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El laboratorio de nuestra decadencia - Jorge Fernández Díaz - Zenda
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El laboratorio de nuestra decadencia

El castrismo recibió de la Iglesia cubana el mismo apoyo inicial y después el mismo rechazo que manifestaron los obispos argentos ante el justicialismo, puesto que ambos movimientos políticos reivindicaban las reglas de la nación católica y el cristianismo primitivo, pero a la postre sobreactuaron tanto el culto a la personalidad que Castro y Perón...

Un ex compañero del colegio jesuita, tan devoto como Fidel Castro, lo visitó en su hora de gloria: el triunfante revolucionario se alojaba ya en un fastuoso hotel de La Habana, luego expropiado a la cadena Hilton. Su amigo no pudo dejar de observar que Fidel tenía dos libros en su mesita de luz; uno flamante y sin tocar de Carlos Marx, y un ejemplar sobado de tantos estudios y lecturas: los discursos de Juan Perón. Esto sucedía en 1959 y quien rescata el dato, para nada anecdótico, es el historiador Loris Zanatta, profesor de la Universidad de Bolonia, experto en nacionalismo religioso y populismo latinoamericano, y ahora biógrafo crítico del hombre fuerte de Cuba, a quien denomina “el último rey católico”. Este trabajo de acopio e interpretación resulta fascinante y muy significativo para los argentinos, puesto que la revolución cubana siempre apareció como una anomalía iberoamericana dentro de la vieja disputa de todos los tiempos: nacionalistas versus liberales republicanos. Zanatta la devuelve precisamente a esa clásica dicotomía, al decretar que más allá de disfraces soviéticos y tácticas geopolíticas de coyuntura, el régimen castrista no era marxista leninista sino esencialmente populista y particularmente jesuítico. Una especie de peronismo cubano, con todas las características que muchos años después utilizaría el propio Fidel para diseñar a su imagen y semejanza el socialismo del siglo XXI en Venezuela. Una concepción que, fuera del folclore de izquierda y los relatos míticos, tomaba paradójicamente mucho del fascismo italiano y del falangismo español. “El viaje del falangismo de los 30 al comunismo de los 50 fue común a muchos católicos latinos —explica el autor—. El enemigo era el mismo: el liberalismo laico. Y similares eran las bases éticas cristianas. «Stalin y Cristo tronaban sobre las paredes de mi casa», recordaba Guillermo Cabrera Infante”. Más adelante, Zanatta va al hueso: “Heredero de la cristiandad hispánica, Castro imputaba al liberalismo las fracturas morales del mundo: los Estados Unidos eran protestantes y lo predicaban, por ello los odiaba. Al universalismo liberal opuso un universalismo antiliberal de acervo católico…El comunismo cristiano de Fidel era un fenómeno hispánico”. Los católicos que no comulgaban con esta versión del cristianismo fueron encarcelados, ejecutados u obligados a una reeducación compulsiva.

"La pobreza en Cuba fue manipulada para ser transformada en una resignación benigna y hasta en una cultura del orgullo"

El castrismo recibió de la Iglesia cubana el mismo apoyo inicial y después el mismo rechazo que manifestaron los obispos argentos ante el justicialismo, puesto que ambos movimientos políticos reivindicaban las reglas de la nación católica y el cristianismo primitivo, pero a la postre sobreactuaron tanto el culto a la personalidad que Castro y Perón disputaban ya la mismísima divinidad excluyente de Cristo. Cuando la competencia llegó a su máxima tensión, y los comunistas comenzaron a ocupar poltronas preponderantes, Fidel anunció que él era el Mesías y que el episcopado y las parroquias se habían convertido en guaridas de “fariseos insensibles al dolor de los pobres”. Esa larga pulseada no impidió que Castro saludara con alegría la llegada de Jorge Bergoglio al Vaticano y a su mismísimo hogar: entre jesuitas no hay cornadas. Allí el comandante le regaló al papa Francisco el libro Fidel y la religión, que había escrito el teólogo dominico Frei Betto, donde se anuncia la reconciliación entre catolicismo y revolución, y donde se asevera que hay “diez mil veces más coincidencias” con ella que con el capitalismo.

La moral sexual y familiar de la Iglesia castrista y de la Iglesia católica eran (salvo la discrepancia del aborto) idénticas, el encono antiliberal registraba el mismo voltaje, y la idea del pobrismo era absolutamente coincidente. La pobreza en Cuba fue manipulada para ser transformada en una resignación benigna y hasta en una cultura del orgullo. “El pobre” no es para ellos el emblema del fracaso, sino la garantía de pureza espiritual y de integridad moral —apunta Loris—. Y tal era el fin de su gobierno, de su estado ético, de su catequesis de masas: salvar el alma de los cubanos antes y de la Humanidad después. El mismo fin, si se mira bien, que inspiró al espíritu misionero de la Compañía de Jesús. Como ella, Fidel ambicionaba recrear el Reino de Dios en la tierra, extirpar el egoísmo del corazón de los hombres, fundar el orden social perfecto… La pobreza de los cubanos es el fruto coherente del intento de Castro de salvarles el alma manteniéndolos al reparo del mal, de la imperfección de la historia, del pecado. Sólo la pobreza podía salvar el alma de la corrupción del dinero y al corazón, de la tentación del egoísmo”. Si no hay progreso, si las políticas son derrotadas por la realidad, hacemos de la incompetencia una virtud, compañeros: pobres somos mejores, pobres nos quiere Dios.

