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'Cadena perpetua': esperanza y redención - Zenda
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‘Cadena perpetua’: esperanza y redención

Hace tiempo que esta película dejó de ser solamente la adaptación de Stephen King favorita de aquellos a quienes no les gusta Stephen King, y tras pasar muy modestamente por los cines se convirtió en una de las cintas más alquiladas en vídeo de la historia, gracias al boca-a-oreja. Ni siquiera siete nominaciones a los...

Hace tiempo que esta película dejó de ser solamente la adaptación de Stephen King favorita de aquellos a quienes no les gusta Stephen King, y tras pasar muy modestamente por los cines se convirtió en una de las cintas más alquiladas en vídeo de la historia, gracias al boca-a-oreja. Ni siquiera siete nominaciones a los Oscar levantaron la taquilla, pero la bola siguió creciendo y siempre aparece en los primeros puestos de multitud de listas sobre las mejores películas de la historia. En imdb.com, la base de datos por excelencia en el mundo del cine, donde una lista en constante renovación sale de los votos puros y duros de los usuarios, lleva desde 2008 en el número 1 aguantando el tipo firmemente ante El Padrino. La historia ocurre casi al completo en la cárcel de Shawshank, que da nombre al título original, The Shawshank Redemption, a partir de 1946. En ella, la voz y la gran actuación de Morgan Freeman nos llevan de la mano por las celdas, los patios, los comedores y las mentes de un grupo de reclusos que no poseen «nada más que una vida echada a perder y todo el tiempo del mundo para pensar en ello». ¿Merece la pena tener esperanza o no?

Siete nominaciones a los Oscar (ninguna conseguida): Película (Niki Marvin), Guión adaptado (Frank Darabont), Actor (Morgan Freeman), Fotografía (Roger Deakins), Música (Thomas Newman), Sonido (Robert J Litt y equipo), Montaje (Richard Francis-Bruce)

[Aviso de spoilers con bikini de pieles en todo el texto]

Las críticas estuvieron divididas cuando se estrenó la película en el festival de Toronto en septiembre de 1994, pero cuanto más tiempo pasa más claro está que si no entra para todos en el calificativo de obra maestra, al menos sí en el de película que uno no debe morirse sin ver. El principal debate parece ser sobre si es o no un film pasteloso o buenista. Ciertamente, el guionista y director, Frank Darabont, admite su gusto por el cine de Frank Capra, y ha afirmado siempre que esta es una historia sobre la amistad y la fortaleza mental ante la adversidad. Si estos meros términos ya implican, para ojos y oídos que solo entienden el cinismo, que estamos ante cielos azules y nubes de algodón, pues entonces la acusación será verdadera y ellos se lo perderán. Porque no es ese tipo de historia. Hace tiempo leí una gran frase sobre este film, diciendo que «es una película que se gana su derecho a ponerse sentimental». Y ahí está la clave: sentimental, no sentimentaloide.

El filme está trufado de momentos que uno tendría que tener un corazón de piedra para que no se le metieran dentro, y aun así, a quien no le afecten las escenas del final en Zihuatanejo, la ópera de Mozart o siquiera las cervezas en el tejado, no puede quedar indiferente ante el destino del viejo bibliotecario, por ejemplo, o las sucesivas entrevistas de la condicional de Red (Morgan Freeman) tras 20, 30 y 40 años encerrado. Y quien sólo responda al cinismo, las escenas de Andy Dufresne (Tim Robbins) haciendo la declaración de hacienda al personal entero de la cárcel y de cómo acaban el carcelero y el alcaide recibiendo su merecido bien valen la historia completa. Incluso la manera en que Andy sobrevive a la implacable persecución sodomita de Las Hermanas queda plenamente justificada: Andy no se zafa por darle un cabezazo en la ducha al jefe de ellos, como hace Clint Eastwood en Alcatraz, sino porque su habilidad financiera lo hace extremadamente valioso para los que tienen la sartén (y la porra) por el mango.

