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Y un día crecimos - Zenda
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Y un día crecimos

Ilustración: Juan Carlos Viéitez. En el bosque suelen suceder muchas cosas porque es un sitio extraño, porque lo desconocemos, porque puede aparecer de repente cualquier peligro que no esperábamos, como por ejemplo un lobo feroz o una caída de hojas imprevista o un hada que te diga ven sígueme o un agujero que te lleve...

Ilustración: Juan Carlos Viéitez.

Yo de pequeño fui un niño gordo. Gordo como los troncos de los árboles tras cien años bajo sus cortezas. Gordo, tan gordo, que cuando entraba al bosque derramaba todos los troncos de los árboles al suelo y hacía desaparecer el bosque. Yo crecí torcido pero no por estar gordo, aunque también. Yo crecí torcido como aquella flor de allá o como la muela que duele al empujar. Y como había un pequeño desvío, una pequeña alteración en mí, a veces tenía que gritar. Y para eso me iba al bosque, para que no me escuchase nadie. Allí nadie podría oírme.

En el bosque suelen suceder muchas cosas porque es un sitio extraño, porque lo desconocemos, porque puede aparecer de repente cualquier peligro que no esperábamos, como por ejemplo un lobo feroz o una caída de hojas imprevista o un hada que te diga ven sígueme o un agujero que te lleve a otro mundo fantástico. Para que se me entienda, es como la ciudad pero con árboles que se derraman o que te susurran cosas o que te señalan los caminos o que simplemente te abrazan. Cuando crecí torcido como la flor de allá, los libros, las películas, las canciones y mis amigas hacían de grandes bosques donde podía gritar sin que se me escuchase en ningún otro sitio, hacían de bosques resistentes en los que podía pasar sin hacer ningún tipo de estropicio. Tuve la suerte, la gran suerte, de tener una juventud feliz.

Un día por el bosque me encontré con Dios o con un trozo de papel, no lo recuerdo muy bien. El caso es que me dijo (el uno o lo otro): “No vas a tener mayor sabiduría / simplemente es que vas a estar cansado”[1]. En el papelito ponía esto lo escribió Mariano Blatt. Dios me dijo que eso no lo decía él, pero como si lo dijera. Resulta que en mi juventud nunca estuve cansado; solo estoy cansado ahora porque me cuesta leer y escribir y me cuesta imaginarme una vida en el futuro y me cuesta, sobre todo, ver a mis amigas. Y eso cansa mucho. Mariano Blatt estuvo aquí y tenía razón.

***

Si juntara mi juventud sin cansancio en una bolsita infinita, o en una caja de mudanzas o en un bosque de más de cien años de antigüedad, metería a todas mis amigas y mi madre y el reguetón y los discos de Mecano y la música barroca de Johann Sebastian Bach y el disco 1999 de Love of Lesbian y algunos poemas de Pedro Salinas y los libros de Harry Potter y las películas de Harry Potter[2] y la película Las ventajas de ser un marginado en la que sale Emma Watson que también sale en las películas de Harry Potter y la película Lizzie Superstar y el amor o la idea del amor adolescente y la idea del amor romántico y mis perritas durante los años que vivieron las dos juntas en mi casa y el parque donde me juntaba siempre con mis amigas y empezamos todas juntas a fumar y a beber y reír y a hacernos fotos y subirlas a las redes sociales y a empezar a hacernos mayores y a olvidarnos de las películas y los libros y las canciones y las fotos que hacían de nuestra juventud una juventud sin cansancio… metería todo eso dentro y miraría entonces esa bolsita infinita o esa caja de mudanzas o ese bosque de más de cien años de antigüedad y sonreiría[3].

Cuando leo Mi juventud unida puedo abrir esas cajas y puedo abrir otras nuevas que siempre permanecieron cerradas. Cuando abro mi juventud unida puedo ver

El Paraíso,
el Espacio Exterior,
una foto de un lugar abierto,
el ruido que hacen las estrellas
y el que no nos dejan hacer.[4]

Quizás, pienso, podría salir del bosque, pero allí habría contaminación lumínica, tan solo “la luz de una estrella” o “la de muchas”, y fuera no podría mirar a los chicos, a los pibes, a “un chico re lindo bailando re bien”[5]. En el momento en el que los pensamientos no me dejan pensar, amarro fuerte mi juventud unida y la pongo sobre la mesa. Es una mesa que me hice con un árbol del bosque. Desde aquí pido perdón por la tala indiscriminada y por no haber sido a veces un buen amigo.

***

En el momento en el que los pensamientos se convierten en ruido yo busco la música, a veces hasta corro hacia la música y voy preguntando a aquellos con quienes me encuentro: oye, me han dicho que por aquí hay una fiesta, ¿sabes por dónde es? La vaca que quiere pan me mira confundida: no sé nada de una fiesta, ¿pero tienes pan? Yo saco de mi bolsillo un trozo y mientras la vaquita muerde el tarugo empiezo a oír más fuerte una música que viene de allá a lo lejos[6]. Así que la sigo mientras dios me dice por megáfono “Andá a la fiesta / volvé en subte / no te quedes dormido”[7] y encuentro un chico en una moto que me dice que sabe dónde es exactamente la fiesta, así que me subo con él dirección a la fiesta más lejana del mundo.

