heridas de los otros. A todos nos duelen las mismas cosas"

—Gracias por tus palabras, Susana. Mientras escribo no puedo tener una perspectiva total del texto. Estoy tan metido que me resulta imposible premeditar cada variante. Suelo partir de una imagen inicial y tengo una idea más o menos cerrada del final. Lo suficiente, al menos, para saber el rumbo que debo tomar. También suele haber al principio una colección reducida de puntos de paso. Cuando he intentado escribir con una arquitectura previa muy cerrada, he terminado asfixiando el texto. A mí me funciona lograr un equilibrio entre ese boceto a carbón, muy grueso, y cierto arrojo durante el proceso. La consecuencia de ese arrojo, generalmente, son muchas páginas tiradas a la papelera.

—¿Cómo sales emocionalmente de una obra así?

—Cuando terminé de escribir sentí algo de temor. El material es muy cercano a mí y algunas personas a las que quiero. No quería, bajo ningún concepto, revelar la vida privada de nadie, empezando por la mía. Cuando esas personas leyeron el texto me sentí reconfortado. Es curioso cómo, cuando uno hurga en sus heridas, puede ser capaz de meter el dedo en las heridas de los otros. A todos nos duelen las mismas cosas.

© Ivan Giménez- Seix Barral

—¿Hay momentos nublados cuando escribes, o fluye simplemente la narración?

Depende de lo que escriba. La escritura de esta novela ha tenido muchos más momentos fluidos que nublados. Supongo que tiene que ver con que conocía bien la materia con la que trabajaba. Todo lo que aparece o sucede en la novela se encuentra en un radio corto: la casa, la familia, los padres.

—Conviertes un momento cotidiano en algo que se expande mucho más allá de sus márgenes. ¿La inspiración surge de lo breve, de lo que tenemos delante?

"No me siento más ni menos ligero que antes de empezar con esta historia. Las cuentas que yo pueda tener pendientes las resuelvo en privado con quien corresponda"

—A mí la idea de inspiración, al menos tal y como la entendemos comúnmente, me suena a algo mágico, una especie de rayo que te alcanza y te transforma en un médium que conecta un mundo invisible con uno real. Mi experiencia como escritor contradice esa idea mágica, fortuita. En mi caso, lo determinante tiene que ver con un entrenamiento de la mirada. Puede haber más literatura en un cuenco de barro que en la aventura más osada por los mares del sur. Depende de quién lo cuente y de cómo lo cuente.

—Veo que hay tintes autobiográficos en esta obra. ¿Querías volver a casa tú también?

—No ha habido en mí ninguna catarsis escribiendo este libro. Es cierto que el material, como decía, es en muchos casos personal, muy próximo a mí. No me siento más ni menos ligero que antes de empezar con esta historia. Las cuentas que yo pueda tener pendientes las resuelvo en privado con quien corresponda. Dicho esto, reconozco que hay una vuelta a casa, si me permites, escenográfica. Los paisajes toledanos o escoceses son paisajes a los que amo porque en ellos he vivido intensamente.

—Leyéndote me ha sucedido igual que con Intemperie: había palabras que no entendía, pero sí en el contexto, de modo que creo que el efecto era el mismo que si hubiera conocido su significado. ¿Quién o qué te enseñó el amor por el lenguaje?

—Mi padre, no sé si intencionadamente o no, nombraba para mí cada herramienta de su taller de encuadernador. Guarda, Cabezada, Tejuelo. Podría haberle ahorrado esos términos al niño que yo era, pero no lo hizo. Aquel taller lleno de libros a medio coser, que olía a engrudo pasado, estaba lleno de palabras muy específicas.

—También hay una sonoridad especial en este lenguaje que encaja con las situaciones que narras…

—Intento que el texto sea melódico. Es un plano que aparece muy nítidamente cuando se lee en voz alta, buscando las pausas y las respiraciones. El léxico acompaña, claro. En el caso de esta novela, la terminología es doméstica, lo que no tiene por qué implicar imprecisión. También la casa tiene su propia jerga.

—En el fondo las hortensias que cuida la madre no son muy distintas del rododendro de Juan. Solo cambia el escenario, pero a Juan le cuesta verlo. ¿Qué es lo que le hace alejarse? ¿Qué le impide, y uso una expresión de tu obra, pensar fuera de su piel?

"Es una familia que no bebe el agua en copas de cristal de Bohemia, sino en vasos de Nocilla. No hay muebles de nogal en la casa. Hay aglomerado, contrachapado, cartón, pallets. Estoy hablando, sin tener que explicitarlo, de una familia trabajadora española"

—Una especie de adolescencia extendida. Se ha permitido (y le han permitido) desatender ciertas responsabilidades que la vida adulta conlleva. Para él la vida empieza y termina en sí mismo. La realidad, y particularmente el cansancio de los demás, le harán ver lo que no estaba viendo. Le harán pensar fuera de su piel, como citas. Al margen de su egocentrismo o de su adolescencia, Juan se va porque los jóvenes se van. Tienen que irse. Una vida solo es plena si es autónoma. Vivir eternamente bajo la tutela o protección de otro es algo contrario a la naturaleza. El personaje necesita salir de su círculo de protección e inaugurar su propia vida con sus propias normas.