La historia en sí se sostiene sola muy bien, a pesar de que siempre se pueden poner pegas, como que el plan de Andy al final sale demasiado perfecto, a pesar del tiempo que tarda en llevarlo a cabo, o que los registros de celdas son un tanto ineptos (en particular no mirar NUNCA tras el póster, no ya desde siempre, sino en particular tras la fuga), pero queda firmemente apuntalada por la narración de Red. Aquí vuelvo a uno de mis temas mascota, que es el de la voz en off, y este es otro de los ejemplos que demuestran que es un recurso altamente efectivo a la hora de contar una historia, que en el fondo es de lo que se trata en el cine, por mucho que haya quien se ponga estupendo al respecto. Lo curioso es que en este caso Red a menudo no nos cuenta cosas que no sepamos, lo que se supone que debería ser uno de los usos canónicos de la voz en off: las escenas en que llegan los nuevos presos, su primera noche y muchas otras no contienen nada que necesite aclaración vocal. Todo lo que aportan se puede absorber solo con la actuación convencional de los actores. Pero la voz clara y calmada de Morgan Freeman da una autoridad casi moral (o sin casi) al relato. A propósito, otra cosa que se dice es que si es una película demasiado larga. No lo es, son unos 130 minutos sin títulos de crédito. Lo que pasa es que Red lleva un ritmo tranquilo. Nunca lento, sino elegante, al paso que va la rutina de un grupo de presos con décadas de estancia en la cárcel. Al saber el espectador que Red lleva allí 20 años, que el fracaso en su entrevista de la condicional no le provoca gran sorpresa ni disgusto («same shit, different day») y que es el que organiza el contrabando dentro de la prisión, el espectador sabe que está oyendo una voz a la vez experimentada, escarmentada, inteligente, sabia y no carente de fiabilidad. Al fin y al cabo, hay que cumplir con los pedidos y pagar y cobrar apuestas a rajatabla, porque ¿adónde vas a escaparte si no? Cuando más adelante sepamos que lamenta profundamente el error que lo llevó entre rejas durante 40 años, a todo eso podemos añadirle humanidad y merecimiento de una nueva oportunidad. Así pues, ante una figura así, su interpretación y comentario de los hechos tienen valor de ley. Si a Red se le ocurriera decir que hay que soltar a todos los presos, abrirías la verja tú mismo, y si dijera que a la silla eléctrica todos, te pondrías el primero en la cola para darle al resorte. De hecho, aunque esté contando la vida y milagros de Andy Dufresne, seguramente por modestia propia, la película trata sobre él, y la «redemption» del título original es más suya que de Andy. Al fin y al cabo, Andy no cometió ningún delito, y no tiene de qué redimirse.

Otro ejemplo de voz en off, espléndido y casi estremecedor, es el de Brooks Hatlen (James Whitmore), el viejo bibliotecario a quien liberan en su vejez tras 50 años de prisión. Si no me equivoco, estuvo preso de 1905 a 1955, y su descripción, a través de la carta que manda a sus excompañeros antes de suicidarse, de cómo ha cambiado el mundo en este tiempo y de cómo él ya no vale para esto, es de lo mejor de la película, si no lo mejor. Aconsejo oírla en versión original si no se ha hecho.

Aparte de gran ejemplo para ilustrar un tema técnico, también es un ejemplo perfecto del tipo de escenas que han dado a Cadena perpetua la consideración que hoy tiene. La de Brooks acaba mal, mientras que la de las cervezas en el tejado acaba bien, por ejemplo, y la de la ópera en el altavoz ni bien ni mal exactamente. Pero todas comparten una raíz, que es la sensibilidad. De nuevo, no confundirla con otra cosa, que es la sensiblería. Y esto queda explicado muy bien en estas dos escenas que se acaban de mencionar.

La escena de las cervezas se cita a menudo como uno de los ejemplos de que el tema central del film es la exaltación de la amistad. Francamente, yo creo que las mejores escenas sobre la amistad no tienen que llevar rótulo puesto, para empezar, y para seguir, en este caso mi lectura es que Andy no busca tanto agradar a sus «amigos» en búsqueda del «oh, qué bonito» cuanto lograr un momento perfecto que le recuerde a sí mismo lo que es una vida humana y normal. Y parte de ese momento perfecto es ver al grupo entero de convictos siendo tratados con una medida de respeto cuando hacen algo bien. Han currado duro bajo el sol, luego unas cervecitas están merecidas, ¿no? Andy fue quien tuvo la idea de hacerle el favor al capitán, así que no tenía por qué haber pedido favores para otros. Es más, él ni bebe alcohol siquiera, después de aquella noche fatídica. Andy es descrito por el juez que lo sentencia como alguien frío y calculador, y Red también lo ve como alguien introvertido e individualista (y de paso, su descripción de cómo Andy «paseaba» por la prisión como si estuviera en el parque por voluntad propia es uno de los ejemplos del efecto de la narración de Red sobre el público que decíamos antes). Por lo tanto, Andy, según yo lo veo, ha tenido ese gesto más para sí mismo que para con los demás, y lo demuestra quedándose aparte mientras los demás beben. Su excusa es que no toca el alcohol desde que el whisky lo metió en el lío del asesinato de su esposa, pero esa sonrisilla desde la distancia es la de quien está contento con algo que ha hecho, que ha provocado, él.

