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La cara B de una biografía - Zenda
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La cara B de una biografía

Qué verdades eran esas que con tanto ahínco trataba de ocultar Aretha. ¿Que su madre, cantante de gospel, abandonó a su padre por mujeriego cuando ella tan sólo tenía seis años? ¿Que su padre predicador controló su vida hasta la muerte y jamás pudo acallar los rumores que pesaban sobre él por incesto? ¿Que quedó...

«Como muchos de ustedes saben, hay un libro de pacotilla que está lleno de mentiras y más mentiras sobre mí. Obviamente el autor está lleno de rencor porque yo quité algunas afirmaciones delirantes que tuvo el descaro de tratar de poner en el libro que escribí 15 años atrás. Evidentemente, ha estado cargando con su odio desde entonces.» Las palabras de enojo provienen de Aretha Franklin (1942-2018), el libro que escribió hace tres lustros es Aretha: From These Roots (todavía sin traducción al castellano), y el “libro de pacotilla” es el que ahora acaba de aparecer, que ha salido de la pluma del mismo odioso especialista que guiara los pasos de la diva al encarar su autobiografía, David Ritz. En 1999, ambos se llevaron un Grammy por aquella colaboración, edulcorada hasta el tuétano. Tanto que el escritor, que antes había puesto algo más que la guinda a las autobiografías de Ray Charles, Marvin Gaye, B. B. King, Etta James, Smokey Robinson, Janet Jackson y Lenny Kravitz (por cierto, esta última recién publicada también por Libros del Kultrum), decidió hacer las paces con su propia conciencia y entregar cuatro años antes del fallecimiento de la Reina del Soul su particular mirada al universo de una de las cantantes más sublimes, dotadas, reverenciadas e incuestionables de la música de cualquier tiempo. Huelga decir que la visión del descarado David Ritz sobre la vida de Aretha Franklin llevaba implícita la desautorización anunciada de la autora de «Think» o «Dr. Feelgood». Todo quedó, sin embargo, en el comunicado que abre estas líneas, tal vez porque lo que intentaba la cantante no era ocultar la verdad —eran episodios conocidos por allegados y seguidores—, sino ocultar tanta verdad de golpe. La misma que se transparentaba en los ojos increíbles y luminosos donde Jerry Wexler, su productor insignia en la etapa dorada de la discográfica Atlantic, pudo ver “un dolor indescriptible (…). Ignoro qué le producía tanta angustia, sólo sé que la angustia está tan presente en su vida como la gloria en su aura musical”.

"Nueva York se convertía así en el epicentro de la música soul madura, una antena para radiar a los cuatro vientos que hay otros mundos, pero todos caben en la voz de Aretha"

Qué verdades eran esas que con tanto ahínco trataba de ocultar Aretha. ¿Que su madre, cantante de gospel, abandonó a su padre por mujeriego cuando ella tan sólo tenía seis años? ¿Que su padre predicador controló su vida hasta la muerte y jamás pudo acallar los rumores que pesaban sobre él por incesto? ¿Que quedó huérfana de madre a los diez? ¿Que Aretha fue madre con doce años y luego repitió la experiencia con catorce? ¿Que su primer marido fue un maltratador? ¿Que padeció alcoholismo hasta bien entrada la década de los setenta? ¿Que sufrió gula nerviosa? ¿Que la depresión siempre fue un fantasma difícil de lidiar? ¿Que la fobia a volar impidió que el mundo conociera de primera mano las muestras de su arte? ¿Que se casó con el antiguo proxeneta Ted White para escapar del control parental? ¿Que unos ladronzuelos acabasen a tiros con la vida de su padre? ¿Que sus hermanos murieran de cáncer? ¿Que sintiera los rigores de la vida cuando el mundo pedía divas más jóvenes y sin tanta rebeldía en sus entrañas? ¿Que dentro de la Aretha que conocíamos habitaba una Aretha que pugnaba por jugar al escondite y llamar la atención a un tiempo? ¿Que necesitó el éxito a toda costa, dado que entendió muy pronto que para ser alguien debía ser única? ¿Que el autoengaño fue su mejor ficción?

Son las verdades que la cantante, tan controladora como atormentada, jamás hubiera ofrecido por sí misma. Eso corre de la mano de familiares, managers, músicos, productores y un elenco de personas muy cercano a la cantante, como su hermana mayor Erma, que no ocultó que en el circuito gospel de los años cincuenta se rompieron “barreras propias de la infancia” (aunque al recordar la aventura de The Jackson 5 queda claro que el asunto se estiró hasta bien entrados los setenta), a los que pocos andaban ajenos. Sabemos así que el bofetón se usaba como caricia, y que habían caricias que iban más allá, que la chica deseaba fichar por Motown (música terapéutica, a juicio de la lenguaraz Fran Lebowitz, además de ser “una droga que no mata”), que el reverendo la abofeteaba y que la hacía fichar por Columbia en un error de cálculo que no se resolvió hasta que en 1966 fichó por la discográfica de los hermanos Ertegün, que por entonces estaba a punto de ser fagocitada por Warner Music. Nueva York se convertía así en el epicentro de la música soul madura, una antena para radiar a los cuatro vientos que hay otros mundos, pero todos caben en la voz de Aretha.

"Se centra en la obstinación con la que impuso la música como único credo y asidero para sobrellevar la vida de quien a todas luces se ha convertido en la más prodigiosa cantante que haya dado la canción popular afroamericana"

Como explica en la introducción Manuel de la Fuente, editor y traductor de esta Apología y martirologio de la Reina del Soul, en esas verdades citadas caben dos muy grandes, tanto que si quedaron algo ocultas fue por la humildad con la que la cantante de Memphis (Premio Pulitzer póstumo en 2019 por su contribución durante medio siglo a la cultura estadounidense) las manejó desde que diera sus primeros pasos como estrella góspel en su Detroit de adopción. La primera tiene que ver con su compromiso social hacia los desfavorecidos y al posicionamiento sin remilgos ante las injusticias de la comunidad negra —hizo suyo el tema «Respect» de Otis Redding hasta convertirlo en himno, del mismo modo que en el biopic Respect: La historia de Aretha Franklin (Liesl Tommy, con guion de Tracey Scott Wilson, MGM, 2020) que se espera para verano de 2021, tras los retrasos covidianos impertinentes, se escucha a una inspirada Jennifer Hudson en el papel de la cantante decir que “debes perturbar la paz cuando no puedes obtenerla”—; la segunda verdad, acaso la más poderosa de cuantas se han citado aquí, se centra en la obstinación con la que impuso la música como único credo y asidero para sobrellevar la vida de quien a todas luces se ha convertido en la más prodigiosa cantante que haya dado la canción popular afroamericana. David Ritz, el escriba de estas rememorias sin censura —ejemplares en el trasiego de anécdotas y fuentes—, así lo cree. A estas alturas, no seré yo quien lo contradiga.

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Autor: David Ritz. Traductor: Manuel de la Fuente. Título: Aretha Franklin: Apología y martirologio de la reina del soul. Editorial: Libros del Kultrum. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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Enrique Turpin

Sabadell, 1970. Filólogo y crítico musical. Secretario General de la Asociación Española de Críticos Literarios (AECL). Redactor de la ya extinta Cuadernos de Jazz y de Allaboutjazz.com. Editor y antólogo de narrativa hispánica. Su última edición es Besos a la luz de la lona. Historias de boxeo (Demipage, 2016). Ha ejercido la crítica literaria, entre otros medios, en El Periódico de Cataluña y La Vanguardia.

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