"Fue Castro quien alentó acciones terroristas y confraternizó con Montoneros, organización violenta a la que luego el propio Perón tuvo que combatir de manera impiadosa e inhumana"

Los desastres económicos de Cuba y Venezuela, así como el carácter despótico de Fidel y los crímenes de lesa humanidad que produjeron sus “dictaduras populares”, han sido perdonados por la progresía ilustrada de Occidente, cuyos miembros eminentes se derretían frívolamente en presencia del comandante y su retórica seductora. Fue Castro quien alentó acciones terroristas y confraternizó con Montoneros, organización violenta a la que luego el propio Perón tuvo que combatir de manera impiadosa e inhumana; también fue Fidel quien actuó en los hechos como el ideólogo del populismo autoritario de las dos últimas décadas. Una leyenda peronista, que Cristina Kirchner acaso podría desmentir, señala que alguna vez el nonagenario llegó a decirle: “Néstor murió, Chávez está agonizando y yo estoy enfermo; quedas tú para defender las banderas en América Latina”. Poco tiempo más tarde, Cristina declaró: “A mi izquierda solo está la pared”. Quizá la anécdota no sea cierta, pero guarda verosimilitud porque contiene la habitual psicopatía de Castro y explica un poco la brusca radicalización de quien durante treinta años no fue más que una peronista sin ideología; alguien que aceptó el juego de la derecha feudal, tuvo a Carlos Menem como jefe político y se alió con un referente del neoliberalismo: Domingo Cavallo.

"Perón no aceptó la propuesta de John William Cooke, que consistía en abandonar a Franco y exiliarse en Cuba, porque no quería subordinarse a Fidel"

Cuando Castro murió, Cristina defendió el régimen cubano (“alumbró el siglo XX”), sugirió que Fidel era el “padre” del populismo regional y aseguró que “fue el último de los líderes modernos”, perteneciente a un mundo presuntamente desaparecido donde la política resultaba transformadora. Obvió mencionar en ese comentario que su líder admirado eliminó la democracia y que utilizó fusiles, cárcel y censura para hacer invulnerables sus deseos; los mismos recursos de los que ahora hace gala el cruel artefacto chavista.

Perón no aceptó la propuesta de John William Cooke, que consistía en abandonar a Franco y exiliarse en Cuba, porque no quería subordinarse a Fidel y porque no creía de verdad en la fórmula del “socialismo nacional” que le proponían. Ese maridaje setentista (nacionalismo y marxismo) fue partero de un irresponsable baño de sangre. Perón murió repudiando a esos homicidas con coartada. El libro de Loris Zanatta nos recuerda todos y cada uno de los errores y atrocidades que se pueden realizar en nombre de causas nobles. También lo fácil que resulta deslizarse hacia al fascismo de cualquier género y color; los malentendidos y las mentiras directas de la historia cuando se la convierte en grieta y religión; las prisiones mentales que conspiran contra el desarrollo, y el pobrismo que se edifica luego como excusa espiritual, como estrategia clientelar, como infame narcótico.

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*Artículo publicado en el diario La Nación de Buenos Aires

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Jorge Fernández Díaz

Jorge Fernández Díaz es escritor y periodista. Durante más de treinta años fue alternativamente cronista policial, periodista de investigación, analista político, jefe de redacción de diarios y director de revistas. Actualmente es uno de los principales columnistas políticos del diario La Nación. Publicó, entre otros libros, El dilema de los próceres, Mamá, Fernández, Corazones desatados, La segunda vida de las flores, La logia de Cádiz, La hermandad del honor, Alguien quiere ver muerto a Emilio Malbrán y Las mujeres más solas del mundo y El puñal. Recibió la Medalla de la Hispanidad, que le otorgó el gobierno español y la comunidad española en la Argentina; el Konex de platino como el mejor redactor de la década; el premio Atlántida con el que los editores de Cataluña celebraron su labor a favor de los libros, y la Medalla del Bicentenario por su obra periodística y literaria. En 2012 fue condecorado por el rey de España con la Cruz de la Orden Isabel la Católica. Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras. @fernandezdiazok

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Santiago DG
Santiago DG
5 meses hace

El autor del libro afirma “Apuesto todas mis camisetas de San Lorenzo “… ¿ Quién es el loco, señores?

Alberto Delgado
Alberto Delgado
5 meses hace

No parece que el Sr González pueda explicar en su libro el fenómeno Milei que no es mas que la expresión de un pueblo agobiado y empobrecido. A propósito en esta entrevista no hacen mención a la llamativa repercusión internacional de Milei. Tal vez gran parte del planeta está loco? Gracias y cordiales saludos desde Buenos Aires!

Juan Gallego
Juan Gallego
5 meses hace

En el primer párrafo hay un error, la mención de que por los muchos bienes que habíamos recibido, nos había llenados de argentinos es incorrecta: en realidad nos lleno de peronistas. A partir de allí todo se entiende. Un montón de aseveraciones sin demasiado argumento. No sólo este autor, muchos periodistas con corazón peronista, tratan por todos los medios que a este «loco» que solo lleva seis meses y al resto de argentinos nos vaya mal. Ellos, muy cercanos a Podemos y compañía, solo desean que el poder absoluto este en sus manos, para beneficiarse de manera personal a costa del Estado y no abrir la boca cuando roban a manos llenas y muchas veces en complicidad con empresarios o gobiernos a quienes les facilitan pingües negocios. A titulo de ejemplo privatizaciones y nacionalizaciones con participación de contratantes de España, Iberia, trenes chatarra etc. Por favor no nos ayuden, y recuerden que desde el infierno no se pasa directamente al cielo. Estamos transitando el purgatorio y de esto no nos salva ni el Papa peronista que nos envió

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