…y olvida que eres un ser humano.
Mírate en el espejo. ¿Qué ves? ¿Piel, músculos, pelo? No son más —ni menos— que células y sus productos; entre ellos, proteínas.
Limítate a pensar en ti como un conjunto de células agrupadas, especializadas, que —coordinadas— trabajan juntas. Asume esta simplificación para poder entender por qué eres como eres.
La especialización de tus células, las diferentes funciones que realizan, genera tal versatilidad que permite crear organismos tan complejos como el que ahora mismo tienes frente al espejo. Sí, asúmelo, tú que siempre te habías considerado una persona normal, resulta que no: eres un ser complejo.
«Ojalá yo fuese tan versátil como mis células», susurra alguien a mi espalda mientras aporreo el teclado en la biblioteca. Me giro, es un joven con un tocho de apuntes que me muestra a modo de disculpa: está opositando. «Lo eres», le respondo. Arquea las cejas sorprendido y se marcha con una sonrisa en el rostro.
La versatilidad, esa capacidad de adaptación a la función adecuada, es la que nos ha traído hasta aquí. Versatilidad, variabilidad, adaptación… ¿no lo hueles? Es el aroma de la evolución, es la esencia de nuestra Historia. Los seres vivos no surgimos de la nada. Existe un origen y un proceso de cambios que han permitido la existencia de una gran cantidad de especies —la biodiversidad— y la evolución del complejo organismo en el que te has convertido y que ahora mismo, sorprendido, se ve reflejado en el espejo.
Estos cambios, protagonistas de tu historia, de convertirte en lo que eres, están mediados por la presión selectiva a la que nos hemos visto sometidos (y lo hacemos en la actualidad) en los distintos entornos en los que nos ha tocado vivir. Una presión que afianza dichos cambios en aquellos que se adaptan. Sobra decir lo que sucede si no te adaptas.
Esto no es nada nuevo. La teoría de la evolución a través de la selección natural, explicada de forma paralela e independiente por Alfred Russel Wallace y Charles Darwin, es un hecho demostrado.
Pero lo que Wallace y Darwin no supieron discernir es qué produce dichos cambios, a qué se debe la variabilidad que ha permitido la explosión de vida actual. La respuesta se conoce como mutación: cambios en el ADN. Para ser más exactos, las mutaciones son cambios que se producen en los genes, las unidades funcionales del ADN que almacenan la información y desde la cual surgirán las moléculas que nos definirán: las proteínas. Muchas de estas mutaciones no producirán efecto alguno, pero otras generarán alteraciones tan profundas que podrán llegar a afectar a la proteína que se sintetizará a partir de ese gen.
Las proteínas, como consecuencia de estas drásticas modificaciones, serán diferentes, y el resultado puede ir desde una posible alteración que acabe con la muerte de la célula hasta una ventaja con la que no contábamos, y que permita a ese grupo de células sobrevivir en unas condiciones determinadas, tal vez nuevas e inesperadas.
Dicen que la familia no se elije. Los genes tampoco, al menos de momento. Así que se supone que eres lo que tus células deciden por ti, lo que tus genes dictan, irremediablemente. ¿O no?
Obviamente, la respuesta es no. ADN, genes, proteínas, cambios, evolución, herencia. Todo perfectamente imbricado por el bioquímico y guionista Carlos Romá en su libro La epigenética. Una obra que te hará perder el miedo a hacerte preguntas, un libro en el que comprenderás que no solo eres aquello que impone tu ADN, un texto en el que encontrarás que los mecanismos de las células, de tus células, hacen que seas un ser tremendamente complejo.
«Somos algo más que los efectos de los genes en el organismo», vino a decir Conrad H. Waddington consciente de que tenía que haber algo que influyera en la variabilidad y diversidad en la adaptación de las poblaciones. Cuanta razón tenía el filósofo y científico escocés. Pese a lo que se pensaba inicialmente, los efectos de los genes no son irreversibles. Y la epigenética, una disciplina nada nueva pero en auge, ha llegado para derribar el muro del determinismo genético y deducir los mecanismos a través de los cuales se explica un nivel extra de regulación genética.
Desde hace mucho tiempo la genética se ha encargado de dilucidar por qué heredamos el color de ojos, el del cabello o qué esconde el misterioso ADN mitocondrial que solo heredamos de la madre. Pero existe algo que va más allá de la genética y que la ciencia trata de desentrañar.
¿Puede heredarse la pasión por el fútbol o el miedo a las arañas?
Los condicionamientos externos (el ambiente) pueden dejar marcas en los genes sin que el ADN sufra mutaciones, y estas marcas pueden alterar la función de proteínas, marcas que —incluso— podrían heredarse. Si nos quedásemos ahí, en la superficie, Lamarck estaría frotándose las manos al leer esto (si no llevase muerto casi 200 años). Pero nada más lejos de la realidad. No nos dejemos llevar por el sensacionalismo y centrémonos. Esto no quiere decir que sea el ambiente el que determine lo que somos, porque al final los genes tienen la última palabra, pero sí puede hacer modificaciones que en muchos casos no sabemos cómo nos van a afectar.
Lo que eres y lo que podrías llegar a ser no solo está en las respuestas que ya tenemos, también en las preguntas que nos hacemos.
Olvida lo que crees que eres… forma parte de la colaboración de Principia con Zenda. Ilustración de Ángela Alcalá.
Autor:Carlos Romá Mateo. Título: La epigenética (Colección ¿Qué sabemos de…?) Editorial:Los libros de la Catarata; Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Edición: Papel
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