Lo mismo ocurre con la biblioteca, por ejemplo. Andy no la pone en pie para tener más libros que leer él, sino para tener un proyecto, para sentirse más humano, para que aquello deje de parecer «simples muros de piedra», como le dice a Red cuando ambos debaten sobre si merece la pena tener esperanza o no. El hecho de que esos libros ayuden a otros parece ser casi un efecto colateral. Y lo de la ópera es el ejemplo más claro: Andy sabe perfectamente que se va a buscar una bronca de no te menees por darse el caprichito de poner una aria de Las bodas de Fígaro por los altavoces comunes de la prisión, justo además cuando ya tenía a los jefes en el bolsillo. Pues nada, para allá va. Es un momento que se le antoja, y lo lleva a cabo caiga quien caiga. Es más, es una pena que no se haya explorado en el guión la posibilidad de que Andy fuera realmente culpable del crimen. O mejor dicho, sí se explora, ya que no se nos muestra nunca qué ocurrió en realidad, y no es hasta que aparece el joven Tommy (Gil Bellows) cuando sabemos a ciencia cierta que el asesino de la pareja fue otro, pero habría sido muy interesante ver a un Andy capaz de matar por la frustración del engaño amoroso, en gran parte causado por su propia personalidad cerrada, metódica y fría, que luego se redime a través de su labor con la biblioteca y los alumnos de graduado escolar como Tommy. ¿Qué opinión tendría el público de alguien así? Persona mayormente decente, pero doble asesino. Obviamente, la historia como está no funcionaría igual, ya que el asesinato de Tommy es lo que cae como una losa sobre el capitán Hadley (Clancy Brown) y el alcaide (Bob Gunton), pero habría quedado redondo y con mucha chicha que discutir.

Otro tema es el de qué imagen de la cárcel da la película. Hay quien dice que se ve un ambiente tan coleguil y familiar que hasta dan ganas de vivir allí. Bueno, pues que lo intente, incluyendo por supuesto acosadores sexuales de tres en tres, carceleros sádicos y un cacho de patio como único horizonte. Yo no sé cómo será ni es ni era la vida en prisiones occidentales, pero imagino que si hay presos que viven o vivieron en ellas tres décadas o más, será porque más o menos se vive y se convive y hasta se hacen si no amigos al menos compañeros de existencia. Stephen King ha dicho que es una historia en la que simplemente condensó las películas de presos que vio de niño y joven. No es importante el detalle, sino la historia, que si no es «vera» es al menos «ben trovata». Apartándose de temas morales como si el sistema penal es justo o de si tal delito debe o no conllevar tal otro castigo, es un relato con un solo mensaje, en realidad. En la prisión, como en la vida, hay dos formas de encarar lo que te queda: «Get busy living or get busy dying». Y eso tanto los cínicos como los buenistas lo pueden entender y aprovechar, cada uno en su inimitable estilo.

A todo esto, la película adapta un relato de Stephen King cuyo título completo es Rita Hayworth and Shawshank Redemption, y que se puede leer principalmente en el recopilatorio Different Seasons, publicado en 1982, junto a otras tres historias suyas, dos de las cuales (The Body y Apt Pupil) también fueron adaptadas al cine (Cuenta conmigo y Verano de corrupción). La adaptación es muy fiel, aunque hay algunos cambios: por ejemplo, todos los diferentes capitanes de la guardia y alcaides de la prisión en tres décadas quedan reducidos a un solo personaje por cada, y ninguno se suicida. Hay más pósters de chicas guapas que van pasando por las paredes de Andy, y el último es el de la cantante de country Linda Ronstadt, de mucha menos fama global que Rita, Marilyn o Raquel, claro. Tommy Williams es trasladado a otra prisión para evitar que Andy se libre en lugar de ser asesinado. Para compensar, también conocemos la razón de que Red esté en prisión: mató a su esposa aposta (y a una amiga de ella como efecto colateral) estropeando los frenos de su coche para cobrar su seguro de vida, todo ello con total sangre fría y conocimiento de causa. Por muy bien que te caiga luego Red, cada uno decidirá si en algún momento merece la pena perdonarle algo así, aunque sea tras 40 años encerrado.

Y para acabar, se puede hacer todavía una última reflexión sobre los añadidos fílmicos a un relato escrito y cómo se quedan en la memoria, y es que varias de las escenas más memorables de la película no aparecen en la historia original, entre ellas la ópera, la liberación del viejo Hatlen, e incluso el final donde vemos que Red en efecto consigue llegar a Zihuatanejo, donde Andy lo espera con su mar y sus barcas, como siempre planeó (King, siempre en plan autor estrujacorazones, cierra su historia antes de que Red, tras haber encontrado la anacrónica piedra volcánica en los campos de heno del estado de Maine, cruce la frontera dejando su manuscrito sin terminar). Incluso la identidad del propio Red, concebido en principio como un pelirrojo (de ahí el apodo) de raza blanca y origen irlandés o polaco, quedará para siempre en la mente de todos con la nariz ancha, las marcas faciales y el cabello rizado de un actor que también hizo de Nelson Mandela, del primer presidente negro de Estados Unidos, e incluso de Dios.

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