Llegamos y todo parece hecho a medida para caber en un poema porque es verano y hay “música electrónica refuerte” y hay distintas personas y animales que me cuentan historias “tipo me contaron una de que se escuchaban lobos, yo flashé que se veían lobos pasando corriendo por las esquinas a la noche, me contaron una del árbol más alto pero para mí cualquiera igual lo mejor es que ni me importa lo más lindo era la historia así que la re disfruté” y pienso “ahora, escribir poesía me re gustaría”[8]. Pero no lo hago porque me apetece más quedarme bailando.

Aunque vayamos a lo importante. Yo una vez fui al colegio y a la universidad y me dijeron que la poesía era poner las palabras de forma extraña y retorcerlas como se estruja un paño mojado para que no tenga tanta agua. Me contaron que había gente que se había dedicado por completo a intentar encontrar los significados ocultos a los poemas como si los poemas fueran un tesoro escondido en una isla y no la playa de la isla cuando le da el sol. Yo una vez en la universidad leí un textito de un formalista ruso llamado Víktor Shklovski que decía que había literatura en la que “la vida desaparece, convirtiéndose en nada”[9]. Pero luego te encuentras con libros como el de Mariano Blatt, un pibe nacido en 1983 en Buenos Aires, donde la vida pega fuerte como el sol en la playa o como cuando escuchas tus canciones favoritas de Lana Del Rey o de Belle & Sebastian y dices claro, ese formalista tenía razón, aquí hay vida. Eso o es que yo solo entiendo la poesía que sí se entiende.

***

Cuando creces, cuando los huesos empiezan a doler porque empiezan a estirar, cuando logras tocar con los pies los bordes de la cama, las palabras se vuelven raras. Algunas, incluso, hacen un daño extraño que no puedes entender. Cuando yo crecí torcido, me gustaba imaginarme mirando a los chicos, me gustaba creer que en algún momento bailaría con todos ellos y los miraría a los ojos y a la boca y que me subiría a sus motos y me llevarían a sitios alejados de la ciudad[10]. Allí, muy lejos, yo le diría qué sitio tan bonito, es un locus amoenus como los que salen en los libros y el chico me besaría y “la vida [sería] entonces una cosa real porque pasaba adentro mío y otra un poco más afuera justo arriba de la cabeza como un tubito amarillo que a veces crecía y a veces se achicaba hasta casi casi desaparecer”[11].

Pero mirar a los chicos, los besos y los locus amoenus llegaron después. Un poco después llegaron las fiestas, los bailes, los papelitos de locura. Un poco después me despedí de dios y me rompieron el corazón, que lo tenía muy chico[12]. Un poco después las palabras dolían de otra forma y empecé a tener mis historias y a enlazarlas con las películas que veía y con la literatura que leía. Un poco después, el bosque fue talado por completo y en su lugar pusieron un edificio neoclásico que ahora tiene goteras. Yo descubrí a Mariano Blatt ya entrado en la veintena, es decir, en la segunda adolescencia. Ojalá haberme encontrado con este libro un día cuando aún era un niño o un adolescente que corría hacia el bosque para gritar sin que nadie me oyese. Quizás no hubiera tenido que gritar tanto o tan alto.

—————————————

[1]  Del poema “Vas a ser hombre de menos palabras” (pág. 94).

[2] Nota aclaratoria: pirateen, pidan prestados o compren de segunda mano cualquier producto relacionado con esta saga para no contribuir a la riqueza de una señora que niega los derechos y las vidas de las personas trans.

[3] Este párrafo ha sido escrito releyendo el poema “me tengo que ir me están esperando te quiero mucho…” (págs. 79-80).

[4] Del poema “El Paraíso, el Espacio Exterior” (págs. 67-77).

[5] Ídem.

[6] La imagen del pan y de la vaca la saco libre y distorsionadamente del poema “Kevin” (págs. 122-124).

[7] Reproduzco por completo el poema “Pantalones así, remeritas así” (pág. 99).

[8] Del poema “Verano que toma sol” (págs. 87 y 88).

[9] De “El arte como artificio” de Víktor Shklovski.

[10] De los poemas “Una galaxia llamada Ramón” (págs. 145-152) y “Perdón” (pág. 254).

[11] Del poema “Papelitos de locura” (págs. 175-179).

[12] Del pasaje: “Ramón tengo el corazón muy chico / y vos sos muy grande, capaz por eso me duele” del poema “Una galaxia llamada Ramón” (pág. 150).

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Autor: Mariano Blatt. Título: Mi juventud unida. Editorial: Eterna Cadencia. Venta: Todostuslibros.

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Juanpe Sánchez López

Juanpe Sánchez López (1994) nació en Alicante y vive en Madrid. Es graduado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y ha estudiado el máster en Estudios Literarios. Actualmente cursa el máster en Teoría y Crítica de la Cultura y prepara la publicación de su libro para otoño de 2021 con Letraversal.

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