—El escenario natural me parece un espejo de los personajes, les acompasa. Lo mismo les sucede a los objetos, como la maquinara del padre (la India), o esa esquina fracturada de la mesa…

—Me considero, en cierto modo, un paisajista. Le doy la máxima importancia a lo que sucede alrededor de la acción y de los personajes. Ese paisaje puede ser amplio, como el de Intemperie, o doméstico, como el caso de esta novela. Ese repertorio de objetos, esa escenografía casera quiere expresar una forma de ser, una cultura, una época en la historia de España. En un sentido más restringido, esa colección de objetos cotidianos es un sustrato en el que pervive la memoria de la familia, su identidad. Es una familia que no bebe el agua en copas de cristal de Bohemia, sino en vasos de Nocilla. No hay muebles de nogal en la casa. Hay aglomerado, contrachapado, cartón, pallets. Estoy hablando, sin tener que explicitarlo, de una familia trabajadora española.

—Ese viejo coche cuatro latas que renace también a su manera, igual que el bar, o el taller donde Juan comparte sus días en compañía de amigo Fermín, son lugares de reunión. En Intemperie era poderosa la Tierra y sus muchas dolencias. Aquí también lo es, pero lo inanimado trasciende, me parece, en esta ocasión. ¿Es así?

—No había reparado en el hecho de que, en efecto, el viejo Renault 4 de la familia también vuelve a la vida. Los objetos son, por definición, inertes. Esa vuelta a la vida, ese impulso que anima los espacios, tiene que ver con el renacer de los personajes. Son ellos los que los re-habitan.

© Ivan Giménez- Seix Barral

—Te cito un fragmento precioso de tu novela: La tarde amarillea el cielo. Los campos que rodean el pueblo están todavía por cosechar. Las espigas aguantan erguidas a la espera de las máquinas. No hay brisa que las meza. Solo insectos revoloteando en la turbidez ardiente del aire. Una vez John Ford le dijo a Spielberg que el horizonte de un fotograma debía estar arriba, o abajo, pero nunca en medio. Este fragmento que te he puesto para mí es como ese horizonte ¿Dónde lo sitúas tú?

—Qué interesante esa reflexión de John Ford. Por algo es un pilar en la historia del cine. Entiendo esa afirmación como una toma de partido. Supongo que le está diciendo a Spielberg que elija qué es lo que quiere contar de verdad. En Intemperie la línea del horizonte estaba baja. Los personajes sentían la enormidad del cielo sobre sus cabezas. Aquí la línea está en la parte alta del fotograma. Lo que quería contar sucede en la tierra, en la casa. No se pierde en la amplitud del aire, sino que se concentra bajo el techo de una vivienda.

—Hay un momento que me encanta: cuando Juan piensa En esta mesa todos me quieren, acabada la carrera de San Silvestre junto a Fermín. Para mi es el verdadero punto de inflexión de esta dura y preciosa historia. No sé si sentiste lo mismo cuando lo escribiste.

—Para mí el punto de inflexión está un poco antes, no diré dónde. En esa escena que citas Juan cosecha sus primeras conclusiones. La semilla de su transformación ha sido sembrada, como te decía, algunas páginas atrás. Esa imagen de la reunión tras la carrera me gusta porque me resulta reconocible: ver una foto con amigos o con familiares, de un día compartido, y sentir que en esa imagen están tus afectos.

—Otro momento sublime es Fermín reprendiendo a Juan después de que éste se quejara de lo mal que funciona todo en España en comparación con Escocia: Te quejas de que a estas horas estás aquí, pasando calor, en lugar de allí, removiendo estiércol. Tú eres gilipollas. ¿De qué crees que está hecha esa mirada de los que yendo de vacaciones a un lugar rural piensan que son más listos por haber salido de ínsulas en medio de mesetas?

"Trescientas páginas de pura intensidad, entre otras cosas, pueden producir un efecto indeseado: el aburrimiento. Es preciso el contraste para que cada elemento cobre sentido y perfil"

—Esa mirada condescendiente, por ser suave, que algunos urbanitas pueden tener sobre el espacio rural, hunde sus raíces en una larga tradición de desprecio por ese espacio. Desde los centros de poder se nos ha vendido que el atraso se correspondía con el pueblo. Parece que la España negra solo puede tener como escenario lo rural. Como si no hubiese crueldad, crimen y corrupción en las ciudades. Por suerte ese arquetipo ya ha comenzado a ser desmontado. La España rural, esa que acertadamente se ha llamado vacía o vaciada, muestra su orgullo y dignidad. Ahora esa España empieza a ser escuchada, está en el debate público y yo lo celebro porque no podemos seguir viviendo en un país que le da la espalda a la mayor parte de su territorio. Un espacio inmenso que, además de estar habitado, atesora un patrimonio cultural y humano extraordinario.

—Siempre he querido hacerte una pregunta sobre Intemperie. Yo sé que parece ambientada en la posguerra, pero le veo tintes futuristas. Como en La carretera, de Cormac McCarthy. No sé si tal vez quisiste crear ese escenario ambiguo.

—Sí que quise recrear un escenario ambiguo. Lo que no pretendí es que la novela tuviera ecos apocalípticos. Simplemente crucé un tiempo y una experiencia. El tiempo puede ser el de un país que ha salido recientemente de una guerra crudelísima. La experiencia es la que yo mismo viví durante mi infancia a causa de la falta de agua. Durante el verano, lo normal era que el corte de suministro fuera desde media mañana a bien atardecido. Había que acumular agua en cubos para atender a la casa. Esto suena a escena de principios del siglo XX, pero estoy hablando de los años ochenta. No sé si somos conscientes de lo que España ha cambiado en tan poco tiempo.

—Hay momentos de la lectura que son muy dinámicos y de repente surge un descanso, una bocanada de aire, que yo por otra parte necesito como lectora. ¿Experimentas tú también la necesidad de cortar quizá cuando te acercas demasiado a un espanto, por así decirlo?

—Por supuesto. El descanso lo necesita el lector y lo necesito yo. Trescientas páginas de pura intensidad, entre otras cosas, pueden producir un efecto indeseado: el aburrimiento. Es preciso el contraste para que cada elemento cobre sentido y perfil, del mismo modo que el fin de semana es necesario para volver el lunes a trabajar con energía. Digo esto y pienso en la cantidad de personas que han perdido su empleo durante estos meses.

—¿Has encontrado con tu obra una respuesta a esto que tú escribes en la novela: qué hacer con un agujero negro que atrae y fagocita?

—No suelo sacar conclusiones existenciales de lo que escribo. Yo creo que esas experiencias llegan a las páginas del libro una vez vividas y procesadas. El libro sería, en ese sentido, un libro de cuentas ya saldadas o de cuentas de deudores que no soy yo.

—Es cierta esa contención de la que hablas en muchos de nuestros mayores, hijos del hambre y la guerra. La falta de ligereza estaba condicionada por todo, pero hicieron lo que pudieron. Y tú, con esta obra, pasas el testigo precisamente para comprenderlo, de la única forma posible: sin juicios.

"Muchas veces no me reconozco en lo que leo a partir de lo que he dicho. El paso del discurso oral, la charla más o menos cómplice, al titular de prensa, no es sencillo"

—Creo que la madurez trae, cuando es plena, una mirada pausada y más justa sobre la vida. Lo normal en un joven es que trate de subvertir las normas, ensayar con los límites y hasta ser petulante. Que un joven se muestre al mundo como alguien sobrado, por más que pueda parecer ridículo visto desde fuera, me parece propio de la edad. También ese discurso es una forma de tantear los límites de uno y los de los demás. Si todo va bien y uno ha experimentado con esos límites en el momento adecuado, puede llegar a la edad adulta con una visión más o menos justa de cómo funcionan las cosas. Yo no entendía por qué mis padres hacían las cosas que hacían. Ahora sí. Los entiendo a ellos y comprendo el momento histórico que les tocó vivir. Fueron la generación que llevó al país desde la escombrera postbélica hasta la democracia que, con sus virtudes y sus defectos, disfrutamos hoy. Agradezco a mis padres el sacrificio que hicieron y extiendo esa gratitud a todos los padres y madres que trabajaron para sacar a sus familias y a nuestro país adelante.

—¿Tu vida será, o es ya, la Literatura, o aún deseas mantener los anclajes en tu anterior profesión?

—Disfruté mucho trabajando en publicidad pero, ahora mismo, el lugar en el que deseo estar es la literatura.

El amor florece en las neveras llenas, en las sábanas planchadas, y no tiene por qué menguar con la distancia. Me quiero quedar con eso. No sé si quieres tú añadir algo más.

—Que es un placer poder contestar por escrito a tus preguntas. Muchas veces no me reconozco en lo que leo a partir de lo que he dicho. El paso del discurso oral, la charla más o menos cómplice, al titular de prensa, no es sencillo. A la hora de expresarme con precisión, me siento más cómodo siendo yo el que decide dónde va la coma en una frase.

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Autor: Jesús Carrasco. Título: Llévame a casa. Editorial: Seix Barral. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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Susana Rizo

Soy historiadora del arte-documentalista, y prisionera de Zenda desde sus orígenes. Escribir es un reto constante, y este lugar es el mejor para aprender, pues estoy rodeada de maestros.@SusanaRizo5

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